martes, 10 de septiembre de 2019

¿QUÉ SE ENTIENDE POR SOBREPRODUCCIÓN, POR QUÉ SE GENERA, Y CÓMO PUEDE SUPERARSE?

"Podemos comparar la Producción con una muchacha a la que persigue un amante apático, el Consumo; la distancia entre ellos es la Acumulación: el ritmo de aumento de las existencias; si este margen es demasiado grande, la Producción debe reducir el paso esperando que el Consumo la alcance; pero cuando ella acorta el paso, él lo acorta aún más, es decir, que la distancia no se reduce en la proporción que ella desea; ella reduce más el paso y él igual, hasta que finalmente los dos se arrastrarán a un paso tan lento que no le quedará otro remedio a él que ganar un poco de terreno". (Kenneth E. Boulding. Principios de Política Económica. Madrid, Aguilar, 1963, página 67.)


El tema de la 'sobreproducción' reaparece cada cierto tiempo en los debates económicos. Ello ocurre especialmente en los períodos de crisis, porque las crisis son procesos directamente asociados al fenómeno de la sobreproducción. Es así que la cuestión ha vuelto a estar de actualidad. Con nuestra Teoría Económica Comprensiva podemos contribuir a un mejor, más amplio y más profundo conocimiento del fenómeno, y descubrir modos nuevos de enfrentarlo. Naturalmente, debemos comenzar el análisis del tema con lo que ya han establecido las concepciones económicas convencionales.

La 'sobreproducción' parece ser el más grande de los problemas en la economía contemporánea. Significa, en concreto, que se producen más bienes y servicios que los que son demandados o que pueden ser vendidos en el mercado a precios que cubran los costos y generen alguna utilidad. La sobreproducción -entendida a menudo como un fenómeno coyuntural en cuanto se la reduce a un exceso de stock de mercancías que no se venden- se verifica asociada a un fenómeno mucho más amplio y general, estructural y permanente, que es el verdadero asunto implicado en la sobreproducción: una parte de la capacidad productiva instalada (de los recursos y factores productivos existentes, incluidas la capacidad de trabajo, la disponibilidad de financiamientos, de tecnologías, de recursos naturales, de las capacidades empresariales y gestionarias, etc.) permanece desocupada, inactiva.

La otra cara de la sobreproducción es la pobreza (relativa). Pues es lo mismo decir que hay exceso de oferta y de capacidades productivas (sobreproducción), que afirmar que hay escasez de demanda y de capacidad de compra (subconsumo). En efecto, existiendo capacidad de producir abundantes bienes y servicios, la demanda de ellos no se verifica, y los bienes y servicios no se producen ni llegan a quienes los necesitan. Una porción significativa de la fuerza de trabajo permanece desocupada porque no hay suficiente demanda de los bienes y servicios que pudieran producirse con tal fuerza de trabajo. La desocupación y la pobreza, en efecto, se manifiestan acentuadas cuando existen abundantes recursos inactivos, desaprovechados, y muchos bienes y servicios que pudiendo ser producidos no son demandados por una población que carece del indispensable poder de compra.

Cuado se acentúa el fenómeno de la sobreproducción se detiene el crecimiento económico, pues no tiene sentido continuar incrementando la producción, invirtiendo en nuevas empresas, contratando fuerza de trabajo, etc. si no habrá demanda para esa producción aumentada. La sobreproducción, que se acentúa y agudiza periódicamente, conlleva crisis, recesión, desempleo, sub-inversión.

Para explicar el fenómeno de la sobreproducción, los economistas neo-clásicos afirman que los mercados tienden espontáneamente al equilibrio entre la oferta y la demanda, cuando operan en libre competencia y no existen interferencias que distorsionen el sistema de precios. Según ellos, entonces, la sobreproducción sería una manifestación de imperfecciones en el mecanismo regulador automático del mercado, esto es, en el sistema de precios. Imperfecciones que en gran parte serían consecuencia de las intervenciones de la autoridad política y de regulaciones jurídicas que distorsionan la libre asignación y movilidad de los factores. Las crisis de sobreproducción ocurrirían simplemente porque, cuando se instala el desequilibrio entre oferta y demanda, el propio mercado tiende a corregirlo, haciendo disminuir la demanda y/o contrayendo la inversión y la oferta. Pero esta contracción económica seria transitoria, pues restablecido el equilibrio la economía continuaría con su ritmo ascendente. El mecanismo regulador principal sería la tasa de interés del dinero, que operaría de manera perfecta si ella fuera establecida exclusivamente por el funcionamiento del mercado mismo.

