"Podemos
comparar la Producción con una muchacha a la que persigue un amante
apático, el Consumo; la distancia entre ellos es la Acumulación: el
ritmo de aumento de las existencias; si este margen es demasiado
grande, la Producción debe reducir el paso esperando que el Consumo
la alcance; pero cuando ella acorta el paso, él lo acorta aún más,
es decir, que la distancia no se reduce en la proporción que ella
desea; ella reduce más el paso y él igual, hasta que finalmente los
dos se arrastrarán a un paso tan lento que no le quedará otro
remedio a él que ganar un poco de terreno". (Kenneth
E. Boulding. Principios
de Política Económica.
Madrid, Aguilar, 1963, página 67.)
El
tema de la 'sobreproducción' reaparece cada cierto tiempo en los
debates económicos. Ello ocurre especialmente en los períodos de
crisis, porque las crisis son procesos directamente asociados al
fenómeno de la sobreproducción. Es así que la cuestión ha vuelto
a estar de actualidad. Con nuestra Teoría Económica Comprensiva
podemos contribuir a un mejor, más amplio y más profundo
conocimiento del fenómeno, y descubrir modos nuevos de enfrentarlo.
Naturalmente, debemos comenzar el análisis del tema con lo que ya
han establecido las concepciones económicas convencionales.
La
'sobreproducción' parece ser el más grande de los problemas en la
economía contemporánea. Significa, en concreto, que se producen más
bienes y servicios que los que son demandados o que pueden ser
vendidos en el mercado a precios que cubran los costos y generen
alguna utilidad. La sobreproducción -entendida a menudo como un
fenómeno coyuntural en cuanto se la reduce a un exceso de stock de
mercancías que no se venden- se verifica asociada a un fenómeno
mucho más amplio y general, estructural y permanente, que es el
verdadero asunto implicado en la sobreproducción: una parte de la
capacidad productiva instalada (de los recursos y factores
productivos existentes, incluidas la capacidad de trabajo, la
disponibilidad de financiamientos, de tecnologías, de recursos
naturales, de las capacidades empresariales y gestionarias, etc.)
permanece desocupada, inactiva.
La
otra cara de la sobreproducción es la pobreza (relativa). Pues es lo
mismo decir que hay exceso de oferta y de capacidades productivas
(sobreproducción), que afirmar que hay escasez de demanda y de
capacidad de compra (subconsumo). En efecto, existiendo capacidad de
producir abundantes bienes y servicios, la demanda de ellos no se
verifica, y los bienes y servicios no se producen ni llegan a quienes
los necesitan. Una porción significativa de la fuerza de trabajo
permanece desocupada porque no hay suficiente demanda de los bienes y
servicios que pudieran producirse con tal fuerza de trabajo. La
desocupación y la pobreza, en efecto, se manifiestan acentuadas
cuando existen abundantes recursos inactivos, desaprovechados, y
muchos bienes y servicios que pudiendo ser producidos no son
demandados por una población que carece del indispensable poder de
compra.
Cuado
se acentúa el fenómeno de la sobreproducción se detiene el
crecimiento económico, pues no tiene sentido continuar incrementando
la producción, invirtiendo en nuevas empresas, contratando fuerza de
trabajo, etc. si no habrá demanda para esa producción aumentada. La
sobreproducción, que se acentúa y agudiza periódicamente, conlleva
crisis, recesión, desempleo, sub-inversión.
Para
explicar el fenómeno de la sobreproducción, los economistas
neo-clásicos afirman que los mercados tienden espontáneamente al
equilibrio entre la oferta y la demanda, cuando operan en libre
competencia y no existen interferencias que distorsionen el sistema
de precios. Según ellos, entonces, la sobreproducción sería una
manifestación de imperfecciones en el mecanismo regulador automático
del mercado, esto es, en el sistema de precios. Imperfecciones que en
gran parte serían consecuencia de las intervenciones de la autoridad
política y de regulaciones jurídicas que distorsionan la libre
asignación y movilidad de los factores. Las crisis de
sobreproducción ocurrirían simplemente porque, cuando se instala el
desequilibrio entre oferta y demanda, el propio mercado tiende a
corregirlo, haciendo disminuir la demanda y/o contrayendo la
inversión y la oferta. Pero esta contracción económica seria
transitoria, pues restablecido el equilibrio la economía continuaría
con su ritmo ascendente. El mecanismo regulador principal sería la
tasa de interés del dinero, que operaría de manera perfecta si ella
fuera establecida exclusivamente por el funcionamiento del mercado
mismo.
