jueves, 27 de junio de 2019

LA ECONOMÍA SOLIDARIA: DIEZ CAMINOS, CINCO MODALIDADES, UN GRAN PROYECTO


I. LOS CAMINOS.
En mis trabajos de apoyo, formación e investigación realizados con y sobre las iniciativas de personas y organizaciones que buscan formas nuevas y alternativas de hacer economía;
invitado por cooperativas, ONGs, universidades, iglesias y grupos diversos que me llevaron a numerosos pueblos y ciudades en casi todos los países latinoamericanos;
identifiqué diez procesos, diferentes pero convergentes;
diez caminos por los que muchas personas y grupos transitan actualmente y desde hace varias décadas, hacia una nueva economía: la economía solidaria.
Una economía solidaria que es popular, que es asociativa y cooperativa, que es de trabajadores y de comunidades creativas, autónomas y solidarias.
Esos Caminos parten de determinadas situaciones críticas y de problemas reales y actuales, los cuales motivan a quienes los experimentan y sufren, a crear y desarrollar iniciativas y organizaciones económicas solidarias, para hacerles frente y superarlos con sus propios recursos, capacidades y fuerzas. Son:

1. EL CAMINO DE LOS POBRES Y DE LA ECONOMÍA POPULAR.
2. EL CAMINO DE LA SOLIDARIDAD CON LOS POBRES Y LOS SERVICIOS DE PROMOCIÓN SOCIAL
3. EL CAMINO DEL TRABAJO AUTÓNOMO Y ASOCIATIVO.
4. EL CAMINO DE LA PARTICIPACIÓN SOCIAL Y DE LA AUTOGESTIÓN.
5. EL CAMINO DE LA ACCIÓN TRANSFORMADORA Y DE LOS CAMBIOS SOCIALES .
6. EL CAMINO DEL DESARROLLO ALTERNATIVO.
7. EL CAMINO DE LA ECOLOGÍA .
8. EL CAMINO DE LA MUJER Y DE LA FAMILIA.
9. EL CAMINO DE LOS PUEBLOS ANTIGUOS.
10. EL CAMINO DEL ESPÍRITU.
El conocimiento que adquirí y los análisis que realicé a partir de, y en relación a, esas experiencias y procesos, los expuse en el libro LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA.

II. LAS MODALIDADES (FORMAS Y RACIONALIDADES).
La elaboración teórica que realicé con base en esas experiencias y procesos económicos me llevaron a formular una Teoría Económica Comprensiva, tendiente a comprender la economía en su complejidad y en su diversidad, y en consecuencia, integradora de las distintas formas y expresiones de la economía solidaria.
En particular, estudiando los modos del relacionamiento económico-social que se manifiestan entre los sujetos (personas y organizaciones) que participan en las mencionadas experiencias, me llevaron a diferencias cinco Formas o Modos de la Economía Solidaria, que se caracterizan por proceder conforme a unas distintas Racionalidades económicas particulares.
Esas modalidades se distinguen por varios elementos, entre los cuáles, los sujetos que los organizan, las lógicas con que operan, las formas de propiedad y las relaciones económicas que establecen entre sus miembros y en la economía más amplia. Constituyen, cada una, modos de hacer economía en cierto sentido integrales, en cuanto incluyen actividades de producción, distribución, consumo y acumulación que se organizan y desarrollan conforme a una particular racionalidad económica. Son las siguientes:

1. LA ECONOMÍA SOLIDARIA DE DONACIONES.
2. LA ECONOMÍA SOLIDARIA DE COMUNIDADES.
3. LA ECONOMÍA SOLIDARIA DE COOPERACIÓN.
4. LA ECONOMÍA SOLIDARIA DE REDES.
5. LA ECONOMÍA SOLIDARIA DE INTERCAMBIOS DE MERCADO.
Los conceptos y formulaciones teóricas y el análisis de estas diferentes formas de la economía solidaria y de sus racionalidades particulares los he expuesto en los libros: LAS EMPRESAS ALTERNATIVAS; LAS DONACIONES Y LA ECONOMÍA SOLIDARIA; EMPRESAS COOPERATIVAS Y ECONOMÍA DE MERCADO; TEORÍA ECONÓMICA COMPRENSIVA.


III. UN SENTIDO Y UN GRAN PROYECTO.
A través de todos los caminos y en los diversos modos de la economía solidaria se experimenta un mismo hecho esencial, a saber, la incorporación de la solidaridad (de lo que hemos llamado el Factor C) en las actividades económicas, en las relaciones económicas, en las empresas, en los mercados y en la economía en su conjunto. Por eso a todo ello lo identificamos con un mismo nombre: economía solidaria, o economía de solidaridad.
La solidaridad - el Factor C -, puede integrarse y manifestarse de distintas maneras, configurando modos especiales de trabajar, de consumir, de organizar, de comercializar, de financiar, de invertir. Pero para que sea capaz de generar una racionalidad económica solidaria, debe tratarse de una solidaridad consistente y coherente, central y no puramente marginal u ocasional.
El sentido y el objetivo que comparten todas las formas de la economía solidaria no es otro que poner la economía al servicio de las personas, de la comunidad, del bien común; lo que a su vez supone e implica hacer economía con ética, con valores, con justicia, con libertad, con equidad, con eficiencia, con humana solidaridad.
En la economía solidaria las personas despliegan sus conocimientos, su creatividad, su autonomía, su sentido de la comunidad, y crecen en todo eso como resultado de su ejercicio, comprensión y valoración. Esto se manifiesta en cada empresa o unidad económica solidaria, y se proyecta hacia el entorno, hacia la comunidad, hacia la conformación de un sector económico solidario, y hacia la economía en su conjunto.
El sentido humano y el proyecto histórico de esta economía solidaria, es ir creando y transitando hacia una nueva civilización.
Una civilización de personas de conocimiento, creativas, autónomas y solidarias. Una civilización que se construye como comunidad de comunidades, expandiéndose desde cada lugar donde exista una iniciativa o experiencia de economía solidaria.
Una visión analítica y comprensiva del sentido y del proyecto transformador en que se insertan los caminos y las formas de la economía solidaria, los he desarrollado en los libros: ¿CÓMO INICIAR LA CREACIÓN DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN?; TÓPICOS DE ECONOMÍA COMPRENSIVA; y DESARROLLO, PERFECCIONAMIENTO Y TRANSFORMACIÓN DE LA ECONOMÍA EN EL TIEMPO.
Luis Razeto

sábado, 22 de junio de 2019

UN SISTEMA TRIBUTARIO Y DE ASIGNACIÓN DE LA RENTA NACIONAL PARA UN ORDEN INSTITUCIONAL FUNDADO EN LOS PRINCIPIOS DE SUBSIDIARIDAD Y DE SOLIDARIDAD


