sábado, 24 de agosto de 2019

¿POR QUÉ NO PASA CASI NADA CON EL CUIDADO DEL PLANETA?


Los problemas del planeta tierra, provocados por la actividad humana, son muy serios. Cada vez hay más evidencia científica sobre el cambio climático, los desequilibrios ecológicos y el deterioro del medio ambiente, producidos por el modo en que crece y se expande la economía y la sociedad sobre la tierra. Los efectos ya se dejan sentir sobre la población, que se ve afectada por cada vez más frecuentes y graves desastres (incendios de bosques, aluviones, inundaciones, sequías, etc.). Se sabe que continuar por el mismo camino conducirá en algún momento no muy lejano a una verdadera catástrofe ambiental y demográfica que afectará a toda la especie humana. Lo sorprendente es que, si bien aumenta el conocimiento científico y la conciencia social sobre todo esto, nuestras sociedades no cambian de rumbo y se persiste en crecer, producir, consumir y vivir de los mismos modos en que se viene haciendo, con tan graves y evidentes consecuencias.
Cabe preguntarse ¿por qué no pasa casi nada con el cuidado de la tierra y de la vida? Encontrar respuesta a esta pregunta es fundamental, pues sólo conociendo la causa es posible removerla, o al menos, actuar seriamente para reducir sus efectos de modo sustancial.
Lo primero es que todos piensan que los responsables (o culpables) del deterioro ambiental son ‘otros’. Los pobres piensan que son los ricos, que despilfarran bienes y sobreexplotan los recursos naturales y la energía. Los ricos piensan que son los pobres, que no cuidan su ambiente y se multiplican de manera excesiva. Estados Unidos y los países europeos responsabilizan a los países subdesarrollados y emergentes (China, India, Paquistán, Brasil, etc.); los países emergentes y menos desarrollados lo atribuyen a los países más ricos. Los consumidores piensan que la culpa es de los productores, especialmente de las grandes empresas y corporaciones; los productores y las empresas sostienen que ellos no hacen más que atender las demandas de los consumidores, que serían los responsables últimos de lo que producen.
Lo segundo es que todos piensan que las decisiones y acciones que podrían detener el deterioro deben tomarlas ‘otros’, no ellos mismos. Los ciudadanos piensan que es el Estado el que debe regular a las empresas e impedir que los responsables continúen causando el deterioro ambiental. Los gobiernos piensan que no pueden hacer mucho porque los ciudadanos no respaldarían decisiones políticas que impliquen reducción del crecimiento, del empleo y del consumo. Los empresarios piensan que su objetivo es producir y vender según las demandas de los consumidores y conforme a las regulaciones que establezca el Estado, y que las empresas se adaptan a las decisiones que tomen esos otros: el Estado y los consumidores.
Lo tercero es que, quien superando los dos puntos anteriores entienda que debe hacer algo por su propia cuenta para enfrentar el problema, llega fácilmente a la conclusión de que tomar la iniciativa le implicará un costo muy alto, que podría incluso impedirle a él mismo continuar en el futuro por la senda de la sustentabilidad. Se piensa que si un país se adelanta a los otros tomando medidas de protección ambiental consistentes, vería reducirse las inversiones y los flujos financieros no llegarían al país, con lo que su crecimiento se retrasaría y perdería las oportunidades que ofrecen los mercados y que serían aprovechadas por otros. Una empresa que se adelante a las otras tomando resguardos ambientales entenderá que sus costos de producción aumentarán y podrá perder competitividad. Un ciudadano que cuide el ambiente y comience a vivir conforme a criterios ecologistas tendrá que renunciar a muchos aspectos del bienestar que ofrece la sociedad, y al consumo de muchos bienes.
Lo cuarto es que, cuando alguien finalmnte decide ‘hacer algo’ por su cuenta, se ve fuertemente desmotivado a persistir cuando son tantos los que piensan y le dicen que su acción particular no tendrá un efecto significativo que impacte realmente en la solución del problema. Esto lo hará concluir que persistir en su iniciativa asumiendo altos costos, sólo dará lugar a beneficios sociales muy pequeños e incluso insignificantes. Se piensa que el problema que afecta al medio ambiente y a la humanidad entera es tan gigantesco, tal ‘sistémico’, que frente a ello toda iniciativa y acción que se emprenda será infinitesimalmente pequeña, pudiendo tener un impacto irrelevante que no revertiría tendencias generales de dimensiones planetarias.
Podemos sintetizar los cuatro puntos mencionados en el hecho que todos rehuimos el sacrificio. Y existe la creencia generalizada en que actuar y vivir de modo de mejorar el ambiente, proteger la vida y salvar el planeta implica muchos y grandes sacrificios. Y, naturalmente, nadie quiere libremente sacrificarse. ¿Por qué sacrificarse si se piensa que los responsables (o culpables) son otros, si se cree que las iniciativas y acciones debieran ser emprendidas por otros, si se teme que los costos en que se incurrirá son excesivos, y si se está convencido de que la propia acción tendrá efectos insignificantes frente a un problema ‘sistémico’ que parece irreversible?
Así, hemos encontrado respuesta a nuestra pregunta de por qué no pasa casi nada con el cuidado del planeta. Surge, en consecuencia, una nueva pregunta: ¿qué podemos hacer para remover esas causas de que no se emprendan iniciativas serias, durables y consistentes para detener el deterioro ambiental, los desequilibrios ecológicos y el cambio climático?
Ante todo, parece necesario modificar aquellas creencias y formas de pensar que inhiben la acción, y que en realidad son creencias falsas y formas erróneas de pensar.
Empecemos por la idea de que el problema, siendo de dimensiones planetarias y de alcance ‘sistémico’, es tan grande que cualquier acción que emprendamos para enfrentarlo es insignificante e ineficaz para revertir la situación y la tendencia predominante. La formulación más extrema de este pensamiento es la del Dr. James Lovelock, autor de la Teoría Gaia, que postula que el planeta es un organismo vivo, compuesto por una red viviente de organismos que a través de su interacción conforman el delicado equilibrio de la biósfera, que se reproduce autorreferencialmente, que se autorregula para mantenerse en homeostasis, y que actúa y reacciona como un todo. Ha escrito recientemente este autor en su último libro, The Revenge of Gaia, que el clima extremo será la norma causando gran devastación; para el 2040 Europa se parecerá al Sahara y buena parte de Londres estará bajo el agua. Lovelock sostiene que ante ello no hay nada que hacer, que las acciones estilo “salva al planeta, dejando de usar bolsas de plástico”, o propuestas parecidas son una fantasía que nos han hecho creer para sentirnos mejor, pero no hacen una diferencia, porque es demasiado tarde, y que las políticas ‘verdes’, como el desarrollo sustentable, son sólo palabras que no aportan reales soluciones.
Pues bien, el pensamiento de Lovelock tiene escasa consistencia científica, expresa un punto de vista lineal típicamente reduccionista, y simplifica la realidad al proponer una teoría global a partir de hechos y aspectos particulares. Ese modo de pensar es una característica de las ideologías totalitarias y de algunas versiones sociológicas que postulan que toda la realidad social, económica, política y cultural está integrada funcionalmente y que cada aspecto de ella se encuentra marcado por un único rasgo esencial. Así, se desconoce la pluralidad y se hace imposible comprender la posibilidad de transformaciones estructurales que no sean 'sistémicas', esto es, globales y completas, y que se cumplan 'de una vez'. Con dicho simplismo analítico se afirma, por ejemplo, que la economía de un país es enteramente capitalista, sin atender al hecho real y concreto de que en cualquier sociedad encontramos una diversidad de formas económicas, unas más desarrolladas y centrales que otras, y que el propio capitalismo tiene aplicaciones diferenciadas. En otro ejemplo, algunos ecologistas afirman que la especie humana es depredadora, en razón de lo cual el planeta se orienta inevitablemente al colapso ecológico; desconociendo que ha habido y hay pueblos y comunidades que progresan en armonía con la naturaleza.
