Quiero
ante todo agradecer a quienes me invitaron a este encuentro. Y no
sólo por la oportunidad de estar aquí, sino especialmente por la
ocasión que me ofrecieron al plantear como tema de esta charla la
relación entre la economía solidaria y el 'buen vivir', lo que me
ha servido para profundizar conceptos que considero muy importantes
para todos los que buscamos crear una nueva economía y avanzar hacia
una vida nueva, buena, mejor que la actual.
Comenzaré
refiriéndome a la situación en que nos encontramos. Durante
décadas, las economías modernas han estado creciendo. El
industrialismo, el consumismo, el endeudamiento y la competencia
entre los países, entre las empresas y entre las personas, han sido
los motores que han impulsado el crecimiento económico.
La
participación en ese crecimiento económico y el aprovechamiento de
sus beneficios ha sido muy inequitativo, dando lugar a acentuadas
injusticias y desigualdades entre las distintas regiones del mundo,
entre los países y entre las personas. Esas desigualdades e
injusticias han generado conflictos sociales y luchas tendientes a
lograr mejores equilibrios socio-económicos; pero poco se ha
logrado, y el hecho es más bien, que las desigualdades se han venido
acentuando.
Después
de muchas décadas de crecimiento
desigual, actualmente las economías modernas se orientan
hacia una fase, que
probablemente se prolongará también por varias décadas, en que
tendrán que decrecer, achicarse. El sobre-endeudamiento
financiero, el aumento de los costos de la energía, el
agotamiento de ciertos recursos naturales, los efectos del deterioro
ambiental, el incremento de los precios de los alimentos, etc.,
obligarán a las economías modernas no solamente a frenar el
crecimiento, sino que tendrán que decrecer paulatinamente.
En
algunos países el decrecimiento ha comenzado y parece inevitable que
continúe. No hay que engañarse con las cifras que dan los gobiernos
y los economistas, que hablan todavía de crecimiento del PIB. El
engaño está en que miden la economía y la producción en dinero;
pero el dinero no es una unidad de medida confiable, porque está
perdiendo valor. Es como si midiéramos un camino con un metro más
corto: nos dará que mide más metros, pero el tamaño del camino no
habrá cambiado.
En
el contexto del decrecimiento, lo más probable será que la
competencia entre los países, las empresas y las personas se
acentúe, y que los conflictos sociales se agudicen. Acostumbrados a
competir económicamente y a luchar socialmente, la tendencia
predominante irá en la línea de un decrecer compitiendo y en
conflicto acentuado. En esa dirección, cada cual tratará de
hacer, de intentar, que sean otros (otros países, otras empresas,
otros individuos, otras clases sociales) los que decrezcan más que
uno. Son evidentes los peligros que ese camino entraña, porque no es
lo mismo competir y luchar en un contexto de oportunidades crecientes
para todos, que hacerlo en uno de crecientes restricciones para
todos. Se avecinan tiempos duros y difíciles. Porque las economías
decrecerán mientras la competencia continuará acentuando las
desigualdades, y la conflictualidad social no resolverá los
problemas y seguramente aumentará los sacrificios de la gente. Será
así mientras no se establezcan nuevas formas de hacer economía,
ambientalmente y socialmente sustentables, orientadas hacia el
desarrollo humano más que al crecimiento económico.
Lo
que tenemos que asumir es que estamos comenzando a experimentar el
final de una época histórica, el término de un modelo económico,
de un modo de desarrollo, de un modelo cultural, y de una forma de
vivir. Es la 'crisis orgánica' de la civilización moderna,
que está declinando y llegando a su fin.
Pero
me atrevo a pensar y a decir, que eso que ocurrirá no es tan malo, y
que abrirá oportunidades y posibilidades nuevas y mejores,
especialmente para los países, para los sectores sociales y para las
personas que han estado malamente integrados en la civilización
moderna, y que poco se han beneficiado de sus riquezas y logros. Pero
también puede ser una oportunidad para todos, incluso para quienes
están bien insertados en la economía actual, a quienes la economía
actual les proporciona tal vez muchas cosas y dinero para comprar
bienes y servicios, pero éstos no les permiten realmente una buena
vida, no les facilitan el desarrollo personal, la buena convivencia
social, el saludable contacto con la naturaleza, una educación y
conocimientos realmente útiles para el desarrollo intelectual, moral
y espiritual, ni satisfacción adecuada de las más profundas
necesidades humanas, que nos aproximen a una auténtica felicidad.
Pues
bien, cuando una civilización decae, la historia enseña y muchas
experiencias actuales confirman, que es el momento en que se da
inicio a una nueva civilización. A nuevos modos de hacer economía,
a nuevos paradigmas culturales, y a nuevos modos de vivir. Una vida
nueva está naciendo y puede crecer y desarrollarse junto al
decrecimiento de la economía predominante.
Pero
esto no es automático. Que así ocurra depende de nosotros. Porque
la nueva economía, la nueva cultura, y la nueva vida, hay que
crearlas: hacerlas nacer, cultivarlas y desarrollarlas. Podemos
buscar y encontrar una vida buena, mucho mejor que la actual.
En
este proceso, tenemos que plantearnos dos objetivos simultáneos y
paralelos:
-
Reducir
los inevitables sufrimientos humanos implicados en el decrecimiento
económico de este modo actual de hacer economía. Pues, mientras no
hayamos desarrollado una nueva economía, aumentarán el desempleo,
la pobreza, las carencias, la marginación, la conflictividad, y
todo esto será muy duro para muchísimas personas.
-
Desarrollar
esos nuevos modos de hacer economía y esos los nuevos modos de
vivir, más cooperativos, solidarios, sustentables en el tiempo, que
vayan abriendo la experiencia humana a nuevas y mejores
posibilidades, realizaciones y experiencias.
En
este sentido, sabemos y hay que reconocer y decir, que formas
económicas alternativas, cooperativas y solidarias existen desde
hace mucho tiempo, y que han alcanzado algún grado de desarrollo
interesante en algunos países.
Pero
lo que se ha logrado es todavía poco, insuficiente, y no siempre
está bien orientado. Lo que me propongo mostrar y demostrar en esta
exposición, es que tales experiencias y organizaciones, siendo en sí
muy valiosas, han tenido limitaciones que les han impedido alcanzar
las dimensiones y la profundidad de cambio suficientes para abrir el
camino a una nueva vida y a una nueva civilización.