Este conversatorio se enmarca en el proceso creativo y progresivo del Congreso Desafíos de la Transición a una Nueva Civilización, que estamos organizando y ya comenzando a realizar diferentes personas y organizaciones.
La idea de estos conversatorios es que los autores que nos proponemos presentar en el Congreso que culminará en Octubre de 2020, podamos presentar y conversar en base a borradores de nuestro trabajos, o las ideas preliminares, para su discusión y análisis, de modo que podamos después perfeccionarlo, enriquecerlo, corregirlo, con las opiniones, críticas, las sugerencias y comentarios que otras personas interesadas en el tema nos puedan plantear. Decimos que es un Congreso de nuevo tipo, participativo, progresivo, en que además de académicos, intelectuales o pensadores, participen personas y grupos que están realizando en la práctica, experiencias que apuntan a crear esas nuevas economía, política, cultura, educación, cuidado del ambiente, propias de una civilización mejor a la actual.

Lo que voy a presentar tiene tres partes. Una: los fundamentos teóricos de la propuesta, que tengo ya bastante elaborados. Dos: la propuesta misma, que es todavía una idea general, no desarrollada en sus aspectos particulares. Y tres: la viabilidad de su implementación.
Es el orden que parece lógico. Pero voy a presentar el tema al revés, o sea comenzando con algunas observaciones sobre la viabilidad de un cambio tan profundo y extendido como el que voy a proponer. Porque si no fuera viable, no tiene sentido hacer una propuesta.
Esto de la posibilidad de un cambio profundo es importante dilucidarlo, especialmente hoy, cuando cunde la idea de que las transformaciones de fondo no son posibles, porque el sistema tiene todo bien amarrado, y que no podemos salirnos del curso establecido porque tendría consecuencias muy serias en los equilibrios macroeconómicos, en las instituciones, en la estabilidad democrática, etc. etc. sobre lo cual se insiste tanto, aludiendo siempre a ejemplos deplorales como el de Venezuela y otros que han fracasado. Entonces, comienzo con:
Algunas observaciones preliminares sobre la viabilidad del cambio.
1. Quienes somos mayores de 60 años tenemos la experiencia de que son posibles transformaciones serias, profundas, radicales incluso, en la organización política, económica y social. Transformaciones que modifican las relaciones entre la economía, la sociedad civil y el estado. Conocimos transformaciones, primero en versión social-cristiana con la revolución en libertad (reforma agraria, promoción popular, ley de organizaciones sociales, etc.). Luego en versión socialista con la vía chilena al socialismo (creación del Área de propiedad social, Juntas de abastecimiento y precios, etc.). Y después en versión liberal con la llamada “revolución silenciosa” del gobierno militar (reducción del tamaño y las funciones del Estado, AFPs, Isapres, mercadización de la economía, etc.). No importa aquí determinar si esas y otras transformaciones han sido positivas o negativas. Lo que nos interesa destacar es que los tres procesos políticos mencionados ponen de manifiesto que cambios profundos, estructurales, que afectan la organización económica, social y política de la sociedad, son posibles de realizarse.
2. Estamos viviendo estos días dos procesos legislativos que demuestran que “técnicamente” - me refiero a técnica jurídica y legislativa – es posible y relativamente fácil hacer dos cosas esenciales: Una, crear impuestos que no van al fondo común del estado sino a una institucionalidad pública o civil autónoma que se crea ad hoc. Es el caso de la reforma de las pensiones que crea un impuesto a las empresas del 4% sobre las remuneraciones del trabajo, que será administrado por un ente público autónomo. Dos, establecer que un porcentaje de los impuestos que se establece en la legislación tributaria, no irá al fisco central, sino directamente a entidades menores, como son en este caso las regiones y las administraciones municipales.
3. Lo que “técnicamente” es posible, se convierte también en “políticamente viable” cuando cuenta con una gran mayoría social que lo apoya. Los dos ejemplos anteriores son transformaciones mínimas, pero no insignificantes; lo importante es que nos muestran que son posibles transformaciones mayores en esas mismas direcciones, como las que aquí voy a exponer en la propuesta. Es una propuesta que en sí no parece tan revolucionaria, pero que podría gatillar nada menos que un nuevo orden social y político, propio de una nueva civilización me atrevo a decir, y que son perfectamente posibles si las pensamos, las difundimos y las elaboramos técnica y políticamente.
Si tuviera que enmarcar esta propuesta en una nueva corriente de pensamiento político, lo llamaría “liberalismo social solidario”. El cual podría concitar una muy amplia adhesión ciudadana, y que sería aceptable para diferentes orientaciones políticas: social cristianas, liberales, socialistas y solidaristas.
4. La viabilidad económica de la propuesta se basa en que no implicaría un aumento de los impuestos, sino una re-orientación de los mismos montos actuales de renta pública y de impuestos, que tendría el efecto de una mayor eficiencia en la solución de los problemas. Esto es importante, porque en general no son económicamente viables impuestos nuevos que generan incertidumbre, limitan las inversiones y el crecimiento, y que suelen llevar a que los capitales huyan hacia países que les ofrezcan mejores condiciones competitivas. Esta no es una propuesta que aumente las tributaciones sino que busca reorientar el modo en que se efectúan los tributos y quienes los administran.
Fundamentación teórica de la propuesta.
En la civilización moderna en crisis orgánica, el Estado ha venido asumiendo crecientes funciones, para el cumplimiento de las cuales se apropia de un porcentaje cada vez más alto de los ingresos de las empresas y de las personas estableciendo abultados impuestos. Lo que explica esta tendencia al incremente constante de los impuestos es la crisis que experimenta el mismo Estado, que no siendo capaz de resolver los graves problemas de la pobreza, la inequidad social, el deterioro ambiental, las migraciones, el orden social, la gobernabilidad, etc., argumenta la necesidad de disponer de mayores ingresos para hacer frente a esos problemas que no puede ni sabe cómo resolver. Y mientras más crece el Estado, más costoso es para la sociedad, más ineficiente, más burocrático, más corrupto, y menos aceptado y legitimado socialmente.
Hemos postulado que una nueva civilización no debe estar centrada en el Estado ni en el mercado capitalista, sino en la sociedad civil organizada que recupera el control de sus recursos y de sus condiciones de vida. No significa esto que no deba existir el Estado, sino que requiere una profunda transformación, debiendo cumplir con mayor eficacia menos funciones que las que ha asumido en la civilización moderna. Así como también continuará funcionando el mercado, pero reorganizado, democratizado, con mayor participación de la sociedad civil organizada.
Surge entonces la pregunta del título de este conversatorio: ¿cómo pudiera ser la asignación y distribución de la renta nacional y el sistema tributario, en una nueva civilización que no debiera ser capitalista ni estatista?
Habría que romper el círculo vicioso que lleva al crecimiento del Estado, que al apropiarse de un porcentaje creciente de la renta nacional y de los impuestos, se convierte en cada vez más necesario en la misma proporción en que crece y se torna menos eficiente. Es imperioso abandonar ese “reflejo condicionado” según el cual, ante cualquier problema se plantea como respuesta que el Estado lo resuelva.
Para ello, es necesario encontrar soluciones nuevas a esos graves problemas de la pobreza, la equidad, el medio ambiente, la gobernabilidad, el orden social, etc. que actualmente se supone que deba resolver el Estado.
En la búsqueda de una nueva organización política de la sociedad, hay dos principios que considero esenciales: el principio de subsidiaridad y el principio de solidaridad.
El Principio de Subsidiaridad.
El principio de subsidiaridad ha sido mal entendido por el neo-liberalismo, en cuanto lo limita al hecho de que el Estado asuma subsidiariamente la solución de los más graves problemas de la pobreza, y que atienda la educación, la salud, la previsión, de quienes no pueden solventarlos por sí mismos. Pero el principio de subsidiaridad es más amplio y complejo que eso. Fue formulado originalmente por el pensamiento social-cristiano (Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Joseph Lebret, las Encíclicas Sociales, Jaime Castillo en Chile).