Esta concepción neo-clásica no corresponde a lo que realmente ocurre, en cuanto se basa en un supuesto erróneo fácil de identificar. La economía del equilibrio neo-clásico se basa en el supuesto de que el mercado opera con 'recursos dados'. Si los recursos, o mejor, los factores productivos permanecen constantes, el sistema de precios hará que todos ellos sean ocupados con eficiencia, en niveles de precios tales que todos los bienes y servicios producidos serán demandados oportunamente. Operando en esas condiciones, el único incremento de la oferta y de la demanda sería consecuencia del aumento de la eficiencia y de la productividad, que impactarán simultáneamente a la oferta y a la demanda, que se mantendrían en un equilibro dinámico.

Pero es necesario asumir el hecho esencial de que permanentemente se están creando nuevos y más abundantes recursos y factores productivos. Es cierto que, al mismo tiempo que aumentan los recursos se incrementan también las necesidades humanas. ¿Por qué entonces no se mantiene dinámicamente el equilibrio entre la oferta y la demanda, mediante el operar espontáneo del mercado y su mecanismo regulador que son los precios? Pues, porque la competencia entre los productores y la consiguiente innovación tecnológica (que permite producir con menor dotación de fuerza laboral) van desplazando y sacando del mercado a los productores y a los recursos menos eficientes, quedando en el mercado los más dinámicos y eficientes, que junto con su propio crecimiento dan lugar a una progresiva concentración de los ingresos. En esta dinámica concentradora y excluyente, los productores aumentan sus capacidades de inversión a un ritmo que supera la capacidad de los consumidores de incrementar su demanda de bienes y servicios.

Es así que, contrariamente a lo que sostienen los neo-clásicos, la intervención del Estado en la economía - expandiendo el gasto público, incrementando la emisión monetaria, reduciendo la tasa de interés, estableciendo impuestos, fijando salarios mínimos, generando inflación de precios, redistribuyendo la riqueza mediante subsidios, y con cualquier otro mecanismo que fortalezca la demanda -, contribuye a disminuir la sobreproducción.

Conviene detenernos a examinar con algún detalle todo lo que se ha hecho, desde la 'gran crisis' de 1930 hasya hoy, para enfrentar el problema de la sobreproducción.

  1. Políticas de economía estatal y gasto público.
    1. Las guerras y las carreras armamentistas, que generan una enorme expansión de la demanda de bienes y servicios (aunque sean males y prejuicios, pero que movilizan muchos recursos y activan la producción y las inversiones).
    1. El Estado de bienestar, esto es, la impresionante expansión de los servicios públicos, de educación, salud, seguridad, protección social, viviendas sociales, empleos de emergencia, jpensiones de varios tipos, etc. financiados por el Estado.
    2. La expansión de las burocracias, que hacen del Estado y de las instituciones públicas de todo nivel, gigantescos demandantes de bienes y servicios (aunque muchos de ellos no sean necesarios), y que dan lugar a una enorme cantidad de empleados fiscales, municipales, etc. con poder de compra.
    3. Numerosos incentivos y subsidios al consumo y la demanda de bienes y servicios determinados, que en tal modo resultan más económicos y a menor precio para los consumidores. Cuando estos incentivos y subsidios se amplifican y extienden en el tiempo, se las considera políticas económicas 'populistas'.
    4. Corrupción, despilfarro, ineficiencia, que tienen el efecto de reducir la sobreproducción al desviar y destruir recursos productivos y aumentar la demanda de bienes y servicios tanto en el propio Estado como en el mercado.
  1. Políticas de mercado y gasto privado.

    1. Incremento del crédito de consumo, tanto por bancos, casas comerciales y tarjetas de crédito. Los niveles de endeudamiento de los consumidores vienen siendo crecientes y llegan a muy elevados niveles, adelantando en varios meses e incluso años los ingresos esperados por los consumidores.
    2. Créditos hipotecarios y con garantías en activos de todo tipo, que permiten generar flujos de dinero y poder de compra a las empresas y a todos los agentes económicos, por un monto prácticamente equivalente al valor de la riqueza y/o patrimonio acumulado por ellos. La hipoteca de una propiedad o la garantía de créditos mediante un paquete de acciones, o cualquier otro activo, genera a su propietario un monto de ingresos disponibles para comprar, que es equivalente al valor de esa propiedad o de esas acciones.
    3. Incentivos al crédito, mediante la reducción de la tasa de interés de política monetaria (Bancos Centrales).
    4. Exacerbación de la demanda a través de la publicidad, a la cual se destina un porcentaje enorme de los recursos de las empresas. Mediante el mismo medio, se crean artificialmente nuevas necesidades en los consumidores (el fenómeno conocido como 'consumismo').
    5. Reducción de la 'vida útil' de los bienes y servicios, de modo que los consumidores se vean ante la necesidad de recomprar para reponer los bienes y servicios que han adquirido poco antes y que ya no les sirven.
    6. Acortamiento de la jornada laboral, así como de la vida laboral de las personas, mediante el aumento de los años de escolaridad obligatoria y la disminución de la edad de pensionamiento.

