Cuando
decimos "economía de solidaridad" estamos planteando la
necesidad de introducir
la solidaridad en la economía,
de incorporar
la solidaridad en la teoría y en la práctica de la economía.
Decimos
introducir e incorporar solidaridad en la economía con muy precisa
intención. Como estamos habituados a pensar la economía y la
solidaridad como parte de diferentes preocupaciones y discursos,
cuando llegamos a relacionarlas tendemos a establecer el nexo entre
ellas de otro modo. Se nos ha dicho muchas veces que debemos
solidarizar como un modo de paliar algunos defectos de la economía,
de subsanar algunos vacíos generados por ella, o de resolver ciertos
problemas que la economía no ha podido superar. Así, tendemos a
suponer que la solidaridad debe aparecer después que
la economía ha cumplido su tarea y completado su ciclo.
Primero
estaría el tiempo de la economía, en que los bienes y servicios son
producidos y distribuídos. Una vez efectuada la producción y
distribución sería el momento de que entre en acción la
solidaridad, para compartir y ayudar a los que resultaron
desfavorecidos por la economía y quedaron más necesitados. La
solidaridad empezaría cuando la economía ha terminado su tarea y
función específica. La solidaridad se haría con los resultados
-productos, recursos, bienes y servicios- de la actividad económica,
pero no serían solidarias la actividad económica misma, sus
estructuras y procesos.
Lo
que sostenemos es distinto a eso, a saber, que la solidaridad se
introduzca en la economía misma, y que opere y actúe en las
diversas fases del ciclo económico, o sea, en la producción,
circulación, consumo y acumulación. Ello implica
producir con solidaridad,
distribuir consolidaridad,
consumir con solidaridad,
acumular y desarrollar con solidaridad.
Y que se introduzca y comparezca también en
la teoría económica, superando
una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de
solidaridad pareciera no encajar apropiadamente.
Hace
un tiempo escuché decir a un connotado economista al que se le
preguntó por la economía de solidaridad, que es necesario que
exista tanta solidaridad como sea posible, siempre que no interfiera
en los procesos y estructuras económicas que podrían verse
afectadas en sus propios equilibrios. Nuestra idea de la economía de
solidaridad es exactamente lo contrario: que la solidaridad sea tanta
que llegue a transformar desde dentro y estructuralmente a la
economía, generando nuevos y verdaderos equilibrios.
Si
tal es el sentido profundo y el contenido esencial de la economía de
solidaridad nos preguntamos entonces en qué formas concretas se
manifiestará esa presencia activa de la solidaridad en la economía.
Nuestra pregunta inicial: ¿qué es la economía de solidaridad?, se
especifica en esta otra: ¿Cómo se puede producir, distribuir,
consumir y acumular solidariamente?
Podemos
decir inicialmente que al incorporar la solidaridad en la economía
suceden cosas sorprendentes en ésta. Aparece un
nuevo modo de hacer economía,
una nueva racionalidad
económica.
Pero
como la economía tiene tantos aspectos y dimensiones y está
constituída por tantos sujetos, procesos y actividades, y como la
solidaridad tiene tantas maneras de manifestarse, la economía de
solidaridad no será un modo definido y único de organizar
actividades y unidades económicas. Por el contrario, muchas y muy
variadas serán las formas y modos de la economía de solidaridad. Se
tratará de poner más solidaridad en las empresas, en el mercado, en
el sector público, en las políticas económicas, en el consumo, en
el gasto social y personal, etc.
