En
los últimos años se ha venido renovando e intensificando la
búsqueda teórica y práctica -tanto a nivel del pensamiento
creativo como de la experimentación social concreta- de formas
económicas nuevas, alternativas, que apuntan a encontrar y
perfeccionar otros modos de hacer economía. Tales búsquedas, que
tienden a poner el trabajo por sobre el capital, a hacer predominar
la solidaridad sobre el individualismo y el hombre sobre los
productos y factores materiales, pueden expresarse sintéticamente
con los enunciados "centralidad del trabajo" y "economía
de solidaridad".
Decir
centralidad del trabajo y economía de solidaridad es enunciar algo
distinto a lo que existe como realidad predominante en las economías
y sociedades contemporáneas. Muy explícito en ambas formulaciones
está el distanciamiento crítico de las estructuras económicas
vigentes y la proyectación de una realidad distinta. Con ambas
expresiones se enuncia un proyecto o al menos una orientación
teórica y práctica profundamente transformadora.
Enfoque
crítico y transformador.
Ni
la economía actual es solidaria, ni en ella se manifiesta la
centralidad del trabajo. Al contrario, un análisis de la misma nos
pone frente al predominio y centralidad del capital y del Estado,
respecto a los cuales el trabajo se encuentra en situación
subordinada y periférica; y frente a una organización social en que
compiten por el predominio los intereses privados individuales con
los intereses de las burocracias y del Estado, en un esquema de
relaciones basadas en la fuerza y la lucha, que relegan a un lugar
muy secundario tanto a los sujetos comunitarios como a las relaciones
de cooperación y solidaridad.
Expresar
esta orientación crítica y transformadora respecto de las grandes
estructuras que caracterizan la economía moderna y contemporánea no
significa que todo lo que se encuentra en ellas sea juzgado negativo
y que deba ser cambiado, ni que no exista ya en la actualidad
bastante de lo que expresamos como centralidad del trabajo y economía
de solidaridad. Al contrario, los contenidos y formas de una y otra
los sabemos presentes y operantes, bregando por crecer y expandirse
en un contexto económico y social en que, si bien predominan las
estructuras y relaciones capitalistas y estatistas, no llegan a
constituir un sistema cerrado e indiferenciado internamente.
Desde
la "grande crisis" de los treinta sabemos que no es posible
un capitalismo homogéneo que pueda prescindir de una consistente y
sustancial dosis de economía pública y estatal; desde el actual
derrumbe del socialismo real sabemos que no es posible un estatismo
homogéneo, que pueda prescindir de una consistente y sustancial
dosis de economía individual y privada.
Lo
que tenemos aún que aprender es que estas economías mixtas en que
ambos, el capital y el Estado, convergen en la subordinación del
trabajo y de las relaciones de comunidad y solidaridad, están lejos
de constituir adecuadas respuestas a las necesidades, aspiraciones y
fines de los hombres. Al contrario, si bien estas economías muestran
ser eficientes en la generación de riqueza, lo son también en la
generación de pobreza; si bien muestran capacidad de producir
abundantes bienes, son también potentes en la producción de males;
si bien permiten la satisfacción de una parte de las necesidades
humanas, dificultan e inhiben la satisfacción de otras, dando lugar
a una muy insatisfactoria calidad de vida.
El
ser humano merece más.
Lo
que sostengo es que el predominio del capital y del Estado en las
economías y sociedades modernas y contemporáneas, si bien ha dado
lugar a grandes empresas y a muy poderosos Estados, ha significado
también que exista hoy una inmensa mayoría de hombres y mujeres
pequeños, inseguros, dependientes, temerosos, insatisfechos,
sufrientes, débiles y bastante infelices. Y sostengo también que el
hombre está llamado a mucho más, y que está en sus potencialidades
el lograrlo, siendo caminos apropiados los que conducen a la
centralidad del trabajo y a una economía más solidaria.
Que
la reducción del hombres a esa condición lamentable sea debida al
capitalismo y al estatismo predominantes no me prece difícil de
comprender. El trabajo es la actividad y el medio principal a través
del cual el hombre desarrolla sus potencialidades, toma posesión de
la realidad y la transforma según sus necesidades y fines,
manifiesta y acrecienta su creatividad, se abre el camino al
conocimiento, humaniza el mundo y se autoconstruye en niveles
crecientes de subjetividad. Pero el capitalismo ha significado que la
mayoría de los hombres carezca de los medios y recursos necesarios
para ejercer el trabajo en esa plenitud de sentido, para emprender y
desarrollar iniciativas que le permitan controlar sus condiciones de
vida y desarrollar sus propios proyectos creadores.