El contenido del principio de subsidiariedad puede encontrarse ya en Aristóteles, quien, en La Política, describe la ciudad como una comunidad de comunidades y afirma que sólo en el marco de estructuras como la familia, la casa y la aldea “puede el hombre llegar al pleno despliegue de sus capacidades naturales que lo distinguen de los demás vivientes, y, con ello, alcanzar plena conformidad con su naturaleza”. Estas estructuras, a su vez, logran desplegar al máximo su potencial de realización en el contexto de la polis —la forma más compleja de organización social en ese entonces— sin que, en ningún caso, esto signifique que las agrupaciones menores sean absorbidas por ella. Además, el filósofo griego va a defender, contra Platón, que lo mejor para la polis es la diversidad entre sus ciudadanos, y no su homogeneidad.
Con todo, será la encíclica de Pío XI Quadragesimo Anno. Sobre la restauración del orden social (1931), donde se formula el principio de subsidiariedad católico en su versión más difundida, estableciendo que “no se puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria; así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del recto orden, quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos”.
Lo que establece este principio de subsidiaridad es que la sociedad se constituya desde lo menor a lo mayor, desde la base hacia arriba, partiendo de las personas, las familias, las organizaciones intermedias, las comunas, las regiones, hasta finalmente el Estado. Establece que todo lo que puede realizar una entidad menor, quede bajo su responsabilidad, de modo que tenga la oportunidad de desarrollarse con autonomía y potenciar así sus capacidades. Lo que en un nivel menor no puede resolverse, pase bajo la responsabilidad del nivel inmediatamente superior. Y así sucesivamente, con el resultado de que el Estado se encargue de aquello que no pueda ser resuelto por las personas, las familias, las organizaciones e instituciones intermedias.
Una formulación complementaria (de origen anglosajón) del principio de subsidiaridad establece que un asunto de interés social o público debe ser asumido y estar bajo la responsabilidad de una autoridad normativa, política o económica la más próxima al objeto del problema o al tema de referencia. Así por ejemplo, para los problemas de la salud conviene generar una autoridad generada por los médicos; para la educación, una autoridad generada por los educadores; para la ciencia, por los científicos; para el trabajo, por los trabajadores y las empresas.
Cabe recordar que el "principio de subsidiaridad" es uno de los principios sobre los que se sustenta la Unión Europea según quedó establecido en el Tratado de la Unión Europea. En Chile, es el contenido del Artículo Primero de la Constitución Política de la República. (En estos términos, muy similares a los que se establecieron en la Unión Europea: “Artículo 1º. Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos. El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece.”)
El principio de subsidiaridad se conecta directa y estrechamente con el Principio de Solidaridad.
El Principio de Solidaridad.
El principio de solidaridad establece que las personas se asocien solidaria y cooperativamente cuando por sí solas no pueden enfrentar una situación o problema que las afecta. Que las personas, las familias, las organizaciones intermedias, se ayuden y colaboren unas con otras, potenciando de ese modo sus capacidades de enfrentar sus necesidades, cumplir sus aspiraciones, realizar sus proyectos. Es el principio del que surge el Factor C, según el cual la unión de conciencias, de voluntades, de emociones y de recursos en función de un objetivo compartido, potencia el logro de esos objetivos. Opera este principio fortaleciendo a los integrantes por su pertenencia a la comunidad, y potencia a las comunidades por su efecto integrador. Las organizaciones mayores, desde el Estado hacia abajo, están para apoyar y fortalecer a las unidades menores, y hasta llegar a las personas y familias.
Por todo lo dicho se comprenderá que el estatismo, entendido como la tendencia a responsabilizar al Estado de la mayor cantidad de temas, problemas y asuntos, es la negación completa de los principios de subsidiaridad y de solidaridad.
Estos dos principios son, en mi opinión, esenciales para una buen orden social y político. Significan que en una nueva civilización, son las personas, las comunidades locales, las organizaciones de la sociedad civil, y un Estado entendido en términos subsidiarios, quienes deben asumir la responsabilidad de atender tan importantes asuntos como son la educación, la salud, el cuidado del ambiente y del territorio, etc.
Sobre estos complejas cuestiones que el Estado concentrador del poder no logra superar, hemos propuesto caminos de solución basados en la solidaridad civil, la organización de las comunidades, el desarrollo de la economía solidaria, nuevas formas de la educación en sus diversos niveles, entre otros.
Ahora bien, si la solución de problemas actualmente mal resueltos por el Estado significa que funciones que actualmente cumple el Estado deban ser asumidas por instancias públicas no estatales, surge la cuestión del financiamiento de esas funciones, y en particular, la necesidad de implementar un sistema de tributaciones y de asignación de la renta nacional, diferente al sistema tributario que concentra en el Estado los recursos que la sociedad puede disponer para enfrentar esos problemas.
La propuesta.
Téngase en cuenta que el Estado obtiene actualmente financiamientos provenientes de: 1) Rentas territoriales, mineras, contribuciones de bienes raíces, ingresos por concesiones diversas, aranceles aduaneros, etc.; 2) IVA e impuestos que tributan las personas y las empresas; 3) Multas ; 4) Activos propios que generan beneficios.
La idea de un nuevo sistema de tributaciones y asignación de las Rentas nacionales apunta a que una parte significativa de los ingresos que actualmente obtiene el Estado sean recibidos directamente y gestionados por entidades públicas menores organizadas según el principio de subsidiaridad, y por entidades de la sociedad civil más próximas a los problemas, las que asuman aquellas funciones que ya no cumplirá el Estado central.
Mi propuesta se basa en parte también en el modelo analítico de la Teoría Económica Comprensiva que distingue seis factores necesarios para producir, reproducir y ampliar la vida de las personas y de la sociedad en todas sus necesidades y aspiraciones. Tales factores son: el trabajo (los trabajadores), el financiamiento (o quienes aportan el capital), los medios materiales (la Naturaleza y sus componentes físicos y biológicos), la tecnología (el Conocimiento y sus aplicaciones técnicas), la administración o gestión (que cumple a nivel macrosocial el Estado), y el factor C (la Comunidad, la solidaridad).
Esos seis elementos participan en la producción del valor y en la reproducción de la vida, y siendo ellos indispensables es necesario que se les asegure su mantenimiento, su reproducción y su expansión cuantitativa y cualitativa. Y para ello, debe asignárseles, a cada uno, partes del valor que contribuyen a generar.
En las sociedades actuales, el valor económico que produce una economía se distribuye en tres partes: a) la que recibe el capital como ganancias e intereses; b) la que recibe el trabajo como salarios y remuneraciones, y c) la que recibe el Estado como impuestos que tributan las empresas y las personas. Con esos ingresos que recibe el Estado, éste asigna jerárquicamente, de arriba hacia abajo y con criterios políticos, las partidas de recursos para solventar la reproducción de los factores Trabajo, Naturaleza (cuidado del ambiente, del territorio, etc.), Conocimiento (educación, ciencias, etc.) y Comunidad (salud, deportes, recreación, etc.).
Lo que postulo es que en un nuevo ordenamiento tributario y de asignación de las Rentas Nacionales, propio de una nueva civilización no estatista ni capitalista, centrada en la sociedad civil, en las personas y en la comunidad, esos ingresos que actualmente recibe el Estado por Rentas, impuestos y otras fuentes, sean repartidos entre, y recibidos directamente por, un conjunto organizado (según los principios de subsidiaridad y solidaridad), de entidades que representen a los factores Trabajo, Naturaleza, Conocimiento, Comunidad y Estado.
Esto implicaría un sistema tributario en que las empresas y las personas, manteniendo el actual monto de sus impuestos, los paguen directamente, en partes definidas en alguna proporción, a diferentes receptores:
1. El Estado responsable de sus funciones de administración general, seguridad, justicia, bienes nacionales, etc;
2. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable del cuidado de la biósfera y del medio ambiente;
3. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de las Relaciones Laborales;
4.Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable del desarrollo del conocimiento, las ciencias y las tecnologías;
5. Una Institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de la Educación;
6. Una institucionalidad autónoma y descentralizada responsable de la Salud y la Previsión Social.
Cuánto destinar a cada uno de estos sectores y ámbitos de gestión, podría establecerse por acuerdo político a nivel nacional, con algún porcentaje que puedan decidir con autonomía las empresas y las personas según sus propias preferencias.