El conocimiento comprensivo y el pensamiento complejo nos permiten comprender la diversidad y la complejidad de las estructuras y de los procesos reales, y ello hace posible generar iniciativas de transformación diversas, creativas, autónomas, que parten del análisis particular de las condiciones particulares en que vive y actúa cada persona, cada comunidad, cada país. Es así que las ciencias complejas y comprensivas integran al análisis de los temas ambientales dos datos fundamentales: la diversidad geográfica y ecológica del planeta, y la diversidad de culturas, de economías y de políticas, de racionalidades y de modos de vivir, que coexisten en la humanidad y en la tierra. Así se comprende que es simplista pensar el tema que aquí nos ocupa, considerando por un lado 'el planeta' y por otro 'la especie humana', como si fueran realidades 'globales', internamente no diferenciadas.
Yo invito a pensar que si el planeta es una esfera, como lo es, cada uno de nosotros se encuentra ‘en el centro del mundo’, y que cada uno en interacción con sus cercanos es responsable de los espacios en que se desenvuelve su vida y sobre los cuales recae su actuar. Cada lugar de la tierra es único y distinto a todos los otros lugares. Siendo el planeta tan diverso y variado, la verdad es que no sirven mucho las acciones ‘globales’. Lo que se requiere es exactamente lo contrario: una multiplicidad de iniciativas y de acciones particulares, locales, diversas, desplegadas con la máxima descentralización, de modo que en cada lugar o territorio donde se encuentre asentada una persona, una familia, una comunidad, un país, ellos mismas se hagan cargo de su propio ambiente y de las condiciones y circunstancias ecológicas en que se desenvuelve su vida. Dicho más concretamente, cada uno es responsable de la ecología en su casa, en barrio, en su Comuna, en su territorio.
De este modo superamos otro de los errores y modos de pensar que inhiben la acción, a saber, la creencia en que son ‘otros’ los que han de responsabilizare de los problemas que nos afectan. Cualquiera sea la causa, cualquiera sea el culpable de un problema ambiental que afecta la vida de una localidad, es a los miembros de esa misma localidad, y a todos los afectados por esa situación particular, a quienes les compete primeramente hacerse cargo y actuar consistentemente para revertir los problemas que detecte y restablecer el equilibrio perdido.
De un modo similar, respecto a los más grandes problemas que afectan al planeta y a la creencia de que los ‘culpables’ de ellos son las grandes empresas y corporaciones, o los Estados y los poderosos, también cada uno de nosotros tiene mucha responsabilidad y culpa que asumir. Porque es un hecho que a las grandes empresas y corporaciones las sostenemos los consumidores cada vez que optamos por comprar sus productos y que les entregamos nuestro dinero. Y a los gobiernos y sus políticas de crecimiento y concentración del poder las sostenemos los ciudadanos que delegamos en ellos decisiones que debieran ser nuestras, y cuando les exigimos que resuelvan nuestros problemas del modo ostentoso y dispendioso en que el Estado suele hacerlo, y cuando elegimos a gobernantes obsecuentes al darles nuestro voto.
Llegamos así, a la última de las creencias erróneas que inhiben la acción de muchos. La percepción del sacrificio en que han de incurrir los que deciden actuar, mientras ‘los otros’ no hacen nada por enfrentar la situación. Sacrificio que se teme, que no se asume y que se evita especialmente si se piensa que es injusto, estéril e ineficaz. Pienso que éste es un asunto crucial, que merece la más atenta reflexión y un cuidadoso análisis.
Lo primero que hay que preguntarse es: ¿cuál es, y cómo es, el sacrificio implicado en la decisión personal, o familiar, o comunitaria, o nacional, de la opción que se haga por cambiar el rumbo y dejar de deteriorar el planeta?
Tanto a nivel personal como a nivel social, lo que se requiere es un cambio en el modo de vivir, que si se considera en términos del sacrificio, implica disminuir el consumo de cierta cantidad de bienes de origen industrial cuya producción es muy intensiva en el empleo de recursos no renovables y de energías contaminantes. A personas y a grupos muy integrados en la vida moderna este sacrificio puede parecerles que es muy grande; a una gran mayoría de quienes gozan de menos privilegios y de un reducido acceso al consumo, ese sacrificio debiera resultarles bastante pequeño, a no ser que aspiren desesperadamente a integrarse también al consumismo.
Pero ambas situaciones deben ser examinadas considerando y haciendo pesar en la balanza de los costos y de los beneficios, lo que implica estar integrados a las dinámicas del consumo moderno en términos del dinero que se debe necesariamente ganar y gastar para lograrlo, del endeudamiento en que se suele incurrir, del estrés y otros problemas de salud física y mental asociados al ritmo del consumismo, y de todo aquello a que se acostumbra renunciar en aras de mantenerse ‘actualizados’ con las novedades del mercado, a saber, descuido de la vida familiar, reducción del tiempo disponible para el ocio, las artes y la reflexión, aislamiento y escasa participación en la convivencia comunitaria, etc. La verdad es que los sufrimientos humanos que ocurren en el actual modo de organización de la vida son inconmensurables, y qué decir de los realmente aterradores que provocan periódicamente los desastres generados por la crisis ambiental.
Pero además, no se trata solamente de renunciar a ciertos modos de consumir y de vivir, sino de sustituirlos por otros modos de vivir y de satisfacer las necesidades, que pueden ser incomparablemente mejores en términos de la felicidad que proporcionan y de la calidad de vida a que pueden conducir. En efecto, la cercanía y contacto con la naturaleza proporciona placeres muy especiales, una alimentación sana es fuente de salud, el cultivo de la amistad y de la convivencia comunitaria puede ser fuente de muchas alegrías, la combinación del estudio con el trabajo autónomo y asociado es motivo de permanente desarrollo personal, una dedicación más activa a la lectura, a las artes, a la cultura y a los valores espirituales conduce a las más elevadas satisfacciones interiores.
La opción por un buen vivir en relación armónica con la naturaleza, en convivencia con una comunidad de amigos y vecinos, con énfasis en la cultura, el conocimiento y el desarrollo personal y espiritual, es un camino pleno de satisfacciones, alegrías y felicidad, que no proporcionan los bienes y las baratijas que ofrecen con exceso, agresiva e inmoderadamente las industrias y el mercado. Bienes a los que, por lo demás, no se trata de que haya que renunciar completamente, sino sólo en la medida de lo que desde un buen vivir como el descrito se llega a considerar prescindible, innecesario o superfluo.
Visto así, el sacrificio implicado se descubre que es realmente menor en comparación a los beneficios que se pueden obtener cambiando hacia los modos de vivir correspondientes a lo que podemos entender como una nueva y mejor civilización humana.
¿Se dirá que somos pocos los que tomamos esta opción mientras la mayoría persiste en sus maneras de consumir, de relacionarse y de comportarse? La tarea es atraerlos, convencerlos, mostrándoles ante todo que se puede vivir mejor, en un ambiente más sano física, mental y espiritualmente.
Los poderosos y los ricos difícilmente harán algo serio y consistente para enfrentar el deterioro de planeta, porque piensan que ellos están protegidos por su poder y su riqueza, y que en el peor de los casos, serán los últimos en ser afectados. No cabe por tanto esperar que sean ellos, los poderosos de la política y de la economía, quienes inicien o encabecen las acciones tendientes a enfrentarlos. Y es por eso que es preciso optar, cada uno, cambiando modo de vida, empezando a vivir como se vivirá en la nueva civilización, que es sin duda un modo de vida mejor que el que predomina actualmente.
Superados los temores y provistos de un conocimiento comprensivo y de un pensamiento complejo, optando por ese buen vivir, iremos construyendo economías solidarias, desarrollos locales, ambientes saludables, nuevos modos de desarrollo, que irán abriendo caminos hacia una nueva civilización, creativa, autónoma y solidaria, pluralista y multifacética, social y ambientalmente sustentable.
Luis Razeto