Esta
concepción neo-clásica no corresponde a lo que realmente ocurre, en
cuanto se basa en un supuesto erróneo fácil de identificar. La
economía del equilibrio neo-clásico se basa en el supuesto de que
el mercado opera con 'recursos dados'. Si los recursos, o mejor, los
factores productivos permanecen constantes, el sistema de precios
hará que todos ellos sean ocupados con eficiencia, en niveles de
precios tales que todos los bienes y servicios producidos serán
demandados oportunamente. Operando en esas condiciones, el único
incremento de la oferta y de la demanda sería consecuencia del
aumento de la eficiencia y de la productividad, que impactarán
simultáneamente a la oferta y a la demanda, que se mantendrían en
un equilibro dinámico.
Pero
es necesario asumir el hecho esencial de que permanentemente se
están creando nuevos y más abundantes recursos y factores
productivos. Es cierto que, al mismo tiempo que aumentan los
recursos se incrementan también las necesidades humanas. ¿Por qué
entonces no se mantiene dinámicamente el equilibrio entre la oferta
y la demanda, mediante el operar espontáneo del mercado y su
mecanismo regulador que son los precios? Pues, porque la competencia
entre los productores y la consiguiente innovación tecnológica (que
permite producir con menor dotación de fuerza laboral) van
desplazando y sacando del mercado a los productores y a los recursos
menos eficientes, quedando en el mercado los más dinámicos y
eficientes, que junto con su propio crecimiento dan lugar a una
progresiva concentración de los ingresos. En esta dinámica
concentradora y excluyente, los productores aumentan sus capacidades
de inversión a un ritmo que supera la capacidad de los consumidores
de incrementar su demanda de bienes y servicios.
Es
así que, contrariamente a lo que sostienen los neo-clásicos, la
intervención del Estado en la economía - expandiendo el gasto
público, incrementando la emisión monetaria, reduciendo la tasa de
interés, estableciendo impuestos, fijando salarios mínimos,
generando inflación de precios, redistribuyendo la riqueza mediante
subsidios, y con cualquier otro mecanismo que fortalezca la demanda
-, contribuye a disminuir la sobreproducción.
Conviene
detenernos a examinar con algún detalle todo lo que se ha hecho,
desde la 'gran crisis' de 1930 hasya hoy, para enfrentar el problema
de la sobreproducción.
-
Políticas de economía estatal y gasto público.
-
Las guerras y las carreras armamentistas, que generan una enorme expansión de la demanda de bienes y servicios (aunque sean males y prejuicios, pero que movilizan muchos recursos y activan la producción y las inversiones).
-
El Estado de bienestar, esto es, la impresionante expansión de los servicios públicos, de educación, salud, seguridad, protección social, viviendas sociales, empleos de emergencia, jpensiones de varios tipos, etc. financiados por el Estado.
-
La expansión de las burocracias, que hacen del Estado y de las instituciones públicas de todo nivel, gigantescos demandantes de bienes y servicios (aunque muchos de ellos no sean necesarios), y que dan lugar a una enorme cantidad de empleados fiscales, municipales, etc. con poder de compra.
-
Numerosos incentivos y subsidios al consumo y la demanda de bienes y servicios determinados, que en tal modo resultan más económicos y a menor precio para los consumidores. Cuando estos incentivos y subsidios se amplifican y extienden en el tiempo, se las considera políticas económicas 'populistas'.
-
Corrupción, despilfarro, ineficiencia, que tienen el efecto de reducir la sobreproducción al desviar y destruir recursos productivos y aumentar la demanda de bienes y servicios tanto en el propio Estado como en el mercado.
-
Políticas de mercado y gasto privado.
-
Incremento del crédito de consumo, tanto por bancos, casas comerciales y tarjetas de crédito. Los niveles de endeudamiento de los consumidores vienen siendo crecientes y llegan a muy elevados niveles, adelantando en varios meses e incluso años los ingresos esperados por los consumidores.
-
Créditos hipotecarios y con garantías en activos de todo tipo, que permiten generar flujos de dinero y poder de compra a las empresas y a todos los agentes económicos, por un monto prácticamente equivalente al valor de la riqueza y/o patrimonio acumulado por ellos. La hipoteca de una propiedad o la garantía de créditos mediante un paquete de acciones, o cualquier otro activo, genera a su propietario un monto de ingresos disponibles para comprar, que es equivalente al valor de esa propiedad o de esas acciones.
-
Incentivos al crédito, mediante la reducción de la tasa de interés de política monetaria (Bancos Centrales).
-
Exacerbación de la demanda a través de la publicidad, a la cual se destina un porcentaje enorme de los recursos de las empresas. Mediante el mismo medio, se crean artificialmente nuevas necesidades en los consumidores (el fenómeno conocido como 'consumismo').