Termino volviendo a la cuestión del comienzo, sobre la viabilidad de la implementación de un cambio como el esbozado. Cinco breves observaciones al respecto:
1. Entendiendo que ésta es sólo una propuesta conceptual, es obvio que cualquier implementación práctica exigirá estudios y elaboraciones cuidadosas, atentas y detalladas, que corresponde realizar a los entendidos en la materia y que sean difundidas políticamente.
2. La implementación de un cambio como éste requerirá desplegarse como un proceso paulatino y progresivo de tránsito desde el sistema actual al sistema nuevo. En tal sentido, por ejemplo, las Rentas Nacionales podrían ser mantenidas por el Estado central, mientras que las Rentas territoriales y de contribuciones de bienes raíces se descentralicen. Son posibles diversas articulaciones en un proceso gradual de implementación.
3. Será indispensable desarrollar dinámicas de aprendizaje de parte de los ciudadanos y por las entidades inferiores que se vayan creando, a fin de que puedan asumir con eficiencia las responsabilidades que les correspondan en sus ámbitos propios.
4. Será necesario también realizar adecuaciones y transferencias del personal administrativo del Estado central para que presten sus servicios en las instituciones descentralizadas que se creen, aprovechándose así sus competencias y experticias.
5. El cambio no puede esperarse de alguna generosa concesión de quienes ejercen el poder, que por propia voluntad decidan desprenderse del mismo. Eso no va a ocurrir, porque el interés y la tendencia predominante en la clase política y en la burocracia estatal apuntan en sentido contrario. Será indispensable, por tanto, que las organizaciones y comunidades de la sociedad civil, y los grupos profesionales más próximos a los respectivos campos de problemas (la educación, la salud, la ciencia, el trabajo, etc.) se organicen y desplieguen procesos de empoderamiento social, y que exijan recuperar el control de los recursos a los que tienen derecho y que actualmente se encuentran concentrados en el Estado. No se trata de presionar para que el Estado les provea de más recursos sectoriales, sino para que éstos les sean transferidos directamente por los ciudadanos y las empresas contribuyentes, en un nuevo sistema tributario y de asignación de la renta nacional.
Espero sus comentarios, observaciones, críticas y sugerencias, para avanzar en la elaboración de una propuesta más detallada.
Luis Razeto

jueves, 13 de junio de 2019

MERCADO, ESTADO Y SOLIDARIDAD CIVIL.


MERCADO, ESTADO Y SOLIDARIDAD CIVIL.(*)

Luis Razeto

Ponencia presentada en el Workshop "Mercado, estado y sociedad civil", organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del Vaticano y ODUCAL, los días 19, 20 y 21 de octubre de 2017. 
 