Y
quiero mostrar que la causa principal de su menor desarrollo ha sido
que esas experiencias alternativas han estado enmarcadas dentro del
modo de crecimiento y del modo de vivir que es el de la civilización
moderna, capitalista y estatista a la vez. Esto es urgente
comprenderlo teóricamente y superarlo en la práctica, porque
mientras la economía esté creciendo, no es un gran problema para
esas iniciativas el estar insertas y enmarcadas en la economía
predominante, o sea en el mercado capitalista y en los servicios
públicos y estatales. En realidad es un gran problema, pero no nos
damos cuenta de la limitación que esas experiencias alternativas
experimentan por ese condicionamiento.
Examinemos
todo esto con algún detenimiento y en detalle.
Repito
que es importante reconocer la existencia de múltiples y variadas
iniciativas, experiencias y procesos orientados en direcciones que
pueden converger hacia el proyecto de una nueva economía. Los
intentos de crear una nueva economía, basados en el conocimiento, en
la autonomía, en la creatividad y en la solidaridad de sus
participantes han sido múltiples y variados. Entre ellos podemos
enumerar el cooperativismo, la autogestión, la economía
comunitaria, la economía de comunión, el comercio justo, la finanza
ética, el consumo responsable, las organizaciones económicas
populares, y varias otras.
Pero
debemos reconocer también, que no han sido suficientes para superar
el capitalismo y el estatismo, y que en gran medida permanecen
subordinados a las lógicas de la civilización y de la economía
modernas. Una pregunta que hay entonces que hacerse es la siguiente:
¿qué ha impedido su mayor desarrollo, o qué límites les son
inherentes, tales que no les ha sido posible configurar todavía una
verdadera economía nueva y superior?
No
desconocemos que en muchas circunstancias las organizaciones
económicas no-capitalistas, cooperativas y solidarias, han
enfrentado obstáculos puestos por la legislación y, sobre todo, por
la elevada concentración capitalista en que se desenvuelve el
mercado. Pero no es ése el verdadero y más grave de los problemas.
De hecho, puede afirmarse que en muchos países estas experiencias
han contado con apoyo del Estado y de las instancias gubernamentales,
que las han favorecido con sostén jurídico, privilegios
tributarios, asistencia técnica y financiera. Entonces, nos
orientamos a pensar que las limitaciones principales a su desarrollo
debemos buscarlas en aspectos inherentes a su propio modo de
organizarse, de relacionarse y de actuar.
Tal
vez el problema más serio que se manifiesta en estas experiencias
alternativas, sea el hecho de no haber podido hasta ahora convencer
de que, además de ser éticamente superiores, sean también más
eficientes desde el punto de vista económico; es decir, que realicen
un uso más productivo de los recursos, que proporcionen una mejor
retribución a las personas que participan en ellas, y que alcancen
condiciones de precio y calidad de los bienes y servicios más
convenientes para los consumidores. Pero ¿es sólo que no han sido
tan eficientes como para competir eficazmente? O hay detrás de esto
un problema más de fondo?
A
menudo se hace el razonamiento de que “es preciso sacrificar un
poco la eficiencia económica en orden a lograr una economía
socialmente justa y éticamente más humana y con valores más
elevados”. El discurso habitual de los promotores de estas
economías “alternativas” incluye casi siempre un llamado al
sacrificio: hay que sacrificarse por la cooperativa, para sostener el
proyecto “social”, es preciso estar dispuestos a pagar más por
productos “éticos”, etc. Pero la economía, por definición,
está orientada a producir beneficios, en el sentido que los
beneficios sean siempre superiores a los sacrificios, y cuanto más
elevados sean los beneficios y más reducidos los sacrificios, la
economía será más atractiva y eficiente. Por ello, no se podrá
expandir socialmente una nueva superior economía hasta el punto en
que pueda prevalecer, si no se logra que sea, simultáneamente, más
ética (justa, solidaria, libre) y más eficiente. O sea, que
proporcione una mejor vida a quienes participan en ella.
Hace
años escribí un libro - Empresas Cooperativas y Economía de
Mercado - para comprender las razones del escaso éxito histórico de
los proyectos económicos “alternativos”. Resumiré las causas
más importantes de esos límites:
Primero:
Fundarse en concepciones no realistas sobre la “naturaleza humana”.
En ciertos casos se supone que las personas son naturalmente
generosas y solidarias, poniéndose escaso énfasis en la necesidad
del desarrollo personal en términos del conocimiento, la
creatividad, la autonomía y la solidaridad. En otros casos, se
desconocen los legítimos intereses personales y familiares,
partiendo de una visión colectivista de la sociedad.
Segundo:
Carecer de una elaboración teórico-científica que comprenda,
potencie y guíe la organización y el desarrollo de esas
experiencias económicas. Es cierto que el cooperativismo, la
autogestión, la economía comunitaria, el comercio justo, la finanza
ética, el consumo responsable, etc. tienen concepciones y
pensamientos que los guían, pero ellos son básicamente de tipo
doctrinario o ideológico, normativo y ético, y no propiamente de
ciencia económica, y menos aún, que correspondan a una nueva
estructura del conocimiento que es necesaria para iniciar la creación
de una nueva y superior civilización.
Tercero:
Permanecer atrapadas en los niveles “primitivos” de la ruptura
(quedarse fuera) y del antagonismo (ponerse contra) respecto a las
teorías y prácticas económicas de la economía moderna, sin
elevarse hasta el indispensable nivel de la autonomía. Consecuencia
de ello es que habitualmente esas experiencias se auto-definen en
términos negativos en vez de afirmativos, como se aprecia en las
expresiones “sin fines de lucro”, “non-profit”,
“no-capitalista”.
Ahora
voy a un punto cuarto, que me parece esencial: Algo que ha limitado y
dificultado la creación de iniciativas económicas solidarias, ha
sido el privilegiar y enfatizar las organizaciones y actividades de
producción y distribución por sobre las de consumo. De hecho, los
principales procesos tendientes a crear una nueva economía comienzan
habitualmente por crear iniciativas productivas, comerciales y
financieras. Esto probablemente sea una herencia ideológica de
matriz marxista, pensamiento que resalta y hace prevalecer en su
concepción económica la producción y la distribución, por sobre
el consumo y la satisfacción de las necesidades humanas.
En
seguida explicaré por qué es esto un problema, y cuáles son las
limitaciones a que da lugar. Pero antes quiero decir que con estas
consideraciones críticas no estamos descalificando el
cooperativismo, la autogestión, la economía comunitaria, la finanza
ética, el comercio justo y tantas otras experiencias y movimientos
afines. Ellos son componentes reales, incluso esenciales para la
creación de la nueva civilización. Lo que sostenemos es que
requieren superar las limitaciones que han presentado hasta ahora,
renovarse en profundidad, acceder a grados crecientes de
conocimiento, de autonomía, de creatividad y de solidaridad, para
que asumiendo en plenitud los objetivos y el proyecto de una nueva
civilización, desplieguen sus propias potencialidades, y accedan al
nivel de conciencia - teórica y práctica - requerido para ser
eficaces en la realización de tan magno proyecto.