-
Reducción de la 'vida útil' de los bienes y servicios, de modo que los consumidores se vean ante la necesidad de recomprar para reponer los bienes y servicios que han adquirido poco antes y que ya no les sirven.
-
Acortamiento de la jornada laboral, así como de la vida laboral de las personas, mediante el aumento de los años de escolaridad obligatoria y la disminución de la edad de pensionamiento.
-
Políticas nacionalistas de mercado internacional.
-
Fijación de aranceles y de otros gravámenes y exigencias (comerciales, ambientales, laborales, etc.) que gravan las importaciones, de modo de defender la producción nacional restringiendo las importaciones de productos extranjeros y orientando la demanda interna hacia la producción nacional.
-
Ampliación de los mercados externos para la producción nacional, incluyendo políticas de promoción, tratados de libre comercio entre países, acuerdos de complementación, etc.
-
Devaluación de la moneda local respecto de la divisa internacional, con lo que se espera reducir las importaciones e incrementar las exportaciones.
-
Guerras comerciales y de monedas, que son el resultado de la exacerbación de las mencionadas políticas nacionales, ejecutadas simultáneamente por los distintos países o grupos de países.
Como
puede apreciarse por esta impresionante lista de acciones y de
políticas tendientes a enfrentar la sobreproducción, es enorme la
importancia que tiene y que ha adquirido este problema en la época
moderna. Prácticamente todas las políticas económicas están
dedicadas a enfrentarlo. Y es decisivo comprender como, después de
la aplicación tan amplia y sistemática de estas políticas, que han
permitido con bastante éxito incrementar la demanda y favorecer el
crecimiento económico durante décadas, en la actualidad -en la
actual 'gran crisis' que estamos viviendo a nivel global- las mismas
políticas y acciones ya no sirven, o han perdido gran parte de su
eficacia, dado que el fenómeno de la sobreproducción (y de la
escasez relativa de la demanda) ha continuado creciendo y
acentuándose incluso en el contexto de esas políticas con las que
se ha pretendido controlarla.
En
efecto, en los últimos episodios de crisis y sobre todo en la actual
crisis económica global, se ha acentuado la aplicación de
prácticamente todas las mencionadas políticas tendientes a
estimular el gasto público y privado; pero ya la demanda apenas
reacciona débilmente y por tiempos cada vez más cortos, sin que
pueda observarse una verdadera recuperación del consumo, de la
producción y del empleo. Con la excepción de algunos pocos países
que mantienen sus finanzas públicas en equilibrio y sin déficits
estructurales acentuados, pareciera que se han agotado los recursos
disponibles para impulsar el gasto y el consumo.
Pues
estas políticas que incentivan la demanda -llamadas genéricamente
keynesianas aunque no todas se funden en esa corriente económica-,
no pueden terminar con el fenómeno estructural de la sobreabundancia
de capacidades y fuerzas productivas, aunque la reducen y en períodos
breves de tiempo pueden dar la sensación de que el fenómeno quede
superado. Ello porque, en definitiva, el déficit público que pueden
sostener las economías nacionales es limitado, como limitada es la
capacidad de endeudamiento de las empresas, de los consumidosres y de
cualquier otro agente económico. En particular, los impuestos no
pueden incrementarse hasta el punto que terminen con el incentivo de
las utilidades y tornen no competitivas a las nuevas inversiones; el
gasto público no puede aumentarse hasta el punto que genere un
déficit fiscal que obligará a contraer la economía en el futuro;
las políticas de estímulo monetario no pueden llevarse a un nivel
que produzcan una inflación que termine reduciendo el poder de
compra de las remuneraciones, que castiguen el ahorro y que
entorpezcan que el dinero cumpla sus importantes funciones.
En
síntesis, el límite en la acción del Estado contra la
sobreproducción está dado por el hecho que las mencionadas
políticas no pueden acentuarse demasiado ni por períodos muy
prolongados de tiempo, pues ello tendría como efecto una reducción
de la producción en el mediano y largo plazo, con la secuela de
consecuencias negativas que ello conllevaría.
Pero
a la base de ello y más allá de ello, lo que explica este
debilitamiento de la eficacia de todas estas políticas tendientes a
incrementar la demanda para paliar la crisis de sobreproducción, es
el hecho que el incremento de las capacidades productivas durante las
últimas décadas ha sido tan elevado y acelerado, que ha sobrepasado
el ritmo también elevado y acelerado de incremento de la demanda que
se ha podido alcanzar mediante los incentivos y estímulos que se han
aplicado sistemáticamente durante décadas. Y es que, en definitiva
y en último término, también la demanda inducida, artificialmente
o no, por las políticas de gasto público, monetarias, comerciales y
de créditos, deben finalmente ser solventadas con ingresos reales,
por más diluidos en el tiempo y socializados por la inflación que
se haya logrado. Y cuando ya los déficit del sector público son
excesivos, y cuando también se han exagerado los créditos y las
emisiones monetarias, todos esos instrumentos para aumentar la
demanda terminan agotándose y/o perdiendo eficacia.