1.- Pienso que estamos transitando hacia una nueva civilización. Lo que hace posible este transito es la Internet y las nuevas Tecnologías de la información y la Comunicación, que están transformando el modo de comunicarnos y relacionarnos, de aprender y de conocer, de comportarnos y de actuar, impactando fuertemente la educación y los medios, el trabajo y la producción, el comercio, los servicios y las finanzas, la cultura y la política, y que están expandiendo en gran parte de la población la creatividad, la autonomía y la solidaridad. Pero la Internet y las TICs no son la nueva civilización; facilitan su creación y permiten iniciar el tránsito hacia ella, pero los contenidos que tendrá esta Nueva Civilización  no los conocemos aún, no están predeterminados, y dependen también de nosotros, y también de la Iglesia. Y sobre todo, de quienes se planteen el tránsito a una Nueva Civilización como proyecto consciente, y de la claridad y decisión con que lo hagan.
Para participar, e influir en cómo será, asumiéndola como proyecto, es importante disponer de la necesaria claridad conceptual. Para asumirla como proyecto hay que tener la capacidad de pensarla, de concebirla, de proyectarla. Y para ello hay que tener los conceptos necesarios. Y en ello el tema de las relaciones entre el mercado, el estado y la sociedad civil es esencial. Esos tres conceptos los tomamos de la vieja civilización moderna; pero debemos reformularnos, pues están marcados por las características de esa civilización. Sostendré en este trabajo que para superar esa civilización hay que reformular esos conceptos.
 
2.- La cuestión del tamaño del mercado, del estado y de la solidaridad civil, y de sus proporciones y relaciones recíprocas, ha estado al centro de los debates y conflictos ideológicos, económicos y políticos a lo largo de la civilización moderna, y continuará estándolo durante el proceso, actualmente iniciado, de transición hacia una nueva civilización. Requiere, por lo tanto, ser comprendido en perspectiva de los tiempos largos y de la sociedad humana global.
En la civilización moderna – de modo predominante aunque no totalmente – el mercado asume la forma capitalista, la regulación y planificación institucional adopta la forma estatista, y la solidaridad civil la forma de la beneficencia y la filantropía. Enmarcados teórica y prácticamente en esta civilización, tanto el liberalismo como el socialismo identifican el mercado con el capitalismo, la regulación institucional con el estado, y la solidaridad civil con el altruismo y la beneficencia. Así, la cuestión ha sido pensada dentro de límites teóricos que dificultan su comprensión más amplia y más profunda, e impiden imaginar y proyectar alternativas a lo existente.
En esos términos y en los marcos de la moderna civilización, que es capitalista y estatista a la vez, no es posible encontrar una respuesta nueva  – y una solución efectiva – a los problemas que genera la lucha entre el capitalismo y el estatismo, entre el liberalismo y el socialismo. Desde el momento que se identifica el mercado con el capitalismo, y la regulación institucional con el estatismo, a lo mejor que se puede llegar es a concebir soluciones mixtas, respuestas intermedias. Porque, obviamente, tanto el mercado como la regulación institucional son necesarias e insustituibles. Pero si se los identifica con el capitalismo y con el estatismo, lo que se asume como necesario e insustituible son el capitalismo y el estatismo.
En tal contexto, el conflicto entre quienes quieren más mercado (más capitalismo) y quienes aspiran a más estado (más estatismo) se hace permanente, insoluble, sin que se alcance un equilibrio apropiado porque cada una de esas dos grandes tendencias contrapuestas, creyendo que son necesarias e insustituibles, buscan expandir sus propios ámbitos, llevando a que las sociedades oscilen entre ambos extremos. Consecuencia lógica de tal confrontación es la progresiva reducción y marginalidad de los espacios de la solidaridad civil, que han llegado a su minimización, sin que los actores de ésta logren adecuada presencia y visibilidad.
Ahora bien, pensando en perspectiva histórica, mirando hacia el pasado que nos enseña que han existido formas del mercado distintas al capitalismo, formas de la regulación institucional que no son estatistas, y formas de la solidaridad civil que no son las filantrópicas y de beneficencia; y mirando hacia el futuro donde podemos entonces pensar en nuevas y mejores formas del mercado, de la regulación intitucional y de la solidaridad civil, encontraremos nuevos respuestas a la cuestión de las proporciones y relaciones que articulen del mejor modo esos tres ‘sectores’ de la economía.
Ello supone reformular los conceptos del mercado, de la regulación y planificación institucional, y de la solidaridad civil, y comprender que no debe confundirse el mercado con el capitalismo, la actividad institucional con el Estado, y la solidaridad civil con el altruismo y la beneficencia.
 
3.-  ¿Qué es el mercado? El mercado lo constituye el intercambio de bienes y servicios entre las personas, las empresas y las organizaciones. Relaciones de intercambio que han existido siempre, siendo el mercado que resulta de ellas, la principal expresión del carácter social del ser humano. En efecto, existe el mercado porque no somos – cada uno, cada familia, cada comunidad y ni siquiera cada país – autosuficientes. Existe el mercado porque nos necesitamos unos a otros, y porque trabajamos unos para otros. Porque nos necesitamos unos a otros, intercambiamos lo que tenemos y lo que producimos, para satisfacer las necesidades propias y de los demás. En el mercado nos motiva en primer término la necesidad y el impulso de sobrevivencia; en segundo término, la necesidad de cooperarnos recíprocamente; y sólo en tercer término, el deseo y el impulso de competir. Así surgió el mercado casi en los comienzos de la historia, y así mismo es que sigue existiendo.
Por cierto, a lo largo de la historia el mercado ha asumido diferentes formas, y ha sido más o menos cooperativo, competitivo y conflictivo. Más o menos igualitario y equitativo; más o menos concentrado y desigual; más o menos integrador o excluyente; más o menos justo o injusto. Pero siempre, aún en sus formas más inicuas, el mercado es necesario, pues sin él la especie humana no sobrevive.
Consecuencia de lo anterior es que nadie puede estar razonablemente contra el mercado; pero podemos luchar porque el mercado sea más equitativo, menos concentrado, más democrático y más justo.
Cabe advertir que la forma moderna del mercado, su organización capitalista, no es la peor forma del mercado que haya existido o que pudiera existir. Ella tiene cualidades y defectos. Es tal vez la mejor organización del mercado que haya existido a nivel global, mundial; pero se han observado en la historia, formas del mercado mucho mejores, más justas, más integradoras y democráticas, a escala local, en comunidades y espacios particulares de la vida social. Esto nos lleva a pensar que es posible transformar el mercado y perfeccionarlo también a nivel global, haciéndolo más democrático y menos concentrado, más integrador y menos excluyente, más cooperativo y menos competitivo, más solidario y menos conflictivo. Es posible concebir, proyectar y organizar un mercado no-capitalista, post-capitalista.
 