  1. Políticas nacionalistas de mercado internacional.
    1. Fijación de aranceles y de otros gravámenes y exigencias (comerciales, ambientales, laborales, etc.) que gravan las importaciones, de modo de defender la producción nacional restringiendo las importaciones de productos extranjeros y orientando la demanda interna hacia la producción nacional.
    2. Ampliación de los mercados externos para la producción nacional, incluyendo políticas de promoción, tratados de libre comercio entre países, acuerdos de complementación, etc.
    3. Devaluación de la moneda local respecto de la divisa internacional, con lo que se espera reducir las importaciones e incrementar las exportaciones.
    4. Guerras comerciales y de monedas, que son el resultado de la exacerbación de las mencionadas políticas nacionales, ejecutadas simultáneamente por los distintos países o grupos de países.

Como puede apreciarse por esta impresionante lista de acciones y de políticas tendientes a enfrentar la sobreproducción, es enorme la importancia que tiene y que ha adquirido este problema en la época moderna. Prácticamente todas las políticas económicas están dedicadas a enfrentarlo. Y es decisivo comprender como, después de la aplicación tan amplia y sistemática de estas políticas, que han permitido con bastante éxito incrementar la demanda y favorecer el crecimiento económico durante décadas, en la actualidad -en la actual 'gran crisis' que estamos viviendo a nivel global- las mismas políticas y acciones ya no sirven, o han perdido gran parte de su eficacia, dado que el fenómeno de la sobreproducción (y de la escasez relativa de la demanda) ha continuado creciendo y acentuándose incluso en el contexto de esas políticas con las que se ha pretendido controlarla.

En efecto, en los últimos episodios de crisis y sobre todo en la actual crisis económica global, se ha acentuado la aplicación de prácticamente todas las mencionadas políticas tendientes a estimular el gasto público y privado; pero ya la demanda apenas reacciona débilmente y por tiempos cada vez más cortos, sin que pueda observarse una verdadera recuperación del consumo, de la producción y del empleo. Con la excepción de algunos pocos países que mantienen sus finanzas públicas en equilibrio y sin déficits estructurales acentuados, pareciera que se han agotado los recursos disponibles para impulsar el gasto y el consumo.

Pues estas políticas que incentivan la demanda -llamadas genéricamente keynesianas aunque no todas se funden en esa corriente económica-, no pueden terminar con el fenómeno estructural de la sobreabundancia de capacidades y fuerzas productivas, aunque la reducen y en períodos breves de tiempo pueden dar la sensación de que el fenómeno quede superado. Ello porque, en definitiva, el déficit público que pueden sostener las economías nacionales es limitado, como limitada es la capacidad de endeudamiento de las empresas, de los consumidosres y de cualquier otro agente económico. En particular, los impuestos no pueden incrementarse hasta el punto que terminen con el incentivo de las utilidades y tornen no competitivas a las nuevas inversiones; el gasto público no puede aumentarse hasta el punto que genere un déficit fiscal que obligará a contraer la economía en el futuro; las políticas de estímulo monetario no pueden llevarse a un nivel que produzcan una inflación que termine reduciendo el poder de compra de las remuneraciones, que castiguen el ahorro y que entorpezcan que el dinero cumpla sus importantes funciones.

En síntesis, el límite en la acción del Estado contra la sobreproducción está dado por el hecho que las mencionadas políticas no pueden acentuarse demasiado ni por períodos muy prolongados de tiempo, pues ello tendría como efecto una reducción de la producción en el mediano y largo plazo, con la secuela de consecuencias negativas que ello conllevaría.