Al
reducir el trabajo humano a una situación subalterna, el capitalismo
impide que éste exprese su riqueza de sentido y contenidos. Si el
trabajo es reducido al empleo, el hombre que lo realiza no es sino un
empleado: sujeto dependiente, instrumental. El estatismo no ayuda
tampoco a levantar el hombre a condición humana, porque también en
él el trabajo humano es puesto en condición subalterna. Puesto como
funcionario, como empleado del Estado, el trabajador carece también
de los medios necesarios para emprender con autonomía obras propias
en que exprese y desarrolle sus potencialidades creadoras. Cuando el
Estado cumple excesivas funciones empresariales y es muy grande el
ámbito de sus atribuciones, pocas oportunidades tienen los hombres y
las comunidades de trabajo para desarrollarse en la amplitud de
posibilidades a que abre el trabajo.
Empobrecimiento
del trabajo humano.
La
inmensa mayoría de los hombres ha perdido el control sobre sus
propias condiciones de vida porque ha trasferido al empresario
capitalista y al Estado empresario toda iniciativa y capacidad de
emprender. Empobrecidos y expropiados el trabajador, las familias,
las comunidades y grupos intermedios, de los recursos de producción
y de las capacidades de organizar, gestionar y tomar decisiones, se
ha venido empobreciendo también el contenido cognoscitivo y
tecnológico del trabajo de grandes multitudes de trabajadores.
El
trabajador desconoce los procesos tecnológicos en que participa,
limitándose a ejecutar actividades cuya relación y significado en
el conjunto del proceso ya no comprende. Un grupo reducido de hombres
concentra los medios materiales y financieros de producción; otro
grupo también pequeño concentra la información y el conocimiento
de los procesos tecnológicos y científicos implicados en la
producción; las capacidades de tomar decisiones se encuentran
también concentradas en muy pocas cabezas. A la inmensa mayoría de
los hombres, precisamente aquellos que identificamos como los
trabajadores, no les queda sino una capacidade de trabajo en general,
indiferenciada y parcial; lo único que puede hacer con ella es
ofrecerla en el mercado por si alguien desea emplearla.
Una
vez lograda la gran meta, la ansiada condición de tener un empleo,
su vida entera depende del empleador, trátese del empresario
capitalista o del Estado; no le queda entonces sino someterse. Este
hombre sometido, dependiente, inseguro, temeroso y débil, sufrido y
sufriente, si no ha desarrollado especiales cualidades y energías de
resistencia moral y cultural que lo lleven a organizarse, a
participar de sindicatos, a comprometerse en procesos políticos o en
comunidades que se proponen fines superiores, demasiado a menudo se
envilece. Y qué decir del estado en que cae el trabajador que ni
siquiera llega a esta condición de empleo. ¿Cómo puede estimarse a
sí mismo si nadie se interesa por sus fuerzas laborales ofrecidas al
más ínfimo de los niveles de salario?
La
economía popular inicia la recuperación.
Desde
ahí abajo, desde lo más hondo de la miseria y la marginación,
tiene comienzo un proceso sorprendente: el lento redescubrimiento del
hombre o de la mujer que hay en cada uno, por empobrecido y excluído
de la sociedad que se encuentre, y con ello la valoración de fuerzas
y capacidades propias de hacer y de ser, de trabajar y emprender.
Pero este proceso no se da de manera espontánea en el hombre solo,
por simple efecto de reacción natural una vez topado el fondo. El
camino ascendente se inicia con la llegada de la que en definitiva
constituye la más poderosa de las fuerzas: la solidaridad que libera
creando vínculos de organización y de comunidad.
Cierto,
estas experiencias de organización económica popular que surgen
desde los grupos más pobres y excluídos constituyen un inicio,
extraordinariamente precario y débil pero real, de formas económicas
solidarias en que el trabajo asume posiciones centrales. Centralidad
del trabajo no buscada como proyecto sino motivada por el hecho
simple y escueto que allí el trabajo es el único factor disponible,
siendo los otros factores -medios materiales, tecnologías,
capacidades de gestión, financiamientos-tan escasos y pequeños que
mal podrían constituir el centro de nada.