4.- Algo similar podemos decir sobre la regulación y planificación institucional, que se constituyen a través de las tributaciones que los integrantes de la sociedad realizan en función de las necesidades colectivas, y de las asignaciones jerárquicamente distribuidas para atender esas necesidades.
La regulación y planificación institucional, igual que el mercado, no es un fenómeno moderno, pues siempre ha existido, por ser una necesidad, una expresión eminente de la naturaleza social del ser humano. Existe regulación y planificación porque es necesario que contribuyamos y que nos demos un ordenamiento institucional para que puedan ser atendidas las necesidades comunes a todos y a la sociedad en su conjunto. En tal sentido, nadie puede razonablemente estar contra la regulación y la planificación institucional.
En lo económico la acción de las instituciones se basa principalmente en las transferencias y tributaciones que las personas, organizaciones y empresas realizan a un ente recolector central, y en las asignaciones jerárquicas y planificadas que el organismo central realiza para atender las distintas necesidades y aspiraciones sociales de las que se hace cargo.
La forma estatal-nacional de la regulación y planificación institucional no es la peor ni la mejor que haya existido en la historia. Presenta cualidades y defectos. Entre sus cualidades se cuenta el haber proporcionado ciertos niveles de bienestar económico a sectores importantes de la sociedad, que no han estado bien insertados en el mercado capitalista. Entre sus defectos cabe mencionar la concentración del poder en una clase política y burocrática de alto costo y baja eficiencia; la escasa participación de la población en las decisiones que afectan a todos; la formación de grupos corporativos que imponen sus intereses a través de la presión y el chantaje social; la conflictualidad entre los estados, que ha dado lugar a guerras sangrientas y a un ‘orden internacional’ que sólo se sostiene en un precario equilibrio entre fuerzas militares en constante expansión.
Han existido históricamente, y se están actualmente experimentando, formas de regulación y planificación institucional no estatalistas, sino generadas desde instancias territoriales locales, comunitarias y comunales.  Es posible concebir, proyectar y organizar un orden institucional construido desde la base hacia arriba, conforme al principio de que todo lo que puede ser realizado por entidades pequeñas y más próximas a las personas y las familias, debe ser dejado en manos de esas entidades menores; y que a través de escalas ascendentes de subsidiaridad, se organicen las instancias institucionales que se hagan cargo de aquello que las entidades inferiores no puedan por sí mismas realizar. Esto daría lugar a una regulación y planificacion institucional no-estatista, post-estatista, que genere niveles muy superiores de bienestar, de integración social, de participación política y de empoderamiento comunitario.
 
5.- Y llegamos así al tercer término de la ecuación, lo que llamamos solidaridad civil (o economia solidaria). Al respecto, igual como es erróneo identificar el mercado con el capitalismo y la regulación institucional con el estado, lo es identificar la solidaridad social con las donaciones y la gratuidad, la beneficencia y la filantropía.
Las personas y las entidades que hacen donaciones operando sin fines de lucro, que ofrecen gratuitamente bienes y servicios a personas y grupos afectados por la pobreza, la enfermedad, la ignorancia u otras limitaciones y problemas, constituyen sin duda formas de solidaridad social. Pero constituyen solamente una de las expresiones de ésta, y respecto de ellas es preciso reconocer, igual que del capitalismo y de la regulación estatal, que presenta cualidades y defectos, valores y limitaciones.
Las personas expresamos nuestra generosidad y nuestro efectivo compromiso con personas, organizaciones, procesos y dinámicas sociales, realizando donaciones, o sea, aportándoles dinero, recursos, trabajos y conocimientos, de manera gratuita, sin cobrar por ello ni esperar una retribución o recompensa. Un indicador efectivo de nuestro nivel de generosidad y compromiso, es el porcentaje de nuestros ingresos, recursos y tiempos de trabajo eficaz, que regalamos a aquellas personas o causas que afirmamos que cuentan con nuestro apoyo y valoración. Si nada ofrecemos gratuitamente, nuestras declaraciones de amor y compromiso son ‘pura música’, como se dice.
La gratuidad y las donaciones son muy importantes, y puede fácilmente demostrarse que las más grandes obras de progreso de la humanidad, y muy relevantes creaciones y transformaciones positivas que experimenta la sociedad, son el resultado de la acción generosa de personas, organizaciones y grupos que han aportado gratuitamente dinero, recursos, trabajos y conocimientos para que esas obras, creaciones y procesos pudieran realizarse.
Pero hay que hacer una aclaración importante, porque actualmente se habla de gratuidad para referirse a todo lo que, sin pagar por ello, reciben las personas del Estado, en salud, educación, pensiones y otros servicios. En este sentido, donación sería lo que se recibe sin que se pague por ello alguna retribución. Pero ¿de dónde proceden los recursos con que el Estado provee esos beneficios a las personas que los necesitan? En gran parte los obtiene de transferencias que las personas y las empresas le hacen al pagar impuestos, tributaciones y multas, por las cuáles esos contribuyentes no reciben una retribución o un pago por ellas. Pues bien, si por gratuidad entendiéramos todo lo que es transferido y recibido por un sujeto económico sin efectuar por ello un pago de su valor equivalente, podríamos concluir que el Estado es el gran receptor y el gran dador de donaciones; pero no es así. En realidad, lo exacto es decir que el Estado es una especie de intermediario entre los recursos que obliga que le entreguen las personas y las empresas, y las asignaciones y subsidios que transfiere a otros miembros de la sociedad. Pero eso no es gratuidad ni donación, ni por parte de los que pagan impuestos y contribuciones, ni de los que reciben subsidios y beneficios.
Ese falso concepto de la gratuidad ha sido difundido por la clase política y las burocracias del Estado,  porque les conviene y les gusta hacer creer que son ellos quienes actúan con generosidad cuando asignan recursos para resolver problemas de sectores de la población. Pero en verdad, no hay generosidad especial en quienes hacen aquello, que no es más que cumplir con sus deberes, por lo cual son debidamente remunerados. Ocurre más bien al revés, que los políticos ven acrecentarse su poder, y lo buscan conscientemente, al realizar esas asignaciones y subsidios, toda vez que gran parte de la población elige como sus representantes a quienes les ofrezcan más cosas gratuitamente, y que pongan más elevados tributos e impuestos a otros.
Para evitar confusiones como esas hay que distinguir entre lo que son las donaciones que se hacen de manera voluntaria entre personas, empresas y organizaciones privadas, y los circuitos de ‘tributaciones y asignaciones’, que corresponden al ámbito de la regulación estatal.
También hay que distinguir, en la actividad que realizan las fundaciones, corporaciones y ONGs que operan ‘sin fines de lucro’, lo que constituye donación efectiva de lo que es solamente la actividad profesional remunerada de sus funcionarios. Los verdaderos donantes son, en estas organizaciones, quienes les aportan los recursos, y no las instituciones que se limitan a transferirlos a los beneficiarios mediante actividades profesionales remuneradas.
Otra precisión que hacer es que donaciones las hay de diferentes tipos, y se realizan por distintas motivaciones. Se puede donar, por ejemplo, para obtener reconocimiento social, o la fidelidad e incluso la sumisión del beneficiado. Pero aquí me referiré solamente a la gratuidad como acción benevolente y generosa.
 