sábado, 10 de agosto de 2019

LAS CAUSAS DE LA DESIGUALDAD Y LO QUE SE PUEDE HACER


Un reciente Informe de Oxfam, llamado “Una economía al servicio del 1 %” muestra que, desde 2010, la riqueza de la mitad más pobre de la población se ha reducido en un billón de dólares. Esto ha ocurrido a pesar de que la población mundial ha crecido en cerca de 400 millones de personas durante el mismo período. Mientras, la riqueza de las 62 personas más ricas del planeta ha aumentado en más de 500.000 millones de dólares, hasta alcanzar la cifra de 1,76 billones de dólares.

En realidad, la desigualdad viene acentuándose desde hace varias décadas. Todos lo atribuyen al modo de producción, distribución, consumo y acumulación imperante, lo que es obvio; pero es necesario ser más específico en la comprensión del proceso que conduce a una desigualdad que viene acentuándose y que continuará en el mismo sentido en los próximos años. El hecho de fondo que explica esta tendencia a la concentración de la riqueza es el incremento de la productividad del capital, que resulta de los avances científicos y tecnológicos, y que conlleva, por un lado una progresiva sustitución de la fuerza de trabajo en los procesos productivos, y por otro, la marginación y salida del mercado de las unidades productivas de menor productividad y eficiencia.

Ahora bien, un aspecto clave que hay que tener en cuenta en toda esta dinámica económica es que el incremento de la productividad del capital y el desarrollo tecnológico inciden en una reducción de los costos de producción, y consiguientemente, en una reducción de los precios de los bienes y servicios, lo que beneficia a los consumidores.