Pero
el camino hacia la centralidad del trabajo y hacia la solidaridad
económica no necesariamente ha de empezar desde tan abajo. Para
revertir el proceso de empobrecimiento y subordinación del trabajo y
de la comunidad no es preciso esperar que se imponga con toda su
fuerza reductora.
El
proceso ha sido éste: un grupo se apropia de los medios de trabajo,
otro de las capacidades de gestión y dirección, otro de los
conocimientos tecnológicos, etc. A medida que se va produciendo esta
división social del trabajo, va quedando en la mayoría una
capacidad de trabajo residual, que implica un empobrecimiento del
hombre mismo. Al mismo tiempo, se van rompiendo los vínculos de la
comunidad humana, porque los hombres con sus diversas potencialidades
se relacionan en términos competitivos, conflictivos, dando lugar a
relaciones de fuerza y de lucha. Empobrecidos, los hombres no se
relacionan en la riqueza de sus cualidades sino en la pobreza y
homogeneidad de sus carencias. La sociabilidad entre seres humanos
tan pobres y parciales no es constitutiva de comunidades sino de
masas.
Revertir
este proceso significa avanzar en la recuperación e integración de
una riqueza de contenidos del trabajo, en las personas y grupos
humanos reales. Más concretamente, se trata de que el trabajador
vuelva a adquirir capacidad de tomar decisiones, desarrolle
conocimientos relativos al cómo hacer las cosas, recupere control y
propiedad sobre los medios de trabajo. Este proceso de
enriquecimiento del trabajo significa simultáneamente un progresivo
potenciamiento del hombre, que supera la dependencia, su extrema
precariedad, pobreza e inseguridad. El hombre se va haciendo
nuevamente capaz de emprender, de crear, de trabajar de manera
autónoma, de tomar el control sobre sus condiciones de existencia.
Esto
no puede verificarse sino en el encuentro entre los hombres mismos,
en la cooperación y formación de comunidades, en las cuales el
trabajo dividido se recompone socialmente. Porque los hombres nos
desarrollamos y enriquecemos unos a otros, y lo hacemos mejor cuando
no nos vinculamos en términos de lucha y conflicto sino en
relaciones de reciprocidad y solidaridad. El enriquecimiento del
trabajo, condición de su recuperación de centralidad, requiere el
desarrollo de relaciones de cooperación. Ahí se encuentran los
procesos hacia la centralidad del trabajo y hacia la economía de
solidaridad.
La
relación entre economía y solidaridad.
Ahora
bien, lo que llamamos economía de solidaridad no consiste en un modo
definido y único de organizar unidades económicas. Se trata más
bien de un proceso multifacético por el cual incorporamos
solidaridad en la economía.
Digo
"incorporar solidaridad en la economía" con una muy
precisa intención. Estamos habituados a pensar la relación entre la
economía y la solidaridad de otra manera. Se nos ha dicho muchas
veces que debemos solidarizar, como un modo de paliar algunos
defectos de la economía, o de resolver ciertos problemas que la
economía no ha podido superar. Tendemos a suponer que la solidaridad
debe hacerse después de
que la economía ha cumplido su tarea y completado su ciclo. Primero
estaría el tiempo de la economía, en que los bienes y servicios son
producidos y distribuídos. Una vez efectuada la producción y
distribución, sería el momento de la solidaridad, para compartir y
ayudar a los que resultaron desfavorecidos o que están más
necesitados. La solidaridad empezaría cuando la economía ha
terminado su tarea y función específica. La solidaridad se haría
con los resultados -productos y servicios- de la actividad económica,
pero no serían solidarias la actividad económica misma y sus
productos.
Lo
que sostengo es distinto a eso, a saber, que la
solidaridad se introduzca
en la economía misma,
y que opere en las diversas fases del proceso económico, o sea en la
producción, distribución, consumo y acumulación. Y que se
introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando
una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de
solidaridad pareciera no encajar espontáneamente.
Los
motivos y caminos de la economía de solidaridad.
Si
tal es el sentido, dirección y significado del proceso, podemos
descubrir diferentes
situaciones y motivos,
que al mismo tiempo constituyen como vías por
las que diferentes personas acceden o se aproximan a buscar alguna
participación en la economía de solidaridad y en la centralización
del trabajo.
La
primera situación a que aludo es la
pobreza,
que en los últimos quince años en Chile y en toda América Latina
se ha incrementado. Ha crecido la distancia que separa a los ricos y
a los pobres. Por otro lado, se ha verificado una transformación en
la realidad de la pobreza.