Pero a la base de ello y más allá de ello, lo que explica este debilitamiento de la eficacia de todas estas políticas tendientes a incrementar la demanda para paliar la crisis de sobreproducción, es el hecho que el incremento de las capacidades productivas durante las últimas décadas ha sido tan elevado y acelerado, que ha sobrepasado el ritmo también elevado y acelerado de incremento de la demanda que se ha podido alcanzar mediante los incentivos y estímulos que se han aplicado sistemáticamente durante décadas. Y es que, en definitiva y en último término, también la demanda inducida, artificialmente o no, por las políticas de gasto público, monetarias, comerciales y de créditos, deben finalmente ser solventadas con ingresos reales, por más diluidos en el tiempo y socializados por la inflación que se haya logrado. Y cuando ya los déficit del sector público son excesivos, y cuando también se han exagerado los créditos y las emisiones monetarias, todos esos instrumentos para aumentar la demanda terminan agotándose y/o perdiendo eficacia.

Pero esto no es lo más grave. Hay dimensiones o aspectos nuevos del problema actual de la sobreproducción, que no tienen antecedentes históricos, y que lo convierten en el más grande desafío que deberá enfrentar la humanidad en los próximos tiempos.

Un primer aspecto que hace hoy del problema de la sobreproducción algo inédito y de dificilísima superación, consiste en que en todos estos años en que se acentuaron las políticas de estímulo a la demanda y en que se exacerbó la competencia entre las grandes empresas y los distintos países y regiones del mundo por colocar los productos en el mercado, la producción experimentó un crecimiento impresionante. Un crecimiento tal que está encontrando sus límites ya no sólo económicos sino incluso físicos, en el agotamiento del petróleo y otros recursos fundamentales, en el deterioro del medio ambiente y de los equilibrios ecológicos, en el cambio climático y el calentamiento global, por mencionar los más relevantes. Así, por ejemplo, si el petróleo se agota o experimenta un incremento acelerado de su precio, quedarán innumerables actividades productivas paralizadas. Lo mismo ocurrirá si los deterioros ambientales obligan a las sociedades y los Estados a establecer efectivas exigencias de control de emisiones contaminantes y a fijar nuevos estándares de impacto ambiental a las inversiones.

Un segundo aspecto que tiende a agravar el problema consiste en que parece haberse llegado, respecto a numeros tipos de bienes y servicios y para una porción importante de la población, a un nivel de consumo tal que en vez de satisfacer las necesidades, generar bienestar y mejorar la calidad de vida, se está dando lugar a una saturación del consumo, de modo que su incremento tiene efectos indeseados. Algunos ejemplos: es tanta la cantidad de automóviles que su incremento dificulta el transporte en vez de mejorarlo. Es tanta la producción de informaciones que su recepción obstaculiza la adecuada toma de decisiones en vez de facilitarla. Son tantas las atenciones médicas que su incremento termina creando enfermedades nuevas y aumentando la cantidad de días en que las personas son declaradas enfermas. Es tanta la cantidad de artefactos del hogar que agregar otros implica un deterioro de la vida doméstica. Y así en muchos otros casos. Puede decirse, además, que buscándose incrementar la demanda de bienes y servicios para dar cabida al crecimiento de la producción, se ha generado el fenómeno del consumismo, en que muchos bienes y servicios ya no corresponden a una real satisfacción de necesidades. Se dirá que tal consumismo y tal saturación del consumo no afecta a toda la población. Es cierto, pero lo que importa en términos del mercado no es la satisfacción de las necesidades humanas sino la satisfacción de la demanda solvente, aquella que puede pagar por los bienes y servicios que se le ofrecen.

Tan serios son estos problemas y se difunden tan rápidamente, que se están fortaleciendo los movimientos ciudadanos y las propuestas académicas que plantean la necesidad de detener el crecimiento económico y de reducir los niveles de consumo, promoviendo formas de vida más sencillas. Pudiéndose por cierto discutir que tales sean caminos apropiados para enfrentar los problemas, lo cierto es que el dilema que se plantea actualmente pareciera tornar imposible enfrentar el fenómeno del sobreconsumo en los niveles que ha alcanzado actualmente. Y es o será pronto en realidad imposible, en el contexto de los modos de producir, de distribuir, de consumir y de acumular, propios de la economía imperante.

¿Es, entonces, que se ha llegado al final, a una crisis sin retorno y sin salida, y que no queda ya nada por hacer? Para responder debemos ir al fondo del problema, a sus raíces, y desentrañar sus 'causas últimas'.

