martes, 28 de mayo de 2019

sábado, 25 de mayo de 2019

DIÁLOGO ALGO BRUSCO CON UNA PERSONA MUY CORDIAL sobre por qué me ocupo de economía

Un amigo de alta espiritualidad a quien aprecio mucho, me preguntó por qué me intereso tanto en la economía. La pregunta escondía un cierto reproche por darle demasiada importancia a lo que sería de menor valor que la filosofía y el conocimiento, el arte y la poesía, la religión y la espiritualidad.

Se asombró que le dijera – en una reacción algo brusca de mi parte - que para mí la economía es más importante que todo aquello que él valoraba como digno y merecedor de la más alta atención. “Y no es que yo menosprecie la filosofía, el arte y la espiritualidad” –agregué suavizando el tono al notar cierto disgusto en su rostro.

Entiendo – me dijo -, te preocupa la pobreza. Por eso la economía solidaria.”

"Superar la pobreza - repliqué - es una consecuencia importante; pero no es lo esencial. Ni siquiera en la economía solidaria. Lo esencial es la economía.”

¿No estarás pensando – me dijo – en la vieja teoría marxista según la cual lo económico es la estructura, y la cultura, las ideas, los valores, el arte y la religión son solamente superestructuras, determinadas y dependientes de lo que sucede al nivel económico?”

No – le dije -. Exactamente al contrario, pienso que la economía depende fuertemente de las ideas, de los valores, de las motivaciones y energías morales y espirituales.

Después de un momento de reflexión me preguntó: “Pero, entonces, ¿por qué no te concentras en aquello que sabes que es lo más importante y decisivo?

¡Es lo que hago! - le respondí con énfasis. – Todo mi esfuerzo se orienta a introducir valores, belleza, verdad, amor, espiritualidad, en la economía, o sea en el trabajo, en el consumo, en las relaciones sociales, en la toma de decisiones. Porque, fíjate que la actividad cotidiana, el día a día, el año a año, durante toda la vida, de todos los seres humanos, se desenvuelve básica y principalmente en estos ámbitos de la economía, donde satisfacemos nuestras necesidades, aspiramos a realizarnos, desplegamos nuestras iniciativas y proyectos tendiendo a ser más que lo que somos. Y es en la economía donde nos hacemos útiles a la sociedad y servimos a los demás, trabajando, produciendo, consumiendo.”

Mi amigo se quedó pensando, dudando. Trató de rebatir, pero me apresuré y agregué:

No creo en la espiritualidad de personas que consumen inmoderadamente; que dirigen empresas injustas; que trabajan con desgano porque no les pagan lo que quisieran. La espiritualidad, la ética, los valores, la verdad, el amor, que no se traduzcan y manifiesten concretamente en el modo en que satisfacemos nuestras necesidades, en la forma en que trabajamos, en nuestras iniciativas y proyectos ...; esa ética, esos valores, no son verdaderos, porque no han calado hondo en nuestra vida real y concreta.

Mi amigo, a la defensiva: “Es que la economía es así, y tenemos que vivir correctamente a pesar de ella”

Le respondí: “Si la economía en la que estamos inmersos carece de valores superiores, y es individualista, injusta, mentirosa y materialista, nuestras vidas y nuestra conciencia, también tenderán a serlo. Por eso, hay que transformar y perfeccionar la economía, con la fuerza de la ética, del conocimiento, del arte, de la espiritualidad. Pero, como es obvio, éstas energías superiores sólo transforman y perfeccionan cuando se introducen en la vida y operan en ella, o sea, si se hacen presentes activamente en la economía. Y en la política, en la vida social, en la ciencia.”

Después de un momento añadí: “Piensa en lo que pasa cuando los espirituales se desentienden de la economía y no la logran transformar. Es la economía la que los transforma a ellos. Piensa que todas las religiones se han distorsionado y convertido en verdaderas caricaturas de lo espiritual, cuando se han dejado determinar por sistemas económicos y políticos carentes de valores, injustos, insolidarios, mezquinos. Terminan al servicio de esos sistemas y de sus poderes, absolutamente incapaces de transformarlos, de convertirlos, de ponerlos al servicio de las personas. Ahí sí, cuando el espíritu carece de fuerza, ahí lo moral, lo cultural y lo espiritual se convierten en superestructuras, determinadas por la estructura económica, como decía Marx el materialista. Cuando nuestras fuerzas éticas, ideales y espirituales son débiles, es la economía desprovista de valores lo que nos determina y comanda.”

Me quedé pensando que me faltó decir a mi amigo que, en realidad, lo esencial, lo trascendente, no es la economía por sí misma, sino lo que ella significa para las personas: lo que nosotros hacemos en la economía, y lo que la economía hace en nosotros.

Y debí explicarle que ésta es la razón por la que no me convence el ‘estado de bienestar’ ni un estado fuerte que atiende las necesidades de los individuos concebidas como ‘derechos’ socio-económicos; porque así es como se generan dependencias y atrofias de la creatividad y la autonomía, inhibiéndose el desarrollo de las capacidades de las personas para hacer frente a sus necesidades, aspiraciones y proyectos. 

Y es por lo mismo que, en mis trabajos sobre la economía de solidaridad, analizo ampliamente las dificultades y problemas que es preciso considerar cuando se realizan donaciones; porque éstas pueden no solamente generar dependencias sino también la desvalorización de lo que se recibe, sin percibirse que esos bienes y servicios recibidos gratuitamente han tenido costos para otros, que los beneficiarios no aprecian ni asumen ni agradecen. 

De hecho, contrariamente a lo que muchos sostienen, pienso que el estado y las instituciones caritativas son en gran medida reproductores de la pobreza, al hacer que un porcentaje elevado de la población subsista en la precariedad, en base a los beneficios, subsidios y servicios de baja calidad que proporcionan.

