LA
GUERRA.
Desde
los tiempos más remotos los Estados (Imperios, Naciones, Ciudades)
han hecho guerras contra otros poderes iguales. La guerra parece ser
una condición natural de los Grandes Poderes, que se verifica
constantemente. Cuando no se está en guerra, se está en preparación
de ella. Pareciera que el modo de impedir entrar en guerra es tener
un poder de destrucción tan grande que inhiba ser atacado por otros;
pero al disponerse de un poder muy superior al de los otros, aumenta la
tentación de hacerles guerra.
Los
objetivos de las guerras son siempre los mismos: someter a otros
pueblos, apoderarse de sus tierras y sus riquezas, imponerles la
propia cultura y convertirlos en fieles a las propias creencias.
Desde otro ángulo, se entra en guerra por el temor a ser sometidos,
expropiados y fidelizados.
En
las guerras, en cada lado de los combatientes, hay dirigentes y
dirigidos, dominantes y subordinados. Los subordinados son
sacrificados según lo demanden los dirigentes. Las guerras,
decretadas por los dirigentes que quieren aumentar su poder o impedir
la pérdida del que poseen, refuerzan la subordinación de los
pueblos al movilizaros al combate, exacerbando la identificación con
una cultura, etnia, patria o nación, y generando en la gente un estado
de exaltación y de euforia.
Las
guerras producen muerte, desolación y sufrimientos inmensos a los
pueblos que combaten en ellas, incluso en el grupo vencedor. Las
guerras producen gloria y honor a los gobernantes y conductores de
las guerras, especialmente si terminan victoriosos, pero también a
menudo aunque resulten vencidos.
En
la guerra se nos trata de dominar, de fidelizar. Cabe preguntarse:
¿cómo podemos defendernos de las guerras? ¿Será a través de la
política?
LA
POLÍTICA.
Desde
los tiempos más remotos, grupos, colectividades y masas han hecho
política, luchando unos contra otros por el gobierno de la sociedad.
La política parece ser una condición natural de las colectividades
humanas. Cuando están gobernando, hacen política para conservar y
aumentar el poder que disponen. Cuando no se gobierna, se está en
preparación y acumulación de fuerzas para conquistar el poder.
Los
objetivos de la política no son muy distintos a los de las guerras:
someter a los subordinados, cobrar impuestos que generen recursos
para el ejercicio del poder, lograr que el pueblo actúe y trabaje
conforme a los fines de los dirigentes políticos, imponer en la
sociedad las propias ideologías y cultura, fidelizar a los
partidarios y electores. Los dirigentes políticos en el gobierno
luchan por aumentar su poder o por impedir perderlo. Los que están
en la oposición luchan por desplazar a los gobernantes y
reemplazarlos en el ejercicio del poder.
En
la política, en cualquiera de los bandos oponentes, hay dirigentes y
dirigidos, dominantes y subordinados. Los subordinados se sacrifican
en favor de los dirigentes. La lucha política establece la
subordinación de los dirigidos a los dirigentes, exacerba las
identidades ideológicas de grupo o clase, y genera en las bases
cierto estado de entusiasmo y exaltación.
Las
luchas políticas exigen sacrificios al pueblo, disciplina a las
bases, obediencia y dedicación de tiempo y de recursos al servicio
de la ‘causa’ política. La política produce prestigio, respeto,
adhesión y alabanza a los dirigentes, especialmente cuando están en
el poder o con la posibilidad cierta de obtenerlo en el futuro.
Decía
Carl von Clausewits que la guerra es la continuación de la política
con otros medios. Es cierto también lo inverso: la política es la
continuación de la guerra con otros medios. Entre la política y la
guerra hay nexos estrechos y recíprocas transferencias. Así, en la
política se emplea abundantemente el lenguaje bélico, cuando se
habla de militantes, de vanguardias, de estrategias y tácticas, de
conquistas, de avances y retrocesos, de enemigos, adversarios y
aliados, etc.
En
la política se nos trata de dominar y fidelizar. La política es una
forma más civilizada de lograr los mismos objetivos de dominación,
poder, riqueza y prestigio que persiguen las guerras; pero igual cabe
preguntarnos: ¿cómo podemos defendernos de la política? ¿Será
mediante el mercado?
EL
MERCADO.
Desde
los tiempos más remotos las personas y las empresas (unidades
organizadas para producir y hacer negocios) han comerciado creando
Mercados. El mercado parece ser una condición natural de las
sociedades, porque ninguna persona ni grupo humano particular es
enteramente autosuficiente. Por eso, los que producen más bienes que
los que consumen, los venden a quienes los necesitan y compran, que a
su vez producen otros bienes que pueden vender.