Más
específicamente, se requiere un proceso de reformulación conceptual
que oriente la superación de las limitaciones mencionadas. Tal
formulación debe incluir, ante todo, una concepción más profunda y
exacta de la naturaleza humana y de las necesidades del hombre y de
la sociedad. Y en este sentido, una comprensión profunda de lo que
significa el buen vivir humano, personal, familiar, comunitario,
social.
Habrá
que disponer también de una nueva concepción del desarrollo, o sea
de los procesos de expansión y perfeccionamiento de la nueva
economía, que sean sustentables en relación a las exigencias de la
ecología y del medio ambiente; que sean social y políticamente
consecuentes y realistas; y que proporcionen orientaciones claras y
convincentes a las personas y a las organizaciones orientadas en la
perspectiva de una vida buena, de un nuevo tipo de desarrollo humano,
de una nueva civilización.
Pero,
además, si comprendemos a fondo que los límites de las economías
asociativas y solidarias ha sido el centrarse en la producción y
orientar su propia producción en orden a satisfacer las demandas de
consumidores moldeados por el modo de desarrollo capitalista y
estatista, o sea de consumidores conformados a los modos de vivir de
la civilización moderna, entonces nos daremos cuenta que es
necesario un cambio profundo en la propia economía asociativa y
solidaria. Ésta no puede competir con empresas productivas
capitalistas y con proveedores estatales que han creado pautas de
consumo, y formado a sus propios consumidores, conforme a sus
intereses, y a su imagen y semejanza.
Nos
damos cuenta de algo que quienes hemos estado muchos años en las
búsquedas de una economía solidaria no siempre hemos comprendido
bien, a saber, que
en la creación de una nueva economía el punto de partida
debe ser la transformación del consumo.
La
razón de ello es clara: si se asume que el fin de la nueva economía
es el ser humano, su buen vivir, su realización y felicidad, hay que
empezar examinando si el consumo de los bienes y servicios que
producimos está sirviendo a ese objetivo. Hay que empezar
transformando el consumo, para que éste sirva realmente a satisfacer
las verdaderas necesidades del ser humano, y a generar una vida
buena.
Y
hay que empezar cambiando lo que entendemos por consumo. El consumo
de un alimento se cumple en el acto de comerlo, de satisfacer la
necesidad de nutrirse y de gozar de sus sabores. El consumo de un
libro consiste en leerlo, en satisfacer el deseo de aprender y de
entretenerse con la lectura. El consumo de una terapia médica se
verifica en el proceso de curarse la enfermedad y de vivir
saludablemente.
Esto
no ha sido comprendido en la economía moderna, que en la llamada
'teoría del consumidor' reduce el consumo al comportamiento de las
personas en el mercado, en cuanto compran bienes y servicios. Desde
esa óptica el consumo de los alimentos se realizaría en el
supermercado; el consumo del libro consistiría en comprarlo; la
terapia se consumiría en el momento en que se paga. Entonces no
interesa si el alimento nutre bien a la persona, o el libro la haga
más culta, o la terapia sane y haga feliz al enfermo. Lo que importa
es cuánto dinero gasta el consumidor en la compra.
Las
teorías económicas no se han ocupado de lo esencial de la economía
que es la satisfacción de las necesidades y el desarrollo humano; lo
que les interesa es que los individuos estén en el mercado y compren
lo más posible, para lo cual puede incluso ser mejor que las
personas permanezcan insatisfechas, si ello los impulsa a comprar más
cosas y servicios.
Se
requiere una nueva concepción del consumo para concebir y construir
una nueva y superior economía. Pero entonces se hace necesario
repensar a fondo la cuestión de las necesidades, partiendo de la
crítica al modo en que se las concibe en la sociedad moderna. Es una
crítica indispensable para comprender la radicalidad del cambio que
tenemos que hacer al nivel del consumo. Porque - podemos adelantarlo
- es el consumo tal como se da actualmente, lo que lleva a las
personas a vivir sus necesidades de manera tal que las convierte en
ignorantes, pasivas, dependientes y competitivas. Será radicalmente
distinto el consumo que nos convierta en personas de conocimiento,
creativas, autónomas y solidarias; pero este nuevo modo de consumo
implica entender de otra manera las necesidades humanas.
En
la civilización moderna se han dado dos maneras de entender las
necesidades: la liberal-capitalista y la social-estatista; opuestas
entre sí a nivel político; sin embargo ambas se fundan en una
similar concepción positivista y naturalista del hombre y de la
sociedad.
Según
la concepción liberal-capitalista no existiría una naturaleza
humana común a todos los hombres, sino sólo individuos que se
comportan empíricamente de ciertas maneras, cada uno con sus
particulares intereses, necesidades y deseos; cada uno compitiendo
con los otros. Las necesidades humanas serían aquellas que los
individuos expresan al plantear sus demandas de bienes y servicios en
el mercado.
Se
piensa las necesidades como carencias, como vacíos que deben
llenarse con los bienes y servicios, según lo cual habría una
suerte de correspondencia bi-unívoca entre las necesidades y los
productos y servicios. A cada necesidad correspondería un producto,
y a cada producto correspondería una necesidad. Entonces las
necesidades no se experimentan como necesidades del propio ser, sino
como las necesidades de comprar y poseer cosas y servicios.
Se
supone, además, que las necesidades son recurrentes, es decir, que
se satisfacen cada vez que los vacíos se llenan con ciertos
productos, pero ellas vuelven al poco tiempo a presentarse
insatisfechas; y se concibe que las necesidades son crecientes. Los
seres humanos, una vez que satisfacemos ciertas necesidades, queremos
siempre satisfacer otras, nuevas, más amplias y más sofisticadas
necesidades, de modo que estamos siempre insatisfechos. Se afirma que
somos insaciables.
Pero
¿somos así los seres humanos? ¿Somos esas cosas con muchas
carencias, con tantos compartimentos vacíos, que se llenan y que se
vacían, que se van multiplicando y creciendo, y que demandan siempre
más bienes y servicios con que llenarse? ¿O es más bien que así
nos quiere el mercado capitalista?