Para acceder a tal nivel de comprensión volvamos a la definición inicial que nos llevó a poner la sobreproducción y la pobreza (relativa) como las dos caras de un mismo fenómeno. Observamos que la sobreproducción es el fenómeno visto desde el lado de los productores, que afirman: “No podemos vender todo lo que producimos”. La pobreza es el mismo fenómeno, pero visto desde el lado de los consumidores: “No podemos comprar todo lo que necesitamos”. Desde ambos lados, el punto crucial es el precio de los bienes y servicios que se compran y venden: si para aumentar las ventas se reduce el precio de los bienes, los productores no cubren los costos de producción ni obtienen las utilidades esperadas de su inversión. Y si los precios no se reducen, o aún peor, aumentan con el objeto de mantener las utilidades de los productores, los ingresos de los consumidores no alcanzan para sostener la demanda en sus niveles actuales.

Así planteado el problema, se presenta como una cuestión propia del mercado de intercambios, donde todos los factores, bienes y servicios se intercambian por dinero, asumiendo un determinado precio. En este contexto, lo que explica en último término la sobreproducción es lo mismo que explica sus causas inmediatas: la competencia, la innovación tecnológica, el incremento de los recursos y capacidades productivas. Y es el hecho que, en el mercado de intercambios la actividad productiva, la creación de valor económico, está siempre supeditada a la obtención de ganancias monetarias (lo que en cierto lenguaje crítico suele llamarse el 'afán de lucro'), lo cual implica que el empresario (el organizador de la actividad productiva) debe pagar a los aportadores de factores que contrata, y en especial a la fuerza de trabajo, menos de lo que ellos producen. Al obtener menos ingresos destinados al consumo, que los que se destinan a la acumulación, el equilibrio entre oferta y demanda no puede alcanzarse.

En efecto, la sumatoria de los ingresos de los aportadores de factores, más los impuestos obtenidos por el Estado, constituyen el total de los dineros disponibles para el consumo; pero los ingresos del productor son mayores a dicho monto global destinado al consumo, lo que permite a los productores acumular e invertir, haciendo crecer las capacidades productivas a un ritmo mayor que el crecimiento de las capacidades de consumo. Esta es la disparidad que, después, las dinámicas de redistribución de la riqueza actuados por el Estado morigeran y reducen; pero nunca podrán disminuir la disparidad hasta el punto de anular las ganancias de los productores, pues en tal caso éstos simplemente dejarían de producir al carecer de incentivos para hacerlo.

Si es así, la única forma de terminar con la sobreproducción (agotados los medios 'convencionales' mencionados), sería que un determinado porcentaje de los productores renunciara a las ganancias, instaurando en consecuencia la gratuidad en la producción. En realidad, para que el fenómeno de la sobreproducción desaparezca, sería necesario que la capacidad productiva excedentaria, esto es, los factores productivos que permanecen actualmente desocupados por carecer de la demanda en el mercado que los ponga en operación, decidan autoconsumir y donar la producción que ellos puedan realizar, para satisfacer las necesidades propias y las de consumidores que no tienen capacidad de pagar los bienes y servicios en cuestión.

Obviamente, esto parece ser y en realidad es una utopía. Sin embargo, no lo es completamente, pues autoconsumo, donaciones y gratuidad en la economía existen. De hecho, existen en mayor proporción de lo que se cree habitualmente. ¿Dónde? Pues, en la economía doméstica, en la economía de comunidades, en la economía institucional de donaciones, en la economía de cooperación, mutualismo y ayuda mutua, en la economía de redes, en la economía de voluntariado, en síntesis, en la economía solidaria.

Lo que importa en relación con el análisis teórico que estamos desplegando, es ante todo comprender por qué existen donaciones y gratuidad en la economía. Una primera respuesta puede ser: porque en los seres humanos, en los grupos y comunidades, en la sociedad en general, existe solidaridad, esto es, capacidad de asumir como propias las necesidades de otras personas y grupos; o dicho al revés, porque las necesidades insatisfechas de otras personas motivan la actividad económica (trabajo, donaciones, etc.) de quienes tienen excedentes y pueden contribuir a satisfacerlas. Pero si vamos aún más al fondo en la comprensión de las donaciones y de la gratuidad, y accedemos a lo que podamos entender como sus 'causas últimas', nos encontraremos con el fenómeno de la sobreproducción, o más exactamente, con aquello que en último término da lugar al fenómeno de la sobreproducción.

En efecto, el fenómeno de la sobreproducción no es solamente un problema del mercado, y descubrir sus causas más profundas nos lleva a una cuestión antropológica que abarca todas las dimensiones de la vida humana y que recorre la historia entera de la humanidad.. En efecto, la sobreproducción es un hecho, una tendencia, una realidad permanente, que se ha dado a lo largo de toda la historia de la sociedad y del mercado. Siempre ha habido más capacidad de producir que de vender lo que se produce; siempre ha habido capacidades productivas que permanecen involuntariamente ociosas; y siempre en consecuencia ha habido motivación para donar alguna parte de lo que se puede producir de modo de satisfacer necesidades que no quedan satisfechas por el mercado.