Pero
esto no es lo más grave. Hay dimensiones o aspectos nuevos del
problema actual de la sobreproducción, que no tienen antecedentes
históricos, y que lo convierten en el más grande desafío que
deberá enfrentar la humanidad en los próximos tiempos.
Un
primer aspecto que hace hoy del problema de la sobreproducción algo
inédito y de dificilísima superación, consiste en que en todos
estos años en que se acentuaron las políticas de estímulo a la
demanda y en que se exacerbó la competencia entre las grandes
empresas y los distintos países y regiones del mundo por colocar los
productos en el mercado, la producción experimentó un crecimiento
impresionante. Un crecimiento tal que está encontrando sus límites
ya no sólo económicos sino incluso físicos, en el agotamiento del
petróleo y otros recursos fundamentales, en el deterioro del medio
ambiente y de los equilibrios ecológicos, en el cambio climático y
el calentamiento global, por mencionar los más relevantes. Así, por
ejemplo, si el petróleo se agota o experimenta un incremento
acelerado de su precio, quedarán innumerables actividades
productivas paralizadas. Lo mismo ocurrirá si los deterioros
ambientales obligan a las sociedades y los Estados a establecer
efectivas exigencias de control de emisiones contaminantes y a fijar
nuevos estándares de impacto ambiental a las inversiones.
Un
segundo aspecto que tiende a agravar el problema consiste en que
parece haberse llegado, respecto a numeros tipos de bienes y
servicios y para una porción importante de la población, a un nivel
de consumo tal que en vez de satisfacer las necesidades, generar
bienestar y mejorar la calidad de vida, se está dando lugar a una
saturación del consumo, de modo que su incremento tiene efectos
indeseados. Algunos ejemplos: es tanta la cantidad de automóviles
que su incremento dificulta el transporte en vez de mejorarlo. Es
tanta la producción de informaciones que su recepción obstaculiza
la adecuada toma de decisiones en vez de facilitarla. Son tantas las
atenciones médicas que su incremento termina creando enfermedades
nuevas y aumentando la cantidad de días en que las personas son
declaradas enfermas. Es tanta la cantidad de artefactos del hogar que
agregar otros implica un deterioro de la vida doméstica. Y así en
muchos otros casos. Puede decirse, además, que buscándose
incrementar la demanda de bienes y servicios para dar cabida al
crecimiento de la producción, se ha generado el fenómeno del
consumismo, en que muchos bienes y servicios ya no corresponden a una
real satisfacción de necesidades. Se dirá que tal consumismo y tal
saturación del consumo no afecta a toda la población. Es cierto,
pero lo que importa en términos del mercado no es la satisfacción
de las necesidades humanas sino la satisfacción de la demanda
solvente, aquella que puede pagar por los bienes y servicios que se
le ofrecen.
Tan
serios son estos problemas y se difunden tan rápidamente, que se
están fortaleciendo los movimientos ciudadanos y las propuestas
académicas que plantean la necesidad de detener el crecimiento
económico y de reducir los niveles de consumo, promoviendo formas de
vida más sencillas. Pudiéndose por cierto discutir que tales sean
caminos apropiados para enfrentar los problemas, lo cierto es que el
dilema que se plantea actualmente pareciera tornar imposible
enfrentar el fenómeno del sobreconsumo en los niveles que ha
alcanzado actualmente. Y es o será pronto en realidad imposible, en
el contexto de los modos de producir, de distribuir, de consumir y de
acumular, propios de la economía imperante.
¿Es,
entonces, que se ha llegado al final, a una crisis sin retorno y sin
salida, y que no queda ya nada por hacer? Para responder debemos ir
al fondo del problema, a sus raíces, y desentrañar sus 'causas
últimas'.
Para
acceder a tal nivel de comprensión volvamos a la definición inicial
que nos llevó a poner la sobreproducción y la pobreza (relativa)
como las dos caras de un mismo fenómeno. Observamos que la
sobreproducción es el fenómeno visto desde el lado de los
productores, que afirman: “No podemos vender todo lo que
producimos”. La pobreza es el mismo fenómeno, pero visto desde el
lado de los consumidores: “No podemos comprar todo lo que
necesitamos”. Desde ambos lados, el punto crucial es el precio de
los bienes y servicios que se compran y venden: si para aumentar las
ventas se reduce el precio de los bienes, los productores no cubren
los costos de producción ni obtienen las utilidades esperadas de su
inversión. Y si los precios no se reducen, o aún peor, aumentan con
el objeto de mantener las utilidades de los productores, los ingresos
de los consumidores no alcanzan para sostener la demanda en sus
niveles actuales.