Luis Razeto

miércoles, 22 de mayo de 2019

APORTES A LA REFLEXIÓN SOBRE EL 'PRECIO JUSTO' EN EL COMERCIO JUSTO Y SOLIDARIO

Hay un enfoque –que llamaremos economicista- que sostiene que los precios de los bienes y servicios, así como el de los factores productivos, son fijados por el mercado, en forma automática, independientemente de la voluntad de las personas, en base a leyes objetivas entre las cuáles son determinantes las de oferta y demanda, la eficiencia y la competencia. Productores, consumidores, comerciantes, intermediarios, todos buscan maximizar su propia utilidad, y en consecuencia el mercado en que participan todos, le pone a cada uno los límites a su ambición y a sus posibilidades de beneficiarse de más altos o menores precios de aquello (productos, trabajo, dinero, etc.) que venden y compran. El productor que quiera cobrar precios mayores que la competencia será castigado por los consumidores, será desplazado del mercado, o tendrá que aceptar espacios reducidos de mercado para su producción.
Para incrementar las oportunidades y las utilidades, el camino real no es otro que el de aumentar la eficiencia y hacerse más competitivos. Así, el mercado termina fijando para cada producto y activo económico, un precio "normal". Tal es la concepción que predomina entre los economistas, y corresponde con importante aproximación a lo que ocurre en el mercado convencional.
Hay otro enfoque –que llamaremos eticista- que considera que el mercado así constituido es injusto, castiga siempre a los más pobres, favorece siempre al poseedor del dinero y el capital mientras perjudica constantemente a los trabajadores y a los consumidores. Por ello se sostiene la necesidad de introducir la ética en la fijación de los precios, de modo que puedan llegar a ser justos, enmarcados en un comercio solidario. Para llegar a determinar tales "precios justos", se enumeran diferentes criterios y normas que deben considerarse, tales como los costos de producción, la necesidad de ingresos dignos, la importancia de crear estímulos que favorezcan a los más débiles, etc.
Diremos que, así como en el enfoque "economicista" es consistentemente racionalista, el enfoque "eticista" es marcadamente voluntarista. El primero exagera el carácter "objetivo" de los procesos económicos, mientras el segundo acentúa en demasía el carácter "subjetivo" de los comportamientos y relaciones económicas. El enfoque economicista considera que el precio es algo inherente al producto mismo, que tiene un "valor de mercado". El enfoque eticista piensa que el precio del producto puede ser modificado por decisión del sujeto que fija el precio.
El propósito de estas reflexiones es avanzar hacia un tercer enfoque del problema, a la vez rigurosamente científico y consistentemente ético, que enmarcamos en la perspectiva de la teoría que fundamenta la propuesta de una economía de solidaridad. La brevedad del espacio disponible para este artículo nos obliga a limitarnos a pocos pero importantes aspectos del problema.
Diremos que lo característico de este enfoque (que llamamos "teoría económica comprensiva"), es considerar la economía como procesos socialmente construidos, y el mercado como un sistema de relaciones sociales en que los participantes toman decisiones no solamente pensando en su interés egoísta sino también atendiendo a sus concepciones éticas, a sus valores, a sus aprendizajes sociales, a sus opciones culturales y espirituales, etc. El mercado coordina las decisiones de sujetos complejos que se comportan de variadas maneras, y donde pueden coexistir diversas racionalidades y múltiples opciones voluntariamente asumidas.
Según nuestro enfoque teórico los precios no son algo inherente al producto, ni tampoco pueden ser modificados por voluntad de un sujeto que los fije. Más bien, los precios se forman en una relación entre sujetos, el vendedor y el comprador, el productor y el consumidor, de modo que el precio queda establecido en el momento en que ambos sujetos participantes en una relación de intercambio, llegan a un acuerdo y toman simultáneamente las decisiones de comprar y de vender, en un precio que ambos aceptan. Si uno de los sujetos no acepta el precio que el otro exige, simplemente no se verifica la compra-venta, y el bien o servicio no asume un precio definido.
Lo normal es que los productores (que venden) aspiren a precios más altos, y los consumidores (que compran) deseen precios más bajos. Pero siendo necesario que ambos coincidan en una cifra para que la compra-venta se realice, sucederá que la cantidad de transacciones dependerá de la cantidad de veces en que las partes alcancen el acuerdo. Si los vendedores insisten en precios mayores a los que quieren los compradores, habrá menos ventas; al contrario, las ventas aumentarán cuando los productores estén dispuestos a aceptar precios menores.
Por cierto, esta es otra versión de la antigua "ley" de la oferta y demanda; sólo que ya no podemos hablar de "ley" sino solamente de una tendencia estadística que resulta del predominio de ciertos comportamientos y opciones libres de los sujetos que participan en la economía. Y siendo una versión que incorpora al análisis las decisiones de los sujetos que participan en el intercambio –decisiones que los sujetos toman según sus propios valores, convicciones y maneras de pensar, de sentir y de comportarse - nos ayudará a comprender el significado de lo que pueda ser el "precio justo", respecto al cual la teoría económica convencional no tiene nada que decir. En el marco, pues, de este modo de concebir la economía y los precios, ¿qué podemos decir respecto a lo que sea un "precio justo"?
Partamos de un hecho racional que la práctica del movimiento de Comercio Justo corrobora ampliamente. Simplifiquemos algo el problema, diciendo que un precio "ético" o justo debiera favorecer al sujeto más débil, o al más pobre. De este modo, la aplicación del criterio ético en la determinación de los precios, tenderá normalmente a elevar los precios de los bienes y servicios producidos por los trabajadores y productores pequeños y más pobres, así como a bajar los precios de los bienes y servicios que compran y necesitan los consumidores pobres o de menores ingresos. En efecto, el precio "justo" para un producto producido por un taller popular debiera ser suficientemente alto como para permitir que los ingresos de esos trabajadores les permitan una vida digna; al revés, el precio "justo" para un consumidor popular debiera ser suficientemente bajo como para permitirle el acceso a bienes y servicios de una vida digna.
Es claro que, en tales circunstancias, o sea en el contexto en que se quieran aplicar estos criterios éticos a los precios, los productores "pobres" difícilmente podrán producir bienes y servicios que compren y utilicen los consumidores "pobres". Es difícil que las partes lleguen a ponerse de acuerdo en un precio considerado "justo" por ambos, de modo que rara vez se verificará la decisión simultánea de comprar y de vender.
