Economía
de solidaridad es un concepto que si bien apareció hace pocos
años está ya formando parte de la cultura latinoamericana. Cuando
empezamos a usar esta expresión y en 1984 publiqué el
libro Economía de solidaridad y mercado democrático, pude
observar la sorpresa que provocaba asociar en una sola expresión los
dos términos. Las palabras "economía" y "solidaridad",
siendo habituales tanto en el lenguaje común como en el pensamiento
culto, formaban parte de "discursos" separados. "Economía",
inserta en un lenguaje fáctico y en un discurso científico;
"solidaridad", en un lenguaje valórico y un discurso
ético. Rara vez aparecían los dos términos en un mismo texto,
menos aún en un solo juicio o razonamiento. Resultaba, pues, extraño
verlos unidos en un mismo concepto.
La
separación entre la economía y la solidaridad radica en el
contenido que suele darse a ambas nociones. Cuando hablamos de
economía nos referimos espontáneamente a la utilidad, la escasez,
los intereses, la propiedad, las necesidades, la competencia, el
conflicto, la ganancia. Y aunque no son ajenas al discurso económico
las referencias a la ética, los valores que habitualmente aparecen
en él son la libertad de iniciativa, la eficiencia, la creatividad
individual, la justicia distributiva, la igualdad de oportunidades,
los derechos personales y colectivos. No la solidaridad o la
fraternidad; menos aún la gratuidad.
Podemos
leer numerosos textos de teoría y análisis económico de las más
variadas corrientes y escuelas sin encontrarnos nunca con la
solidaridad. A lo más, comparece en ocasiones la palabra
cooperación, pero con un significado técnico que alude a la
necesaria complementación de factores o intereses más que a la
libre y gratuita asociación de voluntades. Una excepción a esto se
da en el discurso y la experiencia del cooperativismo; pero éste,
confirmando lo dicho, ha encontrado grandes dificultades para hacer
presente su contenido ético y doctrinario al nivel del análisis
científico de la economía. Charles Guide expresó muy bien esta
ausencia ya en 1921 en un célebre artículo titulado
precísamente Por qué los
economistas no aman la cooperación.
Algo
similar nos ocurre cuando hablamos de la solidaridad. La idea de
solidaridad se inserta habitualmente en el llamado ético y cultural
al amor y la fraternidad humana, o hace referencia a la ayuda mutua
para enfrentar problemas compartidos, a la benevolencia o generosidad
para con los pobres y necesitados de ayuda, a la participación en
comunidades integradas por vínculos de amistad y reciprocidad. Este
llamado a la solidaridad, enraizado en la naturaleza humana y siendo
por tanto connatural al hombre cualquiera sea su condición y su modo
de pensar, ha encontrado sus más elevadas expresiones en las
búsquedas espirituales y religiosas, siendo en el mensaje cristiano
del amor donde la solidaridad es llevada a su más alta y sublime
valoración.
Sin embargo,
desde la ética del amor y la fraternidad la relación con la
economía no ha sido simple ni carente de conflictos. Como en las
actividades económicas prima el interés individual y la
competencia, la búsqueda de la riqueza material y del consumo
abundante, quienes enfatizan la necesidad del amor y la solidaridad
han tendido a considerar con distancia y a menudo sospechosamente la
dedicación a los negocios y actividades empresariales. Desde el
discurso ético, espiritual y religioso lo común ha sido establecer
respecto de esas actividades una relación "desde fuera":
como denuncia de las injusticias que se generan en la economía, como
ejercicio de una presión tendiente a exigir correcciones frente a
los modos de operar establecidos, o bien en términos de acción
social, como esfuerzo por paliar la pobreza y la subordinación de
los que sufren injusticias y marginación, a través de actividades
promocionales, organizativas, de concientización, etc.
La
realización de actividades económicas en primera persona, la
construcción y administración de empresas, con dificultad y por
pocos ha sido percibida como un modo de actuación práctica del
mensaje cristiano, como una vocación peculiar en la cual puedan
concretizarse los valores, principios y compromisos evangélicos. Se
ha destacado sí el contenido ético y solidario del trabajo, pero al
hacerlo no se ha tenido suficientemente en cuenta que el trabajo es
sólo una parte de la actividad económica y no puede realizarse sino
inserto en organizaciones y estructuras económicas; de hecho la
valoración positiva del trabajo a menudo fué presentada junto a
enunciados críticos sobre la empresa y la economía en que se
desenvuelve.
Es así que por
mucho tiempo los llamados a la solidaridad, la fraternidad y el amor
han permanecido exteriores a la economía misma. Hemos comprobado
esta distancia en la acción social que instituciones cristianas
realizan entre los pobres, que si bien dan lugar a verdaderas
organizaciones económicas, difícilmente son reconocidas como tales.
A menudo se hace necesario un esfuerzo consciente para superar las
resistencias que ponen muchos de los más comprometidos con esas
experiencias a considerarlas como no puramente coyunturales o de
emergencia sino como un modo permanente de hacer economía de manera
solidaria.
Muchas de esas
resistencias se han ido superando entre nosotros desde que S.S. Juan
Pablo II en su viaje a Chile y Argentina en 1987, y especialmente en
su discurso ante la CEPAL, voceó y difundió con fuerza la idea de
una "economía de la solidaridad" en la cual -dijo-
"ponemos todos nuestras mejores esperanzas para América
Latina". Tal llamado fué fundamental en la difusión e
incorporación a la cultura latinoamericana de la idea de una
economía de solidaridad; pero el contenido de ella permanece
indeterminado e impreciso para muchos. El enunciado del pontífice no
proporciona suficientes elementos como para llenar de contenido una
idea de la cual se esperan tantas realizaciones. Poner unidas en una
misma expresión la economía y la solidaridad aparece, pues, como un
llamado a un proceso intelectual complejo que debiera desenvolverse
paralela y convergentemente en dos direcciones: por un lado, se trata
de desarrollar un proceso interno al discurso ético y axiológico,
por el cual se recupere la economía como espacio de realización y
actuación de los valores y fuerzas de la solidaridad; por otro, de
desarrollar un proceso interno a la ciencia de la economía que le
abra espacios de reconocimiento y actuación a la idea y el valor de
la solidaridad.
Si quieres conocer más
A manera empirica se puede demostrar la existencia de una economia basada en la solidaridad en los pueblos andinos del PERU - CUSCO, esto segun la dinamica de los emprendimientos rurales basados en la asociatividad campesina ... para salir de su ambito de subsistencia .. salduso profesor
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