Es que, en la raíz de la sobreproducción está el hecho que los seres humanos, tanto como individuos y como grupos y comunidades, somos intrínsecamente creativos, productivos, innovadores, volcados a ampliar nuestro radio de acción, orientados a siempre nuevas, mayores y mejores realizaciones y logros. En los circuitos económicos de mercado, pero también más allá de ellos, en los ámbitos de las actividades comunitarias, culturales, religiosas, científicas, asociativas, recreativas, los individuos y las sociedades somos fuente permanente de nuevos recursos, de factores productivos potencialmente empleables en la economía, que buscan activamente ser aprovechados.

Los seres humanos somos también sujetos de necesidades, aspiraciones y deseos crecientes, tanto a nivel individual como comunitario y colectivo; necesidades, aspiraciones y deseos que se expanden a medida que se avanza en su realización y satisfacción. En todo momento queremos ser más que lo que somos, buscamos ampliar nuestras experiencias. Así, creamos y empleamos siempre más recursos, más bienes y servicios útiles para la satisfacción de estas necesidades, aspiraciones y proyectos. Desarrollo de capacidades y recursos, y satisfacción de las necesidades, son procesos que interaccionan y se potencian recíprocamente.

Pero en tal proceso de realización humana, a la vez productivo y consumidor, la dimensión productiva se expande más rápidamente que la dimensión del consumo. Dicho de otro modo, nuestras capacidades creativas y productivas son más potentes que nuestras necesidades y capacidades de consumo. Esta es la causa última de aquello que los economistas, restringiendo el análisis a los circuitos de mercado, han llamado 'sobreproducción' y 'subconsumo'. El fenómeno que atraviesa al conjunto de la economía, la trasciende y abarca todas las dimensiones de la experiencia humana.

Lo podemos apreciar, por ejemplo, en las actividades cognitivas, en la producción de conocimientos, en las actividades artísticas. La cantidad de investigaciones científicas, de análisis sociales, de ensayos filosóficos, de obras literarias, de obras pictóricas, musicales, audiovisuales, etc., es muchísimo mayor que la disposición que existe en la sociedad, no solamente a publicarlos y exponerlos al público que pudiera interesarse en conocerlos, sino que incluso pareciera ser mayor que la disposición que pueda existir en toda la sociedad para leerlos, verlos y obtener de ellos los aprendizajes y la gratificación que esas obras pudieran proporcionar.

Por ello, siempre habrá sobreproducción y subconsumo, en un proceso de crecimiento de ambas: capacidades creativas y productivas por un lado, necesidades y deseos por el otro. Es por esto que no son convincentes ni apropiadas las propuestas del decrecimiento ni de volver a formas más primitivas de vida y consumo. Y es por eso que existen, han existido siempre y existirán en la sociedad, mecanismos de mercado y de competencia entre los productores para acceder a una demanda que inevitablemente tienen que estar permanentemente conquistando, convenciendo, seduciendo.

Pero si, como vimos, se ha llegado a un punto de saturación del consumo de numerosos bienes y servicios, y al mismo tiempo se está verificando el agotamiento de ciertos recursos y energías indispensables para continuar el crecimiento, ¿qué significado tiene ello respecto al desarrollo de la experiencia humana, en las dos dimensiones esenciales de la creación y de la utilización de lo creado? Y ¿qué ha de ocurrir tendencialmente? Y sobre todo ¿qué se puede hacer?

Un decrecimiento económico causado simultáneamente por una saturación de la demanda y por el agotamiento de importantes recursos es, en realidad, el más grave de los problemas que pudieran afectar a la sociedad. Las manifestaciones más evidentes e inmediatas serían, un grande y creciente desempleo de la fuerza de trabajo, y una fuerte y progresiva disminución de la satisfacción de las necesidades de la población. Estaríamos ante una gran depresión económica, que se prolongaría en el tiempo hasta que se encontrara un nuevo punto de equilibrio entre las disminuidas capacidades produtivas y las también reducidas necesidades posibles de satisfacer. Antes de que tal equilibrio se restableciera, es probable que la población humana se hubiera tenido que contraer dramáticamente. Es el panorama desolador que pronostican quienes temen que estamos ya iniciando el declive en la capacidad de producción de petróleo antes que las nuevas fuentes de energía se desarrollen suficientemente para sustituirlo.