En
el mercado se crean grupos económicos, empresas gigantes,
monopolios, poderes dominantes. Los objetivos de esos poderes en el
mercado no son tan distintos a los de la guerra y de la política:
obtener los bienes y la riqueza que otros producen; hacer que otros
trabajen y produzcan para ellos, alcanzar prestigio, reconocimiento y
poder. Los poderes generados por los productores buscan subordinar y
fidelizar a los consumidores y apropiarse de su dinero. Los poderes
generados por los consumidores aspiran a que los productores les
provean de lo que a ellos les interesa tener y consumir.
Así,
en el mercado se generan dirigentes y dirigidos, dominantes y
subordinados. Los subordinados se sacrifican para beneficio de los
dirigentes. Hay en el mercado, igual que en las guerras y en la
política, ejercicio del poder, esto es, intentos de subordinar y de
explotar a los otros, obteniendo de ellos lo que se quiere apropiar.
Los
poderes del mercado luchan por alcanzar mayor participación, y
compiten unos con otros para obtener la mayor cantidad de ganancias y
riqueza. Los empresarios tratan de pagar lo menos posible a los
trabajadores y a los que les ofrecen financiamiento, tecnologías o
medios materiales. Los trabajadores y los que ofrecen
financiamientos, tecnologías o medios materiales, buscan obtener que
los empresarios les paguen por sus factores lo más que puedan
sacarles. Las empresas buscan el poder de mercado, y aplican
estrategias para apoderarse del negocios de otros. Como en las guerra
y en la política, los contendientes comerciales luchan por el poder.
Como decía Gramsci, el mercado es una correlación de fuerzas
sociales en conflicto. Entre el mercado y la política hay nexos
estrechos y recíprocas transferencias.
Como
en la guerra y en la política, en el mercado nos tratan de dominar y
fidelizar. Y aunque el comercio es una forma más civilizada que la
guerra y la política, igual cabe preguntarnos: ¿cómo podemos
defendernos de los
poderes que dominan el
mercado?
LA
AUTOSUFICIENCIA, LA ECONOMÍA SOLIDARIA Y EL MERCADO DEMOCRÁTICO.
En
principio, la autosuficiencia - entendida como la capacidad de
satisfacer por sí mismos las propias necesidades, aspiraciones y
deseos -, acompañada de no desear los bienes ajenos ni de pretender
dominar y fidelizar a otros, nos convierte en personas de paz, que no
entran en conflictos bélicos, políticos ni comerciales. Mientras
más auto-suficientes lleguemos a ser, más defendidos estaremos de
las guerras, de los poderes políticos y de quienes dominan el
mercado.
Sin
embargo, la autosuficiencia plena no es posible para una persona, ni
para un grupo humano o sociedad particular. Los humanos siempre nos
necesitaremos unos a otros, sea para satisfacer nuestras necesidades
como para realizar nuestros proyectos y aspiraciones. Por lo que
tendremos la tentación de apropiarnos de lo ajeno y de subordinar a
otros.
Por
eso, una segunda condición para alcanzar la paz y defendernos de las
guerras y los conflictos políticos y económicos es establecer con
las otras personas y grupos que necesitamos para satisfacer nuestras
necesidades y realizar nuestros proyectos, relaciones de cooperación,
reciprocidad y solidaridad, que nos eviten entrar en conflicto con
ellos.
El
nivel de auto-suficiencia alcanzado se expande y se amplifica
socialmente, a través de la economía de cooperación y solidaridad,
en la que nos ayudamos mutuamente sin entrar en contradicciones y
conflictos.
Aún
así, habrá recursos y factores, bienes y servicios, que no podemos
tener por nosotros mismos ni disponer en las comunidades y
organizaciones cooperativas y solidarias en que participemos. Y habrá
poderes políticos y económicos externos que tratarán de dominarnos
y fidelizarnos.
Para
estar plenamente defendidos y liberados de las guerras y de toda
forma de subordinación y fidelización política y económica, será
necesario haber logrado: a) unas formas de la política altamente
participativas y con mínimos niveles de poder concentrado en los
gobernantes y dirigentes; y b) unas formas del mercado en que la
competencia se realice entre empresas pequeñas y eficientes que no
puedan concentrar poderes monopólicos y oligopólicos. Esto es lo
que llamamos “mercado democrático”.
La
mayor autosuficiencia, la economía solidaria y el mercado
democrático son los modos más civilizados de vivir, de
relacionarnos y de actuar en sociedad, sin dominaciones ni
explotación de unos por otros Constituyen pilares fundamentales de
una nueva y superior civilización.
Luis
Razeto
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