sábado, 25 de mayo de 2019

DIÁLOGO ALGO BRUSCO CON UNA PERSONA MUY CORDIAL sobre por qué me ocupo de economía

Un amigo de alta espiritualidad a quien aprecio mucho, me preguntó por qué me intereso tanto en la economía. La pregunta escondía un cierto reproche por darle demasiada importancia a lo que sería de menor valor que la filosofía y el conocimiento, el arte y la poesía, la religión y la espiritualidad.

Se asombró que le dijera – en una reacción algo brusca de mi parte - que para mí la economía es más importante que todo aquello que él valoraba como digno y merecedor de la más alta atención. “Y no es que yo menosprecie la filosofía, el arte y la espiritualidad” –agregué suavizando el tono al notar cierto disgusto en su rostro.

Entiendo – me dijo -, te preocupa la pobreza. Por eso la economía solidaria.”

"Superar la pobreza - repliqué - es una consecuencia importante; pero no es lo esencial. Ni siquiera en la economía solidaria. Lo esencial es la economía.”

¿No estarás pensando – me dijo – en la vieja teoría marxista según la cual lo económico es la estructura, y la cultura, las ideas, los valores, el arte y la religión son solamente superestructuras, determinadas y dependientes de lo que sucede al nivel económico?”

No – le dije -. Exactamente al contrario, pienso que la economía depende fuertemente de las ideas, de los valores, de las motivaciones y energías morales y espirituales.

Después de un momento de reflexión me preguntó: “Pero, entonces, ¿por qué no te concentras en aquello que sabes que es lo más importante y decisivo?

¡Es lo que hago! - le respondí con énfasis. – Todo mi esfuerzo se orienta a introducir valores, belleza, verdad, amor, espiritualidad, en la economía, o sea en el trabajo, en el consumo, en las relaciones sociales, en la toma de decisiones. Porque, fíjate que la actividad cotidiana, el día a día, el año a año, durante toda la vida, de todos los seres humanos, se desenvuelve básica y principalmente en estos ámbitos de la economía, donde satisfacemos nuestras necesidades, aspiramos a realizarnos, desplegamos nuestras iniciativas y proyectos tendiendo a ser más que lo que somos. Y es en la economía donde nos hacemos útiles a la sociedad y servimos a los demás, trabajando, produciendo, consumiendo.”

Mi amigo se quedó pensando, dudando. Trató de rebatir, pero me apresuré y agregué:

No creo en la espiritualidad de personas que consumen inmoderadamente; que dirigen empresas injustas; que trabajan con desgano porque no les pagan lo que quisieran. La espiritualidad, la ética, los valores, la verdad, el amor, que no se traduzcan y manifiesten concretamente en el modo en que satisfacemos nuestras necesidades, en la forma en que trabajamos, en nuestras iniciativas y proyectos ...; esa ética, esos valores, no son verdaderos, porque no han calado hondo en nuestra vida real y concreta.

Mi amigo, a la defensiva: “Es que la economía es así, y tenemos que vivir correctamente a pesar de ella”

Le respondí: “Si la economía en la que estamos inmersos carece de valores superiores, y es individualista, injusta, mentirosa y materialista, nuestras vidas y nuestra conciencia, también tenderán a serlo. Por eso, hay que transformar y perfeccionar la economía, con la fuerza de la ética, del conocimiento, del arte, de la espiritualidad. Pero, como es obvio, éstas energías superiores sólo transforman y perfeccionan cuando se introducen en la vida y operan en ella, o sea, si se hacen presentes activamente en la economía. Y en la política, en la vida social, en la ciencia.”

Después de un momento añadí: “Piensa en lo que pasa cuando los espirituales se desentienden de la economía y no la logran transformar. Es la economía la que los transforma a ellos. Piensa que todas las religiones se han distorsionado y convertido en verdaderas caricaturas de lo espiritual, cuando se han dejado determinar por sistemas económicos y políticos carentes de valores, injustos, insolidarios, mezquinos. Terminan al servicio de esos sistemas y de sus poderes, absolutamente incapaces de transformarlos, de convertirlos, de ponerlos al servicio de las personas. Ahí sí, cuando el espíritu carece de fuerza, ahí lo moral, lo cultural y lo espiritual se convierten en superestructuras, determinadas por la estructura económica, como decía Marx el materialista. Cuando nuestras fuerzas éticas, ideales y espirituales son débiles, es la economía desprovista de valores lo que nos determina y comanda.”

Me quedé pensando que me faltó decir a mi amigo que, en realidad, lo esencial, lo trascendente, no es la economía por sí misma, sino lo que ella significa para las personas: lo que nosotros hacemos en la economía, y lo que la economía hace en nosotros.

Y debí explicarle que ésta es la razón por la que no me convence el ‘estado de bienestar’ ni un estado fuerte que atiende las necesidades de los individuos concebidas como ‘derechos’ socio-económicos; porque así es como se generan dependencias y atrofias de la creatividad y la autonomía, inhibiéndose el desarrollo de las capacidades de las personas para hacer frente a sus necesidades, aspiraciones y proyectos. 

Y es por lo mismo que, en mis trabajos sobre la economía de solidaridad, analizo ampliamente las dificultades y problemas que es preciso considerar cuando se realizan donaciones; porque éstas pueden no solamente generar dependencias sino también la desvalorización de lo que se recibe, sin percibirse que esos bienes y servicios recibidos gratuitamente han tenido costos para otros, que los beneficiarios no aprecian ni asumen ni agradecen. 

De hecho, contrariamente a lo que muchos sostienen, pienso que el estado y las instituciones caritativas son en gran medida reproductores de la pobreza, al hacer que un porcentaje elevado de la población subsista en la precariedad, en base a los beneficios, subsidios y servicios de baja calidad que proporcionan.

Luis Razeto

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