No es ése un destino inevitable. En realidad, tal perspectiva catastrófica es inevitable -aunque no sabemos si a corto, mediano o largo plazo- en el caso que se mantengan los actuales modos de producción, de distribución y de consumo. Pero, provistos de la Teoría Económica Comprensiva y en base a las experiencias de la economía solidaria, podemos afirmar que otras formas de desarrollo económico son posibles, en las que se desplieguen formas nuevas de enfrentar los problemas de la sobreproducción y del subconsumo.

En base a las experiencias de la economía solidaria podemos concebir y proyectar diferentes maneras de ampliar el consumo de bienes y servicios para satisfacer importantes necesidades individuales, comunitarias y sociales, sin que tales necesidades sean monetariamente 'solventes'. Así también es posible desplegar diferentes maneras de activar recursos y factores productivos desocupados, sin que para ello se requiera que la producción resultante sea vendida a precios que cubran los costos y generen utilidades monetarias a los productores. Entre tales iniciativas que amplían el consumo y satifacción de las necesidades, y que dan empleo productivo a recursos y factores desocupados, están todas aquellas formas de producción que se basan en la asociación de las personas poseedoras de recursos y factores productivos, dando lugar a la creación de unidades económicas autónomas y asociativas. Muchas de ellas crean su propia demanda, y se orientan a la satisfacción de necesidades insatisfechas de sus propios integrantes y de las comunidades locales circundantes.

La Teoría Económica Comprensiva nos indica que existen y son posibles modalidades de coordinación y articulación entre las ofertas y las demandas, que proceden con lógicas distintas a las del mercado de intercambios. Entre ellas, las más importantes son las que se establecen en base a relaciones de donación, de reciprocidad, de comensalidad y de cooperación. Examinemos brevemente de qué modos ellas permiten enfrentar de modos nuevos el problema de la sobreproducción y subconsumo.

Las donaciones tienen el efecto inmediato de incrementar la demanda de bienes y servicios, en cuanto orientadas a satisfacer las necesidades de personas y grupos que no están en condiciones de solventarlas con sus propios ingresos. Ocurre así aún cuando las donaciones se realizan con dinero ya existente y disponible en el mercado, por la sencilla razón de que las personas de menores ingresos, receptoras de las donaciones, destinan una mayor parte de sus ingresos al consumo, mientras que los donantes, normalmente personas de elevados ingresos, inmovilizan parte de sus ingresos mediante el ahorro y/o la inversión.

Que las donaciones constituyen un eficaz modo de incrementar el consumo y en consecuencia reducir la sobreproducción relativa, es algo que demostramos analíticamente en el libro Crítica de la Economía, Mercado Democrático y Crecimiento, Capítulo 4, parágrafo 31, en que examinamos “La contribución de las donaciones al crecimiento, por su impacto sobre la demanda agregada y sobre la oferta agregada.

Tal como expuesto, este efecto de las donaciones se mantiene en el marco del mercado de intercambios, y será más o menos significativo según el volumen del desplazamiento de dineros y recursos desde los que obtienen mayores ingresos hacia quienes los obtienen menores. Pero el impacto de las donaciones y de la economía solidaria en general en la superación del problema de la sobreproducción puede ser muy superior e impactar la raíz o causa última del problema.

Pues, en definitiva el problema es: ¿qué hacer con los recursos productivos excedentarios? ¿Cómo canalizar las capacidades creativas de las personas, los grupos, las comunidades, etc. que quieren trabajar, producir, realizar obras que los expresen y desarrollen? ¿Pueden estos recursos y capacidades, activarse y producir bienes y servicios, cuando se prevé realistamente que no encontrarán las correspondientes demandas solventes en el mercado?

Para responder esta pregunta conviene observar y reflexionar sobre lo que efectivamente hacen muchos individuos y grupos de personas, cuando despliegan actividades creativas en las que buscan expresarse y encontrar realización personal y comunitaria. Pensemos, por ejemplo, en los artistas que componen canciones y las cantan ante sus familiares y amigos; o en quienes comunican sus ideas a través de las redes sociales; o en los orientadores espirituales que ofrecen sus consejos a quienes en su entorno inmediato estén dispuestos a escucharlos; y en los investigadores científicos y los escritores que elaboran sus investigaciones y no encontrando acogida en las revistas que las canalicen académicamente, las difunden a través de medios informales que ellos mismos organizan.