¿Dónde encontrar consumidores dispuestos a pagar más que los precios "normales" de mercado? En principio, podemos esperar que sea entre los consumidores "ricos", o que al menos tengan sus necesidades fundamentales satisfechas e ingresos relativamente elevados. Y ¿dónde encontrar productores dispuestos a aceptar por sus productos precios menores a los que pueden vender en el mercado? En general, ello podrían hacerlo solamente productores "ricos", o que tengan relativamente elevadas utilidades.
Pero no basta que los consumidores sean "ricos" para que decidan comprar a precios "justos". La cantidad de operaciones de compra-ventas será proporcional a la ética, esto es, a la solidaridad que se logre integrar en las relaciones comerciales y de intercambio.
Para comprar a precio "justo" los bienes y servicios producidos en la economía popular, los compradores deberán integrar a su decisión de compra los criterios éticos que les motiven a pagar un precio mayor al que encuentran como alternativa en el mercado. Al revés, para que los consumidores "pobres" accedan a los bienes y servicios que necesitan, los productores tendrán que integrar a su decisión de venta los criterios éticos que los lleven a aceptar por sus productos un precio menor al que pueden vender en el mercado.
Nos limitaremos en lo sucesivo a analizar el tema del precio "justo" para los productos generados por productores pobres, que es el ámbito principal de operación del movimiento conocido como Comercio Justo. Para operar, éste se esfuerza en vincular solidariamente a los productores pobres con los consumidores "ricos". El problema es que los "pobres" y los "ricos" están lejos unos de otros, no sólo socialmente sino también culturalmente y geográficamente. Poner en contactos ambos "mundos" exige una importante actividad de intermediación comercial, que lleve y coloque la producción proveniente de los productores "pobres" al alcance de los consumidores "ricos". Es lo que hacen –hay que reconocer que éste es su significado económico esencial- las entidades que participan en el movimiento del Comercio Justo, con sus instancias, cadenas y redes de intermediación solidaria.
En base a lo señalado, diremos que no hay para un producto cualquiera un precio "justo" determinable mediante una decisión particular. Habría que hablar más bien de un precio "solidario", que estará dado por la diferencia (a favor de la parte más débil o pobre de la relación) entre el precio normal de mercado y el precio en que se realice la transacción. Una diferencia mayor será resultado y expresión de una mayor solidaridad. En efecto, mientras más solidario un comprador, más estará dispuesto a pagar un precio mayor para favorecer a un productor "pobre"; y viceversa.
Ahora bien, difícilmente los precios podrían fijarse caso a caso, en cada compra-venta, siendo en cambio necesario fijar un precio de referencia en el marco de una determinada red o circuito de Comercio Justo. Es aquí que entra en juego un elemento que es esencial considerar.
Alguien podría pensar que hay que establecer precios que sean los máximos posibles, o sea precios altamente solidarios, que beneficien al máximo a los productores pobres. El problema es que, en tales condiciones, será necesario encontrar compradores muy solidarios para que los productos se vendan. Tales consumidores o compradores tan solidarios no son abundantes, por lo que habrá, en consecuencia, un volumen de transacciones éticas bastante reducidas. Esto, por cierto, no beneficiará a los productores pobres, que tienen necesidad de incrementar sus ingresos más que de aumentar la ganancia que obtengan por cada producto vendido.
Si los precios establecidos en el circuito solidario se alejan demasiado de los precios de mercado, habrá pocas ventas y reducido beneficio para los productores pobres. Si los precios se acercan demasiado a los del mercado "normal", habrá más ventas, pero escasa ganancia por unidad de producto, lo que llevaría a exigir a los productores pobres un ritmo de trabajo excesivo. La conclusión es, pues, que con el criterio de maximizar el beneficio que obtengan los productores pobres en los circuitos del Comercio Justo, los precios "éticos" han de ser aquellos que maximicen sus ingresos, en relación a un nivel de producción potencial que corresponda a una jornada laboral digna.
El camino real para mejorar los ingresos y beneficios de los productores pobres será un proceso de incremento progresivo de la solidaridad que pueda integrarse en los circuitos de la economía solidaria y del comercio justo. Aquí es donde entran en juego los esfuerzos de las instituciones de intermediación comercial.
No sin intención afirmamos que la distancia entre ambos "mundos" es social, cultural y geográfica. En efecto, "poner en contacto" ambos mundos –ponerlos comercialmente en contacto, para que se produzca la compra-venta a precio "solidario"- requiere una actividad de puente (o sea de intermediación) que es a la vez social, cultural y geográfica.
La dimensión cultural es más importante de lo que habitualmente se piensa: hay que generar un mutuo conocimiento, hay que motivar simpatías recíprocas, hay que crear vínculos de solidaridad.
Ello puede lograrse de múltiples formas, y en el perfeccionamiento de este mercado solidario pueden participar todos los sectores involucrados. Los mismos productores pobres, que pueden esforzarse en ampliar la producción y la calidad de lo que ofrecen. Algo esencial, en este sentido, es que los productores "pobres" comprendan lo que quieren los consumidores "ricos" y se esfuercen por producir lo que estos desean. A su vez los consumidores "ricos" pueden aprender a valorar el trabajo de los productores "pobres" y las condiciones en que producen. Ambos aspectos, recíprocamente potenciados, es parte relevante de lo que podemos entender como vínculos económicos de solidaridad, que se manifiestan en la relación comercial entre los dos componentes de la relación comercial.
Finalmente, las entidades de intermediación pueden facilitar mucho el proceso, operando con la máxima eficiencia posible. La intermediación comercial tiene costos, que pueden ser mayores o menores en relación a los resultados de su actividad. La solidaridad efectiva de estas entidades de intermediación se demuestra en la eficiencia con que operen, en función del objetivo de maximizar el beneficio real que obtengan los productores pobres. Ello, como hemos visto, es resultado no solamente de un trabajo comercial riguroso, sino también y fundamentalmente de su capacidad de incorporar la mayor y mejor solidaridad posible en los circuitos comerciales solidarios y en el operar de todos sus participantes: productores, consumidores e intermediarios.

