Un
amigo de alta espiritualidad a quien aprecio mucho, me preguntó por
qué me intereso tanto en la economía. La pregunta escondía un
cierto reproche por darle demasiada importancia a lo que sería de
menor valor que la filosofía y el conocimiento, el arte y la poesía,
la religión y la espiritualidad.
Se
asombró que le dijera – en una reacción algo brusca de mi parte -
que para mí la economía es más importante que todo aquello que él
valoraba como digno y merecedor de la más alta atención. “Y no es
que yo menosprecie la filosofía, el arte y la espiritualidad”
–agregué suavizando el tono al notar cierto disgusto en su rostro.
“Entiendo
– me dijo -, te preocupa la pobreza. Por eso la economía
solidaria.”
"Superar
la pobreza - repliqué - es una consecuencia importante; pero no es lo
esencial. Ni siquiera en la economía solidaria. Lo esencial es la
economía.”
“¿No
estarás pensando – me dijo – en la vieja teoría marxista según
la cual lo económico es la estructura, y la cultura, las ideas, los
valores, el arte y la religión son solamente superestructuras,
determinadas y dependientes de lo que sucede al nivel económico?”
“No
– le dije -. Exactamente al contrario, pienso que la economía
depende fuertemente de las ideas, de los valores, de las motivaciones
y energías morales y espirituales.
Después
de un momento de reflexión me preguntó: “Pero, entonces, ¿por qué no
te concentras en aquello que sabes que es lo más importante y
decisivo?
“¡Es
lo que hago! - le respondí con énfasis. – Todo mi esfuerzo se
orienta a introducir valores, belleza, verdad, amor, espiritualidad,
en la economía, o sea en el trabajo, en el consumo, en las
relaciones sociales, en la toma de decisiones. Porque, fíjate que la
actividad cotidiana, el día a día, el año a año, durante toda la
vida, de todos los seres humanos, se desenvuelve básica y
principalmente en estos ámbitos de la economía, donde satisfacemos
nuestras necesidades, aspiramos a realizarnos, desplegamos nuestras
iniciativas y proyectos tendiendo a ser más que lo que somos. Y es
en la economía donde nos hacemos útiles a la sociedad y servimos a
los demás, trabajando, produciendo, consumiendo.”
Mi
amigo se quedó pensando, dudando. Trató de rebatir, pero me
apresuré y agregué:
“No
creo en la espiritualidad de personas que consumen inmoderadamente;
que dirigen empresas injustas; que trabajan con desgano porque no les
pagan lo que quisieran. La espiritualidad, la ética, los valores, la
verdad, el amor, que no se traduzcan y manifiesten concretamente en
el modo en que satisfacemos nuestras necesidades, en la forma en que
trabajamos, en nuestras iniciativas y proyectos ...; esa ética, esos
valores, no son verdaderos, porque no han calado hondo en nuestra
vida real y concreta.
Mi
amigo, a la defensiva: “Es que la economía es así, y tenemos que
vivir correctamente a pesar de ella”
Le
respondí: “Si la economía en la que estamos inmersos carece de
valores superiores, y es individualista, injusta, mentirosa y
materialista, nuestras vidas y nuestra conciencia, también tenderán
a serlo. Por eso, hay que transformar y perfeccionar la economía,
con la fuerza de la ética, del conocimiento, del arte, de la
espiritualidad. Pero, como es obvio, éstas energías superiores sólo
transforman y perfeccionan cuando se introducen en la vida y operan
en ella, o sea, si se hacen presentes activamente en la economía. Y
en la política, en la vida social, en la ciencia.”
Después
de un momento añadí: “Piensa en lo que pasa cuando los
espirituales se desentienden de la economía y no la logran
transformar. Es la economía la que los transforma a ellos. Piensa
que todas las religiones se han distorsionado y convertido en
verdaderas caricaturas de lo espiritual, cuando se han dejado
determinar por sistemas económicos y políticos carentes de valores,
injustos, insolidarios, mezquinos. Terminan al servicio de esos
sistemas y de sus poderes, absolutamente incapaces de transformarlos,
de convertirlos, de ponerlos al servicio de las personas. Ahí sí,
cuando el espíritu carece de fuerza, ahí lo moral, lo cultural y lo
espiritual se convierten en superestructuras, determinadas por la
estructura económica, como decía Marx el materialista. Cuando
nuestras fuerzas éticas, ideales y espirituales son débiles, es la
economía desprovista de valores lo que nos determina y comanda.”
Me
quedé pensando que me faltó decir a mi amigo que, en realidad, lo
esencial, lo trascendente, no es la economía por sí misma, sino lo
que ella significa para las personas: lo que nosotros hacemos en la
economía, y lo que la economía hace en nosotros.
Y
debí explicarle que ésta es la razón por la que no me convence el
‘estado de bienestar’ ni un estado fuerte que atiende las
necesidades de los individuos concebidas como ‘derechos’
socio-económicos; porque así es como se generan dependencias y
atrofias de la creatividad y la autonomía, inhibiéndose el
desarrollo de las capacidades de las personas para hacer frente a sus
necesidades, aspiraciones y proyectos.
Y es por lo mismo que, en mis
trabajos sobre la economía de solidaridad, analizo ampliamente las
dificultades y problemas que es preciso considerar cuando se realizan
donaciones; porque éstas pueden no solamente generar dependencias
sino también la desvalorización de lo que se recibe, sin percibirse
que esos bienes y servicios recibidos gratuitamente han tenido costos
para otros, que los beneficiarios no aprecian ni asumen ni agradecen.
De hecho, contrariamente a lo que muchos sostienen, pienso que el
estado y las instituciones caritativas son en gran medida
reproductores de la pobreza, al hacer que un porcentaje elevado de la
población subsista en la precariedad, en base a los beneficios,
subsidios y servicios de baja calidad que proporcionan.
Luis
Razeto
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