Lo primero que resalta en todos estos casos, es el hecho mismo de la sobreabundancia de la producción artística, literaria, cultural, religiosa y científica, relativamente a la limitada demanda de tal producción de servicios y obras en los mercados, que llegan en proporciones menores a través de los medios formales que las difunden entre quienes están dispuestos a pagar los costos implicados en tales actividades. Tantos poetas, artistas, escritores, pensadores, científicos, religiosos, trabajan y realizan sus mejores producciones cubriendo ellos mismos los costos implicados en su actividad, y debiendo obtener el sustento que les permite vivir y realizar aquellas obras, trabajando en otro tipo de actividades rentables. La gratuidad con que se opera en estos ámbitos es un fenómeno tan amplio y extendido que incluso a menudo se cuestiona el hecho de que tales acciones y obras culturales sean procesadas a través del mercado, y se pide para ellas una compensación que permita cubrir los costos que ha significado su elaboración y su difusión.

La sociedad debiera preocuparse de favorecer la producción y distribución de tales obras y servicios culturales y conviviales. También pudiera favorecerse su demanda, aún cuando la exigencia de gratuidad por parte de los interesados en recibir dichas obras y servicios no siempre sea justificada. Pero lo más importante es reconocer que la oferta generosa de esas obras y servicios por parte de quienes están dispuestos a entregarlas gratuitamente, es la expresión de que los seres humanos - especialmente los más creativos y capaces de grandes obras -, tienen y sienten intensamente la necesidad de realizarlas y de ofrecerlas a los demás, como expresión de su propia vocación a ser más, a realizar sus propias potencialidades, a proyectarse.

Cabe observar que detrás de la reducida y a menudo distorsonada demanda de muchos bienes y servicios culturales y conviviales, se hace patente una verdadera atrofia de ciertas necesidades humanas fundamentales, tanto de carácter cultural y espiritual como relacional y comunitario, por parte de muchos; atrofia causada por el excesivo énfasis puesto en la época moderna en el consumo de bienes y servicios estandarizados, producidos industrialmente de modo masivo, y promocionados con todos los medios disponibles, precisamente con la intención de enfrentar el problema de la sobreproducción.

Considerando todo lo que hemos examinado hasta aquí, podemos concluir que enfrentar el problema de la sobreproducción tal como se presenta en la actualidad, requiere una consistente reorientación de la producción, en cuanto a los tipos de bienes y servicios que se han de producir, así como cambios profundos en las pautas de consumo y en cuanto a las necesidades, aspiraciones y deseos de los consumidores. Pues hay que hacer frente, también, a la cuestión de los recursos no renovables y de las fuentes de energía que se agotan, por un lado, y a la saturación del consumo de diversos tipos de bienes y servicios que está afectando la calidad de vida.

El enfrentaniento de estas situaciones críticas, que exigen una perspectiva de desarrollo humano sustentable, es también algo inherente y coherente con la economía solidaria. En efecto, ella presenta particulares 'ventajas comparativas' en relación a la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos de carácter relacional y cultural, que se satisfacen preferentemente mediante servicios de proximidad y con actividades que involucran a los propios sujetos de las necesidades, requiriendo menos bienes producidos industrialmente, menos 'cosas y artefactos', y menor consumo de energías materiales.

El tema lo hemos abordado en profundidad en otras ocasiones, y no podemos extendernos aquí en su análisis- Lo importante es, en todo caso, comprender que el desarrollo de la experiencia humana en las dos dimensiones involucradas en el problema de la sobreproducción, a saber, la expansión de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas y comunidades, y el despliegue de las capacidades creativas de los seres humanos, forman parte esencial del proceso de desarrollo sustentable tal como puede visualizarse desde la perspectiva de la economía solidaria. En nuestra Teoría Económica Comprensiva hemos elaborado, en particular, una nueva concepción teórica del consumo, orientado hacia la mejor e integral satisfacción de las necesidades humanas, con énfasis en las necesidades relacionales y conviviales, así como en aquellas culturales y espirituales. Y hemos elaborado también una teoría del desarrollo humano sustentable, que enfatiza la creación y uso de los recursos y factores humanos, intersubjetivos, comunitarios y sociales.

Parecen ser estos que hemos aquí apenas esbozado, los principales caminos que las condiciones actuales en que se presenta el problema de la sobreproducción y el subconsumo, abren para el desarrollo de la humanidad, en busca de nuevas y superiores realizaciones tanto a nivel individual como comunitario y colectivo. Ello, es evidente, nos orienta hacia la construcción de una nueva y superior civilización, cuestión que podemos considerar como la gran tarea histórica, epocal, del presente.

Luis Razeto M.

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