sábado, 10 de agosto de 2019

LAS CAUSAS DE LA DESIGUALDAD Y LO QUE SE PUEDE HACER


Un reciente Informe de Oxfam, llamado “Una economía al servicio del 1 %” muestra que, desde 2010, la riqueza de la mitad más pobre de la población se ha reducido en un billón de dólares. Esto ha ocurrido a pesar de que la población mundial ha crecido en cerca de 400 millones de personas durante el mismo período. Mientras, la riqueza de las 62 personas más ricas del planeta ha aumentado en más de 500.000 millones de dólares, hasta alcanzar la cifra de 1,76 billones de dólares.

En realidad, la desigualdad viene acentuándose desde hace varias décadas. Todos lo atribuyen al modo de producción, distribución, consumo y acumulación imperante, lo que es obvio; pero es necesario ser más específico en la comprensión del proceso que conduce a una desigualdad que viene acentuándose y que continuará en el mismo sentido en los próximos años. El hecho de fondo que explica esta tendencia a la concentración de la riqueza es el incremento de la productividad del capital, que resulta de los avances científicos y tecnológicos, y que conlleva, por un lado una progresiva sustitución de la fuerza de trabajo en los procesos productivos, y por otro, la marginación y salida del mercado de las unidades productivas de menor productividad y eficiencia.

Ahora bien, un aspecto clave que hay que tener en cuenta en toda esta dinámica económica es que el incremento de la productividad del capital y el desarrollo tecnológico inciden en una reducción de los costos de producción, y consiguientemente, en una reducción de los precios de los bienes y servicios, lo que beneficia a los consumidores.

Pero la tendencia de la concentración de la riqueza tiene como efecto, también, que los consumidores tienen menos ingresos autónomos con los cuales comprar los productos que se ofrecen en el mercado a precios decrecientes. Esto se ha venido compensando en los últimos años y décadas con un incremento del crédito al consumo, implicando un creciente endeudamiento de los consumidores. Consumidores cada vez más dependientes de los bancos, que deben destinar un creciente porcentaje de sus ingresos al servicio de los créditos solicitados en magnitudes cada vez mayores.

Para evitar las recesiones los Bancos Centrales han bajado las tasas de interés y aumentado la emisión monetaria. Pero estos dineros han terminado, crecientemente, en manos de las grandes corporaciones, precisamente por ser más competitivas y de mayor productividad, acentuándose así la concentración y la desigualdad.

También los Estados contribuyen de manera cada vez más importante al mantenimiento del sistema, sosteniendo la demanda y el consumo. Por un lado han creado constantemente nuevos empleos públicos, y por otro lado proveen a la población crecientes servicios sustitutivos de los que se ofrecen en el mercado, pero que igual implican demanda para las grandes empresas. Por poner un ejemplo, compran computadores que ofrecen gratuitamente a los estudiantes.

El problema es que este modo que tiene el Estado para sostener la demanda encuentra límites en la capacidad que tienen los gobiernos para obtener ingresos autónomos (que son los que obtiene por los impuestos, las multas, las rentas y los ingresos de sus propias empresas). Lo que hacen los Estados, entonces, para financiar los déficits en las finanzas públicas es, igual que los consumidores privados, endeudarse, emitiendo bonos y solicitando créditos. Así, lo poco que hasta ahora han podido hacer los gobiernos para reducir la desigualdad va siendo cada vez más reducido y marginal.

Crecientemente dependientes del sistema financiero internacional, los Estados buscan aumentar sus ingresos acrecentando la carga fiscal, esto es, aumentando los impuestos. ¿Pero a quiénes? No pudiendo hacerlo a las grandes corporaciones multinacionales (si lo hacen ellas se desplazan hacia otros países, desinvierten o amenazan con hacerlo), sólo pueden aumentar los impuestos a los productores locales y a los consumidores. Así las empresas locales se tornan cada vez menos competitivos, y continúan siendo desplazadas por las grandes corporaciones.

¿Hay salida? NO, no la hay, dentro de este sistema económico internacional. ¿Es posible ‘salirse’ de este sistema económico internacional? NO, porque tanto el Estado como los consumidores viven de que el sistema económico y financiero existentes sigan en funcionamiento.

Los Estados no pueden revertir, sino marginalmente, la tendencia mundial a la concentración de la riqueza y a la desigualdad creciente. Lo más insólito es que los países que logran continuar su crecimiento económico y disminuir la pobreza son aquellos que establecen alianzas estratégicas con el gran capital trasnacional. (Un ejemplo cercano ha sido el de Chile, y lo vemos también actualmente en Bolivia).

¿QUÉ HACER? No veo otra alternativa que la creación de una economía de solidaridad y de trabajo, que genere nuevas empresas, nuevas fuentes de trabajo, que produzcan bienes y servicios distintos a los que ofrecen las grandes empresas.

Ello sólo es posible si va acompañado de un cambio fundamental y progresivo de los tipos de consumo que predominan en la actualidad. En efecto, la economía de solidaridad y trabajo, junto con crear riqueza compartida, debe generar sus propios consumidores.

Si lo pensamos bien y a fondo, lo que se hace necesario es un proceso de transición hacia una nueva civilización, que en lo económico requiere – entre otras cosas – el desarrollo de una nueva empresarialidad (personal, familiar, asociativa y solidaria), de nuevas formas de trabajo (trabajo autónomo y asociado), y de nuevos y mejores modos de consumo (consumo responsable y orientado al desarrollo humano integral).

Luis Razeto



No hay comentarios:

Publicar un comentario