La
otra concepción de las necesidades que ha tenido presencia en la
civilización moderna es la socialista-estatista. La concepción del
hombre subyacente a este enfoque postula que lo único que pudiera
corresponder a una naturaleza humana sería la colectividad,
entendida como la 'especie' humana natural. Esta concepción sigue
pensando las necesidades como carencias recurrentes que se llenan con
productos y servicios crecientes. Se diferencia de la concepción
liberal en que hace una neta distinción entre las que serían las
'verdaderas' necesidades humanas – aquellas propias de la especie
-, y los que serían solamente deseos y caprichos individuales. Las
'verdaderas necesidades' serían comunes e iguales para todos:
alimentación, vestuario y abrigo, vivienda, protección,
informaciones, recreación, servicios de salud, y pocas más.
Siendo
pocas y fácilmente identificables, se afirma que se puede planificar
su creciente satisfacción a través de la acción del Estado. Cada
sociedad podría definir sus necesidades, pero como colectivo; por lo
tanto, según esa concepción hay que planificar la economía y
regularla estrictamente, reduciendo los espacios de libertad en que
los individuos expresen sus deseos y caprichos, porque si cada
individuo persistiera en expresar libremente sus demandas, no se
cumpliría la función del Estado de ordenar la sociedad hacia fines
que el mismo Estado determina.
La
diferencia entre la concepción liberal-capitalista y la concepción
socialista-estatista reside en que mientras en la primera los
productos para satisfacer las necesidades son demandados por los
individuos y provistos por el mercado, en la segunda los productos
son determinados y provistos por el Estado.
Ahora
bien, esas dos concepciones de las necesidades, si bien opuestas
políticamente, en los hechos se han ido amalgamando en la sociedad
moderna. Por un lado se reconoce que los individuos pueden expresar
con libertad sus demandas de bienes y servicios en el mercado. Y al
mismo tiempo se acepta que existe un nivel de acceso a ciertos bienes
y servicios que debe ser igual para todas las personas; acceso que se
entiende como un 'derecho' que los ciudadanos pueden exigir al
Estado.
Pues
bien, este reconocimiento de ambas lógicas como legítimas da lugar
a una estructura de las demandas, y a un tipo de consumidor - lo
llamaremos el consumidor moderno – muy exigente y complicado, que
genera un problema económico tendencialmente insoluble, y que es lo
que origina la gran crisis que afecta a la actual pero ya vieja
civilización moderna.
En
efecto, desde ambas racionalidades (la del mercado capitalista y la
del Estado proveedor), las necesidades están creciendo,
multiplicándose y diversificándose, y en consecuencia la economía
está fuertemente presionada a crecer, a multiplicar su oferta de
bienes y servicios, para satisfacer tanto las demandas colectivas que
se exigen al Estado, como las demandas individuales que se expresan
en el mercado. Desde ambas perspectivas, desde ambas lógicas, se
está viviendo un elevamiento del umbral de la cantidad de productos
que se demandan y del nivel de acceso al que se aspira.
Por
un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una
lógica de individuación y diferenciación mediante la posesión de
cosas, donde cada cual trata de diferenciarse, de prestigiarse, de
tener acceso a más bienes y servicios. Entonces se produce una
suerte de persecución, porque nadie quiere quedar rezagado: quienes
tienen mayor capacidad de compra demandan bienes y servicios cada vez
más sofisticados, cada vez más complejos, o en cantidades mayores.
Los que los siguen, van accediendo a esos niveles con algún retraso;
pero ya los más avanzados se distancian adquiriendo productos más
sofisticados, más refinados. Y así continúa en el mercado una
persecución imparable.
Al
mismo tiempo se genera un elevamiento persistente del nivel mínimo
considerado socialmente aceptable. El elevamiento del nivel
individual genera un elevamiento del nivel colectivo, por efecto
demostración, por efecto de imitación, por efecto de que "bueno,
lo que otros tienen por qué no lo podemos tener todos". De este
modo el Estado es exigido a ofrecerle a sus ciudadanos mejores
condiciones de habitabilidad, más medios de transporte, mejores
sistemas educativos, mejores servicios de protección y de salud,
acceso a la educación en niveles cada vez más elevados, etc.
A
su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común para todos
genera una presión en el mercado para diferenciarse por arriba.
Porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria,
el mercado generará las instancias para que todos aquellos que
quieran ser más que el común y que presionan por niveles de
enseñanza más elevados para sus hijos, les sean provistos. Y así
en todos los ámbitos de necesidades.
Entonces,
el consumidor moderno, además de ser insaciable, es tremendamente
demandante y exigente frente al Estado, pues considera que tiene
derecho a que el Estado le provea de todo lo que se necesita para
alcanzar el nivel social medio, y además, que tiene derecho a que el
mercado le proporcione todo lo que desee y pueda pagar. Y si no lo
puede pagar, considera que tiene derecho a que le den el crédito
necesario para comprarlo.
Todo
esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las
demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que estamos
viviendo en la actualidad. Y esa expansión y esa explosión de las
necesidades y de las demandas hacia el mercado y hacia el Estado,
genera una presión enorme sobre el sistema productivo. Una presión
para crecer, es decir, para aumentar aceleradamente el proceso de
producción de bienes y servicios junto con la acelerada expansión
de las necesidades.
Pero
sabemos y ya estamos comprobando en la práctica que no es posible
este crecimiento indefinido. Que no hay recursos y capacidades
suficientes para sostener este crecimiento permanente. Que si se
continúa por este camino serán irreversibles las consecuencias
sobre el medio ambiente y la ecología. Y hay que preguntarse,
además, ¿será posible superar los gravísimos impactos que este
consumismo exacerbado está teniendo sobre la convivencia colectiva,
la gobernabilidad, la ética social y los valores culturales y
espirituales? Más aún, ¿no es acaso por estarse llegando a los
límites posibles de este crecimiento del consumo, que hoy se torna
evidente la crisis orgánica de la civilización moderna, y se
plantea la necesidad urgente de construir una civilización y una
economía distintas? Y yendo más al fondo del asunto: ¿será verdad
que accediendo a más productos y servicios alcanzamos una mejor
satisfacción de las necesidades humanas, que nos hacemos más
felices, que nos realizamos mejor como personas?
El
consumidor moderno no es un consumidor consciente, creativo, autónomo
y solidario. Al contrario, su consumo es compulsivo, imitativo,
dependiente y competitivo. Así lo quieren la economía y la política
dominantes, el mercado capitalista y el Estado asistencialista. Se
trata de un consumo que empequeñece a las personas, y que en
definitiva genera insatisfacción e infelicidad, que parece ser el
estado habitual, más extendido, en que se encuentran muchas personas
en la fase terminal de la crisis de la civilización moderna.