Así
planteado el problema, se presenta como una cuestión propia del
mercado de intercambios, donde todos los factores, bienes y servicios
se intercambian por dinero, asumiendo un determinado precio. En este
contexto, lo que explica en último término la sobreproducción es
lo mismo que explica sus causas inmediatas: la competencia, la
innovación tecnológica, el incremento de los recursos y capacidades
productivas. Y es el hecho que, en el mercado de intercambios la
actividad productiva, la creación de valor económico, está siempre
supeditada a la obtención de ganancias monetarias (lo que en cierto
lenguaje crítico suele llamarse el 'afán de lucro'), lo cual
implica que el empresario (el organizador de la actividad productiva)
debe pagar a los aportadores de factores que contrata, y en especial
a la fuerza de trabajo, menos de lo que ellos producen. Al obtener
menos ingresos destinados al consumo, que los que se destinan a la
acumulación, el equilibrio entre oferta y demanda no puede
alcanzarse.
En
efecto, la sumatoria de los ingresos de los aportadores de factores,
más los impuestos obtenidos por el Estado, constituyen el total de
los dineros disponibles para el consumo; pero los ingresos del
productor son mayores a dicho monto global destinado al consumo, lo
que permite a los productores acumular e invertir, haciendo crecer
las capacidades productivas a un ritmo mayor que el crecimiento de
las capacidades de consumo. Esta es la disparidad que, después, las
dinámicas de redistribución de la riqueza actuados por el Estado
morigeran y reducen; pero nunca podrán disminuir la disparidad hasta
el punto de anular las ganancias de los productores, pues en tal caso
éstos simplemente dejarían de producir al carecer de incentivos
para hacerlo.
Si
es así, la única forma de terminar con la sobreproducción
(agotados los medios 'convencionales' mencionados), sería que un
determinado porcentaje de los productores renunciara a las ganancias,
instaurando en consecuencia la gratuidad en la producción. En
realidad, para que el fenómeno de la sobreproducción desaparezca,
sería necesario que la capacidad productiva excedentaria, esto es,
los factores productivos que permanecen actualmente desocupados por
carecer de la demanda en el mercado que los ponga en operación,
decidan autoconsumir y donar la producción que ellos puedan
realizar, para satisfacer las necesidades propias y las de
consumidores que no tienen capacidad de pagar los bienes y servicios
en cuestión.
Obviamente,
esto parece ser y en realidad es una utopía. Sin embargo, no lo es
completamente, pues autoconsumo, donaciones y gratuidad en la
economía existen. De hecho, existen en mayor proporción de lo que
se cree habitualmente. ¿Dónde? Pues, en la economía doméstica, en
la economía de comunidades, en la economía institucional de
donaciones, en la economía de cooperación, mutualismo y ayuda
mutua, en la economía de redes, en la economía de voluntariado, en
síntesis, en la economía solidaria.
Lo
que importa en relación con el análisis teórico que estamos
desplegando, es ante todo comprender por qué existen donaciones y
gratuidad en la economía. Una primera respuesta puede ser: porque en
los seres humanos, en los grupos y comunidades, en la sociedad en
general, existe solidaridad, esto es, capacidad de asumir como
propias las necesidades de otras personas y grupos; o dicho al revés,
porque las necesidades insatisfechas de otras personas motivan la
actividad económica (trabajo, donaciones, etc.) de quienes tienen
excedentes y pueden contribuir a satisfacerlas. Pero si vamos aún
más al fondo en la comprensión de las donaciones y de la gratuidad,
y accedemos a lo que podamos entender como sus 'causas últimas', nos
encontraremos con el fenómeno de la sobreproducción, o más
exactamente, con aquello que en último término da lugar al fenómeno
de la sobreproducción.
En
efecto, el fenómeno de la sobreproducción no es solamente un
problema del mercado, y descubrir sus causas más profundas nos lleva
a una cuestión antropológica que abarca todas las dimensiones de la
vida humana y que recorre la historia entera de la humanidad.. En
efecto, la sobreproducción es un hecho, una tendencia, una realidad
permanente, que se ha dado a lo largo de toda la historia de la
sociedad y del mercado. Siempre ha habido más capacidad de producir
que de vender lo que se produce; siempre ha habido capacidades
productivas que permanecen involuntariamente ociosas; y siempre en
consecuencia ha habido motivación para donar alguna parte de lo que
se puede producir de modo de satisfacer necesidades que no quedan
satisfechas por el mercado.