Luis Razeto



lunes, 13 de mayo de 2019

ECONOMÍA SOLIDARIA PARA PRINCIPIANTES

La economía solidaria ofrece, y me atrevo a decir que promete y garantiza, si se la entiende y se la practica bien, grandes satisfacciones. Nada menos que una vida más plena, creativa, autónoma y solidaria. Pero ¿cómo entrar en ella? ¿Cuál es el primer paso?

Entrar en la economía solidaria no es cruzar una puerta que nos hace dejar un lugar y entrar en otro totalmente diferente. Es un proceso, por lo que hay que pensarlo como un camino: ir dejando un modo de consumir, de trabajar, de relacionarnos, de pensar y de sentir, a medida que vamos asumiento otros nuevos. Ir dejando un modo de vida e ir aprendiendo uno mejor.

Pero hay que ponerse en movimiento, dar el primer paso. Cuál sea éste, depende del lugar, de la situación en que uno se encuentre. Y hay caminos más suaves y otros más rudos.

Para la mayoría de las personas hay un primer paso que es sencillo de dar; pero igual, requiere la decisión de hacer algunas cosas, algunos pequeños cambios en nuestra vida cotidiana.

Lo primero es dejar de comprar algunas cosas de las que podemos prescindir, e ir separando así un pequeño ahorro. Es iniciar un camino que nos llevará a dejar de endeudarnos, a desendeudarnos, y a ganar autonomía económica, al mismo tiempo que vamos dejando el consumismo y perfeccionando nuestros modos de consumir y de satisfacer nuestras necesidades, aspiraciones y deseos. Esto es muy importante. Una persona consumista y que se encuentre muy endeudada está atrapada en la lógica capitalista, y es también muy dependiente del Estado y los servicios públicos.

Entonces, hay que formar un ahorro, aunque sea pequeño, pero lo más rápidamente posible. Para ello, además de dejar de comprar y de consumir productos que no son indispensables, podemos reemplazar algunas cosas que compramos, haciéndolas nosotros mismos. Por ejemplo, en un metro cuadrado, o en el balcón del piso, podemos tener un pequeño huerto. O también, producir algún bien o servicio que sepamos hacer y que podamos vender.

Pues bien. Con cada gasto innecesario que dejemos de hacer, con cada pequeño ingreso que hayamos logrado trabajando, hay que ir formando un ahorro, de libre disposición, separado y totalmente aparte de cualquier otro ahorro que estemos formando para, por ejemplo, comprar un auto, una vivienda, un nuevo equipo.

Cambiar ciertos hábitos de consumo, realizar algún trabajo independiente, tener unos ahorros de los que podemos disponer libremente, constituyen aprendizajes importantes y esenciales para la economía solidaria. Quienes los hacen, comprueban que ya en eso tan sencillo se comienza a tener satisfacciones nuevas, que son consecuencia de esas experiencias de autonomía y de creatividad.

Ahora bien, ese ahorro que formamos no es para dejarlo en el banco y esperar que nos de intereses. Es para utilizarlo nosotros mismos, o sea, para invertirlo en actividades e iniciativas de economía solidaria, preferiblemente junto con otras personas que están viviendo el mismo proceso.

(Hay quienes creen entrar en la economía solidaria con dineros o subsidios otorgados por el gobierno, el municipo o alguna entidad pública. A lo que entran en realidad de ese modo, es a ser beneficiarios da las políticas públicas, no a una genuina, creativa y autónoma economía solidaria. Dineros recibidos del Estado pueden después, a veces y en ciertas condiciones, servir como complemento, pero no sirven como base para levantar una iniciativa de economía solidaria).

Cuando decimos ‘invertir’ en actividades e iniciativas de economía solidaria no pensemos necesariamente, ni en primera instancia, en crear una empresa. Eso puede venir después, y ser tal vez lo que corresponda realizar en un momento más avanzado del camino. Pero hay que partir por cosas mucho más sencillas, pero indispensables.

Una buena e importante inversión puede ser, por ejemplo, comprar un libro que nos enseñe qué es la economía solidaria. Porque es esencial conocer bien de qué se trata, con qué criterios se hace, qué lógicas de vida y qué racionalidad económica implica. Hay mucho que aprender en diversos campos.

Por ejemplo, en el campo de la salud, cómo alcanzar mayor autonomía mediante una mejor alimentación. En educación y desarrollo personal, desplegar capacidades de autoaprendizaje. Aprender a gestionar solidariamente actividades, procesos y organizaciones, partiendo por la propia familia. El proceso de aprendizaje es teórico y es práctico, es multifacético y permanente, y también nos proporciona satisfacciones, placeres y realizaciones insospechadas.

(Para avanzar en conocimientos que apuntan en las direcciones de la economía solidaria, no puedo dejar de recomendar mis libros, porque para eso los escribí. 1) Creación de Empresas Asociativas y Solidarias. www.amazon.com/dp/1726712729 2) Lecciones de Economía Solidaria.  3) Las Empresas Alternativas. 4) Modelos organizativos de Talleres Solidarios. 5) Actitudes metodológicas de nueva civilización. 6. ¿Hasta dónde puede llegar el ser humano. 7. ¿Cómo iniciar la creación de una nueva civilización. 8. Tópicos de Economía Comprensiva. 9. Desarrollo, Transformación y Perfeccionamiento de la Economía en el Tiempo).

Una vez que hayamos dado los primeros pasos en cuanto al consumo, al ahorro, al trabajo, y a los aprendizajes pertinentes, nos daremos cuenta que ya estamos dentro de la economía solidaria, en un nivel de conciencia muy significativo e importante, y experimentando verdaderas satisfacciones personales.

Lo que viene después, es encontrarse con otras personas que estén en lo mismo, y empezar a proyectar juntos, iniciativas prácticas de economía solidaria, en el campo del consumo, de la distribución, de la producción.

Hacer voluntariado en organizaciones de comercio justo, participar en redes de consumo responsable, integrarse a incubadoras de empresas asociativas y solidarias, ser parte de agrupaciones y comunidades que cultivan valores humanistas, éticos y espirituales, crear y ser parte de comunidades de estudio, son muy buenas formas de encontrarse con esas personas con las que se irá creciendo juntos en creatividad, en autonomía y en solidaridad, y con las que se podrá proyectar y organizar iniciativas de economía solidaria.

No conozco a nadie que se haya arrepentido de haberse integrado a alguna actividad de genuina economía solidaria.. Es así, porque lo más importante en la economía solidaria no es tanto el éxito económico (ya logrado en parte si nos hemos desendeudado, ahorrado e invertido en aprendizajes), sino lo que nos ocurre a nosotros mismos como desarrollo personal y comunitario, en el proceso creativo, autónomo y solidario.

Luis Razeto

jueves, 9 de mayo de 2019

NECESIDAD DE TEORÍA ECONÓMICA PARA UNA NUEVA ECONOMÍA - Luis Razeto


Desde los comienzos del capitalismo moderno y hasta nuestros días, gran parte de la humanidad ha querido, esperado o activamente perseguido, un cambio profundo en los modos de organización y operación de la economía.
Muchos aspiran al cambio porque experimentan la marginación, la exclusión y la pobreza, o porque sufren directamente la injusticia de este sistema. Otros buscan el cambio porque los modos de operar, de relacionarse y de organizar los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación capitalistas, basados en el afán desmedido del lucro, la competencia desenfrenada, el consumismo, la subordinación del trabajo al capital, contradicen sus ideales, sus valores, sus principios intelectuales, morales y espirituales.
En la búsqueda de una nueva economía se han desplegado procesos históricos, luchas sociales, experiencias organizativas y dinámicas ideológicas y políticas de enorme magnitud. Tales procesos han seguido dos direcciones principales: la de una transformación 'sistémica' o macrosocial, por un lado, en que el énfasis ha sido puesto en la acción política y en proyectos de economía estatal o socialista; y la de creación de alternativas microeconómicas, por el otro, en que se enfatiza la experimentación y desarrollo de iniciativas cooperativas, autogestionarias, comunitarias y solidarias.
En ambas orientaciones han participado millones de personas y multitudes de variados grupos y organizaciones, en todos los países del mundo.
Ambas dinámicas transformadoras y alternativas respecto del capitalismo, orientadas por el objetivo de instaurar la ética y los valores de justicia y de solidaridad en la organización y en el comportamiento económico, han estado acompañadas y guiadas por pensamiento social, por idearios ético-políticos, por la formulación intelectual de estrategias, proyectos y programas de acción transformadora; con éstas han sido formados muchísimos dirigentes, intelectuales, comunicadores y políticos, en distintos niveles y grados.
Los resultados reales de estos gigantescos esfuerzos, luchas y trabajos son insatisfactorios, precarios, fragmentarios, parciales. De hecho, el capitalismo continúa predominando, mientras las alternativas que se han creado tienen presentan grandes limitaciones y dificultades para consolidarse y desarrollarse.

