Hay
un enfoque –que llamaremos economicista- que sostiene que los
precios de los bienes y servicios, así como el de los factores
productivos, son fijados por el mercado, en forma automática,
independientemente de la voluntad de las personas, en base a leyes
objetivas entre las cuáles son determinantes las de oferta y
demanda, la eficiencia y la competencia. Productores, consumidores,
comerciantes, intermediarios, todos buscan maximizar su propia
utilidad, y en consecuencia el mercado en que participan todos, le
pone a cada uno los límites a su ambición y a sus posibilidades de
beneficiarse de más altos o menores precios de aquello (productos,
trabajo, dinero, etc.) que venden y compran. El productor que quiera
cobrar precios mayores que la competencia será castigado por los
consumidores, será desplazado del mercado, o tendrá que aceptar
espacios reducidos de mercado para su producción.
Para
incrementar las oportunidades y las utilidades, el camino real no es
otro que el de aumentar la eficiencia y hacerse más competitivos.
Así, el mercado termina fijando para cada producto y activo
económico, un precio "normal". Tal es la concepción que
predomina entre los economistas, y corresponde con importante
aproximación a lo que ocurre en el mercado convencional.
Hay
otro enfoque –que llamaremos eticista- que considera que el mercado
así constituido es injusto, castiga siempre a los más pobres,
favorece siempre al poseedor del dinero y el capital mientras
perjudica constantemente a los trabajadores y a los consumidores. Por
ello se sostiene la necesidad de introducir la ética en la fijación
de los precios, de modo que puedan llegar a ser justos, enmarcados en
un comercio solidario. Para llegar a determinar tales "precios
justos", se enumeran diferentes criterios y normas que deben
considerarse, tales como los costos de producción, la necesidad
de ingresos dignos, la importancia de crear estímulos que favorezcan
a los más débiles, etc.
Diremos
que, así como en el enfoque "economicista" es
consistentemente racionalista, el enfoque "eticista" es
marcadamente voluntarista. El primero exagera el carácter "objetivo"
de los procesos económicos, mientras el segundo acentúa en demasía
el carácter "subjetivo" de los comportamientos y
relaciones económicas. El enfoque economicista considera que el
precio es algo inherente al producto mismo, que tiene un "valor
de mercado". El enfoque eticista piensa que el precio del
producto puede ser modificado por decisión del sujeto que fija el
precio.
El
propósito de estas reflexiones es avanzar hacia un tercer enfoque
del problema, a la vez rigurosamente científico y consistentemente
ético, que enmarcamos en la perspectiva de la teoría que fundamenta
la propuesta de una economía de solidaridad. La brevedad del espacio
disponible para este artículo nos obliga a limitarnos a pocos pero
importantes aspectos del problema.
Diremos
que lo característico de este enfoque (que llamamos "teoría
económica comprensiva"), es considerar la economía como
procesos socialmente construidos, y el mercado como un sistema de
relaciones sociales en que los participantes toman decisiones no
solamente pensando en su interés egoísta sino también atendiendo a
sus concepciones éticas, a sus valores, a sus aprendizajes sociales,
a sus opciones culturales y espirituales, etc. El mercado coordina
las decisiones de sujetos complejos que se comportan de variadas
maneras, y donde pueden coexistir diversas racionalidades y múltiples
opciones voluntariamente asumidas.
Según
nuestro enfoque teórico los precios no son algo inherente al
producto, ni tampoco pueden ser modificados por voluntad de un sujeto
que los fije. Más bien, los precios se forman en una relación entre
sujetos, el vendedor y el comprador, el productor y el consumidor, de
modo que el precio queda establecido en el momento en que ambos
sujetos participantes en una relación de intercambio, llegan a un
acuerdo y toman simultáneamente las decisiones de comprar y de
vender, en un precio que ambos aceptan. Si uno de los sujetos no
acepta el precio que el otro exige, simplemente no se verifica la
compra-venta, y el bien o servicio no asume un precio definido.
Lo
normal es que los productores (que venden) aspiren a precios más
altos, y los consumidores (que compran) deseen precios más bajos.
Pero siendo necesario que ambos coincidan en una cifra para que la
compra-venta se realice, sucederá que la cantidad de transacciones
dependerá de la cantidad de veces en que las partes alcancen el
acuerdo. Si los vendedores insisten en precios mayores a los que
quieren los compradores, habrá menos ventas; al contrario, las
ventas aumentarán cuando los productores estén dispuestos a aceptar
precios menores.