Es
que, en la raíz de la sobreproducción está el hecho que los seres
humanos, tanto como individuos y como grupos y comunidades, somos
intrínsecamente creativos, productivos, innovadores, volcados a
ampliar nuestro radio de acción, orientados a siempre nuevas,
mayores y mejores realizaciones y logros. En los circuitos económicos
de mercado, pero también más allá de ellos, en los ámbitos de las
actividades comunitarias, culturales, religiosas, científicas,
asociativas, recreativas, los individuos y las sociedades somos
fuente permanente de nuevos recursos, de factores productivos
potencialmente empleables en la economía, que buscan activamente ser
aprovechados.
Los
seres humanos somos también sujetos de necesidades, aspiraciones y
deseos crecientes, tanto a nivel individual como comunitario y
colectivo; necesidades, aspiraciones y deseos que se expanden a
medida que se avanza en su realización y satisfacción. En todo
momento queremos ser más que lo que somos, buscamos ampliar nuestras
experiencias. Así, creamos y empleamos siempre más recursos, más
bienes y servicios útiles para la satisfacción de estas
necesidades, aspiraciones y proyectos. Desarrollo de capacidades y
recursos, y satisfacción de las necesidades, son procesos que
interaccionan y se potencian recíprocamente.
Pero
en tal proceso de realización humana, a la vez productivo y
consumidor, la dimensión productiva se expande más rápidamente que
la dimensión del consumo. Dicho de otro modo, nuestras capacidades
creativas y productivas son más potentes que nuestras necesidades y
capacidades de consumo. Esta es la causa última de aquello que los
economistas, restringiendo el análisis a los circuitos de mercado,
han llamado 'sobreproducción' y 'subconsumo'. El fenómeno que
atraviesa al conjunto de la economía, la trasciende y abarca todas
las dimensiones de la experiencia humana.
Lo
podemos apreciar, por ejemplo, en las actividades cognitivas, en la
producción de conocimientos, en las actividades artísticas. La
cantidad de investigaciones científicas, de análisis sociales, de
ensayos filosóficos, de obras literarias, de obras pictóricas,
musicales, audiovisuales, etc., es muchísimo mayor que la
disposición que existe en la sociedad, no solamente a publicarlos y
exponerlos al público que pudiera interesarse en conocerlos, sino
que incluso pareciera ser mayor que la disposición que pueda existir
en toda la sociedad para leerlos, verlos y obtener de ellos los
aprendizajes y la gratificación que esas obras pudieran
proporcionar.
Por
ello, siempre habrá sobreproducción y subconsumo, en un proceso de
crecimiento de ambas: capacidades creativas y productivas por un
lado, necesidades y deseos por el otro. Es por esto que no son
convincentes ni apropiadas las propuestas del decrecimiento ni de
volver a formas más primitivas de vida y consumo. Y es por eso que
existen, han existido siempre y existirán en la sociedad, mecanismos
de mercado y de competencia entre los productores para acceder a una
demanda que inevitablemente tienen que estar permanentemente
conquistando, convenciendo, seduciendo.
Pero
si, como vimos, se ha llegado a un punto de saturación del consumo
de numerosos bienes y servicios, y al mismo tiempo se está
verificando el agotamiento de ciertos recursos y energías
indispensables para continuar el crecimiento, ¿qué significado
tiene ello respecto al desarrollo de la experiencia humana, en las
dos dimensiones esenciales de la creación y de la utilización de lo
creado? Y ¿qué ha de ocurrir tendencialmente? Y sobre todo ¿qué
se puede hacer?
Un
decrecimiento económico causado simultáneamente por una saturación
de la demanda y por el agotamiento de importantes recursos es, en
realidad, el más grave de los problemas que pudieran afectar a la
sociedad. Las manifestaciones más evidentes e inmediatas serían, un
grande y creciente desempleo de la fuerza de trabajo, y una fuerte y
progresiva disminución de la satisfacción de las necesidades de la
población. Estaríamos ante una gran depresión económica, que se
prolongaría en el tiempo hasta que se encontrara un nuevo punto de
equilibrio entre las disminuidas capacidades produtivas y las también
reducidas necesidades posibles de satisfacer. Antes de que tal
equilibrio se restableciera, es probable que la población humana se
hubiera tenido que contraer dramáticamente. Es el panorama desolador
que pronostican quienes temen que estamos ya iniciando el declive en
la capacidad de producción de petróleo antes que las nuevas fuentes
de energía se desarrollen suficientemente para sustituirlo.