Hemos
dicho poner "más" solidaridad en todas estas dimensiones y
facetas de la economía porque es preciso reconocer que algo de
solidaridad existe ya en ellas aunque no se lo haya reconocido
expresamente. ¿Cómo no reconocer expresiones de solidaridad entre
los trabajadores de una empresa que negocian colectivamente, aún
cuando los de mayor productividad podrían obtener mejores
condiciones haciéndolo individualmente, o cuando algunos llegan a
poner en riesgo su empleo por obtener beneficios para todos? ¿O
entre los técnicos que trabajan en equipo, compartiendo
conocimientos o transfiriéndolos a otros menos calificados? ¿No es
manifestación de solidaridad el sacrificio de mayores ganancias que
algunos empresarios hacen a veces manteniendo empleos de los que
podrían prescindir, preocupados por los efectos del despido en
personas y familias que han llegado a conocer y apreciar?
Se
dirá que esto sucede rara vez, o que las motivaciones no siempre son
genuinamente humanitarias, y puede ser cierto. Pero el hecho es que
relaciones y comportamientos solidarios existen. Por lo demás, la
solidaridad tiene grados y sería un error reconocerla solamente en
sus manifestaciones más puras y eminentes.
Se
dice, y es cierto, que el mercado opera de manera tal que cada sujeto
toma sus decisiones en función de su propia utilidad. Pero la
existencia misma del mercado, ¿no pone acaso de manifiesto el hecho
innegable de que nos necesitamos unos a otros, y que de hecho
trabajamos unos para otros? ¿No quedan acaso excluídos del mercado
aquellos productores que no están muy atentos a satisfacer en buena
forma las necesidades reales de sus potenciales clientes?
Esta
presencia parcial de la solidaridad en la economía se explica por el
hecho que las organizaciones y procesos económicos son el resultado
de la acción real y compleja de los hombres que ponen en su
actividad todo lo que hay en ellos, y la solidaridad es algo que, en
alguna medida, está presente en todo ser humano.
Con
esto no queremos decir, por cierto, que la economía actual sea
solidaria. Por el contrario, un análisis de la misma nos pone frente
a una organización social y económica en que compiten por el
predominio los intereses privados individuales con los intereses de
las burocracias y del Estado, en un esquema de relaciones basadas en
la fuerza y en la lucha, la competencia y el conflicto, que relegan a
un lugar muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a las
relaciones de cooperación y solidaridad. Los principales sujetos de
la actividad económica están motivados por el interés de ganancia
y por el temor a los otros y al poder, más que por el amor y la
solidaridad de todos. La mencionada presencia de la solidaridad en la
economía es ciertamente demasiado escasa y pobre, pero
es indispensable reconocerla,
por tres razones fundamentales.
La
primera, por una exigencia de objetividad científica. La segunda,
porque si no hubiera actualmente nada de solidaridad en la economía
-en las empresas y en el mercado tal como existen- no vemos cómo
sería posible pensar en la economía de solidaridad como un proyecto
posible. En efecto, construirla implicaría una suerte de creación ex
nihilo,
de la nada. ¿De donde habría que traer esa solidaridad que habría
que introducir en la economía, y cómo incorporársela si ésta
fuera tan completamente refractaria que no habría permitido hasta
ahora ni su más mínima expresión? No nos quedaría sino reconocer
que la economía y la solidaridad han de mantenerse en su recíproca
exterioridad y separación, definitivamente.
Una
tercera razón por la que es importante reconocer la presencia de
algo de solidaridad en las empresas y en el mercado es la necesidad
de evitar el que sería un grave malentendido: pensar la economía de
solidaridad como algo completamente opuesto a la economía de
empresas y a la economía de mercado. La idea y el proyecto de una
economía de solidaridad no los pensamos como negación de
la economía de mercado o como alternativa frente a la economía de
empresas. Hacerlo sería completamente antihistórico e incluso ajeno
al hombre tal como es y como puede ser.
La
economía de solidaridad no es negación de la economía de mercado;
pero tampoco es su simple reafirmación. Ella expresa más bien, como
lo iremos apreciando a medida que avancemos por sus caminos, una
orientación fuertemente crítica y decidídamente transformadora
respecto de las grandes estructuras y los modos de organización y de
acción que caracterizan la economía contemporánea.
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