6.- ¿Qué es donar? Donar no es regalar cualquier cosa, sino algo que tenga un valor tanto para el donante como para quienes son beneficiarios. Podemos donar dinero, cosas, trabajo y conocimientos, que tengan un valor real y verdadero. El valor de lo que donamos dependerá de la utilidad de esas cosas que regalamos, de la productividad de nuestro trabajo, de la calidad de los conocimientos que entreguemos, y de la cantidad y valor del dinero que aportamos.
Pero es importante comprender que el valor de aquello que donamos no lo establece el donante, sino el receptor o beneficiario de la donación, que es a quien lo recibido le podrá ser más o menos útil. Esta es una diferencia importante respecto al valor que tienen esas mismas cosas, trabajo, conocimientos y dinero en el mercado, donde el ‘valor de cambio’ es el precio en que vendedor y comprador acuerdan hacer la compra-venta.
En el caso de las donaciones, es bastante probable y común, que el valor que los donantes atribuyen a lo que regalan, sea muy distinto al valor que le asignan quienes lo reciben. Y no se trata de una relación simétrica, porque normalmente en las donaciones, donante es el que posee más, y receptor o beneficiario es el que posee menos. Por eso, en el caso de una donación en dinero, es probable que el receptor, siendo pobre, le atribuya más valor que el donante, porque ese dinero le servirá para adquirir bienes que considera de alto valor porque lo usará para satisfacer necesidades básicas. Pero, al revés, en la donación de conocimientos, el receptor, si es más ignorante que el donante, probablemente atribuirá menos valor al conocimiento que recibe, que el valor que le asigna el donante, porque mientras éste sabe bien lo que vale el conocimiento, el receptor lo captará solo parcialmente e incluso no sabrá bien como aplicarlo. Además, la recepción de conocimientos implica de parte del receptor un esfuerzo de aprendizaje, que no siempre está dispuesto a realizar. Es por esto que personas muy sabias que pasan su vida regalando valiosos conocimientos, suelen tener escaso reconocimiento, mientras que personas que solamente regalan una pequeña porción de su dinero, son considerados grandes benefactores y filántropos.
Por eso es importante abordar otra pregunta: ¿a quiénes donar? Una primera respuesta obvia es que sólo hay que realizar donaciones a quienes las necesitan y que estén dispuestos a recibirlas. Pero no es tan sencillo seleccionar bien a quienes donar, que merecen nuestras donaciones y que las aprovecharán convenientemente. Esto, por muchas razones.
A menudo quienes necesitarían y harían muy buen uso de donaciones que reciban, no las solicitan. Y no siempre quienes piden donaciones son las que más las necesitan. Y muchas veces los receptores no hacen con lo que reciben aquello para lo cual lo solicitaron.
Ocurre que muchos pedigüeños de donaciones se especializan en conocer cuáles son las motivaciones de los potenciales donantes, con el propósito de formularles sus peticiones no según las efectivas necesidades y proyectos que tengan, sino en función de motivar e incentivar la donación. El mundo de las donaciones está, en efecto, plagado de engaños y de mentiras. Y aunque el hacer donaciones es considerado como expresión de generosidad, tanto por quienes las hacen como por quienes saben de ellas, demasiado a menudo las donaciones resultan nocivas y dañinas, porque en los hechos promueven actividades inapropiadas, favorecen a quienes no se debiera favorecer, generan dependencias, fomentan el engaño y la ineficiencia. Por eso, si somos personas generosas, destinaremos tiempo y reflexión para seleccionar bien a quienes destinaremos nuestras donaciones, a quiénes beneficiaremos con nuestros dones.
Esto nos lleva a una tercera pregunta. ¿Cuánto donar? Al respecto, pareciera que fuera conveniente donar lo más posible, sea porque ello implica mayor generosidad del donante, y más beneficios para los receptores. Pero las cosas no son tan sencillas.
Si, como dije al comienzo, el valor de las donaciones lo establece el receptor y no el donante, es importante que éste – el donante – conozca el valor que le atribuirá el beneficiario a lo que le regala, y lo que realmente hará con ello. Un primer aspecto a considerar es que si el receptor recibe, por ejemplo, más dinero del que le es estrictamente necesario para lo que necesita hacer, él ‘descanse’ en el donante, y en vez de aplicar sus propias capacidades y recursos a lo que desea o necesita, se ahorre el esfuerzo, con lo cual perderá su propia energía, se desarrollará menos de lo que puede, e incluso puede caer en la dependencia respecto del donante. Así ocurre también con la donación de trabajo. Si el donante realiza todo el trabajo, o gran parte de éste, sin exigir que el beneficiaro ponga su parte, éste perderá la oportunidad de desarrollarse.
En la donación de conocimientos sucede también algo peculiar. Como señalé al comienzo, el conocimiento no se puede recibir sin realizar un esfuerzo de aprendizaje. La transferencia gratuita de conocimientos requiere la participación activa tanto del donante como del receptor. Muchísimas personas no están conscientes de esto. Un ejemplo de la desvalorización de las donaciones y la gratuidad, cuando son abundantes, lo encontramos en los libros y los cursos disponibles en internet para ‘descargar’. Muchos son los que ‘descargan’, pero pocos los que leen y estudian. Y esto genera un problema, porque es sabido que lo que mucho abunda y fácilmente se obtiene, es poco apreciado y valorado. Asi, cuando un autor coloca sus obras a libre disposición en internet, debe estar consciente de que asume el riesgo de que su trabajos sean escasamente valorados.
Esto plantea un dilema a quienes quisieran contribuir con conocimientos rigurosos y profundos al desarrollo de alguna causa o proceso cultural, social o espiritual. Porque en un contexto en que se difunden gratuitamente tantas informaciones de escaso valor y profundidad, y en que por consiguiente todo lo que se ofrece adquiere un valor muy bajo a causa de la abundancia, agregar a esa inmensa corriente, en forma igualmente gratuita, una obra que se considere especialmente valiosa, implica desvalorizarla, en alguna importante medida. No obstante esto, probablemente el máximo beneficio social se logre mediante la libre circulación de los conocimientos, esperándose que lleguen a quienes sepan hacer un buen uso de ellos.
Ahora bien, las donaciones, la beneficencia y la filantropía son solamente una de las formas de la solidaridad social y de la economía solidaria. Es la que llamamos ‘economía de donaciones’. Pero la economía solidaria se encuentra constituida también por aquellas actividades y organizaciones que proceden en base a relaciones de reciprocidad, de comensalidad, de cooperación. Se configuran, así, como parte de la solidaridad civil, la ‘economía de reciprocidad’, la ‘economía de comunidades’, la ‘economía de redes’, la ‘economía de cooperación y de mutualismo’.
Expresiones de solidaridad civil son, entre otras, el cooperativismo, el comercio justo, el consumo responsable, las finanzas éticas, las redes informáticas, las aplicaciones que facilitan la coordinación horizontal de las decisiones, y muchas otras formas de solidaridad activa que se están experimentando en todo el mundo.
 