No
es ése un destino inevitable. En realidad, tal perspectiva
catastrófica es inevitable -aunque no sabemos si a corto, mediano o
largo plazo- en el caso que se mantengan los actuales modos de
producción, de distribución y de consumo. Pero, provistos de la
Teoría Económica Comprensiva y en base a las experiencias de la
economía solidaria, podemos afirmar que otras formas de desarrollo
económico son posibles, en las que se desplieguen formas nuevas de
enfrentar los problemas de la sobreproducción y del subconsumo.
En
base a las experiencias de la economía solidaria podemos concebir y
proyectar diferentes maneras de ampliar el consumo de bienes y
servicios para satisfacer importantes necesidades individuales,
comunitarias y sociales, sin que tales necesidades sean
monetariamente 'solventes'. Así también es posible desplegar
diferentes maneras de activar recursos y factores productivos
desocupados, sin que para ello se requiera que la producción
resultante sea vendida a precios que cubran los costos y generen
utilidades monetarias a los productores. Entre tales iniciativas que
amplían el consumo y satifacción de las necesidades, y que dan
empleo productivo a recursos y factores desocupados, están todas
aquellas formas de producción que se basan en la asociación de las
personas poseedoras de recursos y factores productivos, dando lugar a
la creación de unidades económicas autónomas y asociativas. Muchas
de ellas crean su propia demanda, y se orientan a la satisfacción de
necesidades insatisfechas de sus propios integrantes y de las
comunidades locales circundantes.
La
Teoría Económica Comprensiva nos indica que existen y son posibles
modalidades de coordinación y articulación entre las ofertas y las
demandas, que proceden con lógicas distintas a las del mercado de
intercambios. Entre ellas, las más importantes son las que se
establecen en base a relaciones de donación, de reciprocidad, de
comensalidad y de cooperación. Examinemos brevemente de qué
modos ellas permiten enfrentar de modos nuevos el problema de la
sobreproducción y subconsumo.
Las
donaciones tienen el efecto inmediato de incrementar la demanda de
bienes y servicios, en cuanto orientadas a satisfacer las necesidades
de personas y grupos que no están en condiciones de solventarlas con
sus propios ingresos. Ocurre así aún cuando las donaciones se
realizan con dinero ya existente y disponible en el mercado, por la
sencilla razón de que las personas de menores ingresos, receptoras
de las donaciones, destinan una mayor parte de sus ingresos al
consumo, mientras que los donantes, normalmente personas de elevados
ingresos, inmovilizan parte de sus ingresos mediante el ahorro y/o la
inversión.
Que
las donaciones constituyen un eficaz modo de incrementar el consumo y
en consecuencia reducir la sobreproducción relativa, es algo que
demostramos analíticamente en el libro Crítica de la
Economía, Mercado Democrático y Crecimiento, Capítulo 4,
parágrafo 31, en que examinamos “La contribución de las
donaciones al crecimiento, por su impacto sobre la demanda agregada y
sobre la oferta agregada.”
Tal
como expuesto, este efecto de las donaciones se mantiene en el marco
del mercado de intercambios, y será más o menos significativo según
el volumen del desplazamiento de dineros y recursos desde los que
obtienen mayores ingresos hacia quienes los obtienen menores. Pero el
impacto de las donaciones y de la economía solidaria en general en
la superación del problema de la sobreproducción puede ser muy
superior e impactar la raíz o causa última del problema.
Pues,
en definitiva el problema es: ¿qué hacer con los recursos
productivos excedentarios? ¿Cómo canalizar las capacidades
creativas de las personas, los grupos, las comunidades, etc. que
quieren trabajar, producir, realizar obras que los expresen y
desarrollen? ¿Pueden estos recursos y capacidades, activarse y
producir bienes y servicios, cuando se prevé realistamente que no
encontrarán las correspondientes demandas solventes en el mercado?
Para
responder esta pregunta conviene observar y reflexionar sobre lo que
efectivamente hacen muchos individuos y grupos de personas, cuando
despliegan actividades creativas en las que buscan expresarse y
encontrar realización personal y comunitaria. Pensemos, por ejemplo,
en los artistas que componen canciones y las cantan ante sus
familiares y amigos; o en quienes comunican sus ideas a través de
las redes sociales; o en los orientadores espirituales que ofrecen
sus consejos a quienes en su entorno inmediato estén dispuestos a
escucharlos; y en los investigadores científicos y los escritores
que elaboran sus investigaciones y no encontrando acogida en las
revistas que las canalicen académicamente, las difunden a través de
medios informales que ellos mismos organizan.