Pero la tendencia de la concentración de la riqueza tiene como efecto, también, que los consumidores tienen menos ingresos autónomos con los cuales comprar los productos que se ofrecen en el mercado a precios decrecientes. Esto se ha venido compensando en los últimos años y décadas con un incremento del crédito al consumo, implicando un creciente endeudamiento de los consumidores. Consumidores cada vez más dependientes de los bancos, que deben destinar un creciente porcentaje de sus ingresos al servicio de los créditos solicitados en magnitudes cada vez mayores.

Para evitar las recesiones los Bancos Centrales han bajado las tasas de interés y aumentado la emisión monetaria. Pero estos dineros han terminado, crecientemente, en manos de las grandes corporaciones, precisamente por ser más competitivas y de mayor productividad, acentuándose así la concentración y la desigualdad.

También los Estados contribuyen de manera cada vez más importante al mantenimiento del sistema, sosteniendo la demanda y el consumo. Por un lado han creado constantemente nuevos empleos públicos, y por otro lado proveen a la población crecientes servicios sustitutivos de los que se ofrecen en el mercado, pero que igual implican demanda para las grandes empresas. Por poner un ejemplo, compran computadores que ofrecen gratuitamente a los estudiantes.

El problema es que este modo que tiene el Estado para sostener la demanda encuentra límites en la capacidad que tienen los gobiernos para obtener ingresos autónomos (que son los que obtiene por los impuestos, las multas, las rentas y los ingresos de sus propias empresas). Lo que hacen los Estados, entonces, para financiar los déficits en las finanzas públicas es, igual que los consumidores privados, endeudarse, emitiendo bonos y solicitando créditos. Así, lo poco que hasta ahora han podido hacer los gobiernos para reducir la desigualdad va siendo cada vez más reducido y marginal.

Crecientemente dependientes del sistema financiero internacional, los Estados buscan aumentar sus ingresos acrecentando la carga fiscal, esto es, aumentando los impuestos. ¿Pero a quiénes? No pudiendo hacerlo a las grandes corporaciones multinacionales (si lo hacen ellas se desplazan hacia otros países, desinvierten o amenazan con hacerlo), sólo pueden aumentar los impuestos a los productores locales y a los consumidores. Así las empresas locales se tornan cada vez menos competitivos, y continúan siendo desplazadas por las grandes corporaciones.

¿Hay salida? NO, no la hay, dentro de este sistema económico internacional. ¿Es posible ‘salirse’ de este sistema económico internacional? NO, porque tanto el Estado como los consumidores viven de que el sistema económico y financiero existentes sigan en funcionamiento.

Los Estados no pueden revertir, sino marginalmente, la tendencia mundial a la concentración de la riqueza y a la desigualdad creciente. Lo más insólito es que los países que logran continuar su crecimiento económico y disminuir la pobreza son aquellos que establecen alianzas estratégicas con el gran capital trasnacional. (Un ejemplo cercano ha sido el de Chile, y lo vemos también actualmente en Bolivia).

¿QUÉ HACER? No veo otra alternativa que la creación de una economía de solidaridad y de trabajo, que genere nuevas empresas, nuevas fuentes de trabajo, que produzcan bienes y servicios distintos a los que ofrecen las grandes empresas.

Ello sólo es posible si va acompañado de un cambio fundamental y progresivo de los tipos de consumo que predominan en la actualidad. En efecto, la economía de solidaridad y trabajo, junto con crear riqueza compartida, debe generar sus propios consumidores.

Si lo pensamos bien y a fondo, lo que se hace necesario es un proceso de transición hacia una nueva civilización, que en lo económico requiere – entre otras cosas – el desarrollo de una nueva empresarialidad (personal, familiar, asociativa y solidaria), de nuevas formas de trabajo (trabajo autónomo y asociado), y de nuevos y mejores modos de consumo (consumo responsable y orientado al desarrollo humano integral).

