El
tema que nos interesa reflexionar, o la pregunta que quisiéramos
responder en este Seminario, bajo el encabezado La
economía solidaria como radicalización de la democracia,
es cual sea el impacto y la proyección política, social y cultural
que pueda esperarse del desarrollo de la economía de solidaridad. La
interrogante sobre tal impacto y proyección puede formularse a nivel
de un país, de la región latinoamericana, o en el plano de la
sociedad humana en general. El encabezado del seminario lo que hace,
en realidad, es sugerir una respuesta: lo que puede esperarse de la
economía solidaria es que efectúe un aporte a la profundización o
radicalización de la democracia a nivel de los países, que son las
unidades societales de la actual institucionalidad democrática. Pero
en esta respuesta sugerida hay un problema, consistente en suponer
que la economía de solidaridad tiene sentido en función de un
proceso en curso o ideológicamente deseado, en el contexto del
sistema político vigente, entendido como una democracia
insuficientemente profunda o radical, que sin embargo tendría
posibilidades de ser profundizada o radicalizada.
Tal ha sido
el modo en que se ha planteado desde hace más de un siglo la
cuestión del impacto y las proyecciones políticas, referida a los
fenómenos del cooperativismo y la autogestión. Una vieja cuestión,
que ha sido respondida de modos bastante claros y difícilmente
perfeccionables, por parte de los pensadores que han acompañado
históricamente las experiencias del cooperativismo y la autogestión.
Dicha respuesta, en síntesis, señala que el cooperativismo y la
autogestión, en cuanto amplían socialmente el acceso al capital, en
cuanto permiten a muchos participar en la gestión de empresas, y en
cuanto generan ocupaciones estables no dependientes del capital,
crean condiciones para la expansión de la participación
democrática, no solamente en el ámbito específicamente económico,
sino más en general, en todos los asuntos de carácter social y en
los cuales interviene el Estado. El cooperativismo y la autogestión
han sido entendidos como una escuela de participación social y de
democracia. Tal vez lo mismo puede expresarse en un lenguaje más de
moda y al gusto de los intelectuales postmodernos, y hablar entonces
del empowerment,
que ha sido traducido al castellano como empoderamiento.
Y
está bien, nada tengo que objetar, al contrario, me parece
importante reiterar que efectivamente el cooperativismo y la
autogestión, así como en general las experiencias que pueden ser
reconocidas como de economía de solidaridad, constituyen eficaces
escuelas de democracia y de participación social, así como también
crean condiciones sociales y culturales favorables al funcionamiento
de una democracia participativa, de una democracia real y no
solamente formal, e incluso facilitan la conformación de actores y
sujetos sociales autónomos que pueden realizar importantes acciones
y luchas sociales y políticas tendientes a la profundización de la
democracia.
Todo
esto es importante, sacrosanto, especialmente en nuestros países en
que llamamos democracia a regímenes políticos
burocrático-representativos que casi nunca implican una real
posibilidad de acceso y participación en la toma de decisiones por
parte de las mayorías ciudadanas que permanecen desorganizadas, pero
que al menos garantizan la libertad de pensamiento, de asociación y
cierta movilización social, lo que no es poco (aunque tales
libertades se enmarcan dentro de límites bastante estrictos dados
por una fuerte restricción en el acceso a los recursos necesarios
para difundir el pensamiento libre y para sostener organizaciones
autónomas que no se conformen a los poderes políticos
predominantes).
Digo
que estoy de acuerdo, pero agrego que este enfoque del tema me parece
limitado, insuficiente e incluso anacrónico, cuando se hace
referencia a la economía de solidaridad y no solamente al
cooperativismo y la autogestión, y cuando nos planteamos el tema en
el actual contexto latinoamericano. Para comprender bien lo que
quiero plantear, lo primero es asumir que la economía de solidaridad
es una realidad y un proyecto mucho más vasto que el cooperativismo
y la autogestión. Entonces, precisemos ante todo el concepto.
Por
economía de solidaridad entendemos la introducción
de la solidaridad
como elemento activo, fuerza productiva y matriz de relaciones y
comportamientos económicos, en los procesos de producción,
distribución, consumo y acumulación. Una presencia operante de la
solidaridad, no marginal sino central, suficiente para determinar el
surgimiento de un
nuevo modo de hacer economía,
o sea el establecimiento de una racionalidad
económica especial,
distinta, alternativa, que da lugar: a nuevas formas de empresa
basadas en la solidaridad y el trabajo; a nuevas formas de
distribución que articulan relaciones de intercambio justas con
relaciones de comensalidad, cooperación, reciprocidad y mutualismo;
a nuevas formas de consumo que integran las necesidades comunitarias
y sociales a una matriz de necesidades fundamentales para el
desarrollo integral del hombre y la sociedad; y a un nuevo modo de
acumulación, centrado en los conocimientos, las capacidades de
trabajo, la creatividad social, la vida comunitaria y los valores
humanos, capaz de asegurar un desarrollo sustentable social y
ambientalmente.
Así
concebida la economía de solidaridad, podemos reconocer en ella una
dimensión microeconómica, otra de movimiento sectorial, y una
perspectiva macrosocial. Considerar estas distintas dimensiones nos
da una perspectiva nueva para abordar el tema del seminario.
La
dimensión
microeconómica
está dada por todas las experiencias, iniciativas, organizaciones y
empresas que manifiestan al menos en algún grado, querer organizarse
y operar con los criterios de la racionalidad económica solidaria.
No se pide que sean perfectamente solidarias, sino que en algunas de
sus estructuras (por ejemplo, de propiedad, de gestión, de
organización del trabajo, de distribución de los excedentes, de
desarrollo tecnológico, de relacionamiento con el mercado, etc.)
operen con la racionalidad solidaria, de modo que ésta pueda irse
expandiendo hacia otras zonas de la organización y operación al
evidenciarse que el modo solidario proporciona beneficios superiores
a los que pueden alcanzarse en las formas individualistas,
competitivas, conflictivas, no solidarias.
La
dimensión
sectorial,
de movimiento social y de sector económico, está dada por la
convergencia de múltiples, plurales y diversificadas experiencias
que surgen del protagonismo social en el enfrentamiento de los más
graves problemas, desequilibrios y conflictos que afectan a la
sociedad contemporánea, y que se agravan en el marco de su actual
crisis. En este sentido, la economía de solidaridad es un proceso
multifacético en el que confluye una pluralidad de caminos
por los que transitan experiencias e iniciativas sociales muy
variadas, pero que comparten la racionalidad de la economía
solidaria. Ellos son:
·
El
camino de los pobres y excluidos,
que buscan subsistir mediante iniciativas de economía informal y
popular, una parte de las cuales se constituye como organizaciones
económicas solidarias y de ayuda mutua, configurando una economía
popular solidaria.
·
El
camino de los trabajadores,
que aspiran a mejorar sus condiciones de trabajo, de vida y de
ingresos sea al nivel del trabajo dependiente donde la solidaridad se
manifiesta en sindicatos y gremios que incrementan su fuerza
negociadora frente a los empleadores, sea al nivel del trabajo
independiente donde la solidaridad valoriza la fuerza de
trabajo a través de su organización autónoma y su gestión
asociativa, configurando entre ambos niveles una economía
del trabajo solidaria.
·
El
camino de la promoción social y de la solidaridad con los pobres,
que se manifiesta en la creación de múltiples organizaciones
no-gubernamentales, centros de servicios a la comunidad, grupos de
apoyo, corporaciones y fundaciones sin fines de lucro y con objetivos
sociales, que configuran una economía
de donaciones y servicios solidaria.
·
El
camino de la participación social,
a nivel barrial, comunal y de vecindad comunitaria, que se expresa en
asociaciones, clubes, centros sociales, iniciativas de
abastecimiento, de salud, de capacitación, de trabajo barrial, de
madres, de jóvenes, etc., que mediante la asociación y la acción
solidaria participan en la gestión de recursos locales disponibles,
en la planificación de presupuestos y en la ejecución de planes de
desarrollo comunales, todo lo cual configura la que podemos llamar
una economía
local y comunal solidaria.
·
El
camino de la acción transformadora y del desarrollo alternativo, en
que la solidaridad se expresa en grupos, asociaciones y movimientos
de los más variados tipos, los cuales se plantean contra el modelo
económico imperante y buscan aportar al cambio social mediante
iniciativas concretas en las que se experimentan nuevas formas de
vivir, de relacionarse y de hacer las cosas; así se va configurando
una cierta perspectiva de desarrollo
alternativo solidario.
·
El
camino de las tecnologías apropiadas y
del desarrollo local,
que se propone rescatar formas tecnológicas antiguas y crear otras
nuevas susceptibles de ser apropiadas por las comunidades locales,
sea en el terreno de la construcción de viviendas, de los cultivos y
crianzas orgánicas, de las energías limpias y renovables, eólica,
solar, hídrica, etc., y cuyo aprovechamiento natural no es por las
empresas capitalistas sino por las iniciativas económicas
comunitarias, de modo que contribuyen a configurar tecnologías
de economía solidaria..
·
El
camino del cooperativismo, la autogestión y el mutualismo,
que se constituyen como genuina economía de solidaridad en cuanto
experimenten un proceso de renovación teórica y práctica que las
lleve a recuperar su identidad original, superando las ineficiencias
y distorsiones en que han caído como consecuencia del burocratismo
interno, del acomodarse a las lógicas del mercado capitalista, y del
ponerse al servicio de programas sociales y clientelares del Estado.
Con tal orientación, constituyen una auténtica economía
cooperativa y autogestionada solidaria.
·
El
camino de la ecología y del desarrollo sustentable,
que tomando conciencia de que los deterioros del medio ambiente y los
desequilibrios ecológicos son consecuencia de modos de producir,
distribuir, consumir y acumular individualistas, competitivos y
conflictivos, buscan formas económicas amigables y ecológicas, las
cuales evidencian que solamente con el ejercicio de la cooperación y
la solidaridad es posible que el intercambio del hombre con la
naturaleza -que eso es la economía- no dañe sino que respete,
proteja y recupere el medio ambiente. Así se configura y crece la
búsqueda de una economía
ecológica solidaria.
·
El
camino de la mujer y el de la familia,
que en cuanto dan lugar a la formación de microemprendimientos de
base familiar o basados en asociaciones con identidad de género,
expresan solidaridad en sus modos de ser, de organizarse y de hacer
economía. Podemos hablar de una economía
familiar y de una economía de género solidarias.
·
El
camino de los pueblos originarios,
que en los vastos y variados territorios latinoamericanos luchan por
la subsistencia de sus comunidades mediante la recuperación o
reafirmación de su identidad étnica y cultural, que se expresan en
formas de trabajo que han sido siempre comunitarias y solidarias,
constituyendo en consecuencia verdaderas economías
indígenas solidarias.
·
El
camino de las búsquedas espirituales y religiosas,
que viene siendo recorrido
por grupos que conforme a sus respectivas fe y creencias buscan vivir
la fraternidad y solidaridad que están en la esencia de los mensajes
espirituales y religiosos. Buscando vivir también en lo económico
de manera consecuente con la fe y la ética que profesan, se han
venido configurando economías
budista, hinduista, cristiana solidarias.
Me
esfuerzo en llamar y en que se llame economía solidaria o economía
de solidaridad, a estas distintas búsquedas de formas económicas
distintas, en razón de que lo son en esencia: experiencias que
introducen consistentemente la solidaridad en la producción, la
distribución, el consumo y la acumulación, determinando con ello
una común racionalidad económica solidaria. Pero hay también
motivos que podemos llamar políticos, para integrar todas estas
diversas experiencias sociales bajo la común denominación de
economía solidaria.
Con
distintas motivaciones y con diferentes nombres, quienes transitan
por estos diversos caminos experimentan en la práctica la economía
de solidaridad, y reflexionando sobre lo que experimentan pueden
descubrir la racionalidad económica especial que tienen en común. A
poco andar, quienes iniciaron la búsqueda por una motivación y
camino, se van encontrando con los que se orientan en la misma
dirección con otras motivaciones y caminos. Entonces, aprenden unos
de otros, comparten y enriquecen sus motivaciones, van descubriendo
que forman parte de una misma búsqueda global, que les proporciona
un sentido de pertenencia, de proyecto y de identidad común, que
requiere ser nombrado para adquirir presencia y fuerza social.
Tal
es el sentido de la denominación economía de solidaridad, que
responde a la necesidad que del encuentro y del mutuo reconocimiento
de la común identidad solidaria, que comparten la economía popular,
la economía del trabajo, la economía de participación local y
comunal, la economía de donaciones y servicios de apoyo, la economía
cooperativa y autogestionaria renovadas, la economía local y de
tecnologías socialmente apropiadas, la economía de los pueblos
originarios, la economía familiar y de género, y las economías
fundadas en búsquedas espirituales y religiosas, de todas ellas
convergiendo, surja una alternativa real que adquiera la fuerza
necesaria para realizar un gran proyecto social.
Es
desde esta óptica y con esta mirada amplia, que podemos
replantearnos la pregunta inicial sobre el impacto y las proyecciones
políticas, sociales y culturales de la economía de solidaridad, que
alude a la dimensión macrosocial de su proyecto. Y teniendo en
cuenta la identidad y la pluralidad de componentes de la economía de
solidaridad, se hace posible también invertir la pregunta, para
intentar no sólo ver cuáles son los impactos y proyecciones que
puedan tener estas experiencias y procesos, sino cuáles sean las
necesidades que claman desde lo hondo de la crisis y de las
contradicciones de la sociedad actual, y respecto a las cuales el
desarrollo de la economía de solidaridad puede desplegar respuestas,
esbozos de solución, proyectos posibles.
¿Qué
es lo que ocurre, en qué estamos, cuáles son los desafíos que
debemos enfrentar, en nuestra América Latina, que es el ámbito en
el cual hay que abordar la pregunta de este Seminario? Pienso que
basta recorrer las últimas décadas de la historia de nuestros
países, y extender la mirada sobre la situación actual de la gran
mayoría de ellos, para comprender que ya no cabe continuar
simplemente hablando de crisis (esa palabra central de todos los
análisis efectuados en latinoamérica en los últimos 50 años),
siendo necesario reconocer más bien que estamos ya ante el fracaso
de nuestros países, al nivel de nuestros Estados nacionales y de
nuestras economías. Estados con enormes e insalvables déficits
fiscales, economías endeudadas por montos que no pueden
razonablemente ser pagados,
aparatos productivos que mantienen desocupados o subocupados a más
de la mitad de la población económicamente activa, sistemas
financieros y empresariales enajenados al capital foráneo, países
completamente dependientes hasta para entretenernos, para no hablar
de nuestra dependencia política, cultural e incluso cognoscitiva,
estamos llegando a una situación en que los propios poderes
mundiales de los cuales dependemos están próximos a considerarnos
inviables, de excesivos riesgos, no aptos para invertir, como ya
ocurrió antes con extensas regiones del continente africano.
Lo
que estuvo en crisis por 50 años y que finalmente fracasó, no es
otra cosa, ni nada menos, que la aplicación a América Latina de la
civilización moderna, aquella civilización industrial-capitalista y
nacional-estatista, que llegó a nuestro continente desde Europa y
norteamérica, y que fuera implantada mediante una mezcla de fuerza y
de seducción, sobre una región que para ello tuvo que vender su
alma, o sea, perder su identidad y su cultura. "Fuimos vaciados,
estamos fundidos" claman los argentinos cuyo país está empezando a
vivir la situación que poco a poco irá invadiendo la región
latinoamericana entera.
Del
diagnóstico del fracaso de una civilización deriva la necesidad de
que el proyecto transformador y constructor se oriente en la
perspectiva de una civilización nueva.
El
tema así planteado, trasciende todo lo que podamos decir en los
pocos minutos en que podemos extender aún esta presentación. Lo
hemos tratado ampliamente en algunos libros, y especialmente en Los
Caminos de la Economía Solidaria,
donde examinamos los contenidos y las formas que puede asumir una
nueva civilización latinoamericana, y los aportes que a su
construcción puede hacer la economía de solidaridad, recorriendo
simultáneamente los distintos caminos señalados. Aquí sólo
cabe, a manera de incitación más que de conclusiones, mencionar
algunos elementos que apuntan a hacer visible y digna de atención la
tesis de que el proyecto macrosocial de la economía de solidaridad,
en América Latina, puede ser, si lo queremos intensamente y lo
impulsamos consecuentemente, la construcción de una nueva
civilización solidaria, que tiene raíces profundas en las culturas
y la historia de nuestros pueblos.
Contruir
una nueva civilización implica encontrar una
forma integradora de la vida social,
en dimensiones latinoamericanas, capaz de recoger en un sistema
unificado y coherente de significados, los esfuerzos de los pueblos y
naciones del subcontinente orientados hacia el desarrollo
económico-social y la autonomía político-cultural. Sostenemos que
la elaboración histórica de esta forma integradora latinoamericana
debe proceder, no en contraposición respecto a las unidades
nacionales establecidas, pero según una lógica de búsqueda
completamente diferente de aquella que fue seguida en la construcción
de la forma estatal-nacional. Lógica de elaboración de la forma
unificadora, diferente en tres aspectos esenciales:
a) A
diferencia de las unidades estatal-nacionales que se constituyeron
mediante la afirmación de la unidad negando las diferenciaciones, o
sea mediante el ocultamiento de las particularidades étnicas,
culturales, económicas internas, la unidad latinoamericana deberá
buscarse y construirse a través de un proceso de recuperación de
todas las diferenciaciones y de todas las complejidades, el
pluralismo y la heterogeneidad estructural existente en la región en
lo político, económico, demográfico y cultural.
b) Mientras
en la construcción de los Estados nacionales no era posible mirar al
pasado y a las tradiciones para encontrar la identidad (siendo
entonces la entidad estatal-nacional algo completamente nuevo y
traído desde fuera), la forma integradora
latinoamericana podrá ser individualizada y construIda precisamente
mediante una reinterpretación crítica de su historia desde los
orígenes. Al respecto hay que reconocer que la cultura
latinoamericana todavía no ha tomado plena conciencia y aceptado sus
orígenes indígenas y su pasado colonial, y ello le impide alcanzar
una adecuada comprensión y una justa valoración de su propia
identidad.
c) Una
tercera diferencia en la lógica de construcción de la forma
integradora latinoamericana respecto a la forma estatal nacional se
refiere al modo de alcanzar la institucionalización y de lograr la
conformación de las personas y grupos al nuevo sistema
ético-político. Los estados nacionales fueron inaugurados mediante
un acto central de tipo político, consistente en la formación de un
gobierno y en la promulgación de una constitución y de leyes a que
debían conformarse los comportamientos, relaciones y actividades. La
forma integradora latinoamericana, sin rechazar por cierto la
oportunidad de determinados actos de tipo jurídico predispuestos
desde arriba, debiera organizarse, adquirir formas y contenidos y
conformar los comportamientos, desde abajo, esto es a través de un
proceso muy complejo y multiforme de agregación social, cultural y
política protagonizado por las comunidades y los grupos sociales de
variados tipos que llegan a ser sujetos de nuevas relaciones
sociales.
La nueva
civilización latinoamericana será construida
desde la base mediante la articulación organizativa y la unificación
cultural de sus componentes individuales, comunitarios y colectivos.
Desde las comunidades y organizaciones de base habrían de surgir
nuevos grupos dirigentes así como los elaboradores de una cultura
superior, que den coherencia y que potencien los movimientos
históricamente significativos y los valores populares
latinoamericanos, evitando la ruptura entre cultura culta y cultura
popular, entre dirigentes y dirigidos.
Es obvio
que una civilización no se construye arbitrariamente ni en base a
proyectos inventados por personas o grupos más o menos distanciados
de los reales problemas e intereses de la sociedad, sino a partir de
iniciativas y procesos que partan de las fuerzas sociales existentes
y que, comprendiendo los problemas derivados del fracaso de la
civilización anterior, tengan posibilidades efectivas de darles
solución. La nueva civilización, o está ya emergiendo desde la
crisis de la anterior que hace surgir las orientaciones y las fuerzas
constructoras de la nueva, o simplemente no podrá aparecer.
Pues bien,
el análisis de los caminos
que abren procesos y movimientos orientados en la perspectiva de la
economía de solidaridad nos ha puesto ante una multitud inmensa de
fuerzas sociales que pueden crecer y multiplicarse. Esas fuerzas
sociales son tan amplias, y están relacionadas tan directamente con
los grandes problemas de la sociedad latinoamericana, que es realista
pensarlas como agentes potenciales de un proceso histórico de largo
aliento que contribuya eficazmente a suscitar una civilización
nueva.
Por las
características, contenidos y racionalidad de las experiencias que
se están formando por esos caminos es posible identificar algunos
importantes elementos de contenido con que la economía solidaria
puede contribuir a la civilización de que hablamos.
Un primer
elemento dice relación con la especial característica que define a
estas organizaciones como polivalentes y multi-activas,
en cuanto combinan actividades de carácter económico, social,
político y cultural como parte de su propio funcionamiento y
dinámica. En tal sentido, se da en estas experiencias la búsqueda y
la real elaboración de nuevas
y más estrechas relaciones entre economía, política y cultura,
aspecto muy destacable atendiendo a que la crisis de la actual
civilización se caracteriza precisamente por la separación y
tendencial contradicción entre esos distintos niveles de la vida
social.
Un segundo
elemento se refiere a la centralidad
del trabajo
en la economía, poniéndose de este modo el hombre y su actividad
por sobre las cosas y su valor monetario. El trabajo supera su
condición subalterna y adquiere autonomía, pudiéndose desplegar
por su intermedio aquellas cualidades de creatividad y desarrollo
personal que son inherentes a su especial dignidad humana.
Un tercer
elemento tiene relación con el tamaño de las organizaciones y
operaciones, que se realizan en la economía solidaria a
escala humana.
Sabemos que una característica de la civilización moderna es la
tendencia a las grandes organizaciones, en las cuales el hombre se
desarrolla unilateralmente en cuanto cumple en ellas funciones
crecientemente especializadas y parciales, y donde el hombre resulta
masificado y estandarizado. El privilegiamiento de las dimensiones
pequeñas, junto con favorecer una mayor integralidad en el
desarrollo personal en cuanto en ellas cada individuo participa y
asume responsabilidades en las diversas funciones y etapas del
proceso productivo, permite que las personas perciban su organización
como algo propio, alcanzando un mayor control
sobre sus condiciones de vida.
Un cuarto
elemento corresponde al desarrollo de la convivialidad, al
establecimiento de relaciones humanas personalizadas y socialmente
integradoras, en el marco de asociaciones y comunidades que definen
un nivel de pertenencia e interacción social más satisfactoria. Se
trata de un modo de superar el individualismo mediante la
construcción de una solidaridad
social
que no atenta contra la libertad individual, porque se construye
directamente en la relación interpersonal y no por la articulación
forzada de los individuos a través de la acción ordenadora del
Estado o de algún otro ente provisto de poder que se levanta y actúa
por encima de las personas. El acceso a niveles más amplios de
agregación social y socialización se verifica por el
relacionamiento directo entre asociaciones y comunidades, de manera
que la sociedad se constituye y ordena de abajo hacia arriba, como
una
comunidad de comunidades
interrelacionadas.
Un quinto
elemento se refiere al nuevo
tipo de relaciones entre dirigentes y dirigidos
que se establece en cada grupo y a través de la participación de
las asociaciones y de la comunidad organizada en la toma de las
decisiones que afectan a todos. En la civilización emergente se
superaría de este modo la escisión entre la sociedad civil y la
sociedad política, característica de la civilización moderna
exacerbada por su crisis. Siendo la relación orgánica entre
dirigentes y dirigidos uno de los elementos formales constitutivos de
cualquier civilización, el aporte que en tal sentido hace la
economía de solidaridad a través de la participación y la
autogestión resulta decisivo.
Un sexto
elemento dice relación con un significativo proceso de aproximación
en los niveles de vida y de riqueza al que pueden acceder los
distintos sectores y grupos sociales que se constituyen a partir de
la organización económica. En este sentido destaca el aporte de la
economía de solidaridad a la democratización
del mercado,
que implica una distribución socialmente más equitativa de la
riqueza, del poder y del conocimiento, los tres factores generadores
de la división y el conflicto entre las clases y sectores sociales.
La civilización emergente, en la medida que resulte influída por un
alto desarrollo de la economía de solidaridad, será constitutiva de
sociedades mejor integradas, menos divididas y conflictuales, sin que
ello implique una pérdida sino incluso un enriquecimiento del
pluralismo y la diferenciación social resultante de las opciones
libres de las personas, comunidades y grupos.
Un séptimo
elemento se refiere a las características y modalidades que asuman
los procesos de desarrollo y cambio social en la nueva civilización.
Allí, naturalmente, se desplegarán también energías
orientadas al cambio,
que dinamizarán la sociedad y contribuirán al despliegue de sus
potencialidades; pero la economía de solidaridad las orientará
constructiva y creativamente, en procesos descentralizados y de
dimensiones locales, atendiendo a los problemas particulares que se
presenten en cada lugar y a las reales aspiraciones de quienes los
viven. El desarrollo podrá desplegarse en sentido más integral y
equilibrado, en correspondencia con aquella concepción del
desarrollo
alternativo
al que apunta la economía de solidaridad.
Un octavo
elemento alude al establecimiento de un
nuevo tipo de relación entre el hombre y la naturaleza,
mediatizada
por una economía que se responsabiliza de los efectos
transformadores del medio ambiente que tienen la producción, la
distribución y el consumo. Podrá tratarse de una civilización que
asume la naturaleza como un todo viviente que ha de ser respetado en
sus propios equilibrios y procesos, y no como una realidad articulada
mecánicamente y compuesta de elementos y energías materiales
susceptibles de ser dominados y utilizados indiscriminadamente por el
hombre. Si la cuestión ecológica tal vez sea la que con mayor
imperiosidad y urgencia plantea la necesidad de una civilización
distinta, el aporte de la economía de solidaridad podría ser
realmente crucial.
Un noveno
elemento corresponde a la consolidación de una nueva
situación de la mujer y la familia,
que podrán desplegar su identidad y potencialidades en todas las
esferas de la vida social, política, económica y cultural, en
el marco de relaciones equilibradas entre los géneros y las
generaciones. La civilización emergente se caracterizará entonces
por la presencia no subordinada de lo femenino, que marcará con su
sello las relaciones y procesos sociales de un modo históricamente
original. En la civilización moderna la familia dejó de estar al
centro y de ser el sostén de la socialización, como lo había sido
en todas las civilizaciones anteriores. Recuperar su centralidad en
las diversas dimensiones de la actividad social, como de hecho
empieza a suceder con la economía de solidaridad, tal vez sea una de
las sorpresas que nos depare la civilización emergente.
Un décimo
elemento dice relación con la necesidad de que la nueva civilización
latinoamericana valorice
la diversidad étnica y cultural
constituyente de la región. En la medida que la economía
de solidaridad hunde sus raíces, se nutre y vigoriza sus búsquedas
en contacto con las formas económicas de los pueblos originarios, su
aporte puede ser decisivo en la perspectiva de la búsqueda y
elaboración de aquella forma
integradora
que exprese la identidad de una América Latina unificada según una
lógica de integración inversa de aquella que condujo a la formación
de los Estados nacionales del subcontinente.
Un último
elemento alude a la dimensión
espiritual
de la civilización, aquella en que las personas, grupos y sociedades
encuentran o proporcionan sentido
a lo que hacen y viven, y que parece ser efectivamente la razón
definitiva por la que está muriendo la civilización actual. La
economía de solidaridad rescata una concepción del hombre como
persona libre abierta a la comunidad, sujeto de necesidades y
aspiraciones en las dimensiones personal y comunitaria, corporal y
espiritual, capaz de actuar conforme a valores superiores, que no
busca únicamente su utilidad individual sino que también ama a sus
semejantes y se abre a sus necesidades, que se preocupa del bien
común y se proyecta a la trascendencia. Los valores del trabajo y la
solidaridad fundantes de la economía solidaria, fortalecidos y
enriquecidos por las fuerzas interiores y profundas del espíritu,
pueden ser los que sostengan la nueva civilización latinoamericana,
que bien podría ser una
civilización de la solidaridad y el trabajo.
Luis
Razeto
* Ponencia
presentada por Luis Razeto en el II FORO SOCIAL MUNDIAL, realizado en
Porto Alegre, Brasil, en Febrero 2002.
Para
quienes deseen profundizar el conocimiento de la economía solidaria,
de la crisis de la civilización moderna, y quisieran ser parte de
las iniciativas de la economía solidaria y de los procesos
emergentes que están iniciando la creación de una civilización
nueva y superior, recomendamos los libros:
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