Lo
primero que resalta en todos estos casos, es el hecho mismo de la
sobreabundancia de la producción artística, literaria, cultural,
religiosa y científica, relativamente a la limitada demanda de tal
producción de servicios y obras en los mercados, que llegan en
proporciones menores a través de los medios formales que las
difunden entre quienes están dispuestos a pagar los costos
implicados en tales actividades. Tantos poetas, artistas, escritores,
pensadores, científicos, religiosos, trabajan y realizan sus mejores
producciones cubriendo ellos mismos los costos implicados en su
actividad, y debiendo obtener el sustento que les permite vivir y
realizar aquellas obras, trabajando en otro tipo de actividades
rentables. La gratuidad con que se opera en estos ámbitos es un
fenómeno tan amplio y extendido que incluso a menudo se cuestiona el
hecho de que tales acciones y obras culturales sean procesadas a
través del mercado, y se pide para ellas una compensación que
permita cubrir los costos que ha significado su elaboración y su
difusión.
La
sociedad debiera preocuparse de favorecer la producción y
distribución de tales obras y servicios culturales y conviviales.
También pudiera favorecerse su demanda, aún cuando la exigencia de
gratuidad por parte de los interesados en recibir dichas obras y
servicios no siempre sea justificada. Pero lo más importante es
reconocer que la oferta generosa de esas obras y servicios por parte
de quienes están dispuestos a entregarlas gratuitamente, es la
expresión de que los seres humanos - especialmente los más
creativos y capaces de grandes obras -, tienen y sienten intensamente
la necesidad de realizarlas y de ofrecerlas a los demás, como
expresión de su propia vocación a ser más, a realizar sus propias
potencialidades, a proyectarse.
Cabe
observar que detrás de la reducida y a menudo distorsonada demanda
de muchos bienes y servicios culturales y conviviales, se hace
patente una verdadera atrofia de ciertas necesidades humanas
fundamentales, tanto de carácter cultural y espiritual como
relacional y comunitario, por parte de muchos; atrofia causada por el
excesivo énfasis puesto en la época moderna en el consumo de bienes
y servicios estandarizados, producidos industrialmente de modo
masivo, y promocionados con todos los medios disponibles,
precisamente con la intención de enfrentar el problema de la
sobreproducción.
Considerando
todo lo que hemos examinado hasta aquí, podemos concluir que
enfrentar el problema de la sobreproducción tal como se presenta en
la actualidad, requiere una consistente reorientación de la
producción, en cuanto a los tipos de bienes y servicios que se han
de producir, así como cambios profundos en las pautas de consumo y
en cuanto a las necesidades, aspiraciones y deseos de los
consumidores. Pues hay que hacer frente, también, a la cuestión de
los recursos no renovables y de las fuentes de energía que se
agotan, por un lado, y a la saturación del consumo de diversos tipos
de bienes y servicios que está afectando la calidad de vida.
El
enfrentaniento de estas situaciones críticas, que exigen una
perspectiva de desarrollo humano sustentable, es también algo
inherente y coherente con la economía solidaria. En efecto, ella
presenta particulares 'ventajas comparativas' en relación a la
satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos de carácter
relacional y cultural, que se satisfacen preferentemente mediante
servicios de proximidad y con actividades que involucran a los
propios sujetos de las necesidades, requiriendo menos bienes
producidos industrialmente, menos 'cosas y artefactos', y menor
consumo de energías materiales.
El
tema lo hemos abordado en profundidad en otras ocasiones, y no
podemos extendernos aquí en su análisis- Lo importante es, en todo
caso, comprender que el desarrollo de la experiencia humana en las
dos dimensiones involucradas en el problema de la sobreproducción, a
saber, la expansión de las necesidades, aspiraciones y deseos de las
personas y comunidades, y el despliegue de las capacidades creativas
de los seres humanos, forman parte esencial del proceso de desarrollo
sustentable tal como puede visualizarse desde la perspectiva de la
economía solidaria. En nuestra Teoría Económica Comprensiva hemos
elaborado, en particular, una nueva concepción teórica del consumo,
orientado hacia la mejor e integral satisfacción de las necesidades
humanas, con énfasis en las necesidades relacionales y conviviales,
así como en aquellas culturales y espirituales. Y hemos elaborado
también una teoría del desarrollo humano sustentable, que enfatiza
la creación y uso de los recursos y factores humanos,
intersubjetivos, comunitarios y sociales.
Parecen
ser estos que hemos aquí apenas esbozado, los principales caminos
que las condiciones actuales en que se presenta el problema de la
sobreproducción y el subconsumo, abren para el desarrollo de la
humanidad, en busca de nuevas y superiores realizaciones tanto a
nivel individual como comunitario y colectivo. Ello, es evidente, nos
orienta hacia la construcción de una nueva y superior
civilización, cuestión que podemos considerar como la gran
tarea histórica, epocal, del presente.
Luis
Razeto M.
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