De
este consumo imitativo, dependiente, compulsivo y competitivo
tendremos que liberarnos, para acceder a un consumo consciente,
autónomo, creativo y solidario como el que corresponde a una nueva y
superior civilización. Y ese cambio no lo harán ni el mercado ni el
Estado; es absurdo demandarlo al mercado ni exigirlo ante el Estado,
que son los impulsores del consumo dependiente y pasivo. El cambio en
los modos del consumo sólo es posible si lo hacemos nosotros mismos,
cambiando cada uno, y generando desde nuestro entorno un cambio
cultural que vaya expandiendo un nuevo modo de vivir las necesidades
y de consumir lo conveniente para nuestra realización personal y
para nuestro desarrollo social.
El
consumo autónomo es aquél que no se orienta por la publicidad, ni
imita las decisiones que hacen los otros, ni entra en competencia por
tener más que los vecinos. El consumo autónomo no es tampoco el que
se deja llevar por los propios deseos y caprichos, que es más bien
una forma de esclavitud, y que implica que no controlamos nuestra
propia existencia con conciencia y libertad.
El
consumidor verdaderamente autónomo es aquél que identifica sus
objetivos buscando su realización como persona humana integral, la
satisfacción de sus verdaderas necesidades, que no son las que
indican el mercado y el Estado, ni tampoco nuestros instintos
inmediatos, sino las que descubrimos mediante el conocimiento de
nuestra naturaleza humana, de lo que somos y de lo que estamos
orientados a ser.
De
este modo comprendemos que todas nuestras necesidades se enmarcan en
cuatro grandes dimensiones de la experiencia humana, que podemos
representar por dos ejes que se cruzan, o por cuatro vectores que se
despliegan a partir de un punto de origen.
El
primer eje lo forman, hacia un lado el vector de las necesidades que
tenemos como individuos: necesidades de seguridad y protección, de
identidad personal, de logro de nuestros intereses y proyectos
individuales. Hacia el lado opuesto, el vector de las necesidades
como comunidad y sociedad: necesidades de comunicación, de
convivencia, de participación, de realización de proyectos
colectivos.
El
segundo eje lo forman, hacia abajo el vector de las necesidades
corporales y materiales: necesidad de alimentación, de salud, de
vivienda, de protección de las inclemencias de la naturaleza, de
utensilios y equipamientos diversos, etc. Hacia arriba el vector de
las necesidades culturales y espirituales: necesidad de conocimiento,
de expresión artística, de trascendencia, de belleza, de bondad, de
verdad, de valores y experiencias superiores.
Nuestra
realización se cumple en la progresiva satisfacción de las
necesidades que se van presentando en los procesos de nuestra
expansión y perfeccionamiento en esas cuatro dimensiones de la
experiencia humana. En esos procesos utilizamos cosas y servicios que
nos provee la economía; pero las necesidades se cumplen en nosotros
y por nuestra propia actividad, que se sirve de esas cosas y de esos
servicios. Esta es la perspectiva en que hay que poner el consumo,
revirtiendo la situación actual en que se pone a las personas al
servicio de las cosas, trastocando la relación racional entre los
medios y los fines.
En
la perspectiva de este consumo realizador de las personas y de las
comunidades, las necesidades ya no se presentan como carencias o
vacíos que llenar con objetos, sino como potencialidades, como
experiencias que podemos desplegar activamente. Ellas – las
necesidades - son detonantes de actividades, iniciativas y procesos
tendientes a convertir en acto lo que está solamente en potencia,
como virtualidad, en cada individuo y en cada grupo.
La
posibilidad de pensar un nuevo paradigma económico radica en el
re-descubrimiento del ser humano como dotado de espíritu, de
conciencia y de libertad, y en consecuencia, cognoscente, creativo,
autónomo y solidario, responsable de sus acciones. De aquí derivan
algunas precisiones sobre las necesidades en cuanto específicamente
humanas.
Lo
primero es que las necesidades las experimentamos en el plano de la
conciencia. Incluso las necesidades corporales, como la de
alimentarnos y abrigarnos, se viven subjetivamente. En el ser humano
todo ocurre y todo se vive conscientemente, es decir, simultáneamente
en el plano interior y en el plano corporal, y en ambos planos se
busca encontrar la satisfacción de la necesidad, que será siempre
alguna realización personal o social.
Asociado
a lo anterior está el hecho que nuestras necesidades son energías
que esperan ser desplegadas, son fuerzas que buscan manifestarse. Son
vectores direccionados, en el sentido que están buscando activamente
algún logro, algún resultado para el individuo o para el grupo. Son
energías, pero energías creativas, capaces de producir aquello con
lo que se satisfacen. Esto nos permite comprender la creatividad en
el consumo.
Partiendo
de que la necesidad no se satisface solamente mediante la cosa o la
acción externa que se posee o a la cual se accede, sino por la
acción del sujeto que emplea la cosa o el servicio externo,
descubrimos que la verdadera satisfacción de la necesidad se obtiene
mediante el despliegue de la energía que libera la necesidad misma.
La necesidad de nutrirnos no la satisface el alimento sino nuestra
actividad alimentaria y nutricional. La necesidad de conocimiento no
se satisface a través de las informaciones que se presentan a la
persona para que las memorice y las aprenda pasivamente, llenando así
su ignorancia pensada como el vacío que llenar, sino mediante la
construcción activa del conocimientos, construcción que utiliza
como insumo o componente los conocimientos e informaciones que otros
han elaborado anteriormente; pero no se produce ningún efecto en el
sujeto, si éste no los reconstruye mediante su propia acción y
proceso de aprendizaje.
Además,
las necesidades experimentan un proceso, lo que implica que más que
simplemente recurrentes, como se afirma habitualmente, se
perfeccionan progresivamente. Por ejemplo, una persona tiene
necesidad de lectura, de leer novelas, poesía, de escuchar música,
etc. Esas necesidades las desarrollamos y perfeccionamos en la medida
que leemos, que escuchamos música, que estudiamos.
Por
esto, pensamos en un consumo que nos lleve a satisfacer autónoma y
creativamente nuestras necesidades, perfeccionando nuestro ser. De
hecho los seres humanos vivimos las necesidades como proyectos. La
necesidad motiva, impulsa, mueve a ser más, a perfeccionarnos.
Orientar nuestro consumo por el objetivo de la realización y el
perfeccionamiento personal y social, nos encamina hacia una
civilización superior, en la cual la experiencia humana podrá
descubrir horizontes nuevos, incluso desconocidos hasta ahora.
Podemos
todavía preguntarnos: ¿de qué modo utilizar los bienes y servicios
para que su consumo nos proporcione el mayor y el mejor resultado
para nuestra realización personal y social, para que alcancemos un
buen vivir?
En
este sentido podemos identificar un conjunto de 'cualidades del buen
consumo', que nos conducen a una mejor calidad de vida empleando
menos bienes y servicios, pero en parte diferentes a los que
compramos en la actualidad.
Una
primera cualidad del buen consumo es la 'moderación', que no
significa austeridad ni privación y sacrificio. Moderación
significa que se emplean los bienes y servicios en proporción a la
necesidad. Un exceso de bienes y servicios, un empleo inmoderado,
puede generar una insatisfacción de la necesidad tan fuerte como una
escasez o una carencia de bienes y servicios.
Una
segunda cualidad del buen consumo es la 'correspondencia', esto es,
que para cada necesidad se escojan y empleen aquellos bienes y
servicios que puedan satisfacerla de mejor forma. Por ejemplo, la
necesidad de entretenerse puede ser satisfecha de distintos modos: a
través de un juego grupal, de una convivencia, o mediante la lectura
y la música, o una película, o ante la televisión. Cada necesidad
tiene posibilidades múltiples para satisfacerse. El buen consumo
busca satisfacerlas mediante aquel bien o servicio que mejor
corresponda a cada necesidad y que favorezca el desarrollo humano.
Una
tercera cualidad del buen consumo es la 'persistencia', o sea que la
satisfacción de las necesidades sea tan lograda y cumplida que el
efecto se prolongue en el tiempo, sin que vuelvan a presentarse
prematuramente. Si uno se nutre adecuadamente, si uno lee un buen
libro, si se divierte de modo sano y placentero, la satisfacción se
prolonga en el tiempo, liberando tiempo, recursos y energías para
otros aspectos de la realización personal.
Una
cuarta cualidad del buen consumo la podemos identificar con las
palabras 'integralidad', 'equilibrio' y 'armonía'. Teniendo en
cuenta que somos sujetos que tenemos múltiples necesidades, la
integralidad, el equilibrio y la armonía significan que no ponemos
toda la actividad y la energía en una sola o en pocas dimensiones de
la experiencia y de las necesidades, sino en atenderlas todas
armónicamente.
Una
quinta cualidad del buen consumo la podemos llamar 'jerarquización',
y se refiere a las opciones que hacemos organizando las satisfacción
de las necesidades en el tiempo, a poner el proceso de satisfacción
de necesidades bajo control del sujeto. Ser gestor del propio
desarrollo, hacer opciones, planificar el propio proceso de consumo.
Obviamente hay necesidades básicas que no podemos descuidar sino
prestarles atención prioritaria. Y hay necesidades que son
fundamentales y superiores por el valor que tienen en orden al
desarrollo y perfeccionamiento personal y grupal, por lo que también
las enfatizamos y damos mayor importancia.
Una
sexta cualidad del buen consumo que llamaremos 'potenciación',
significa que la propia satisfacción de las necesidades las
perfecciona, las eleva, las energiza. Si satisfacemos nuestras
necesidades de cultura siempre en un nivel básico nos vamos
estancando; si leemos siempre el mismo tipo de libros, si escuchamos
siempre el mismo tipo de música, no vamos perfeccionando nuestra
capacidad de apreciar las obras de arte, la literatura. Entonces
nuestra necesidad se estanca. La potenciación significa buscar que
el proceso de consumo desarrolle cualitativamente esas necesidades,
haciendo que sean cada vez más propiamente humanas, más creativas,
más autosuficientes.
Una
séptima cualidad del buen consumo que llamaremos 'articulación e
integración'. Contrariamente a la tendencia a consumir un producto
para cada necesidad, podemos pensar que a través de una actividad
compleja se pueden satisfacer simultáneamente distintas necesidades,
especialmente si esa actividad compleja se realiza grupalmente. Por
ejemplo en una actividad de convivencia comunitaria es posible
satisfacer al mismo tiempo necesidades de relación, de convivencia,
de información, de comunicación, de alimentación, de
participación, de protección y muchas otras que se cumplen
simultáneamente, generando una elevada satisfacción y felicidad.
La
octava cualidad del buen consumo la identificaremos con la
'cooperación y reciprocidad'. Si aspiramos a un desarrollo humano
integral, a una experiencia compleja, rica, diversificada,
difícilmente lo lograremos de manera individual. El desarrollo
integral requiere la participación en colectivos, ser parte de
familias y de comunidades, convivir y compartir.
En
ese sentido, si uno quiere desarrollar las necesidades espirituales o
satisfacer las de conocimiento, conviene encontrar personas que
quieran lo mismo; si uno quiere desplegar su talento musical o
deportivo, tiene que vincularse a personas que compartan esas
motivaciones. Y si nos articulamos en una organización, en una
experiencia humana donde se encuentren personas que destacan en
diferentes cualidades, nos enriquecemos todos al ser parte de un
grupo donde podemos aprender muchas cosas unos de los otros.
Conclusión
de todo lo dicho es que la mejor satisfacción de las necesidades,
acceder a una superior calidad de vida, a un buen vivir, a la
realización personal y grupal, no implican incrementar las compras y
el consumo, ni requieren necesariamente una mayor producción. La
consecuencia obvia de esto es que el buen consumo, el consumo
realizador, conlleva una transformación radical de la producción,
cambios profundos en dos aspectos estrechamente relacionados: en lo
que se produce, y en cómo se produce.
Si
se produce para la satisfacción de las necesidades y el desarrollo
humano, gran parte de la actual producción, y en particular muchos
bienes y servicios que satisfacen el consumismo y el consumo
dependiente, imitativo y competitivo, dejarán de ser necesarios y
útiles. Una nueva estructura de la producción se irá creando a
medida que más personas y grupos vayan adoptando los criterios de
moderación, correspondencia, persistencia, integralidad, equilibrio,
jerarquización, potenciación, integración y cooperación que son
propios del 'buen consumo' y del buen vivir.
En
tal sentido y en líneas muy generales, podemos prever que se
expandirán la agricultura y la producción de bienes y servicios
básicos, junto con la educación y la cultura, las comunicaciones y
los servicios de proximidad. Podrán disminuir en cambio la minería,
la industria pesada, el transporte, la industria del petróleo y sus
derivados, la industria química, los servicios financieros, y la
extendida producción de baratijas. Como resultado de todo ello,
mejorarán conjuntamente el medio ambiente y la calidad de vida,
generándose un tipo de desarrollo muy diferente al insostenible
crecimiento económico actual. La economía y el desarrollo en la
nueva civilización serán social y ambientalmente sustentables.
Ahora
bien, no se trata solamente de un cambio en lo que se produce, sino
también en los modos y en las estructuras que adoptarán las
actividades productivas. Transformaciones que serán consecuencia
directa, por un lado de la expansión del consumo creativo, autónomo
y solidario que hemos analizado, y por otro lado, de la
implementación de los valores y criterios de la organización social
de la nueva civilización.
Y
es en este sentido que la economía solidaria encontrará su
verdadero sentido, y podrá desplegar todas sus potencialidades,
llegando a consolidarse como el principal sector de la economía.
Porque,
en correspondencia con las nuevas formas del consumo, y paralelamente
al decrecimiento de la economía capitalista y estatista, viviremos
un proceso de potenciamiento de las capacidades de producción de las
personas, de las familias, de las comunidades y de los grupos
locales. Vimos, en efecto, que el 'buen consumo' conduce a las
personas y a las comunidades desde la dependencia hacia la autonomía.
Esto es un proceso, y en realidad la autonomía se hace posible una
vez alcanzado cierto nivel de desarrollo personal.
Lo
podemos comprender mejor con un ejemplo. Si uno no ha leído nunca un
libro, la motivación para hacerlo y el aprendizaje de la lectura
deben llegarle desde fuera. Pero cuando uno se convierte en un
lector, ya nadie tiene que motivarlo a que lea, y por sí mismo busca
libros, necesita leer, e incluso puede llegar a escribir sus propias
narraciones y pensamientos, ofreciéndolas a otros. Lo mismo pasa con
cualquier actividad o trabajo: podemos
pasar progresivamente desde la dependencia a la autonomía y desde la
autonomía a la solidaridad, en la medida que desarrollamos las
capacidades implicadas en la actividad o trabajo que realizamos.
Son
la pobreza, la inseguridad, la carencia de capacidades, la falta de
relaciones, la ausencia de convicciones, lo que hacen tan apreciada
la adquisición de cosas y el recurso a servicios externos. Pero
cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo personal nos hacemos más
autosuficientes, menos necesitados de bienes y servicios exteriores.
Si alguien tiene un buen desarrollo personal, una riqueza de
personalidad, es muy probable que necesite comprar menos bienes y
servicios, no porque haya apagado sus necesidades sino porque las
satisface más autónomamente, y porque el sujeto pone mayor
dedicación a aquellas dimensiones de la experiencia en las cuales es
capaz de autogenerar proyectos y satisfactores por su cuenta.
En
esta dirección podemos ver que en la nueva economía debieran
experimentar un gran desarrollo el trabajo autónomo y asociativo, la
autoproducción, los procesos de desarrollo local. Junto con ello se
dará una más directa relación entre el consumo y la producción,
incluyendo una mayor autonomía alimentaria y energética a nivel
local y nacional. Todo esto es parte del crecimiento en autonomía,
en creatividad y en solidaridad de las personas, las familias, las
organizaciones y las comunidades. Esa es, y será en adelante, la
perspectiva más profunda de la economía solidaria.
Si
en la economía moderna son pocos los empresarios y muchos los
trabajadores dependientes, en la nueva economía nos orientaremos
todos a ser emprendedores, creativos, autónomos y solidarios.
En tales condiciones, muchas empresas serán creadas mediante la
libre asociación entre personas que poseen distintos y
complementarios recursos y capacidades, que cooperan en la
realización de los objetivos económicos que comparten. Cuando las
empresas se constituyen de este modo, no es posible que en ellas se
instauren la explotación y el dominio, ni el enriquecimiento de unos
pocos a costa del esfuerzo y el sacrificio de muchos. Esas nuevas
unidades productivas se forman, organizan y operan con los criterios
de justicia y equidad que caracterizan a la economía solidaria, que
llamamos también economía
de solidaridad, de trabajo y de comunidad.
La
producción así concebida y realizada, orientada al 'buen consumo',
y organizada de estos modos creativos, autónomos y solidarios,
requiere sostenerse en el tiempo, reproducirse. Esto nos lleva a
plantearnos otras importantes cuestiones: ¿existirán el mercado,
el dinero y las ganancias en la nueva economía?
Al
constatar las injusticias e inequidades que se producen en el
mercado, la excesiva importancia que ha adquirido el dinero, y la
exacerbación de la búsqueda de las ganancias en las empresas y por
las personas, muchos han imaginado la posibilidad y la conveniencia
de una economía que funcione sin dinero, sin mercado y sin fines de
ganancia. ¿Será acaso que el mercado, el dinero y la ganancia no
debieran quedar en la Nueva Civilización?
El
análisis de las causas de las injusticias, inequidades y
distorsiones morales de la economía moderna, y la reflexión sobre
los modos de organizar la distribución de la riqueza, la producción
y el consumo en una sociedad justa y solidaria, nos llevan en otra
dirección, que no es la de pensar y postular una economía sin
mercado, sin dinero y sin ganancias. Comencemos pensando en el
mercado.
Ante
todo hay que asumir que el mercado no es una invención del
capitalismo ni se identifica con éste, sino que existe prácticamente
desde los comienzos de la historia, estando presente en todas las
grandes civilizaciones. La verdad es que el mercado existe porque
nadie, ninguna persona, familia, comunidad ni país, es
autosuficiente para proveerse de todo lo que necesita; y porque las
capacidades y recursos se encuentran distribuidos social y
geográficamente, razones por las cuales se hace necesario
intercambiar recursos, bienes y servicios entre las distintas
personas, familias, organizaciones, comunidades y países. En
realidad, el mercado es una expresión del hecho que nos necesitamos
unos a otros y que trabajamos unos para otros.
Las
familias, las comunidades y los países, no somos islas
independientes ni desconectadas. El mercado es una de las formas en
que nos relacionamos los individuos y los grupos humanos en función
de satisfacer nuestras necesidades, y de hacer más eficiente el uso
de las capacidades y de los recursos disponibles, que se encuentran
diseminados socialmente y dispersos en distintas regiones del mundo,
En
tal sentido, el mercado es integrador de la sociedad. Y en el marco
de los intercambios, operando en el mercado, cada persona, comunidad,
organización y país, cada uno con sus recursos y capacidades, y
produciendo bienes y servicios para satisfacer las necesidades de
otros, los individuos, las organizaciones y las comunidades
desplegamos y acrecentamos nuestra creatividad, autonomía y
solidaridad
Entonces
el problema, lo que genera las inequidades y explotaciones, no es el
mercado en cuanto tal, sino, en la actualidad, su configuración
capitalista y estatista. En especial la especulación financiera,
donde se generan y reproducen procesos de enriquecimiento por fuera
de toda actividad económica útil.
Así
como nos planteamos el buen consumo, en una nueva economía debemos
plantearnos la tarea de crear y desarrollar un buen mercado, un
mercado solidario, no capitalista.
Aparece
entonces la interrogante por el dinero. ¿Estará el dinero en el
origen de los males? ¿Será que las distorsiones que llevan a la
concentración de la riqueza y a la expansión de la pobreza derivan
del empleo del dinero en el mercado? De hecho, hay quienes creen en
la necesidad de volver al trueque, a la reciprocidad y al intercambio
sin dinero, como formas de llegar a una economía humana y
socialmente justa.
Pero
no es el dinero la causa de las injusticias sociales, aunque podemos
identificar en su modo de circulación capitalista y estatista el
origen de muchísimos problemas e inequidades. En realidad el dinero
es uno de los más grandes inventos de la humanidad, que ha estado
siendo perfeccionado durante siglos, y que tiene una utilidad
inmensa.
Si
bien los actuales movimientos que propician el trueque y la
reciprocidad sin dinero realizan experiencias valiosas por la
solidaridad, creatividad y autonomía que enseñan, lo cierto es que
el trueque presenta serios problemas de eficiencia y de justicia: es
difícil de realizar, porque exige cada vez la coordinación empírica
de las decisiones de cada oferente con las de cada demandante; no
permite intercambiar bienes físicos más allá de ciertos espacios
reducidos; y suele ser injusto, porque no tiene un mecanismo de
medición del valor de los bienes y servicios que se intercambian.
El
dinero resuelve estos problemas al cumplir funciones socialmente
necesarias: Sirve como unidad de medida del valor de los factores,
bienes y servicios económicos. Es un medio de cambio universal, que
facilita la coordinación de las decisiones de los participantes en
el mercado. Y entrega información importante para tomar decisiones a
través del sistema de precios.
Y
hay otros problemas que el dinero resuelve. Los individuos y las
sociedades necesitamos asegurar el futuro y hacer reservas de
recursos y bienes para cuando los necesitemos. Pero acumular recursos
y bienes físicos (trigo, ladrillos, etc.) sería muy ineficiente,
pues las cosas se dañan, pierden valor, se las roban. El dinero
viene, entonces, a cumplir la función de servir como medio de
reserva y acumulación de valor, a través del ahorro, que nos
permitirá acceder a bienes que necesitemos en el futuro en base a la
riqueza producida en el pasado y en el presente. Y además, mediante
el préstamo y el crédito, permite coordinar en el tiempo las
decisiones de los distintos agentes económicos, haciendo que lo que
unos ahorran hoy (para gastar mañana) esté disponible para quienes
lo necesitan hoy pero que sólo podrán pagarlo después.
Ahora
bien, de manera similar a lo que ocurre con el mercado, la
organización y el funcionamiento capitalista del dinero lo
distorsiona, afectando negativamente todas y cada una de sus
funciones, con la consecuencia de gravísimas injusticias y
desequilibrios. Habrá que crear también, en el contexto del
desarrollo del mercado solidario, del buen mercado, también formas
de buen dinero, dineros comunitarios, solidarios, dineros organizados
de modo tal que contribuyan a la buena vida para todos.
Cuestión
que nos conduce al tema de las ganancias. En efecto, la obtención de
utilidades o ganancias, conocida también como lucro, ha sido
cuestionada por quienes quieren una economía justa y equitativa,
proponiendo como solución una economía, empresas y actividades
económicas 'sin fines de lucro' o ganancia. Pues se observa que es
en la ganancia que obtienen los empresarios, los especuladores y
otros agentes económicos, el origen del enriquecimiento de algunos y
del empobrecimiento y marginación de muchos.
Pero
también sobre la ganancia debemos decir que no es, por sí misma, la
causa de los desequilibrios e inequidades económicas y sociales.
Generar utilidades y ganancias consiste en que a través de la
actividad económica se genera valor, esto es, que el producto de la
actividad, o sea los bienes y servicios producidos, valen más que
los recursos y factores empleados en su producción. En otras
palabras, los outputs de la actividad económica son mayores
que los inputs, o más sencillamente, los beneficios son
mayores que los sacrificios.
La
actividad económica crea valor, siendo la utilidad o ganancia la
diferencia entre el valor de los insumos y el valor de los productos.
Si no hubiera beneficio y creación de valor, la actividad económica
sería simple reproducción de lo existente, no habría razón para
la creatividad y la innovación, y la vida se desplegaría en el
estancamiento. Nuevamente, el problema no es la ganancia, sino el
modo capitalista en que se produce y en que se distribuye el valor
económico generado.
Entonces,
tenemos que identificar exactamente dónde está el origen de las
distorsiones que han experimentado el mercado, el dinero y la
ganancia en la economía moderna, y luego descubrir los modos nuevos
en que puedan organizarse - el mercado, el dinero y las ganancias -
en la economía de la nueva civilización. No podemos desarrollarlo
en esta ocasión. Pero dejo planteado el asunto, y quiero invitar a
profundizar estos temas que son muy importantes y cruciales para un
buen vivir y un buen convivir en sociedad.
Sobre
todo ello, me limito a señalar que cuando se ha postulado que una
buena economía ha de ser una economía sin mercado y sin dinero, se
ha equivocado la meta, o el tipo de economía por construir. Ello ha
sido causado por no haberse accedido a la autonomía en la crítica
del presente y en la concepción del cambio necesario, que se han
mantenido en el plano subordinado del antagonismo respecto del
capitalismo y del estatismo, sin superarlos realmente. Desde una
nueva estructura del conocimiento, desde una teoría económica
comprensiva, tendremos que elaborar un nuevo proyecto para la
economía buena, propia de una nueva y superior civilización.
Son
temas que quedan abiertos a la reflexión, y es bueno que queden
abiertos, pues sobre ellos debemos realizar todavía muchas
experiencias y búsquedas, con autonomía, con creatividad, con
solidaridad. Sobre todo esto tendremos que intercambir ideas,
experiencias y búsquedas, y dialogar abiertamente, sin pensar que ya
tenemos las respuestas.
Muchas
gracias.
Luis
Razeto M.
(Texto de la conferencia
ofrecida en el VI Encuentro Nacional de RENAFIPSE
denominado "Retos y Estrategias para la Consolidación de la
Economía Popular y Solidaria y del Sector Financiero Popular y
Solidario", realizado del 22 al 24 de noviembre de 2012 en la
Escuela Politécnica Nacional de la ciudad de Quito .)