Luis Razeto



lunes, 5 de agosto de 2019

CENTRALIDAD DEL TRABAJO Y ECONOMÍA DE SOLIDARIDAD


   En los últimos años se ha venido renovando e intensificando la búsqueda teórica y práctica -tanto a nivel del pensamiento creativo como de la experimentación social concreta- de formas económicas nuevas, alternativas, que apuntan a encontrar y perfeccionar otros modos de hacer economía. Tales búsquedas, que tienden a poner el trabajo por sobre el capital, a hacer predominar la solidaridad sobre el individualismo y el hombre sobre los productos y factores materiales, pueden expresarse sintéticamente con los enunciados "centralidad del trabajo" y "economía de solidaridad".
           Decir centralidad del trabajo y economía de solidaridad es enunciar algo distinto a lo que existe como realidad predominante en las economías y sociedades contemporáneas. Muy explícito en ambas formulaciones está el distanciamiento crítico de las estructuras económicas vigentes y la proyectación de una realidad distinta. Con ambas expresiones se enuncia un proyecto o al menos una orientación teórica y práctica profundamente transformadora.
Enfoque crítico y transformador.
           Ni la economía actual es solidaria, ni en ella se manifiesta la centralidad del trabajo. Al contrario, un análisis de la misma nos pone frente al predominio y centralidad del capital y del Estado, respecto a los cuales el trabajo se encuentra en situación subordinada y periférica; y frente a una organización social en que compiten por el predominio los intereses privados individuales con los intereses de las burocracias y del Estado, en un esquema de relaciones basadas en la fuerza y la lucha, que relegan a un lugar muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a las relaciones de cooperación y solidaridad.
           Expresar esta orientación crítica y transformadora respecto de las grandes estructuras que caracterizan la economía moderna y contemporánea no significa que todo lo que se encuentra en ellas sea juzgado negativo y que deba ser cambiado, ni que no exista ya en la actualidad bastante de lo que expresamos como centralidad del trabajo y economía de solidaridad. Al contrario, los contenidos y formas de una y otra los sabemos presentes y operantes, bregando por crecer y expandirse en un contexto económico y social en que, si bien predominan las estructuras y relaciones capitalistas y estatistas, no llegan a constituir un sistema cerrado e indiferenciado internamente.
           Desde la "grande crisis" de los treinta sabemos que no es posible un capitalismo homogéneo que pueda prescindir de una consistente y sustancial dosis de economía pública y estatal; desde el actual derrumbe del socialismo real sabemos que no es posible un estatismo homogéneo, que pueda prescindir de una consistente y sustancial dosis de economía individual y privada.
           Lo que tenemos aún que aprender es que estas economías mixtas en que ambos, el capital y el Estado, convergen en la subordinación del trabajo y de las relaciones de comunidad y solidaridad, están lejos de constituir adecuadas respuestas a las necesidades, aspiraciones y fines de los hombres. Al contrario, si bien estas economías muestran ser eficientes en la generación de riqueza, lo son también en la generación de pobreza; si bien muestran capacidad de producir abundantes bienes, son también potentes en la producción de males; si bien permiten la satisfacción de una parte de las necesidades humanas, dificultan e inhiben la satisfacción de otras, dando lugar a una muy insatisfactoria calidad de vida.
El ser humano merece más.
           Lo que sostengo es que el predominio del capital y del Estado en las economías y sociedades modernas y contemporáneas, si bien ha dado lugar a grandes empresas y a muy poderosos Estados, ha significado también que exista hoy una inmensa mayoría de hombres y mujeres pequeños, inseguros, dependientes, temerosos, insatisfechos, sufrientes, débiles y bastante infelices. Y sostengo también que el hombre está llamado a mucho más, y que está en sus potencialidades el lograrlo, siendo caminos apropiados los que conducen a la centralidad del trabajo y a una economía más solidaria.
           Que la reducción del hombres a esa condición lamentable sea debida al capitalismo y al estatismo predominantes no me prece difícil de comprender. El trabajo es la actividad y el medio principal a través del cual el hombre desarrolla sus potencialidades, toma posesión de la realidad y la transforma según sus necesidades y fines, manifiesta y acrecienta su creatividad, se abre el camino al conocimiento, humaniza el mundo y se autoconstruye en niveles crecientes de subjetividad. Pero el capitalismo ha significado que la mayoría de los hombres carezca de los medios y recursos necesarios para ejercer el trabajo en esa plenitud de sentido, para emprender y desarrollar iniciativas que le permitan controlar sus condiciones de vida y desarrollar sus propios proyectos creadores.
           Al reducir el trabajo humano a una situación subalterna, el capitalismo impide que éste exprese su riqueza de sentido y contenidos. Si el trabajo es reducido al empleo, el hombre que lo realiza no es sino un empleado: sujeto dependiente, instrumental. El estatismo no ayuda tampoco a levantar el hombre a condición humana, porque también en él el trabajo humano es puesto en condición subalterna. Puesto como funcionario, como empleado del Estado, el trabajador carece también de los medios necesarios para emprender con autonomía obras propias en que exprese y desarrolle sus potencialidades creadoras. Cuando el Estado cumple excesivas funciones empresariales y es muy grande el ámbito de sus atribuciones, pocas oportunidades tienen los hombres y las comunidades de trabajo para desarrollarse en la amplitud de posibilidades a que abre el trabajo.
Empobrecimiento del trabajo humano.
           La inmensa mayoría de los hombres ha perdido el control sobre sus propias condiciones de vida porque ha trasferido al empresario capitalista y al Estado empresario toda iniciativa y capacidad de emprender. Empobrecidos y expropiados el trabajador, las familias, las comunidades y grupos intermedios, de los recursos de producción y de las capacidades de organizar, gestionar y tomar decisiones, se ha venido empobreciendo también el contenido cognoscitivo y tecnológico del trabajo de grandes multitudes de trabajadores.
           El trabajador desconoce los procesos tecnológicos en que participa, limitándose a ejecutar actividades cuya relación y significado en el conjunto del proceso ya no comprende. Un grupo reducido de hombres concentra los medios materiales y financieros de producción; otro grupo también pequeño concentra la información y el conocimiento de los procesos tecnológicos y científicos implicados en la producción; las capacidades de tomar decisiones se encuentran también concentradas en muy pocas cabezas. A la inmensa mayoría de los hombres, precisamente aquellos que identificamos como los trabajadores, no les queda sino una capacidade de trabajo en general, indiferenciada y parcial; lo único que puede hacer con ella es ofrecerla en el mercado por si alguien desea emplearla.