Por
cierto, esta es otra versión de la antigua "ley" de la
oferta y demanda; sólo que ya no podemos hablar de "ley"
sino solamente de una tendencia estadística que resulta del
predominio de ciertos comportamientos y opciones libres de los
sujetos que participan en la economía. Y siendo una versión que
incorpora al análisis las decisiones de los sujetos que participan
en el intercambio –decisiones que los sujetos toman según sus
propios valores, convicciones y maneras de pensar, de sentir y de
comportarse - nos ayudará a comprender el significado de lo que
pueda ser el "precio justo", respecto al cual la teoría
económica convencional no tiene nada que decir. En el marco, pues,
de este modo de concebir la economía y los precios, ¿qué podemos
decir respecto a lo que sea un "precio justo"?
Partamos
de un hecho racional que la práctica del movimiento de Comercio
Justo corrobora ampliamente. Simplifiquemos algo el problema,
diciendo que un precio "ético" o justo debiera favorecer
al sujeto más débil, o al más pobre. De este modo, la aplicación
del criterio ético en la determinación de los precios, tenderá
normalmente a elevar los precios de los bienes y servicios producidos
por los trabajadores y productores pequeños y más pobres, así como
a bajar los precios de los bienes y servicios que compran y necesitan
los consumidores pobres o de menores ingresos. En efecto, el precio
"justo" para un producto producido por un taller popular
debiera ser suficientemente alto como para permitir que los ingresos
de esos trabajadores les permitan una vida digna; al revés, el
precio "justo" para un consumidor popular debiera ser
suficientemente bajo como para permitirle el acceso a bienes y
servicios de una vida digna.
Es
claro que, en tales circunstancias, o sea en el contexto en que se
quieran aplicar estos criterios éticos a los precios, los
productores "pobres" difícilmente podrán producir bienes
y servicios que compren y utilicen los consumidores "pobres".
Es difícil que las partes lleguen a ponerse de acuerdo en un precio
considerado "justo" por ambos, de modo que rara vez se
verificará la decisión simultánea de comprar y de vender.
¿Dónde
encontrar consumidores dispuestos a pagar más que los precios
"normales" de mercado? En principio, podemos esperar que
sea entre los consumidores "ricos", o que al menos tengan
sus necesidades fundamentales satisfechas e ingresos relativamente
elevados. Y ¿dónde encontrar productores dispuestos a aceptar por
sus productos precios menores a los que pueden vender en el mercado?
En general, ello podrían hacerlo solamente productores "ricos",
o que tengan relativamente elevadas utilidades.
Pero
no basta que los consumidores sean "ricos" para que decidan
comprar a precios "justos". La cantidad de operaciones de
compra-ventas será proporcional a la ética, esto es, a la
solidaridad que se logre integrar en las relaciones comerciales y de
intercambio.
Para
comprar a precio "justo" los bienes y servicios producidos
en la economía popular, los compradores deberán integrar a su
decisión de compra los criterios éticos que les motiven a pagar un
precio mayor al que encuentran como alternativa en el mercado. Al
revés, para que los consumidores "pobres" accedan a los
bienes y servicios que necesitan, los productores tendrán que
integrar a su decisión de venta los criterios éticos que los lleven
a aceptar por sus productos un precio menor al que pueden vender en
el mercado.
Nos
limitaremos en lo sucesivo a analizar el tema del precio "justo"
para los productos generados por productores pobres, que es el ámbito
principal de operación del movimiento conocido como Comercio Justo.
Para operar, éste se esfuerza en vincular solidariamente a los
productores pobres con los consumidores "ricos". El
problema es que los "pobres" y los "ricos" están
lejos unos de otros, no sólo socialmente sino también culturalmente
y geográficamente. Poner en contactos ambos "mundos" exige
una importante actividad de intermediación comercial, que lleve y
coloque la producción proveniente de los productores "pobres"
al alcance de los consumidores "ricos". Es lo que hacen
–hay que reconocer que éste es su significado económico esencial-
las entidades que participan en el movimiento del Comercio Justo, con
sus instancias, cadenas y redes de intermediación solidaria.