7.- Hechas estas precisiones conceptuales sobre el mercado, la regulación institucional y la solidaridad civil, estamos en condiciones de concebir nuevas respuestas a la pregunta sobre las proporciones en que los tres ‘sectores’ pueden desarrollarse y combinarse para proporcionar conjuntamente el mayor y mejor beneficio humano y social.
Desde el momento que comprendemos que cada ‘sector’ puede estar constituido de modos más o menos integradores e incluyentes, más o menos concentrados o descentralizados, más o menos oligárquicos o democráticos, más o menos justos o injustos, nos damos cuenta de que son posibles distintas combinaciones óptimas entre ellos. Dicho en síntesis: No hay un tamaño óptimo para cada sector, sino que eso depende de su grado de perfección interna.
Mientras más coherente, integrador y genuinamente solidario sea el sector de la solidaridad civil, más importante podrá ser su aporte, y menos necesarios serán el mercado y la regulación institucional. Mientras más el mercado sea democrático e incluyente, más amplio podrá ser su espacio y sus dimensiones relativas, siendo menos importante la regulación institucional. Mientras más democrática y desconcentrada sea la regulación institucional, más amplia podrá ser su presencia y aportación al bien común.
Siendo así, más que ocuparse en organizar alguna determinada estructura que armonice y combine los tres ‘sectores’, lo que cabe hacer es buscar el perfeccionamiento de cada uno de ellos. Hacer que la solidaridad civil sea más genuinamente solidaria e integradora; que el mercado sea más democrático; que la regulación institucional sea más descentralizada: son los desafíos y tareas para promover la mejor economía y el bien común. Y cada ‘sector’ encontrará por sí mismo su tamaño óptimo relativo, atendiendo a sus propios criterios de eficiencia y perfeccionamiento interno, en conformidad con sus propias racionalidades.
 
8. Concluyendo: La cuestión de fondo que nos interesa y que está en la base del tema de las relaciones entre mercado, estado y solidaridad civil, es ¿cómo construimos sociedad? ¿cómo la transformamos y perfeccionamos? Y ¿cómo damos comienzo a la creación de una nueva civilización?
A través de las actividades y relaciones de intercambio, en las que todos participamos con algún pequeño grado de influencia, construimos el mercado: la sociedad como mercado. A través de las relaciones de tributación y asignaciones jerárquicas, que son establecidas por el poder y a la que los ciudadanos nos subordinamos, con algún mayor o menor nivel de participación activa, construimos el orden institucional: la sociedad como organización política. Y a través de las relaciones de donación, reciprocidad, comensalidad y cooperación, construimos la solidaridad civil, que es constitutiva de la sociedad como comunidad o comunidad de comunidades.
Transformar el mercado haciéndolo más democrático, equitativo y justo; crear un orden institucional más representativo, participativo y libre; y desarrollar una solidaridad civil más extendida, diversificada e integrada, constituyen los procesos principales de la creación y transición hacia una nueva civilización. Para ser protagonistas más activos e incidentes en tales procesos, necesitamos desarrollar nuestra creatividad, autonomía y solidaridad, y proveernos de una nueva estructura del conocimiento; o sea, de una nueva epistemología y concepción del mundo, y de nuevas ciencias de la economía, de la historia y de la política, de la educación y las ciencias, que sean comprensivas de la complejidad de lo real y de las potencialidades del ser humano.


Los conceptos expuestos en este texto se encuentran amplia y profundamente desplegados en el libro TEORÍA ECONÓMICA COMPRENSIVA, que se puede obtener desde este link: www.amazon.com/dp/1549870394




(*) Empleo aquí la expresión ‘solidaridad civil’ y no ‘sociedad civil’ porque el concepto de ‘sociedad civil’ empleado en relación con los conceptos de mercado y de estado se presta a confusión. Por un lado, la distinción habitual que se hace es entre ‘sociedad civil’ y ‘sociedad política’, de modo que la sociedad civil incluye al mercado, mientras que la sociedad política incluye al estado. Por otro lado, si lo que se quiere comprender es la relación y articulación entre los ‘sectores’ económicos del mercado, el estado y un ‘tercer sector’, conviene identificarlos por los tipos de relaciones y transferencias que los constituyen y que les determinan sus respectivas ’racionalidades’. Ellas son, efectivamente, las relaciones de intercambio (racionalidad de mercado), las tributaciones y asignaciones jerárquicas (racionalidad de regulación y planificación institucional), y los varios tipos de relaciones solidarias: donaciones, reciprocidad, comensalidad, cooperación (racionalidad de la solidaridad civil). En otros trabajos he propuesto la distinción entre economía de mercado, economía regulada y economía solidaria, que considero aún más rigurosa. Volveré sobre esto más adelante.