           Una vez lograda la gran meta, la ansiada condición de tener un empleo, su vida entera depende del empleador, trátese del empresario capitalista o del Estado; no le queda entonces sino someterse. Este hombre sometido, dependiente, inseguro, temeroso y débil, sufrido y sufriente, si no ha desarrollado especiales cualidades y energías de resistencia moral y cultural que lo lleven a organizarse, a participar de sindicatos, a comprometerse en procesos políticos o en comunidades que se proponen fines superiores, demasiado a menudo se envilece. Y qué decir del estado en que cae el trabajador que ni siquiera llega a esta condición de empleo. ¿Cómo puede estimarse a sí mismo si nadie se interesa por sus fuerzas laborales ofrecidas al más ínfimo de los niveles de salario?
La economía popular inicia la recuperación.
         Desde ahí abajo, desde lo más hondo de la miseria y la marginación, tiene comienzo un proceso sorprendente: el lento redescubrimiento del hombre o de la mujer que hay en cada uno, por empobrecido y excluído de la sociedad que se encuentre, y con ello la valoración de fuerzas y capacidades propias de hacer y de ser, de trabajar y emprender. Pero este proceso no se da de manera espontánea en el hombre solo, por simple efecto de reacción natural una vez topado el fondo. El camino ascendente se inicia con la llegada de la que en definitiva constituye la más poderosa de las fuerzas: la solidaridad que libera creando vínculos de organización y de comunidad.
         Cierto, estas experiencias de organización económica popular que surgen desde los grupos más pobres y excluídos constituyen un inicio, extraordinariamente precario y débil pero real, de formas económicas solidarias en que el trabajo asume posiciones centrales. Centralidad del trabajo no buscada como proyecto sino motivada por el hecho simple y escueto que allí el trabajo es el único factor disponible, siendo los otros factores -medios materiales, tecnologías, capacidades de gestión, financiamientos-tan escasos y pequeños que mal podrían constituir el centro de nada.
         Pero el camino hacia la centralidad del trabajo y hacia la solidaridad económica no necesariamente ha de empezar desde tan abajo. Para revertir el proceso de empobrecimiento y subordinación del trabajo y de la comunidad no es preciso esperar que se imponga con toda su fuerza reductora.
         El proceso ha sido éste: un grupo se apropia de los medios de trabajo, otro de las capacidades de gestión y dirección, otro de los conocimientos tecnológicos, etc. A medida que se va produciendo esta división social del trabajo, va quedando en la mayoría una capacidad de trabajo residual, que implica un empobrecimiento del hombre mismo. Al mismo tiempo, se van rompiendo los vínculos de la comunidad humana, porque los hombres con sus diversas potencialidades se relacionan en términos competitivos, conflictivos, dando lugar a relaciones de fuerza y de lucha. Empobrecidos, los hombres no se relacionan en la riqueza de sus cualidades sino en la pobreza y homogeneidad de sus carencias. La sociabilidad entre seres humanos tan pobres y parciales no es constitutiva de comunidades sino de masas.
         Revertir este proceso significa avanzar en la recuperación e integración de una riqueza de contenidos del trabajo, en las personas y grupos humanos reales. Más concretamente, se trata de que el trabajador vuelva a adquirir capacidad de tomar decisiones, desarrolle conocimientos relativos al cómo hacer las cosas, recupere control y propiedad sobre los medios de trabajo. Este proceso de enriquecimiento del trabajo significa simultáneamente un progresivo potenciamiento del hombre, que supera la dependencia, su extrema precariedad, pobreza e inseguridad. El hombre se va haciendo nuevamente capaz de emprender, de crear, de trabajar de manera autónoma, de tomar el control sobre sus condiciones de existencia.
         Esto no puede verificarse sino en el encuentro entre los hombres mismos, en la cooperación y formación de comunidades, en las cuales el trabajo dividido se recompone socialmente. Porque los hombres nos desarrollamos y enriquecemos unos a otros, y lo hacemos mejor cuando no nos vinculamos en términos de lucha y conflicto sino en relaciones de reciprocidad y solidaridad. El enriquecimiento del trabajo, condición de su recuperación de centralidad, requiere el desarrollo de relaciones de cooperación. Ahí se encuentran los procesos hacia la centralidad del trabajo y hacia la economía de solidaridad.
La relación entre economía y solidaridad.
         Ahora bien, lo que llamamos economía de solidaridad no consiste en un modo definido y único de organizar unidades económicas. Se trata más bien de un proceso multifacético por el cual incorporamos solidaridad en la economía.
         Digo "incorporar solidaridad en la economía" con una muy precisa intención. Estamos habituados a pensar la relación entre la economía y la solidaridad de otra manera. Se nos ha dicho muchas veces que debemos solidarizar, como un modo de paliar algunos defectos de la economía, o de resolver ciertos problemas que la economía no ha podido superar. Tendemos a suponer que la solidaridad debe hacerse después de que la economía ha cumplido su tarea y completado su ciclo. Primero estaría el tiempo de la economía, en que los bienes y servicios son producidos y distribuídos. Una vez efectuada la producción y distribución, sería el momento de la solidaridad, para compartir y ayudar a los que resultaron desfavorecidos o que están más necesitados. La solidaridad empezaría cuando la economía ha terminado su tarea y función específica. La solidaridad se haría con los resultados -productos y servicios- de la actividad económica, pero no serían solidarias la actividad económica misma y sus productos.
         Lo que sostengo es distinto a eso, a saber, que la solidaridad se introduzca en la economía misma, y que opere en las diversas fases del proceso económico, o sea en la producción, distribución, consumo y acumulación. Y que se introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidaridad pareciera no encajar espontáneamente.
Los motivos y caminos de la economía de solidaridad.
         Si tal es el sentido, dirección y significado del proceso, podemos descubrir diferentes situaciones y motivos, que al mismo tiempo constituyen como vías por las que diferentes personas acceden o se aproximan a buscar alguna participación en la economía de solidaridad y en la centralización del trabajo.
         La primera situación a que aludo es la pobreza, que en los últimos quince años en Chile y en toda América Latina se ha incrementado. Ha crecido la distancia que separa a los ricos y a los pobres. Por otro lado, se ha verificado una transformación en la realidad de la pobreza.