En
base a lo señalado, diremos que no hay para un producto cualquiera
un precio "justo" determinable mediante una decisión
particular. Habría que hablar más bien de un precio "solidario",
que estará dado por la diferencia (a favor de la parte más débil o
pobre de la relación) entre el precio normal de mercado y el precio
en que se realice la transacción. Una diferencia mayor será
resultado y expresión de una mayor solidaridad. En efecto, mientras
más solidario un comprador, más estará dispuesto a pagar un precio
mayor para favorecer a un productor "pobre"; y viceversa.
Ahora
bien, difícilmente los precios podrían fijarse caso a caso, en cada
compra-venta, siendo en cambio necesario fijar un precio de
referencia en el marco de una determinada red o circuito de Comercio
Justo. Es aquí que entra en juego un elemento que es esencial
considerar.
Alguien
podría pensar que hay que establecer precios que sean los máximos
posibles, o sea precios altamente solidarios, que beneficien al
máximo a los productores pobres. El problema es que, en tales
condiciones, será necesario encontrar compradores muy solidarios
para que los productos se vendan. Tales consumidores o compradores
tan solidarios no son abundantes, por lo que habrá, en consecuencia,
un volumen de transacciones éticas bastante reducidas. Esto, por
cierto, no beneficiará a los productores pobres, que tienen
necesidad de incrementar sus ingresos más que de aumentar la
ganancia que obtengan por cada producto vendido.
Si
los precios establecidos en el circuito solidario se alejan demasiado
de los precios de mercado, habrá pocas ventas y reducido beneficio
para los productores pobres. Si los precios se acercan demasiado a
los del mercado "normal", habrá más ventas, pero escasa
ganancia por unidad de producto, lo que llevaría a exigir a los
productores pobres un ritmo de trabajo excesivo. La conclusión es,
pues, que con el criterio de maximizar el beneficio que obtengan los
productores pobres en los circuitos del Comercio Justo, los precios
"éticos" han de ser aquellos que maximicen sus ingresos,
en relación a un nivel de producción potencial que corresponda a
una jornada laboral digna.
El
camino real para mejorar los ingresos y beneficios de los productores
pobres será un proceso de incremento progresivo de la solidaridad
que pueda integrarse en los circuitos de la economía solidaria y del
comercio justo. Aquí es donde entran en juego los esfuerzos de las
instituciones de intermediación comercial.
No
sin intención afirmamos que la distancia entre ambos "mundos"
es social, cultural y geográfica. En efecto, "poner en
contacto" ambos mundos –ponerlos comercialmente en contacto,
para que se produzca la compra-venta a precio "solidario"-
requiere una actividad de puente (o sea de intermediación) que es a
la vez social, cultural y geográfica.
La dimensión cultural es más importante de lo que habitualmente se piensa: hay que generar un mutuo conocimiento, hay que motivar simpatías recíprocas, hay que crear vínculos de solidaridad.
La dimensión cultural es más importante de lo que habitualmente se piensa: hay que generar un mutuo conocimiento, hay que motivar simpatías recíprocas, hay que crear vínculos de solidaridad.
Ello
puede lograrse de múltiples formas, y en el perfeccionamiento de
este mercado solidario pueden participar todos los sectores
involucrados. Los mismos productores pobres, que pueden esforzarse en
ampliar la producción y la calidad de lo que ofrecen. Algo esencial,
en este sentido, es que los productores "pobres" comprendan
lo que quieren los consumidores "ricos" y se esfuercen por
producir lo que estos desean. A su vez los consumidores "ricos"
pueden aprender a valorar el trabajo de los productores "pobres"
y las condiciones en que producen. Ambos aspectos, recíprocamente
potenciados, es parte relevante de lo que podemos entender como
vínculos económicos de solidaridad, que se manifiestan en la
relación comercial entre los dos componentes de la relación
comercial.
Finalmente,
las entidades de intermediación pueden facilitar mucho el proceso,
operando con la máxima eficiencia posible. La intermediación
comercial tiene costos, que pueden ser mayores o menores en relación
a los resultados de su actividad. La solidaridad efectiva de estas
entidades de intermediación se demuestra en la eficiencia con que
operen, en función del objetivo de maximizar el beneficio real que
obtengan los productores pobres. Ello, como hemos visto, es resultado
no solamente de un trabajo comercial riguroso, sino también y
fundamentalmente de su capacidad de incorporar la mayor y mejor
solidaridad posible en los circuitos comerciales solidarios y en el
operar de todos sus participantes: productores, consumidores e
intermediarios.
Luis
Razeto
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