La
pobreza ha crecido en cuanto existe una masa social de personas que
han sido excluídas del empleo y del consumo después de haber
experimentado algún nivel de participación e integración; pero con
ello el mundo de los pobres también se ha enriquecido de capacidades
y competencias técnicas y de organización, las que no han
permanecido inactivas por el hecho de que las empresas y el Estado no
las ocupen.
Se
viene verificando, así, el surgimiento de una ingente cantidad y
variedad de actividades y organizaciones económicas, a través de
las cuales numerosos sectores populares han desplegado iniciativas
personales, familiares, asociativas y comunitarias, generando una
increíblemente variada economía popular.
Es
el pueblo pobre y marginado que se ha activado económicamente y que
espera satisfacer sus necesidades y abrirse caminos en la vida no
sólo mediante la oferta pasiva de sus fuerzas de trabajo en el
mercado, o mediante la pura reivindicación de sus derechos ante el
Estado y los organismos públicos, sino basándose en sus propias
fuerzas y recursos, y a menudo asociándose y organizándose grupal y
comunitariamente.
La
pobreza y esta economía popular que emerge de ella constituyen un
primer motivo que nos orienta en la perspectiva de la economía de
solidaridad, porque los modos de hacer economía que surgen del
pueblo, espontáneamente o por inducción de agentes externos que los
apoyan, no corresponden a aquellas formas del comportamiento
teorizadas por las teorías económicas convencionales. Observamos,
en efecto, que al menos una parte de esta economía de los pobres da
lugar a comportamientos que no corresponden a los del homo
oeconomicus supuesto
por las teorías neoclásicas, sino a otros que expresan una cultura
mejor predispuesta a encontrar en la comunidad y en el entorno social
más próximo los medios necesarios para vivir. Esta economía
popular solidaria ha sido y está siendo capaz de suscitar, además,
el movimiento de solidaridad de personas e instituciones que están
dispuestas a colaborar con ella mediante la aportación de recursos,
ideas y trabajo.
En
esta economía popular el trabajo adquiere espontáneamente
centralidad, porque quienes organizan las unidades económicas son
trabajadores cuyo principal recurso y factor que invierten y
gestionan en ellas es precisamente el trabajo. Valorizar el trabajo
propio es el objetivo principal que define la racionalidad de estas
pequeñas empresas de trabajadores en que el trabajo no adquiere la
forma asalariada sino las formas del trabajo autónomo o "por
cuenta propia" y del trabajo asociativo o en cooperación.
Una
segunda situación que indica la necesidad de introducir más
solidaridad en la economía y que también motiva la búsqueda de
mayor centralidad del trabajo emerge desde el mundo
del trabajo asalariado y dependiente en
las empresas privadas y públicas, a través de las organizaciones
tradicionales de los trabajadores. Incrementar la riqueza de
contenidos del trabajo, mejorar las condiciones en que se
desenvuelve, poner énfasis en los efectos del trabajo sobre la salud
física y psicológica del trabajador, buscar activamente mayor
participación, empezando por acceder a niveles crecientes de
información, luchar por el control decisional en diferentes ámbitos
que repercuten directamente sobre los trabajadores, etc.
Una
tercera situación que propicia la elaboración práctica y teórica
de la economía de solidaridad se origina en los movimientos
cooperativo y de autogestión.
Ambos movimientos han constituído por muchas décadas los
principales procesos de construcción de formas económicas
alternativas, sociales y humanistas. Pero aunque estos movimientos se
han extendido por todas las ramas de la economía y por todos los
países del mundo, el cooperativismo y la autogestión han
manifestado límites y crisis en su crecimiento, y no han llegado a
imponerse como sujetos históricos autónomos dotados de efectiva
capacidad de dirección de los cambios económicos y del desarrollo.
Aunque no han dejado de gozar de un muy elevado consenso moral, hemos
de reconocer que se mantienen en un plano subordinado respecto de las
grandes tendencias de la economía y la política.
Es
pertinente interrogarse, entonces, cuáles sean las potencialidades
que subsisten para que el cooperativismo y la autogestión
desarrollen fuerzas propias de respuesta a la crisis económico-social
contemporánea y de transformación económico-política. Ello
requiere profundizar las causas que explican el desarrollo parcial y
los problemas encontrados en su expansión. Y plantea la necesidad de
indagar más a fondo acaso es posible el desarrollo de nuevas formas
económicas que, manteniendo los principios y valores de cooperación
y autogestión, resulten más eficientes para operar en el mercado y
en las economías actuales.
La
cuarta situación que induce a la búsqueda de una economía de
solidaridad es la percepción de que América Latina no terminamos de
enrielar por una
vía de desarrollo eficaz.Que
sea necesaria una estrategia alternativa de desarrollo resulta
evidente dado el fracaso de las estrategias conocidas y aplicadas;
pero además, cada día es más clara la necesidad de que lo
alternativo sea no sólo la estrategia, sino también el desarrollo
perseguido. Primero, porque la pobreza en que se mantienen multitudes
crecientes no alude sólo a una insuficiente integración a un
proceso dinámico, sino a la incapacidad estructural de la economía
tal como se encuentra organizada, para absorver las capacidades de
trabajo y las necesidades de consumo de esa población marginalizada.
Segundo, porque aquél segmento de nuestras economías que ha logrado
crecer y modernizarse manifiesta perfiles de notable unilateralidad,
de modo que quienes tienen acceso a sus beneficios materiales no
encuentran sin embargo oportunidades reales de satisfacer otras
necesidades y aspiraciones superiores de la persona y de la
comunidad, permaneciendo en la pobreza y el subdesarrollo respecto a
necesidades culturales, relacionales y espirituales cuya satisfacción
requeriría otra organización de la economía. La demanda de un
desarrollo alternativo, que ofrezca respuestas a ambas formas de la
pobreza, es otra fuerza que orienta hacia la solidaridad en la
economía.
El
quinto motivo (razón y vía de acceso) para buscar la economía de
solidaridad y la centralidad del trabajo es el
problema y la crisis ecológica,
que cada vez más se manifiesta como cuestión económica
estructural, parte de un problema más profundo de la civilización
industrial, materialista y consumista en que vivimos. Los
desequilibrios ecológicos enraizan en el modo en que se realiza el
intercambio vital entre el hombre y la naturaleza que se verifica en
el trabajo y el consumo, o sea en la economía. Un incremento de la
solidaridad en el trabajo, en la distribución y el consumo, comienza
a ser percibida como la forma más eficaz de superar una vasta gama
de los problemas ecológicos que nos amenazan.
La
última -pero no menos importante- de las motivaciones que llevan a
buscar teórica y prácticamente en la perspectiva de la centralidad
del trabajo y de economía de solidaridad es una
preocupación específicamente cristiana.
El campo de las actividades y estructuras económicas es un ámbito
donde se ponen en juego y a prueba los principales valores y
principios humanistas y cristianos. Y el panorama que presenta la
economía enfocado desde la óptica de dichos valores y principios
resulta altamente insatisfactorio. Por un lado, la ingente pobreza
extrema que afecta a multitudes; por otro el individualismo y la
búsqueda apasionada de la riqueza material; en fin el sometimiento
de los hombres a estructuras, leyes y planes supuestamente objetivos.
La búsqueda de la centralidad del trabajo -el trabajo como "clave
de toda la cuestión social"- y construcción de una economía
más solidaria, se levantan como tareas fundamentales para quienes
aspiran a la evangelización de la cultura, de la economía y de la
política.
Al
enunciar estas seis principales situaciones que motivan la búsqueda
de una economía de solidaridad estamos ya indicando cuales son sus
contenidos y orientaciones más relevantes, así como las tareas
indispensables para promoverla. Entre éstas quisiera reiterar la
importancia del estudio, la reflexión y la indagación.
Nuevas
relaciones entre la teoría, la práctica y la ética.
Sabemos
bien que en las diferentes teorías económicas existentes escaso
espacio se ha dado a la cooperación y la comunidad, y que el trabajo
es considerado como variable subordinada. La gravitación que el
proceso hacia la centralidad del trabajo y hacia la economía de
solidaridad está llamado a alcanzar plantea entonces la exigencia de
llenar el vacío. Pero no se trata solamente de efectuar una
aplicación de los conceptos, fórmulas y modelos que han sido
elaborados a partir de realidades económicas tan distintas a las que
aquí nos interesan, pues con ello avanzaríamos demasiado poco.
Debemos asumir que estamos realmente buscando y desplegando una
distinta racionalidad económica,
cuya comprensión exige nuevos conceptos y nueva teoría económica.
Cualquier
proyecto de cambio necesita un gran despliegue de la reflexión,
porque el puro esfuerzo práctico y organizativo no acompañado de la
indispensable elaboración y estudio que otorgue coherencia,
orientación y potenciamiento a las experiencias prácticas,
probablemente lo haría permanecer en un plano subordinado. Es la
reflexión y el trabajo intelectual el que puede conducir los
movimientos y procesos prácticos a la verdadera autonomía,
guiándolos a niveles de realización más eficientes y amplios,
potenciándolos en sí mismo, ligitimándolos socialmente,
llevándolos a un nivel de superior coherencia, proporciónadoles el
indispensable fundamento conceptual.
Del
estudio, la reflexión y el intercambio de experiencias e ideas en
torno al trabajo y a la economía de solidaridad emerge la
posibilidad de una profunda renovación de la teoría económica
general; pero no se crea que ello sea tarea exclusiva para los
especialistas. Y no sólo porque, como se ha dicho, los asuntos de la
economía son demasiado importantes para todos como para dejárselos
sólo a los economistas.
La
ciencia económica no es una disciplina autónoma que tenga en sí
misma todos los elementos indispensables para su desarrollo, sino que
encuentran en otras ramas del saber bases y fundamentos necesarios
para su formulación. Así, en cuanto indaga en torno a la
racionalidad y se interroga por las necesidades y el bienestar del
hombre, hunde sus raíces en la filosofía; en cuanto es un saber que
se refiere a las opciones que enfrentan los individuos, grupos y
sociedades, a los cuales aporta también indicaciones normativas,
convoca y recurre a la ética y la axiología; en cuanto estudia el
comportamiento de los hombres requiere fundarse en la antropología y
la psicología social; en cuanto los fenómenos y procesos que
investiga tienen un carácter social inherente, supone conocimientos
que son proporcionados por la historia, la sociología y la política.
Pero
más allá de todo esto, y a la base de cualquier elaboración
intelectual que sirva, se encuentra la experiencia humana,
multifacética y permanentemente enriquecida con nuevos elementos,
reflexiona en diversos grados por los mismos que la van desplegando,
compartida en innumerables conversaciones, encuentros y ocasiones de
las más variadas. Desde dicha experiencia emerge el pensamiento y el
concepto, y sólo en referencia a ella el trabajo intelectual
encuentra su pleno sentido.
De
todas maneras, la economía de solidaridad no ha de surgir a partir
de la pura reflexión y el estudio, ni tampoco de la experiencia
práctica por más intensa que sea. Sino de la unión mutuamente
enriquecedora entre ambas.
En
la época moderna se ha hablado tanto de la unión entre la teoría y
la práctica, pero quizá como nunca ellas han transitado por caminos
separados. Lo que suele olvidarse es que el nexo entre la teoría y
la práctica no es algo inherente a la teoría o a la práctica en sí
mismas, sino que es un vínculo ético. Se sabe que la unidad de
teoría y práctica requiere autenticidad, compromiso, consecuencia.
Me atrevo aquí a agregar que el nexo que une teoría y práctica es
un vínculo profundo de solidaridad, que se construye cuando hay
cooperación entre las personas involucradas en una práctica, una
experiencia y un ideal compartidos.
Por
el hecho mismo de ser un vínculo ético, la unión entre teoría y
práctica es tarea eminente de la política. Es en la actividad
política donde pueden cumplirse importantes pasos que vinculen las
experiencias prácticas de tantas personas, grupos y organizaciones
de base con las elaboraciones intelectuales de quienes sistematizan
esas experiencias y las proyectan en el pensamiento, la ciencia y la
cultura. A través de una apropiada mediación política la teoría y
la práctica de la economía de solidaridad y de la centralización
del trabajo pueden convertirse en proyecto histórico. Es una tarea
que no puede ser cumplida por conciencias mezquinas y voluntades
débiles sino que requiere espíritus abiertos y generosos. Quienes
la asuman e inicien serán los verdaderos pioneros y fundadores de
esa civilización de la solidaridad y del trabajo a que nos vienen
llamando insistentemente las últimas formulaciones de la enseñanza
social de la Iglesia.
Luis Razeto
Este
artículo ha sido publicado en diferentes revistas y libros. Para
profundizar el tema de este artículo recomendamos el libro LOS
CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA, al que puede
accederse desde este enlace: LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA
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