         La pobreza ha crecido en cuanto existe una masa social de personas que han sido excluídas del empleo y del consumo después de haber experimentado algún nivel de participación e integración; pero con ello el mundo de los pobres también se ha enriquecido de capacidades y competencias técnicas y de organización, las que no han permanecido inactivas por el hecho de que las empresas y el Estado no las ocupen.
         Se viene verificando, así, el surgimiento de una ingente cantidad y variedad de actividades y organizaciones económicas, a través de las cuales numerosos sectores populares han desplegado iniciativas personales, familiares, asociativas y comunitarias, generando una increíblemente variada economía popular.
         Es el pueblo pobre y marginado que se ha activado económicamente y que espera satisfacer sus necesidades y abrirse caminos en la vida no sólo mediante la oferta pasiva de sus fuerzas de trabajo en el mercado, o mediante la pura reivindicación de sus derechos ante el Estado y los organismos públicos, sino basándose en sus propias fuerzas y recursos, y a menudo asociándose y organizándose grupal y comunitariamente.
         La pobreza y esta economía popular que emerge de ella constituyen un primer motivo que nos orienta en la perspectiva de la economía de solidaridad, porque los modos de hacer economía que surgen del pueblo, espontáneamente o por inducción de agentes externos que los apoyan, no corresponden a aquellas formas del comportamiento teorizadas por las teorías económicas convencionales. Observamos, en efecto, que al menos una parte de esta economía de los pobres da lugar a comportamientos que no corresponden a los del homo oeconomicus supuesto por las teorías neoclásicas, sino a otros que expresan una cultura mejor predispuesta a encontrar en la comunidad y en el entorno social más próximo los medios necesarios para vivir. Esta economía popular solidaria ha sido y está siendo capaz de suscitar, además, el movimiento de solidaridad de personas e instituciones que están dispuestas a colaborar con ella mediante la aportación de recursos, ideas y trabajo.
         En esta economía popular el trabajo adquiere espontáneamente centralidad, porque quienes organizan las unidades económicas son trabajadores cuyo principal recurso y factor que invierten y gestionan en ellas es precisamente el trabajo. Valorizar el trabajo propio es el objetivo principal que define la racionalidad de estas pequeñas empresas de trabajadores en que el trabajo no adquiere la forma asalariada sino las formas del trabajo autónomo o "por cuenta propia" y del trabajo asociativo o en cooperación.
         Una segunda situación que indica la necesidad de introducir más solidaridad en la economía y que también motiva la búsqueda de mayor centralidad del trabajo emerge desde el mundo del trabajo asalariado y dependiente en las empresas privadas y públicas, a través de las organizaciones tradicionales de los trabajadores. Incrementar la riqueza de contenidos del trabajo, mejorar las condiciones en que se desenvuelve, poner énfasis en los efectos del trabajo sobre la salud física y psicológica del trabajador, buscar activamente mayor participación, empezando por acceder a niveles crecientes de información, luchar por el control decisional en diferentes ámbitos que repercuten directamente sobre los trabajadores, etc.
         Una tercera situación que propicia la elaboración práctica y teórica de la economía de solidaridad se origina en los movimientos cooperativo y de autogestión. Ambos movimientos han constituído por muchas décadas los principales procesos de construcción de formas económicas alternativas, sociales y humanistas. Pero aunque estos movimientos se han extendido por todas las ramas de la economía y por todos los países del mundo, el cooperativismo y la autogestión han manifestado límites y crisis en su crecimiento, y no han llegado a imponerse como sujetos históricos autónomos dotados de efectiva capacidad de dirección de los cambios económicos y del desarrollo. Aunque no han dejado de gozar de un muy elevado consenso moral, hemos de reconocer que se mantienen en un plano subordinado respecto de las grandes tendencias de la economía y la política.
         Es pertinente interrogarse, entonces, cuáles sean las potencialidades que subsisten para que el cooperativismo y la autogestión desarrollen fuerzas propias de respuesta a la crisis económico-social contemporánea y de transformación económico-política. Ello requiere profundizar las causas que explican el desarrollo parcial y los problemas encontrados en su expansión. Y plantea la necesidad de indagar más a fondo acaso es posible el desarrollo de nuevas formas económicas que, manteniendo los principios y valores de cooperación y autogestión, resulten más eficientes para operar en el mercado y en las economías actuales.
         La cuarta situación que induce a la búsqueda de una economía de solidaridad es la percepción de que América Latina no terminamos de enrielar por una vía de desarrollo eficaz.Que sea necesaria una estrategia alternativa de desarrollo resulta evidente dado el fracaso de las estrategias conocidas y aplicadas; pero además, cada día es más clara la necesidad de que lo alternativo sea no sólo la estrategia, sino también el desarrollo perseguido. Primero, porque la pobreza en que se mantienen multitudes crecientes no alude sólo a una insuficiente integración a un proceso dinámico, sino a la incapacidad estructural de la economía tal como se encuentra organizada, para absorver las capacidades de trabajo y las necesidades de consumo de esa población marginalizada. Segundo, porque aquél segmento de nuestras economías que ha logrado crecer y modernizarse manifiesta perfiles de notable unilateralidad, de modo que quienes tienen acceso a sus beneficios materiales no encuentran sin embargo oportunidades reales de satisfacer otras necesidades y aspiraciones superiores de la persona y de la comunidad, permaneciendo en la pobreza y el subdesarrollo respecto a necesidades culturales, relacionales y espirituales cuya satisfacción requeriría otra organización de la economía. La demanda de un desarrollo alternativo, que ofrezca respuestas a ambas formas de la pobreza, es otra fuerza que orienta hacia la solidaridad en la economía.
         El quinto motivo (razón y vía de acceso) para buscar la economía de solidaridad y la centralidad del trabajo es el problema y la crisis ecológica, que cada vez más se manifiesta como cuestión económica estructural, parte de un problema más profundo de la civilización industrial, materialista y consumista en que vivimos. Los desequilibrios ecológicos enraizan en el modo en que se realiza el intercambio vital entre el hombre y la naturaleza que se verifica en el trabajo y el consumo, o sea en la economía. Un incremento de la solidaridad en el trabajo, en la distribución y el consumo, comienza a ser percibida como la forma más eficaz de superar una vasta gama de los problemas ecológicos que nos amenazan.