No obstante ello, estamos convencidos de que las razones, contradicciones y problemas que impulsan estas búsquedas no solamente continúan vigentes, sino que se han venido acentuando y tornando cada vez más evidentes, al punto que encontrar las formas de lograr una rápida y eficaz expansión de los procesos transformadores y la creación de las alternativas, aparece hoy día ya no solamente como una aspiración de muchos sino como una verdadera necesidad de la sociedad en su conjunto.
Hemos estudiado e investigado mucho para comprender las causas de las limitaciones e insuficiencias de los resultados hasta hoy obtenidos en estos procesos. Entre tales causas, una principal que hemos identificado es la carencia de una rigurosa teoría económica, que ofrezca una comprensión realmente científica de los problemas y de sus posibles respuestas, tanto en cuanto al diagnóstico crítico de la economía realmente existente, como de los proyectos transformadores y alternativos posibles, así como de las formas de construirlos y desarrollarlos.
En efecto, el pensamiento, los idearios, las formulaciones de nuevos modelos y proyectos, que han acompañado históricamente las mencionadas búsquedas de una nueva y superior economía, han sido elaborados fundamentalmente a nivel de doctrinas ético-filosóficas o de ideologías ético-político-económicas, y no de teoría económica científica.
Superar esta insuficiencia, mediante la elaboración de teorías económicas rigurosas, coherentes y consistentes, que proporcionen un cabal conocimiento de las racionalidades económicas dadas y de aquellas posibles de ser desarrolladas, es el sentido profundo que tiene nuestra investigación.
La hemos desplegado en torno a tres ejes temáticos fundamentales: la Economía Solidaria a nivel micro-económico y sectorial; la Democratización del Mercado y el Desarrollo Sustentable como procesos y proyectos de nivel societal; y la Teoría Económica Comprensiva como nueva estructura del conocimiento y la proyectación de la economía en su conjunto, capaz de proporcionar una adecuado entendimiento de la pluralidad de formas económicas, y de las relaciones entre la economía de intercambios, la economía pública o estatal, y la economía solidaria. Dinámicas, estructuras, relaciones y experiencias que requieren ser comprendidas científicamente para que puedan eficazmente transformarse, perfeccionarse y desarrollarse.

Luis Razeto


Si quieres entrar al conocimiento de la teoría económica para una nueva economía te recomiendo este libro: www.amazon.com/dp/1973363607 

miércoles, 8 de mayo de 2019

LA COORDINACIÓN HORIZONTAL DE LAS DECISIONES EN EL TRÁNSITO A UNA CIVILIZACIÓN POST-CAPITALISTA Y POST-ESTATISTA - Luis Razeto

Internet, especialmente a través de las redes sociales y de las aplicaciones colaborativas, está transformando aceleradamente numerosas actividades económicas. Ejemplos de ello son, entre otros:
- La televisión por internet, que está reemplazando gran parte de los servicios que presta la televisión abierta y por cable.
- La prensa y el periodismo ciudadano, con la existencia de numerosos medios de prensa gestionados por personas y asociaciones.
- La edición y distribución de libros con la publicación de e-book.
- El e-learning y la educación por internet, que multiplican las opciones educacionales en todos los niveles.
- La publicidad que se realiza a través de las redes y los website.
- El transporte a través de aplicaciones que conectan directamente a los oferentes y los demandantes del servicio, facilitando el uso compartido de automóviles y desplazando servicios convencioneles de taxis y otros.
- Servicios que reemplazan la hotelería tradicional mediante aplicaciones que conectan la demanda turística con la oferta doméstica de habitaciones y servicios.
- El comercio realizado mediante plataformas que facilitan la compra y venta de todo tipo de productos por parte de personas que generan iniciativas diversas desde sus hogares.
La novedad y el hecho esencial que distingue a estas nuevas formas de actividad es que con ellas se comienza a realizar una extendida coordinación horizontal de las decisiones, entre personas y organizaciones independientes, tanto a nivel interno de cada país como en el plano internacional.
Todo esto forma parte de un proceso de transformación histórica epocal, consistente en el tránsito hacia una nueva civilización, que podemos caracterizar como post-capitalista y post-estatista, y que se distinguirá por la expansión de la creatividad, la autonomía y la solidaridad de las personas y a nivel de la sociedad en su conjunto.
En la civilización moderna, capitalista y estatista a la vez, la coordinación de las decisiones es efectuada principalmente por las empresas capitalistas y por el Estado (territorial). Las personas son coordinadas en sus actividades desde arriba, verticalmente. Por un lado las empresas, los bancos y los intermediadores comerciales, y por otro lado el Estado y sus instancias de administración pública, que obtienen como remuneración de sus servicios de coordinación, un porcentaje importante de la riqueza producida socialmente. Son las ganancias que logran los primeros, y los impuestos que cobran los Estados.
Esta civilización capitalista y estatista establece, mediante esos modos verticales de coordinación, una división de la sociedad en dos niveles: los dirigentes y los dirigidos, o sea los coordinadores y los coordinados.
Los fenómenos arriba mencionados, que facilitan y permiten la coordinación horizontal de las decisiones, están empezando a cambiar las estructuras del mercado y las funciones del Estado, que se habían mantenido durante los más de cinco siglos de vigencia de la civilización moderna.
El cambio es rápido y se está acelerando; pero no ocurre sin la resistencia de los coordinadores privados y públicos que ven disminuir su importancia y, sobre todo, la posibilidad de continuar obteniendo ingresos por sus servicios de coordinación vertical. El mayor esfuerzo que hacen se orienta a declarar ilegales las actividades de coordinación horizontal, que no pasan por la regulación estatal, criticándolas por constituir “competencia desleal” (pues se ahorran los costos de la coordinación vertical).
La coordinación horizontal no opera fuera del mercado, pero lo transforma en sentido de su democratización, haciendo posible el ideal de que todos seamos en cierto modo empresarios y trabajadores al mismo tiempo. Tampoco opera fuera del ordenamiento estatal, pero también lo democratiza, haciendo posible que las funciones sociales que favorecen el bien común integren los recursos, las iniciativas y las actividades de los ciudadanos y sus organizaciones.
Estamos conociendo y viviendo las primeras manifestaciones de este proceso transformador. Un paso clave en la consolidación de la civilización post-capitalista y post-estatista se dará cuando la coordinación horizontal comience a funcionar al nivel de la emisión y la circulación del dinero, cuya emisión es actualmente monopolio del Estado y cuya circulación es coordinada por los bancos comerciales. Las experiencias ya probadas de dineros complementarios y alternativos, organizados horizontalmente por productores y consumidores solidariamente asociados, demuestra que ello es perfectamente posible, y entonces, nos permite prever que ocurrirá, superando las resistencias que con toda seguridad interpondrán los bancos y los estados.
Las reaccionarias resistencias al cambio que oponen y opondrán los "coordinadores verticales" (estatistas y capitalistas) serán vencidas por tres razones básicas: 1. Porque las nuevas tecnologías y la coordinación horizontal están en el ADN de las generaciones jóvenes. 2. Porque el carácter mundial del cambio en curso le hace trascender las posibilidades de ser controlado por parte de instituciones que tienen capacidad de operar solamente a nivel nacional (territorial). 3. Porque cuando una función se torna innecesaria e incluso contraproducente (como será el caso de la coordinación vertical), más temprano que tarde la situación parasitaria en que cae se hará evidente, y en consecuencia, insoportable.

Mucho más sobre esto en:


martes, 7 de mayo de 2019

LAS DOS DIMENSIONES DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA - Luis Razeto


Si la economía de solidaridad se constituye poniendo solidaridad en la economía, ella se manifestará en distintas formas, grados y niveles según la forma, el grado y el nivel en que la solidaridad se haga presente en las actividades, unidades y procesos económicos. Por esto podemos diferenciar en ella y en el proceso de su desarrollo dos grandes dimensiones.
      Si la economía de solidaridad se constituye poniendo solidaridad en la economía, ella se manifestará en distintas formas, grados y niveles según la forma, el grado y el nivel en que la solidaridad se haga presente en las actividades, unidades y procesos económicos. Por esto podemos diferenciar en ella y en el proceso de su desarrollo dos grandes dimensiones.
      Por un lado, habrá economía de solidaridad en la medida que en las diferentes estructuras y organizaciones de la economía global vaya creciendo la presencia de la solidaridad por la acción de los sujetos que la organizan. Por otro lado, identificaremos economía de solidaridad en una parte o sector especial de la economía: en aquellas actividades, empresas y circuitos económicos en que la solidaridad se haya hecho presente de manera intensiva y donde opere como elemento articulador de los procesos de producción, distribución, consumo y acumulación.

      Distinguiremos de este modo dos componentes que aparecen en la perspectiva de la economía solidaria: un proceso de solidarización progresiva y creciente de la economía global, y un proceso de construcción y desarrollo paulatino de un sector especial de economía de solidaridad.
     Ambos procesos se alimentarán y enriquecerán recíprocamente. Un sector de economía de solidaridad consecuente podrá difundir sistemática y metódicamente la solidaridad en la economía global, haciéndola más solidaria e integrada. A su vez, una economía global en que la solidaridad esté más extendida, proporcionará elementos y facilidades especiales para el desarrollo de un sector de actividades y organizaciones económicas consecuentemente solidarias.
      En uno u otro nivel la economía de solidaridad nos invita a todos. Ella no podrá extenderse sino en la medida que los sujetos que actuamos económicamente seamos más solidarios, porque toda actividad, proceso y estructura económica es el resultado de la acción del sujeto humano individual y social.

      Para expandir la economía de solidaridad es preciso que comprendamos en profundidad la conveniencia, oportunidad e incluso necesidad de construirla. Muchos hombres y mujeres, numerosos grupos humanos, han emprendido caminos prácticos de incorporación de solidaridad en la economía, y así se ha venido y está construyendo economía de solidaridad tanto a nivel global como en un sector económico especial. Tales procesos, por cierto, enfrentan múltiples obstáculos y dificultades y deben hacer frente a tendencias adversas que parecen ser hoy las predominantes. Pero lo que hacen no deja de dar resultados y abrir huellas que otros podrán después seguir con mayores facilidades. Conocer sus motivaciones y los caminos que están siguiendo en sus experiencias nos puede proporcionar abundantes estímulos y razones para no obstaculizarlos en su trabajo, para apoyarlos positivamente y para sumarnos a sus búsquedas.
      Conocer esos motivos y caminos y aproximarnos a sus experiencias nos llevará a comprender cuáles son las formas y contenidos de la economía de solidaridad más consecuentemente desarrollada.
      En efecto, pensamos la economía de solidaridad como un gran espacio al que se converge desde diferentes caminos, que se originan a partir de diversas situaciones y experiencias; o como una gran casa a la que se entra con distintas motivaciones por diferentes puertas. Diversos grupos humanos comparten esas motivaciones y transitan esos caminos, experimentando diversas maneras de hacer economía con solidaridad.
      Esas distintas iniciativas se van encontrando en el espacio al que convergen: allí se conocen, intercambian sus razones y experiencias, se aportan y complementan recíprocamente, se enriquecen unas con otras. Los que llegan por un motivo aprenden a reconocer el valor y la validez de los otros, y así se va construyendo un proceso en el cual la racionalidad especial de la economía de solidaridad se va completando, potenciando y adquiriendo creciente coherencia e integralidad. Conociendo esos motivos y caminos, esas búsquedas y experiencias, iremos comprendiendo cada vez más amplia y profundamente qué es la economía de solidaridad y encontraremos abundantes razones para participar en ella.


domingo, 5 de mayo de 2019

INCORPORAR SOLIDARIDAD EN LA ECONOMÍA - Luis Razeto

      Cuando decimos "economía de solidaridad" estamos planteando la necesidad de introducir la solidaridad en la economía, de incorporar la solidaridad en la teoría y en la práctica de la economía.
      Decimos introducir e incorporar solidaridad en la economía con muy precisa intención. Como estamos habituados a pensar la economía y la solidaridad como parte de diferentes preocupaciones y discursos, cuando llegamos a relacionarlas tendemos a establecer el nexo entre ellas de otro modo. Se nos ha dicho muchas veces que debemos solidarizar como un modo de paliar algunos defectos de la economía, de subsanar algunos vacíos generados por ella, o de resolver ciertos problemas que la economía no ha podido superar. Así, tendemos a suponer que la solidaridad debe aparecer después que la economía ha cumplido su tarea y completado su ciclo.
      Primero estaría el tiempo de la economía, en que los bienes y servicios son producidos y distribuídos. Una vez efectuada la producción y distribución sería el momento de que entre en acción la solidaridad, para compartir y ayudar a los que resultaron desfavorecidos por la economía y quedaron más necesitados. La solidaridad empezaría cuando la economía ha terminado su tarea y función específica. La solidaridad se haría con los resultados -productos, recursos, bienes y servicios- de la actividad económica, pero no serían solidarias la actividad económica misma, sus estructuras y procesos.
      Lo que sostenemos es distinto a eso, a saber, que la solidaridad se introduzca en la economía misma, y que opere y actúe en las diversas fases del ciclo económico, o sea, en la producción, circulación, consumo y acumulación. Ello implica producir con solidaridad, distribuir consolidaridad, consumir con solidaridad, acumular y desarrollar con solidaridad. Y que se introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidaridad pareciera no encajar apropiadamente.
      Hace un tiempo escuché decir a un connotado economista al que se le preguntó por la economía de solidaridad, que es necesario que exista tanta solidaridad como sea posible, siempre que no interfiera en los procesos y estructuras económicas que podrían verse afectadas en sus propios equilibrios. Nuestra idea de la economía de solidaridad es exactamente lo contrario: que la solidaridad sea tanta que llegue a transformar desde dentro y estructuralmente a la economía, generando nuevos y verdaderos equilibrios.
      Si tal es el sentido profundo y el contenido esencial de la economía de solidaridad nos preguntamos entonces en qué formas concretas se manifiestará esa presencia activa de la solidaridad en la economía. Nuestra pregunta inicial: ¿qué es la economía de solidaridad?, se especifica en esta otra: ¿Cómo se puede producir, distribuir, consumir y acumular solidariamente?
      Podemos decir inicialmente que al incorporar la solidaridad en la economía suceden cosas sorprendentes en ésta. Aparece un nuevo modo de hacer economía, una nueva racionalidad económica.
      Pero como la economía tiene tantos aspectos y dimensiones y está constituída por tantos sujetos, procesos y actividades, y como la solidaridad tiene tantas maneras de manifestarse, la economía de solidaridad no será un modo definido y único de organizar actividades y unidades económicas. Por el contrario, muchas y muy variadas serán las formas y modos de la economía de solidaridad. Se tratará de poner más solidaridad en las empresas, en el mercado, en el sector público, en las políticas económicas, en el consumo, en el gasto social y personal, etc.
      Hemos dicho poner "más" solidaridad en todas estas dimensiones y facetas de la economía porque es preciso reconocer que algo de solidaridad existe ya en ellas aunque no se lo haya reconocido expresamente. ¿Cómo no reconocer expresiones de solidaridad entre los trabajadores de una empresa que negocian colectivamente, aún cuando los de mayor productividad podrían obtener mejores condiciones haciéndolo individualmente, o cuando algunos llegan a poner en riesgo su empleo por obtener beneficios para todos? ¿O entre los técnicos que trabajan en equipo, compartiendo conocimientos o transfiriéndolos a otros menos calificados? ¿No es manifestación de solidaridad el sacrificio de mayores ganancias que algunos empresarios hacen a veces manteniendo empleos de los que podrían prescindir, preocupados por los efectos del despido en personas y familias que han llegado a conocer y apreciar?
      Se dirá que esto sucede rara vez, o que las motivaciones no siempre son genuinamente humanitarias, y puede ser cierto. Pero el hecho es que relaciones y comportamientos solidarios existen. Por lo demás, la solidaridad tiene grados y sería un error reconocerla solamente en sus manifestaciones más puras y eminentes.
      Se dice, y es cierto, que el mercado opera de manera tal que cada sujeto toma sus decisiones en función de su propia utilidad. Pero la existencia misma del mercado, ¿no pone acaso de manifiesto el hecho innegable de que nos necesitamos unos a otros, y que de hecho trabajamos unos para otros? ¿No quedan acaso excluídos del mercado aquellos productores que no están muy atentos a satisfacer en buena forma las necesidades reales de sus potenciales clientes?
      Esta presencia parcial de la solidaridad en la economía se explica por el hecho que las organizaciones y procesos económicos son el resultado de la acción real y compleja de los hombres que ponen en su actividad todo lo que hay en ellos, y la solidaridad es algo que, en alguna medida, está presente en todo ser humano.
      Con esto no queremos decir, por cierto, que la economía actual sea solidaria. Por el contrario, un análisis de la misma nos pone frente a una organización social y económica en que compiten por el predominio los intereses privados individuales con los intereses de las burocracias y del Estado, en un esquema de relaciones basadas en la fuerza y en la lucha, la competencia y el conflicto, que relegan a un lugar muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a las relaciones de cooperación y solidaridad. Los principales sujetos de la actividad económica están motivados por el interés de ganancia y por el temor a los otros y al poder, más que por el amor y la solidaridad de todos. La mencionada presencia de la solidaridad en la economía es ciertamente demasiado escasa y pobre, pero es indispensable reconocerla, por tres razones fundamentales.
      La primera, por una exigencia de objetividad científica. La segunda, porque si no hubiera actualmente nada de solidaridad en la economía -en las empresas y en el mercado tal como existen- no vemos cómo sería posible pensar en la economía de solidaridad como un proyecto posible. En efecto, construirla implicaría una suerte de creación ex nihilo, de la nada. ¿De donde habría que traer esa solidaridad que habría que introducir en la economía, y cómo incorporársela si ésta fuera tan completamente refractaria que no habría permitido hasta ahora ni su más mínima expresión? No nos quedaría sino reconocer que la economía y la solidaridad han de mantenerse en su recíproca exterioridad y separación, definitivamente.
      Una tercera razón por la que es importante reconocer la presencia de algo de solidaridad en las empresas y en el mercado es la necesidad de evitar el que sería un grave malentendido: pensar la economía de solidaridad como algo completamente opuesto a la economía de empresas y a la economía de mercado. La idea y el proyecto de una economía de solidaridad no los pensamos como negación de la economía de mercado o como alternativa frente a la economía de empresas. Hacerlo sería completamente antihistórico e incluso ajeno al hombre tal como es y como puede ser.
      La economía de solidaridad no es negación de la economía de mercado; pero tampoco es su simple reafirmación. Ella expresa más bien, como lo iremos apreciando a medida que avancemos por sus caminos, una orientación fuertemente crítica y decidídamente transformadora respecto de las grandes estructuras y los modos de organización y de acción que caracterizan la economía contemporánea.


Si quieres participar

¿PUEDEN JUNTARSE LA ECONOMÍA Y LA SOLIDARIDAD? - Luis Razeto

Economía de solidaridad es un concepto que si bien apareció hace pocos años está ya formando parte de la cultura latinoamericana. Cuando empezamos a usar esta expresión y en 1984 publiqué el libro Economía de solidaridad y mercado democrático, pude observar la sorpresa que provocaba asociar en una sola expresión los dos términos. Las palabras "economía" y "solidaridad", siendo habituales tanto en el lenguaje común como en el pensamiento culto, formaban parte de "discursos" separados. "Economía", inserta en un lenguaje fáctico y en un discurso científico; "solidaridad", en un lenguaje valórico y un discurso ético. Rara vez aparecían los dos términos en un mismo texto, menos aún en un solo juicio o razonamiento. Resultaba, pues, extraño verlos unidos en un mismo concepto.
       La separación entre la economía y la solidaridad radica en el contenido que suele darse a ambas nociones. Cuando hablamos de economía nos referimos espontáneamente a la utilidad, la escasez, los intereses, la propiedad, las necesidades, la competencia, el conflicto, la ganancia. Y aunque no son ajenas al discurso económico las referencias a la ética, los valores que habitualmente aparecen en él son la libertad de iniciativa, la eficiencia, la creatividad individual, la justicia distributiva, la igualdad de oportunidades, los derechos personales y colectivos. No la solidaridad o la fraternidad; menos aún la gratuidad.
      Podemos leer numerosos textos de teoría y análisis económico de las más variadas corrientes y escuelas sin encontrarnos nunca con la solidaridad. A lo más, comparece en ocasiones la palabra cooperación, pero con un significado técnico que alude a la necesaria complementación de factores o intereses más que a la libre y gratuita asociación de voluntades. Una excepción a esto se da en el discurso y la experiencia del cooperativismo; pero éste, confirmando lo dicho, ha encontrado grandes dificultades para hacer presente su contenido ético y doctrinario al nivel del análisis científico de la economía. Charles Guide expresó muy bien esta ausencia ya en 1921 en un célebre artículo titulado precísamente       Por qué los economistas no aman la cooperación.
      Algo similar nos ocurre cuando hablamos de la solidaridad. La idea de solidaridad se inserta habitualmente en el llamado ético y cultural al amor y la fraternidad humana, o hace referencia a la ayuda mutua para enfrentar problemas compartidos, a la benevolencia o generosidad para con los pobres y necesitados de ayuda, a la participación en comunidades integradas por vínculos de amistad y reciprocidad. Este llamado a la solidaridad, enraizado en la naturaleza humana y siendo por tanto connatural al hombre cualquiera sea su condición y su modo de pensar, ha encontrado sus más elevadas expresiones en las búsquedas espirituales y religiosas, siendo en el mensaje cristiano del amor donde la solidaridad es llevada a su más alta y sublime valoración.
      Sin embargo, desde la ética del amor y la fraternidad la relación con la economía no ha sido simple ni carente de conflictos. Como en las actividades económicas prima el interés individual y la competencia, la búsqueda de la riqueza material y del consumo abundante, quienes enfatizan la necesidad del amor y la solidaridad han tendido a considerar con distancia y a menudo sospechosamente la dedicación a los negocios y actividades empresariales. Desde el discurso ético, espiritual y religioso lo común ha sido establecer respecto de esas actividades una relación "desde fuera": como denuncia de las injusticias que se generan en la economía, como ejercicio de una presión tendiente a exigir correcciones frente a los modos de operar establecidos, o bien en términos de acción social, como esfuerzo por paliar la pobreza y la subordinación de los que sufren injusticias y marginación, a través de actividades promocionales, organizativas, de concientización, etc.
       La realización de actividades económicas en primera persona, la construcción y administración de empresas, con dificultad y por pocos ha sido percibida como un modo de actuación práctica del mensaje cristiano, como una vocación peculiar en la cual puedan concretizarse los valores, principios y compromisos evangélicos. Se ha destacado sí el contenido ético y solidario del trabajo, pero al hacerlo no se ha tenido suficientemente en cuenta que el trabajo es sólo una parte de la actividad económica y no puede realizarse sino inserto en organizaciones y estructuras económicas; de hecho la valoración positiva del trabajo a menudo fué presentada junto a enunciados críticos sobre la empresa y la economía en que se desenvuelve.
      Es así que por mucho tiempo los llamados a la solidaridad, la fraternidad y el amor han permanecido exteriores a la economía misma. Hemos comprobado esta distancia en la acción social que instituciones cristianas realizan entre los pobres, que si bien dan lugar a verdaderas organizaciones económicas, difícilmente son reconocidas como tales. A menudo se hace necesario un esfuerzo consciente para superar las resistencias que ponen muchos de los más comprometidos con esas experiencias a considerarlas como no puramente coyunturales o de emergencia sino como un modo permanente de hacer economía de manera solidaria.
      Muchas de esas resistencias se han ido superando entre nosotros desde que S.S. Juan Pablo II en su viaje a Chile y Argentina en 1987, y especialmente en su discurso ante la CEPAL, voceó y difundió con fuerza la idea de una "economía de la solidaridad" en la cual -dijo- "ponemos todos nuestras mejores esperanzas para América Latina". Tal llamado fué fundamental en la difusión e incorporación a la cultura latinoamericana de la idea de una economía de solidaridad; pero el contenido de ella permanece indeterminado e impreciso para muchos. El enunciado del pontífice no proporciona suficientes elementos como para llenar de contenido una idea de la cual se esperan tantas realizaciones. Poner unidas en una misma expresión la economía y la solidaridad aparece, pues, como un llamado a un proceso intelectual complejo que debiera desenvolverse paralela y convergentemente en dos direcciones: por un lado, se trata de desarrollar un proceso interno al discurso ético y axiológico, por el cual se recupere la economía como espacio de realización y actuación de los valores y fuerzas de la solidaridad; por otro, de desarrollar un proceso interno a la ciencia de la economía que le abra espacios de reconocimiento y actuación a la idea y el valor de la solidaridad.


Si quieres conocer más

en este libro lo encontrarás:

LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA