Los problemas del planeta
tierra, provocados por la actividad humana, son muy serios. Cada vez
hay más evidencia científica sobre el cambio climático, los
desequilibrios ecológicos y el deterioro del medio ambiente,
producidos por el modo en que crece y se expande la economía y la
sociedad sobre la tierra. Los efectos ya se dejan sentir sobre la
población, que se ve afectada por cada vez más frecuentes y graves
desastres (incendios de bosques, aluviones, inundaciones, sequías,
etc.). Se sabe que continuar por el mismo camino conducirá en algún
momento no muy lejano a una verdadera catástrofe ambiental y
demográfica que afectará a toda la especie humana. Lo sorprendente
es que, si bien aumenta el conocimiento científico y la conciencia
social sobre todo esto, nuestras sociedades no cambian de rumbo y se
persiste en crecer, producir, consumir y vivir de los mismos modos en
que se viene haciendo, con tan graves y evidentes consecuencias.
Cabe preguntarse ¿por qué
no pasa casi nada con el cuidado de la tierra y de la vida? Encontrar
respuesta a esta pregunta es fundamental, pues sólo conociendo la
causa es posible removerla, o al menos, actuar seriamente para
reducir sus efectos de modo sustancial.
Lo primero es que todos
piensan que los responsables (o culpables) del deterioro ambiental
son ‘otros’. Los pobres piensan que son los ricos, que
despilfarran bienes y sobreexplotan los recursos naturales y la
energía. Los ricos piensan que son los pobres, que no cuidan su
ambiente y se multiplican de manera excesiva. Estados Unidos y los
países europeos responsabilizan a los países subdesarrollados y
emergentes (China, India, Paquistán, Brasil, etc.); los países
emergentes y menos desarrollados lo atribuyen a los países más
ricos. Los consumidores piensan que la culpa es de los productores,
especialmente de las grandes empresas y corporaciones; los
productores y las empresas sostienen que ellos no hacen más que
atender las demandas de los consumidores, que serían los
responsables últimos de lo que producen.
Lo segundo es que todos
piensan que las decisiones y acciones que podrían detener el
deterioro deben tomarlas ‘otros’, no ellos mismos. Los ciudadanos
piensan que es el Estado el que debe regular a las empresas e impedir
que los responsables continúen causando el deterioro ambiental. Los
gobiernos piensan que no pueden hacer mucho porque los ciudadanos no
respaldarían decisiones políticas que impliquen reducción del
crecimiento, del empleo y del consumo. Los empresarios piensan que su
objetivo es producir y vender según las demandas de los consumidores
y conforme a las regulaciones que establezca el Estado, y que las
empresas se adaptan a las decisiones que tomen esos otros: el Estado
y los consumidores.
Lo tercero es que, quien
superando los dos puntos anteriores entienda que debe hacer algo por
su propia cuenta para enfrentar el problema, llega fácilmente a la
conclusión de que tomar la iniciativa le implicará un costo muy
alto, que podría incluso impedirle a él mismo continuar en el
futuro por la senda de la sustentabilidad. Se piensa que si un país
se adelanta a los otros tomando medidas de protección ambiental
consistentes, vería reducirse las inversiones y los flujos
financieros no llegarían al país, con lo que su crecimiento se
retrasaría y perdería las oportunidades que ofrecen los mercados y
que serían aprovechadas por otros. Una empresa que se adelante a las
otras tomando resguardos ambientales entenderá que sus costos de
producción aumentarán y podrá perder competitividad. Un ciudadano
que cuide el ambiente y comience a vivir conforme a criterios
ecologistas tendrá que renunciar a muchos aspectos del bienestar que
ofrece la sociedad, y al consumo de muchos bienes.
Lo cuarto es que, cuando
alguien finalmnte decide ‘hacer algo’ por su cuenta, se ve
fuertemente desmotivado a persistir cuando son tantos los que piensan
y le dicen que su acción particular no tendrá un efecto
significativo que impacte realmente en la solución del problema.
Esto lo hará concluir que persistir en su iniciativa asumiendo altos
costos, sólo dará lugar a beneficios sociales muy pequeños e
incluso insignificantes. Se piensa que el problema que afecta al
medio ambiente y a la humanidad entera es tan gigantesco, tal
‘sistémico’, que frente a ello toda iniciativa y acción que se
emprenda será infinitesimalmente pequeña, pudiendo tener un impacto
irrelevante que no revertiría tendencias generales de dimensiones
planetarias.
Podemos sintetizar los cuatro
puntos mencionados en el hecho que todos rehuimos el sacrificio. Y
existe la creencia generalizada en que actuar y vivir de modo de
mejorar el ambiente, proteger la vida y salvar el planeta implica
muchos y grandes sacrificios. Y, naturalmente, nadie quiere
libremente sacrificarse. ¿Por qué sacrificarse si se piensa que los
responsables (o culpables) son otros, si se cree que las iniciativas
y acciones debieran ser emprendidas por otros, si se teme que los
costos en que se incurrirá son excesivos, y si se está convencido
de que la propia acción tendrá efectos insignificantes frente a un
problema ‘sistémico’ que parece irreversible?
Así, hemos encontrado
respuesta a nuestra pregunta de por qué no pasa casi nada con el
cuidado del planeta. Surge, en consecuencia, una nueva pregunta: ¿qué
podemos hacer para remover esas causas de que no se emprendan
iniciativas serias, durables y consistentes para detener el deterioro
ambiental, los desequilibrios ecológicos y el cambio climático?
Ante todo, parece necesario
modificar aquellas creencias y formas de pensar que inhiben la
acción, y que en realidad son creencias falsas y formas erróneas de
pensar.
Empecemos por la idea de que
el problema, siendo de dimensiones planetarias y de alcance
‘sistémico’, es tan grande que cualquier acción que emprendamos
para enfrentarlo es insignificante e ineficaz para revertir la
situación y la tendencia predominante. La formulación más extrema
de este pensamiento es la del Dr. James
Lovelock, autor de la Teoría
Gaia,
que postula que el planeta es un organismo vivo, compuesto por una
red viviente de organismos que a través de su interacción conforman
el delicado equilibrio de la biósfera, que se reproduce
autorreferencialmente, que se autorregula para mantenerse en
homeostasis, y que actúa y reacciona como un todo. Ha escrito
recientemente este autor en su último libro, The
Revenge of Gaia,
que el clima extremo será la norma causando gran devastación; para
el 2040 Europa se
parecerá al Sahara y
buena parte de Londres estará bajo el agua. Lovelock sostiene que
ante ello no hay nada que hacer, que las acciones estilo “salva al
planeta, dejando de usar bolsas de plástico”, o propuestas
parecidas son una fantasía que nos han hecho creer para sentirnos
mejor, pero no hacen una diferencia, porque es demasiado tarde, y que
las políticas ‘verdes’, como el desarrollo sustentable, son sólo
palabras que no aportan reales soluciones.
Pues bien, el pensamiento de
Lovelock tiene escasa consistencia científica, expresa un punto de
vista lineal típicamente reduccionista, y simplifica la realidad al
proponer una teoría global a partir de hechos y aspectos
particulares. Ese modo de pensar es una característica de las
ideologías totalitarias y de algunas versiones sociológicas que
postulan que toda la realidad social, económica, política y
cultural está integrada funcionalmente y que cada aspecto de ella se
encuentra marcado por un único rasgo esencial. Así, se desconoce la
pluralidad y se hace imposible comprender la posibilidad de
transformaciones estructurales que no sean 'sistémicas', esto es,
globales y completas, y que se cumplan 'de una vez'. Con dicho
simplismo analítico se afirma, por ejemplo, que la economía de un
país es enteramente capitalista, sin atender al hecho real y
concreto de que en cualquier sociedad encontramos una diversidad de
formas económicas, unas más desarrolladas y centrales que otras, y
que el propio capitalismo tiene aplicaciones diferenciadas. En otro
ejemplo, algunos ecologistas afirman que la especie humana es
depredadora, en razón de lo cual el planeta se orienta
inevitablemente al colapso ecológico; desconociendo que ha habido y
hay pueblos y comunidades que progresan en armonía con la
naturaleza.
El conocimiento comprensivo y
el pensamiento complejo nos permiten comprender la diversidad y la
complejidad de las estructuras y de los procesos reales, y ello hace
posible generar iniciativas de transformación diversas, creativas,
autónomas, que parten del análisis particular de las condiciones
particulares en que vive y actúa cada persona, cada comunidad, cada
país. Es así que las ciencias complejas y comprensivas integran al
análisis de los temas ambientales dos datos fundamentales: la
diversidad geográfica y ecológica del planeta, y la diversidad de
culturas, de economías y de políticas, de racionalidades y de modos
de vivir, que coexisten en la humanidad y en la tierra. Así se
comprende que es simplista pensar el tema que aquí nos ocupa,
considerando por un lado 'el planeta' y por otro 'la especie humana',
como si fueran realidades 'globales', internamente no diferenciadas.
Yo invito a pensar que si el
planeta es una esfera, como lo es, cada uno de nosotros se encuentra
‘en el centro del mundo’, y que cada uno en interacción con sus
cercanos es responsable de los espacios en que se desenvuelve su vida
y sobre los cuales recae su actuar. Cada lugar de la tierra es único
y distinto a todos los otros lugares. Siendo el planeta tan diverso y
variado, la verdad es que no sirven mucho las acciones ‘globales’.
Lo que se requiere es exactamente lo contrario: una multiplicidad de
iniciativas y de acciones particulares, locales, diversas,
desplegadas con la máxima descentralización, de modo que en cada
lugar o territorio donde se encuentre asentada una persona, una
familia, una comunidad, un país, ellos mismas se hagan cargo de su
propio ambiente y de las condiciones y circunstancias ecológicas en
que se desenvuelve su vida. Dicho más concretamente, cada uno es
responsable de la ecología en su casa, en barrio, en su Comuna, en
su territorio.
De este modo superamos otro
de los errores y modos de pensar que inhiben la acción, a saber, la
creencia en que son ‘otros’ los que han de responsabilizare de
los problemas que nos afectan. Cualquiera sea la causa, cualquiera
sea el culpable de un problema ambiental que afecta la vida de una
localidad, es a los miembros de esa misma localidad, y a todos los
afectados por esa situación particular, a quienes les compete
primeramente hacerse cargo y actuar consistentemente para revertir
los problemas que detecte y restablecer el equilibrio perdido.
De un modo similar, respecto
a los más grandes problemas que afectan al planeta y a la creencia
de que los ‘culpables’ de ellos son las grandes empresas y
corporaciones, o los Estados y los poderosos, también cada uno de
nosotros tiene mucha responsabilidad y culpa que asumir. Porque es un
hecho que a las grandes empresas y corporaciones las sostenemos los
consumidores cada vez que optamos por comprar sus productos y que les
entregamos nuestro dinero. Y a los gobiernos y sus políticas de
crecimiento y concentración del poder las sostenemos los ciudadanos
que delegamos en ellos decisiones que debieran ser nuestras, y cuando
les exigimos que resuelvan nuestros problemas del modo ostentoso y
dispendioso en que el Estado suele hacerlo, y cuando elegimos a
gobernantes obsecuentes al darles nuestro voto.
Llegamos así, a la última
de las creencias erróneas que inhiben la acción de muchos. La
percepción del sacrificio en que han de incurrir los que deciden
actuar, mientras ‘los otros’ no hacen nada por enfrentar la
situación. Sacrificio que se teme, que no se asume y que se evita
especialmente si se piensa que es injusto, estéril e ineficaz.
Pienso que éste es un asunto crucial, que merece la más atenta
reflexión y un cuidadoso análisis.
Lo primero que hay que
preguntarse es: ¿cuál es, y cómo es, el sacrificio implicado en la
decisión personal, o familiar, o comunitaria, o nacional, de la
opción que se haga por cambiar el rumbo y dejar de deteriorar el
planeta?
Tanto a nivel personal como a
nivel social, lo que se requiere es un cambio en el modo de vivir,
que si se considera en términos del sacrificio, implica disminuir el
consumo de cierta cantidad de bienes de origen industrial cuya
producción es muy intensiva en el empleo de recursos no renovables y
de energías contaminantes. A personas y a grupos muy integrados en
la vida moderna este sacrificio puede parecerles que es muy grande; a
una gran mayoría de quienes gozan de menos privilegios y de un
reducido acceso al consumo, ese sacrificio debiera resultarles
bastante pequeño, a no ser que aspiren desesperadamente a integrarse
también al consumismo.
Pero ambas situaciones deben
ser examinadas considerando y haciendo pesar en la balanza de los
costos y de los beneficios, lo que implica estar integrados a las
dinámicas del consumo moderno en términos del dinero que se debe
necesariamente ganar y gastar para lograrlo, del endeudamiento en que
se suele incurrir, del estrés y otros problemas de salud física y
mental asociados al ritmo del consumismo, y de todo aquello a que se
acostumbra renunciar en aras de mantenerse ‘actualizados’ con las
novedades del mercado, a saber, descuido de la vida familiar,
reducción del tiempo disponible para el ocio, las artes y la
reflexión, aislamiento y escasa participación en la convivencia
comunitaria, etc. La verdad es que los sufrimientos humanos que
ocurren en el actual modo de organización de la vida son
inconmensurables, y qué decir de los realmente aterradores que
provocan periódicamente los desastres generados por la crisis
ambiental.
Pero además, no se trata
solamente de renunciar a ciertos modos de consumir y de vivir, sino
de sustituirlos por otros modos de vivir y de satisfacer las
necesidades, que pueden ser incomparablemente mejores en términos de
la felicidad que proporcionan y de la calidad de vida a que pueden
conducir. En efecto, la cercanía y contacto con la naturaleza
proporciona placeres muy especiales, una alimentación sana es fuente
de salud, el cultivo de la amistad y de la convivencia comunitaria
puede ser fuente de muchas alegrías, la combinación del estudio con
el trabajo autónomo y asociado es motivo de permanente desarrollo
personal, una dedicación más activa a la lectura, a las artes, a la
cultura y a los valores espirituales conduce a las más elevadas
satisfacciones interiores.
La opción por un buen vivir
en relación armónica con la naturaleza, en convivencia con una
comunidad de amigos y vecinos, con énfasis en la cultura, el
conocimiento y el desarrollo personal y espiritual, es un camino
pleno de satisfacciones, alegrías y felicidad, que no proporcionan
los bienes y las baratijas que ofrecen con exceso, agresiva e
inmoderadamente las industrias y el mercado. Bienes a los que, por lo
demás, no se trata de que haya que renunciar completamente, sino
sólo en la medida de lo que desde un buen vivir como el descrito se
llega a considerar prescindible, innecesario o superfluo.
Visto así, el sacrificio
implicado se descubre que es realmente menor en comparación a los
beneficios que se pueden obtener cambiando hacia los modos de vivir
correspondientes a lo que podemos entender como una nueva y mejor
civilización humana.
¿Se dirá que somos pocos
los que tomamos esta opción mientras la mayoría persiste en sus
maneras de consumir, de relacionarse y de comportarse? La tarea es
atraerlos, convencerlos, mostrándoles ante todo que se puede vivir
mejor, en un ambiente más sano física, mental y espiritualmente.
Los poderosos y los ricos
difícilmente harán algo serio y consistente para enfrentar el
deterioro de planeta, porque piensan que ellos están protegidos por
su poder y su riqueza, y que en el peor de los casos, serán los
últimos en ser afectados. No cabe por tanto esperar que sean ellos,
los poderosos de la política y de la economía, quienes inicien o
encabecen las acciones tendientes a enfrentarlos. Y es por eso que es
preciso optar, cada uno, cambiando modo de vida, empezando a vivir
como se vivirá en la nueva civilización, que es sin duda un modo de
vida mejor que el que predomina actualmente.
Superados los temores y
provistos de un conocimiento comprensivo y de un pensamiento
complejo, optando por ese buen vivir, iremos construyendo economías
solidarias, desarrollos locales, ambientes saludables, nuevos modos
de desarrollo, que irán abriendo caminos hacia una nueva
civilización, creativa, autónoma y solidaria, pluralista y
multifacética, social y ambientalmente sustentable.
Luis Razeto