         La última -pero no menos importante- de las motivaciones que llevan a buscar teórica y prácticamente en la perspectiva de la centralidad del trabajo y de economía de solidaridad es una preocupación específicamente cristiana. El campo de las actividades y estructuras económicas es un ámbito donde se ponen en juego y a prueba los principales valores y principios humanistas y cristianos. Y el panorama que presenta la economía enfocado desde la óptica de dichos valores y principios resulta altamente insatisfactorio. Por un lado, la ingente pobreza extrema que afecta a multitudes; por otro el individualismo y la búsqueda apasionada de la riqueza material; en fin el sometimiento de los hombres a estructuras, leyes y planes supuestamente objetivos. La búsqueda de la centralidad del trabajo -el trabajo como "clave de toda la cuestión social"- y construcción de una economía más solidaria, se levantan como tareas fundamentales para quienes aspiran a la evangelización de la cultura, de la economía y de la política.
         Al enunciar estas seis principales situaciones que motivan la búsqueda de una economía de solidaridad estamos ya indicando cuales son sus contenidos y orientaciones más relevantes, así como las tareas indispensables para promoverla. Entre éstas quisiera reiterar la importancia del estudio, la reflexión y la indagación.
Nuevas relaciones entre la teoría, la práctica y la ética.
         Sabemos bien que en las diferentes teorías económicas existentes escaso espacio se ha dado a la cooperación y la comunidad, y que el trabajo es considerado como variable subordinada. La gravitación que el proceso hacia la centralidad del trabajo y hacia la economía de solidaridad está llamado a alcanzar plantea entonces la exigencia de llenar el vacío. Pero no se trata solamente de efectuar una aplicación de los conceptos, fórmulas y modelos que han sido elaborados a partir de realidades económicas tan distintas a las que aquí nos interesan, pues con ello avanzaríamos demasiado poco. Debemos asumir que estamos realmente buscando y desplegando una distinta racionalidad económica, cuya comprensión exige nuevos conceptos y nueva teoría económica.
         Cualquier proyecto de cambio necesita un gran despliegue de la reflexión, porque el puro esfuerzo práctico y organizativo no acompañado de la indispensable elaboración y estudio que otorgue coherencia, orientación y potenciamiento a las experiencias prácticas, probablemente lo haría permanecer en un plano subordinado. Es la reflexión y el trabajo intelectual el que puede conducir los movimientos y procesos prácticos a la verdadera autonomía, guiándolos a niveles de realización más eficientes y amplios, potenciándolos en sí mismo, ligitimándolos socialmente, llevándolos a un nivel de superior coherencia, proporciónadoles el indispensable fundamento conceptual.
         Del estudio, la reflexión y el intercambio de experiencias e ideas en torno al trabajo y a la economía de solidaridad emerge la posibilidad de una profunda renovación de la teoría económica general; pero no se crea que ello sea tarea exclusiva para los especialistas. Y no sólo porque, como se ha dicho, los asuntos de la economía son demasiado importantes para todos como para dejárselos sólo a los economistas.
         La ciencia económica no es una disciplina autónoma que tenga en sí misma todos los elementos indispensables para su desarrollo, sino que encuentran en otras ramas del saber bases y fundamentos necesarios para su formulación. Así, en cuanto indaga en torno a la racionalidad y se interroga por las necesidades y el bienestar del hombre, hunde sus raíces en la filosofía; en cuanto es un saber que se refiere a las opciones que enfrentan los individuos, grupos y sociedades, a los cuales aporta también indicaciones normativas, convoca y recurre a la ética y la axiología; en cuanto estudia el comportamiento de los hombres requiere fundarse en la antropología y la psicología social; en cuanto los fenómenos y procesos que investiga tienen un carácter social inherente, supone conocimientos que son proporcionados por la historia, la sociología y la política.
         Pero más allá de todo esto, y a la base de cualquier elaboración intelectual que sirva, se encuentra la experiencia humana, multifacética y permanentemente enriquecida con nuevos elementos, reflexiona en diversos grados por los mismos que la van desplegando, compartida en innumerables conversaciones, encuentros y ocasiones de las más variadas. Desde dicha experiencia emerge el pensamiento y el concepto, y sólo en referencia a ella el trabajo intelectual encuentra su pleno sentido.
         De todas maneras, la economía de solidaridad no ha de surgir a partir de la pura reflexión y el estudio, ni tampoco de la experiencia práctica por más intensa que sea. Sino de la unión mutuamente enriquecedora entre ambas.
         En la época moderna se ha hablado tanto de la unión entre la teoría y la práctica, pero quizá como nunca ellas han transitado por caminos separados. Lo que suele olvidarse es que el nexo entre la teoría y la práctica no es algo inherente a la teoría o a la práctica en sí mismas, sino que es un vínculo ético. Se sabe que la unidad de teoría y práctica requiere autenticidad, compromiso, consecuencia. Me atrevo aquí a agregar que el nexo que une teoría y práctica es un vínculo profundo de solidaridad, que se construye cuando hay cooperación entre las personas involucradas en una práctica, una experiencia y un ideal compartidos.
         Por el hecho mismo de ser un vínculo ético, la unión entre teoría y práctica es tarea eminente de la política. Es en la actividad política donde pueden cumplirse importantes pasos que vinculen las experiencias prácticas de tantas personas, grupos y organizaciones de base con las elaboraciones intelectuales de quienes sistematizan esas experiencias y las proyectan en el pensamiento, la ciencia y la cultura. A través de una apropiada mediación política la teoría y la práctica de la economía de solidaridad y de la centralización del trabajo pueden convertirse en proyecto histórico. Es una tarea que no puede ser cumplida por conciencias mezquinas y voluntades débiles sino que requiere espíritus abiertos y generosos. Quienes la asuman e inicien serán los verdaderos pioneros y fundadores de esa civilización de la solidaridad y del trabajo a que nos vienen llamando insistentemente las últimas formulaciones de la enseñanza social de la Iglesia.
Luis Razeto 
       Este artículo ha sido publicado en diferentes revistas y libros. Para profundizar el tema de este artículo recomendamos el libro LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA, al que puede accederse desde este enlace: LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA