lunes, 23 de septiembre de 2019

EL "FACTOR C": LA FUERZA DE LA SOLIDARIDAD EN LA ECONOMÍA (Entrevista)


       ¿Podrías decirnos cuando nace la economía solidaria, o economía de solidaridad? ¿De dónde viene? ¿Quién empezó con esto?

      Muy buena tu pregunta. En realidad, de la economía solidaria se está hablando desde hace poco tiempo, si lo consideramos en términos históricos; pero si nos ponemos a buscar las primeras manifestaciones de lo que hoy entendemos como economía solidaria tendremos que retroceder probablemente hasta los comienzos de la historia. Desde siempre ha habido personas que trabajan juntas para producir lo que necesitan, que comparten bienes y servicios para satisfacer sus necesidades comunes, que colaboran unos con otros para desarrollar sus comunidades locales. Siempre han existido formas de consumo comunitario, y siempre los hombres se han asociado para realizar empresas que les interesan y que gestionan grupalmente.

      ¿Quieres decir que la economía ha sido siempre solidaria?    

      No exactamente. En la historia ha habido múltiples formas de organización económica; pero tal vez la primera de todas haya sido una que podamos reconocer como solidaria. Y a lo largo de la evolución de la sociedad y hasta nuestros días, en los diferentes sistemas económicos, aún en los más individualistas o autoritarios, ha habido alguna expresión de economía solidaria, que ha coexistido con otras maneras de organizarla.

      Pero entonces ¿qué es lo nuevo de la economía de solidaridad?

      Saber que la economía de solidaridad viene de muy antiguo tal vez no sea completamente del agrado de quienes gustan de lo nuevo y aspiran a la originalidad. Pero es importante darse cuenta de que es así, porque reconocer que siempre ha existido nos garantiza del carácter profundamente humano, e incluso natural, de la economía de solidaridad. En todo caso, nos lleva a la indiscutible conclusión de que la economía de solidaridad es posible, y que no es una mera utopía como tienden a creer algunos escépticos. Ahora, lo nuevo, nuevísimo, es la expresión "economía de solidaridad". He rastreado en la literatura económica, social y religiosa buscando la fusión de las palabras economía y solidaridad en una sola expresión, sin encontrarla hasta 1980 en que empezamos a utilizarla. Por cierto, hay otras expresiones que se han utilizado para referirse a manifestaciones de la misma realidad: economía cooperativa, economía comunitaria y de comunidades, economía social y autogestionada, economía humana, civilización y sociedad solidaria, economía de las donaciones, etc. Pero "economía de solidaridad" o "economía solidaria", expresión que alguien llegó a considerar tan extraña como la de "física sentimental" o "sociología amorosa", es un concepto cuya difusión, bastante rápida por lo demás, es reciente.

      ¿Y esto a qué se debe? ¿Por qué economía solidaria, o economía de solidaridad, si siempre ha existido, es una expresión extraña?

      Es que en la época moderna, época en que se desarrolla la ciencia de la economía, la economía y la solidaridad parecieran excluirse. En nuestra época se ha difundido la convicción de que la economía requiere comportamientos utilitaristas, maximizadores de la propia ganancia, competitivos y conflictuales. Cuando se habla de cooperación se alude solamente a la necesaria integración de funciones y a la operación combinada de factores económicos tras el logro de la utilidad empresarial. A su vez, el discurso sobre la solidaridad pareciera refractario a la economía, de la cual se desconfía y de la que no se espera la integración comunitaria y social, reservada más bien a la actividad política y de promoción social.

      ¿Cuándo surgió la idea de economía solidaria? ¿De dónde viene el concepto?

      Es interesante conocer el origen de la "economía solidaria o de solidaridad", porque es uno de los pocos conceptos que llegan a formar parte de una ciencia, y que se incorpora a la enseñanza social de la Iglesia, habiendo nacido del mundo popular, en nuestro país. Yo no había escuchado nunca esta expresión hasta 1981, y después he rastreado en la literatura económica y social anterior, sin encontrarla en ningún texto. Fue en un encuentro de reflexión e intercambio de experiencias entre diferentes organizaciones y grupos que desarrollaban iniciativas económicas para hacer frente a la subsistencia, en un contexto de aguda crisis económica, política y social. Habíamos organizado el encuentro en el marco de una investigación del PET (Programa de Economía del Trabajo), que se proponía sistematizar las múltiples y heterogéneas experiencias de organización y apoyo que desde 1974 se desplegaban en las poblaciones más pobres y más fuertemente afectadas por la crisis económica y política. Había allí organizaciones que se habían dado diferentes nombres: "talleres solidarios", "ollas comunes", "comedores populares", "comprando juntos", "centros de servicio a la comunidad", "instituciones de apoyo y servicio", etc. La pregunta que motivaba la conversación trataba de identificar lo que tan variadas experiencias tenían en común. Algunas personas hablaban de "organizaciones de subsistencia" y otras de "organizaciones solidarias". Unos, enfatizando la problemática de la subsistencia que motivaba el surgimiento de las iniciativas, ponían el acento en la dimensión económica de la organización y actividad que realizaban; otros, poniendo el acento en las relaciones y valores sociales de los grupos que protagonizaban las experiencias y en los apoyos que recibían, enfatizaban la solidaridad como el elemento más distintivo que compartían las organizaciones presentes. Necesitábamos encontrar un nombre, una denominación común que permitiera referirse a esas tan variadas experiencias y reconocerlas socialmente en su identidad, valor y dignidad. Se proponían dos expresiones para hacerlo: "organizaciones populares solidarias" y "organizaciones económicas populares". En el debate, precisamos la validez de ambas nociones, distinguiendo lo que esas organizaciones hacían (realizaban actividades económicas, hacían economía), y el modo o el cómo lo hacían (con solidaridad, de manera solidaria). Eran organizaciones económicas populares; hacían economía solidaria o de solidaridad. Desde aquella reunión con los protagonistas de las experiencias en que apareció por primera vez la expresión "economía de solidaridad", me interesé por identificar exactamente en qué podría consistir ese modo especial de hacer economía.

      ¿Cuál es ese modo? ¿Cómo puede definirse la economía solidaria?

      Lo esencial de la economía solidaria lo descubrimos en el contacto con esas experiencias de economía popular. Quería entender lo siguiente: ¿Cómo es que esos grupos tan pobres lograban "hacer economía" y obtener beneficios reales y concretos, operando con recursos tan escasos y técnicamente irrelevantes? En efecto, los recursos y factores económicos que utilizaban, y con los cuales lograban producir y entrar de algún modo en el mercado, eran los que el mercado, las empresas y la economía en general, habían descartado por ineficientes, improductivos y obsoletos. La fuerza de trabajo era la de los desocupados, sean trabajadores cesantes, dueñas de casa sin experiencia de empleo formal ni capacitación laboral, personas maduras e incluso ancianos que no formaban parte de la fuerza de trabajo ni de la población económicamente activa; personas, en general, que por su baja productividad no encontraban ocupación en las empresas ni lograban integrarse al mercado del trabajo. Medios materiales de producción económicamente insignificantes: herramientas rudimentarias, en el mejor de los casos maquinaria obsoleta y desechada por las empresas, materias primas de descarte, sin valor económico y a menudo recogida de desechos, y en todo caso de baja calidad y precio. Nulo capital propio y ningún acceso al crédito. Tecnologías rudimentarias: un saber hacer fragmentario, atrasado, al que en gran parte de los casos no podría atribuirse siquiera las características de lo artesanal. Una capacidad de gestión apenas intuitiva, inexperta, sin capacitación ni experiencia anterior en el manejo y administración de actividades económicas. En fin, recursos y factores de los que ningún empresario privado o público esperaría alguna productividad suficiente como para aceptarlos, ni siquiera para darles una utilización subordinada en las empresas y actividades económicas orientadas hacia el mercado. Sin embargo, con éso las organizaciones y grupos hacían economía: producían y se generaban ingresos para satisfacer sus necesidades más acuciantes. Fue tratando de entender lo incomprensible para la teoría y el análisis económico, que empecé a descubrir lo que es la economía de solidaridad. Descubrí algo en verdad sorprendente: todos y cada uno de esos recursos de tan baja productividad, se potenciaban extraordinariamente por la fuerza de la solidaridad. Las personas se ayudaban en el trabajo y crecía su productividad; compartían informaciones y el saber fragmentado se integraba, desarrollándose un "saber hacer" o tecnología eficiente; las personas participaban en la toma de decisiones y la gestión se perfeccionaba; todos hacían aportes de medios materiales y pequeñas cuotas de dinero, y se constituía un pequeño capital productivo; el grupo celebraba el trabajo y cada pequeño logro o avence, y la unidad y alegría del grupo les permitía sortear las situaciones más difíciles. En verdad, la solidaridad era la gran fuerza que convertía en viables y eficientes unas experiencias productivas y comerciales que si se analizaban con las categorías de la economía convencional no tenían ningún destino.

      Entonces ¿la economía solidaria es necesariamente una economía de los pobres?

      No, en absoluto. La economía de aquellos grupos pobres, enseña algo a la economía en general, que pueden desarrollar todas las empresas y las economías a nivel global. Lo que enseñan es que la solidaridad es una fuerza económica, un factor de alta eficiencia y productividad. Nosotros formalizamos esta noción, acuñando el concepto del "Factor C". Es un nuevo factor que integrar a los modelos y análisis económicos, junto al trabajo, el capital, la tecnología, etc. Si en cualquier empresa, hasta en las más grandes y modernas, se pusiera o incrementara la solidaridad, con seguridad sería más productiva y eficiente. Si en el mercado hubiera más solidaridad, el mercado sería más perfecto y funcionaría de mejor manera. Si en las políticas públicas y en las decisiones económicas del estado hubiera mayores dosis de solidaridad, esas políticas serían mejores y sus resultados más eficientes. Esa es la fuerza del "Factor C".

      ¿Por qué ese nombre: Factor C?

      Simplemente porque con la letra C comienzan muchas palabras que lo identifican: compañerismo, comunidad, cooperación, colaboración, comunión, coordinación y otras. Hace años, en Venezuela, yo explicaba el "factor C" en una comunidad de trabajo, y un hombre ya anciano y de larga trayectoria de acción social me dijo: "A ese factor c yo le pondría una C mayúscula, porque para mí es el factor Cristo". Y así quedó, con mayúscula.

      ¿Dónde podemos conocer más de todo esto, y profundizar en la economía de solidaridad?

      ¿Conocer? Pues, mirando la realidad con los ojos abiertos, descubriendo la presencia activa y la fuerza de la solidaridad, operando, en mayor o menor medida, un poco en todas partes. Y al que quiera profundizar en la teoría y el análisis, les recomendaría empezar con mis libros "Los Caminos de la Economía Solidaria" y "Creación de Empresas Asociativas y Solidarias", disponibles en Amazon, aquí:

LOS CAMINOS DE LA ECONOMÍA SOLIDARIA

CREACIÓN DE EMPRESAS ASOCIATIVAS Y SOLIDARIAS



viernes, 13 de septiembre de 2019

ECONOMÍA SOLIDARIA PARA UNA VIDA NUEVA, PARA UN BUEN VIVIR *



Quiero ante todo agradecer a quienes me invitaron a este encuentro. Y no sólo por la oportunidad de estar aquí, sino especialmente por la ocasión que me ofrecieron al plantear como tema de esta charla la relación entre la economía solidaria y el 'buen vivir', lo que me ha servido para profundizar conceptos que considero muy importantes para todos los que buscamos crear una nueva economía y avanzar hacia una vida nueva, buena, mejor que la actual.
Comenzaré refiriéndome a la situación en que nos encontramos. Durante décadas, las economías modernas han estado creciendo. El industrialismo, el consumismo, el endeudamiento y la competencia entre los países, entre las empresas y entre las personas, han sido los motores que han impulsado el crecimiento económico.
La participación en ese crecimiento económico y el aprovechamiento de sus beneficios ha sido muy inequitativo, dando lugar a acentuadas injusticias y desigualdades entre las distintas regiones del mundo, entre los países y entre las personas. Esas desigualdades e injusticias han generado conflictos sociales y luchas tendientes a lograr mejores equilibrios socio-económicos; pero poco se ha logrado, y el hecho es más bien, que las desigualdades se han venido acentuando.
Después de muchas décadas de crecimiento desigual, actualmente las economías modernas se orientan hacia una fase, que probablemente se prolongará también por varias décadas, en que tendrán que decrecer, achicarse. El sobre-endeudamiento financiero, el aumento de los costos de la energía, el agotamiento de ciertos recursos naturales, los efectos del deterioro ambiental, el incremento de los precios de los alimentos, etc., obligarán a las economías modernas no solamente a frenar el crecimiento, sino que tendrán que decrecer paulatinamente.
En algunos países el decrecimiento ha comenzado y parece inevitable que continúe. No hay que engañarse con las cifras que dan los gobiernos y los economistas, que hablan todavía de crecimiento del PIB. El engaño está en que miden la economía y la producción en dinero; pero el dinero no es una unidad de medida confiable, porque está perdiendo valor. Es como si midiéramos un camino con un metro más corto: nos dará que mide más metros, pero el tamaño del camino no habrá cambiado.
En el contexto del decrecimiento, lo más probable será que la competencia entre los países, las empresas y las personas se acentúe, y que los conflictos sociales se agudicen. Acostumbrados a competir económicamente y a luchar socialmente, la tendencia predominante irá en la línea de un decrecer compitiendo y en conflicto acentuado. En esa dirección, cada cual tratará de hacer, de intentar, que sean otros (otros países, otras empresas, otros individuos, otras clases sociales) los que decrezcan más que uno. Son evidentes los peligros que ese camino entraña, porque no es lo mismo competir y luchar en un contexto de oportunidades crecientes para todos, que hacerlo en uno de crecientes restricciones para todos. Se avecinan tiempos duros y difíciles. Porque las economías decrecerán mientras la competencia continuará acentuando las desigualdades, y la conflictualidad social no resolverá los problemas y seguramente aumentará los sacrificios de la gente. Será así mientras no se establezcan nuevas formas de hacer economía, ambientalmente y socialmente sustentables, orientadas hacia el desarrollo humano más que al crecimiento económico.
Lo que tenemos que asumir es que estamos comenzando a experimentar el final de una época histórica, el término de un modelo económico, de un modo de desarrollo, de un modelo cultural, y de una forma de vivir. Es la 'crisis orgánica' de la civilización moderna, que está declinando y llegando a su fin.
Pero me atrevo a pensar y a decir, que eso que ocurrirá no es tan malo, y que abrirá oportunidades y posibilidades nuevas y mejores, especialmente para los países, para los sectores sociales y para las personas que han estado malamente integrados en la civilización moderna, y que poco se han beneficiado de sus riquezas y logros. Pero también puede ser una oportunidad para todos, incluso para quienes están bien insertados en la economía actual, a quienes la economía actual les proporciona tal vez muchas cosas y dinero para comprar bienes y servicios, pero éstos no les permiten realmente una buena vida, no les facilitan el desarrollo personal, la buena convivencia social, el saludable contacto con la naturaleza, una educación y conocimientos realmente útiles para el desarrollo intelectual, moral y espiritual, ni satisfacción adecuada de las más profundas necesidades humanas, que nos aproximen a una auténtica felicidad.
Pues bien, cuando una civilización decae, la historia enseña y muchas experiencias actuales confirman, que es el momento en que se da inicio a una nueva civilización. A nuevos modos de hacer economía, a nuevos paradigmas culturales, y a nuevos modos de vivir. Una vida nueva está naciendo y puede crecer y desarrollarse junto al decrecimiento de la economía predominante.
Pero esto no es automático. Que así ocurra depende de nosotros. Porque la nueva economía, la nueva cultura, y la nueva vida, hay que crearlas: hacerlas nacer, cultivarlas y desarrollarlas. Podemos buscar y encontrar una vida buena, mucho mejor que la actual.
En este proceso, tenemos que plantearnos dos objetivos simultáneos y paralelos:
  1. Reducir los inevitables sufrimientos humanos implicados en el decrecimiento económico de este modo actual de hacer economía. Pues, mientras no hayamos desarrollado una nueva economía, aumentarán el desempleo, la pobreza, las carencias, la marginación, la conflictividad, y todo esto será muy duro para muchísimas personas.
  1. Desarrollar esos nuevos modos de hacer economía y esos los nuevos modos de vivir, más cooperativos, solidarios, sustentables en el tiempo, que vayan abriendo la experiencia humana a nuevas y mejores posibilidades, realizaciones y experiencias.
En este sentido, sabemos y hay que reconocer y decir, que formas económicas alternativas, cooperativas y solidarias existen desde hace mucho tiempo, y que han alcanzado algún grado de desarrollo interesante en algunos países.
Pero lo que se ha logrado es todavía poco, insuficiente, y no siempre está bien orientado. Lo que me propongo mostrar y demostrar en esta exposición, es que tales experiencias y organizaciones, siendo en sí muy valiosas, han tenido limitaciones que les han impedido alcanzar las dimensiones y la profundidad de cambio suficientes para abrir el camino a una nueva vida y a una nueva civilización.
Y quiero mostrar que la causa principal de su menor desarrollo ha sido que esas experiencias alternativas han estado enmarcadas dentro del modo de crecimiento y del modo de vivir que es el de la civilización moderna, capitalista y estatista a la vez. Esto es urgente comprenderlo teóricamente y superarlo en la práctica, porque mientras la economía esté creciendo, no es un gran problema para esas iniciativas el estar insertas y enmarcadas en la economía predominante, o sea en el mercado capitalista y en los servicios públicos y estatales. En realidad es un gran problema, pero no nos damos cuenta de la limitación que esas experiencias alternativas experimentan por ese condicionamiento.
Examinemos todo esto con algún detenimiento y en detalle.
Repito que es importante reconocer la existencia de múltiples y variadas iniciativas, experiencias y procesos orientados en direcciones que pueden converger hacia el proyecto de una nueva economía. Los intentos de crear una nueva economía, basados en el conocimiento, en la autonomía, en la creatividad y en la solidaridad de sus participantes han sido múltiples y variados. Entre ellos podemos enumerar el cooperativismo, la autogestión, la economía comunitaria, la economía de comunión, el comercio justo, la finanza ética, el consumo responsable, las organizaciones económicas populares, y varias otras.
Pero debemos reconocer también, que no han sido suficientes para superar el capitalismo y el estatismo, y que en gran medida permanecen subordinados a las lógicas de la civilización y de la economía modernas. Una pregunta que hay entonces que hacerse es la siguiente: ¿qué ha impedido su mayor desarrollo, o qué límites les son inherentes, tales que no les ha sido posible configurar todavía una verdadera economía nueva y superior?
No desconocemos que en muchas circunstancias las organizaciones económicas no-capitalistas, cooperativas y solidarias, han enfrentado obstáculos puestos por la legislación y, sobre todo, por la elevada concentración capitalista en que se desenvuelve el mercado. Pero no es ése el verdadero y más grave de los problemas. De hecho, puede afirmarse que en muchos países estas experiencias han contado con apoyo del Estado y de las instancias gubernamentales, que las han favorecido con sostén jurídico, privilegios tributarios, asistencia técnica y financiera. Entonces, nos orientamos a pensar que las limitaciones principales a su desarrollo debemos buscarlas en aspectos inherentes a su propio modo de organizarse, de relacionarse y de actuar.
Tal vez el problema más serio que se manifiesta en estas experiencias alternativas, sea el hecho de no haber podido hasta ahora convencer de que, además de ser éticamente superiores, sean también más eficientes desde el punto de vista económico; es decir, que realicen un uso más productivo de los recursos, que proporcionen una mejor retribución a las personas que participan en ellas, y que alcancen condiciones de precio y calidad de los bienes y servicios más convenientes para los consumidores. Pero ¿es sólo que no han sido tan eficientes como para competir eficazmente? O hay detrás de esto un problema más de fondo?
A menudo se hace el razonamiento de que “es preciso sacrificar un poco la eficiencia económica en orden a lograr una economía socialmente justa y éticamente más humana y con valores más elevados”. El discurso habitual de los promotores de estas economías “alternativas” incluye casi siempre un llamado al sacrificio: hay que sacrificarse por la cooperativa, para sostener el proyecto “social”, es preciso estar dispuestos a pagar más por productos “éticos”, etc. Pero la economía, por definición, está orientada a producir beneficios, en el sentido que los beneficios sean siempre superiores a los sacrificios, y cuanto más elevados sean los beneficios y más reducidos los sacrificios, la economía será más atractiva y eficiente. Por ello, no se podrá expandir socialmente una nueva superior economía hasta el punto en que pueda prevalecer, si no se logra que sea, simultáneamente, más ética (justa, solidaria, libre) y más eficiente. O sea, que proporcione una mejor vida a quienes participan en ella.
Hace años escribí un libro - Empresas Cooperativas y Economía de Mercado - para comprender las razones del escaso éxito histórico de los proyectos económicos “alternativos”. Resumiré las causas más importantes de esos límites:
Primero: Fundarse en concepciones no realistas sobre la “naturaleza humana”. En ciertos casos se supone que las personas son naturalmente generosas y solidarias, poniéndose escaso énfasis en la necesidad del desarrollo personal en términos del conocimiento, la creatividad, la autonomía y la solidaridad. En otros casos, se desconocen los legítimos intereses personales y familiares, partiendo de una visión colectivista de la sociedad.
Segundo: Carecer de una elaboración teórico-científica que comprenda, potencie y guíe la organización y el desarrollo de esas experiencias económicas. Es cierto que el cooperativismo, la autogestión, la economía comunitaria, el comercio justo, la finanza ética, el consumo responsable, etc. tienen concepciones y pensamientos que los guían, pero ellos son básicamente de tipo doctrinario o ideológico, normativo y ético, y no propiamente de ciencia económica, y menos aún, que correspondan a una nueva estructura del conocimiento que es necesaria para iniciar la creación de una nueva y superior civilización.
Tercero: Permanecer atrapadas en los niveles “primitivos” de la ruptura (quedarse fuera) y del antagonismo (ponerse contra) respecto a las teorías y prácticas económicas de la economía moderna, sin elevarse hasta el indispensable nivel de la autonomía. Consecuencia de ello es que habitualmente esas experiencias se auto-definen en términos negativos en vez de afirmativos, como se aprecia en las expresiones “sin fines de lucro”, “non-profit”, “no-capitalista”.
Ahora voy a un punto cuarto, que me parece esencial: Algo que ha limitado y dificultado la creación de iniciativas económicas solidarias, ha sido el privilegiar y enfatizar las organizaciones y actividades de producción y distribución por sobre las de consumo. De hecho, los principales procesos tendientes a crear una nueva economía comienzan habitualmente por crear iniciativas productivas, comerciales y financieras. Esto probablemente sea una herencia ideológica de matriz marxista, pensamiento que resalta y hace prevalecer en su concepción económica la producción y la distribución, por sobre el consumo y la satisfacción de las necesidades humanas.
En seguida explicaré por qué es esto un problema, y cuáles son las limitaciones a que da lugar. Pero antes quiero decir que con estas consideraciones críticas no estamos descalificando el cooperativismo, la autogestión, la economía comunitaria, la finanza ética, el comercio justo y tantas otras experiencias y movimientos afines. Ellos son componentes reales, incluso esenciales para la creación de la nueva civilización. Lo que sostenemos es que requieren superar las limitaciones que han presentado hasta ahora, renovarse en profundidad, acceder a grados crecientes de conocimiento, de autonomía, de creatividad y de solidaridad, para que asumiendo en plenitud los objetivos y el proyecto de una nueva civilización, desplieguen sus propias potencialidades, y accedan al nivel de conciencia - teórica y práctica - requerido para ser eficaces en la realización de tan magno proyecto.
Más específicamente, se requiere un proceso de reformulación conceptual que oriente la superación de las limitaciones mencionadas. Tal formulación debe incluir, ante todo, una concepción más profunda y exacta de la naturaleza humana y de las necesidades del hombre y de la sociedad. Y en este sentido, una comprensión profunda de lo que significa el buen vivir humano, personal, familiar, comunitario, social.
Habrá que disponer también de una nueva concepción del desarrollo, o sea de los procesos de expansión y perfeccionamiento de la nueva economía, que sean sustentables en relación a las exigencias de la ecología y del medio ambiente; que sean social y políticamente consecuentes y realistas; y que proporcionen orientaciones claras y convincentes a las personas y a las organizaciones orientadas en la perspectiva de una vida buena, de un nuevo tipo de desarrollo humano, de una nueva civilización.
Pero, además, si comprendemos a fondo que los límites de las economías asociativas y solidarias ha sido el centrarse en la producción y orientar su propia producción en orden a satisfacer las demandas de consumidores moldeados por el modo de desarrollo capitalista y estatista, o sea de consumidores conformados a los modos de vivir de la civilización moderna, entonces nos daremos cuenta que es necesario un cambio profundo en la propia economía asociativa y solidaria. Ésta no puede competir con empresas productivas capitalistas y con proveedores estatales que han creado pautas de consumo, y formado a sus propios consumidores, conforme a sus intereses, y a su imagen y semejanza.
Nos damos cuenta de algo que quienes hemos estado muchos años en las búsquedas de una economía solidaria no siempre hemos comprendido bien, a saber, que en la creación de una nueva economía el punto de partida debe ser la transformación del consumo.
La razón de ello es clara: si se asume que el fin de la nueva economía es el ser humano, su buen vivir, su realización y felicidad, hay que empezar examinando si el consumo de los bienes y servicios que producimos está sirviendo a ese objetivo. Hay que empezar transformando el consumo, para que éste sirva realmente a satisfacer las verdaderas necesidades del ser humano, y a generar una vida buena.
Y hay que empezar cambiando lo que entendemos por consumo. El consumo de un alimento se cumple en el acto de comerlo, de satisfacer la necesidad de nutrirse y de gozar de sus sabores. El consumo de un libro consiste en leerlo, en satisfacer el deseo de aprender y de entretenerse con la lectura. El consumo de una terapia médica se verifica en el proceso de curarse la enfermedad y de vivir saludablemente.
Esto no ha sido comprendido en la economía moderna, que en la llamada 'teoría del consumidor' reduce el consumo al comportamiento de las personas en el mercado, en cuanto compran bienes y servicios. Desde esa óptica el consumo de los alimentos se realizaría en el supermercado; el consumo del libro consistiría en comprarlo; la terapia se consumiría en el momento en que se paga. Entonces no interesa si el alimento nutre bien a la persona, o el libro la haga más culta, o la terapia sane y haga feliz al enfermo. Lo que importa es cuánto dinero gasta el consumidor en la compra.
Las teorías económicas no se han ocupado de lo esencial de la economía que es la satisfacción de las necesidades y el desarrollo humano; lo que les interesa es que los individuos estén en el mercado y compren lo más posible, para lo cual puede incluso ser mejor que las personas permanezcan insatisfechas, si ello los impulsa a comprar más cosas y servicios.
Se requiere una nueva concepción del consumo para concebir y construir una nueva y superior economía. Pero entonces se hace necesario repensar a fondo la cuestión de las necesidades, partiendo de la crítica al modo en que se las concibe en la sociedad moderna. Es una crítica indispensable para comprender la radicalidad del cambio que tenemos que hacer al nivel del consumo. Porque - podemos adelantarlo - es el consumo tal como se da actualmente, lo que lleva a las personas a vivir sus necesidades de manera tal que las convierte en ignorantes, pasivas, dependientes y competitivas. Será radicalmente distinto el consumo que nos convierta en personas de conocimiento, creativas, autónomas y solidarias; pero este nuevo modo de consumo implica entender de otra manera las necesidades humanas.
En la civilización moderna se han dado dos maneras de entender las necesidades: la liberal-capitalista y la social-estatista; opuestas entre sí a nivel político; sin embargo ambas se fundan en una similar concepción positivista y naturalista del hombre y de la sociedad.
Según la concepción liberal-capitalista no existiría una naturaleza humana común a todos los hombres, sino sólo individuos que se comportan empíricamente de ciertas maneras, cada uno con sus particulares intereses, necesidades y deseos; cada uno compitiendo con los otros. Las necesidades humanas serían aquellas que los individuos expresan al plantear sus demandas de bienes y servicios en el mercado.
Se piensa las necesidades como carencias, como vacíos que deben llenarse con los bienes y servicios, según lo cual habría una suerte de correspondencia bi-unívoca entre las necesidades y los productos y servicios. A cada necesidad correspondería un producto, y a cada producto correspondería una necesidad. Entonces las necesidades no se experimentan como necesidades del propio ser, sino como las necesidades de comprar y poseer cosas y servicios.
Se supone, además, que las necesidades son recurrentes, es decir, que se satisfacen cada vez que los vacíos se llenan con ciertos productos, pero ellas vuelven al poco tiempo a presentarse insatisfechas; y se concibe que las necesidades son crecientes. Los seres humanos, una vez que satisfacemos ciertas necesidades, queremos siempre satisfacer otras, nuevas, más amplias y más sofisticadas necesidades, de modo que estamos siempre insatisfechos. Se afirma que somos insaciables.
Pero ¿somos así los seres humanos? ¿Somos esas cosas con muchas carencias, con tantos compartimentos vacíos, que se llenan y que se vacían, que se van multiplicando y creciendo, y que demandan siempre más bienes y servicios con que llenarse? ¿O es más bien que así nos quiere el mercado capitalista?
La otra concepción de las necesidades que ha tenido presencia en la civilización moderna es la socialista-estatista. La concepción del hombre subyacente a este enfoque postula que lo único que pudiera corresponder a una naturaleza humana sería la colectividad, entendida como la 'especie' humana natural. Esta concepción sigue pensando las necesidades como carencias recurrentes que se llenan con productos y servicios crecientes. Se diferencia de la concepción liberal en que hace una neta distinción entre las que serían las 'verdaderas' necesidades humanas – aquellas propias de la especie -, y los que serían solamente deseos y caprichos individuales. Las 'verdaderas necesidades' serían comunes e iguales para todos: alimentación, vestuario y abrigo, vivienda, protección, informaciones, recreación, servicios de salud, y pocas más.
Siendo pocas y fácilmente identificables, se afirma que se puede planificar su creciente satisfacción a través de la acción del Estado. Cada sociedad podría definir sus necesidades, pero como colectivo; por lo tanto, según esa concepción hay que planificar la economía y regularla estrictamente, reduciendo los espacios de libertad en que los individuos expresen sus deseos y caprichos, porque si cada individuo persistiera en expresar libremente sus demandas, no se cumpliría la función del Estado de ordenar la sociedad hacia fines que el mismo Estado determina.
La diferencia entre la concepción liberal-capitalista y la concepción socialista-estatista reside en que mientras en la primera los productos para satisfacer las necesidades son demandados por los individuos y provistos por el mercado, en la segunda los productos son determinados y provistos por el Estado.
Ahora bien, esas dos concepciones de las necesidades, si bien opuestas políticamente, en los hechos se han ido amalgamando en la sociedad moderna. Por un lado se reconoce que los individuos pueden expresar con libertad sus demandas de bienes y servicios en el mercado. Y al mismo tiempo se acepta que existe un nivel de acceso a ciertos bienes y servicios que debe ser igual para todas las personas; acceso que se entiende como un 'derecho' que los ciudadanos pueden exigir al Estado.
Pues bien, este reconocimiento de ambas lógicas como legítimas da lugar a una estructura de las demandas, y a un tipo de consumidor - lo llamaremos el consumidor moderno – muy exigente y complicado, que genera un problema económico tendencialmente insoluble, y que es lo que origina la gran crisis que afecta a la actual pero ya vieja civilización moderna.
En efecto, desde ambas racionalidades (la del mercado capitalista y la del Estado proveedor), las necesidades están creciendo, multiplicándose y diversificándose, y en consecuencia la economía está fuertemente presionada a crecer, a multiplicar su oferta de bienes y servicios, para satisfacer tanto las demandas colectivas que se exigen al Estado, como las demandas individuales que se expresan en el mercado. Desde ambas perspectivas, desde ambas lógicas, se está viviendo un elevamiento del umbral de la cantidad de productos que se demandan y del nivel de acceso al que se aspira.
Por un lado está la lógica del mercado, que es fundamentalmente una lógica de individuación y diferenciación mediante la posesión de cosas, donde cada cual trata de diferenciarse, de prestigiarse, de tener acceso a más bienes y servicios. Entonces se produce una suerte de persecución, porque nadie quiere quedar rezagado: quienes tienen mayor capacidad de compra demandan bienes y servicios cada vez más sofisticados, cada vez más complejos, o en cantidades mayores. Los que los siguen, van accediendo a esos niveles con algún retraso; pero ya los más avanzados se distancian adquiriendo productos más sofisticados, más refinados. Y así continúa en el mercado una persecución imparable.
Al mismo tiempo se genera un elevamiento persistente del nivel mínimo considerado socialmente aceptable. El elevamiento del nivel individual genera un elevamiento del nivel colectivo, por efecto demostración, por efecto de imitación, por efecto de que "bueno, lo que otros tienen por qué no lo podemos tener todos". De este modo el Estado es exigido a ofrecerle a sus ciudadanos mejores condiciones de habitabilidad, más medios de transporte, mejores sistemas educativos, mejores servicios de protección y de salud, acceso a la educación en niveles cada vez más elevados, etc.
A su vez, el elevamiento del nivel de lo que es común para todos genera una presión en el mercado para diferenciarse por arriba. Porque si, por ejemplo, ya todos tuvieran educación universitaria, el mercado generará las instancias para que todos aquellos que quieran ser más que el común y que presionan por niveles de enseñanza más elevados para sus hijos, les sean provistos. Y así en todos los ámbitos de necesidades.
Entonces, el consumidor moderno, además de ser insaciable, es tremendamente demandante y exigente frente al Estado, pues considera que tiene derecho a que el Estado le provea de todo lo que se necesita para alcanzar el nivel social medio, y además, que tiene derecho a que el mercado le proporcione todo lo que desee y pueda pagar. Y si no lo puede pagar, considera que tiene derecho a que le den el crédito necesario para comprarlo.
Todo esto da lugar a un proceso de aceleración impresionante de las demandas, tanto individuales como sociales. Es lo que estamos viviendo en la actualidad. Y esa expansión y esa explosión de las necesidades y de las demandas hacia el mercado y hacia el Estado, genera una presión enorme sobre el sistema productivo. Una presión para crecer, es decir, para aumentar aceleradamente el proceso de producción de bienes y servicios junto con la acelerada expansión de las necesidades.
Pero sabemos y ya estamos comprobando en la práctica que no es posible este crecimiento indefinido. Que no hay recursos y capacidades suficientes para sostener este crecimiento permanente. Que si se continúa por este camino serán irreversibles las consecuencias sobre el medio ambiente y la ecología. Y hay que preguntarse, además, ¿será posible superar los gravísimos impactos que este consumismo exacerbado está teniendo sobre la convivencia colectiva, la gobernabilidad, la ética social y los valores culturales y espirituales? Más aún, ¿no es acaso por estarse llegando a los límites posibles de este crecimiento del consumo, que hoy se torna evidente la crisis orgánica de la civilización moderna, y se plantea la necesidad urgente de construir una civilización y una economía distintas? Y yendo más al fondo del asunto: ¿será verdad que accediendo a más productos y servicios alcanzamos una mejor satisfacción de las necesidades humanas, que nos hacemos más felices, que nos realizamos mejor como personas?
El consumidor moderno no es un consumidor consciente, creativo, autónomo y solidario. Al contrario, su consumo es compulsivo, imitativo, dependiente y competitivo. Así lo quieren la economía y la política dominantes, el mercado capitalista y el Estado asistencialista. Se trata de un consumo que empequeñece a las personas, y que en definitiva genera insatisfacción e infelicidad, que parece ser el estado habitual, más extendido, en que se encuentran muchas personas en la fase terminal de la crisis de la civilización moderna.
De este consumo imitativo, dependiente, compulsivo y competitivo tendremos que liberarnos, para acceder a un consumo consciente, autónomo, creativo y solidario como el que corresponde a una nueva y superior civilización. Y ese cambio no lo harán ni el mercado ni el Estado; es absurdo demandarlo al mercado ni exigirlo ante el Estado, que son los impulsores del consumo dependiente y pasivo. El cambio en los modos del consumo sólo es posible si lo hacemos nosotros mismos, cambiando cada uno, y generando desde nuestro entorno un cambio cultural que vaya expandiendo un nuevo modo de vivir las necesidades y de consumir lo conveniente para nuestra realización personal y para nuestro desarrollo social.
El consumo autónomo es aquél que no se orienta por la publicidad, ni imita las decisiones que hacen los otros, ni entra en competencia por tener más que los vecinos. El consumo autónomo no es tampoco el que se deja llevar por los propios deseos y caprichos, que es más bien una forma de esclavitud, y que implica que no controlamos nuestra propia existencia con conciencia y libertad.
El consumidor verdaderamente autónomo es aquél que identifica sus objetivos buscando su realización como persona humana integral, la satisfacción de sus verdaderas necesidades, que no son las que indican el mercado y el Estado, ni tampoco nuestros instintos inmediatos, sino las que descubrimos mediante el conocimiento de nuestra naturaleza humana, de lo que somos y de lo que estamos orientados a ser.
De este modo comprendemos que todas nuestras necesidades se enmarcan en cuatro grandes dimensiones de la experiencia humana, que podemos representar por dos ejes que se cruzan, o por cuatro vectores que se despliegan a partir de un punto de origen.
El primer eje lo forman, hacia un lado el vector de las necesidades que tenemos como individuos: necesidades de seguridad y protección, de identidad personal, de logro de nuestros intereses y proyectos individuales. Hacia el lado opuesto, el vector de las necesidades como comunidad y sociedad: necesidades de comunicación, de convivencia, de participación, de realización de proyectos colectivos.
El segundo eje lo forman, hacia abajo el vector de las necesidades corporales y materiales: necesidad de alimentación, de salud, de vivienda, de protección de las inclemencias de la naturaleza, de utensilios y equipamientos diversos, etc. Hacia arriba el vector de las necesidades culturales y espirituales: necesidad de conocimiento, de expresión artística, de trascendencia, de belleza, de bondad, de verdad, de valores y experiencias superiores.
Nuestra realización se cumple en la progresiva satisfacción de las necesidades que se van presentando en los procesos de nuestra expansión y perfeccionamiento en esas cuatro dimensiones de la experiencia humana. En esos procesos utilizamos cosas y servicios que nos provee la economía; pero las necesidades se cumplen en nosotros y por nuestra propia actividad, que se sirve de esas cosas y de esos servicios. Esta es la perspectiva en que hay que poner el consumo, revirtiendo la situación actual en que se pone a las personas al servicio de las cosas, trastocando la relación racional entre los medios y los fines.
En la perspectiva de este consumo realizador de las personas y de las comunidades, las necesidades ya no se presentan como carencias o vacíos que llenar con objetos, sino como potencialidades, como experiencias que podemos desplegar activamente. Ellas – las necesidades - son detonantes de actividades, iniciativas y procesos tendientes a convertir en acto lo que está solamente en potencia, como virtualidad, en cada individuo y en cada grupo.
La posibilidad de pensar un nuevo paradigma económico radica en el re-descubrimiento del ser humano como dotado de espíritu, de conciencia y de libertad, y en consecuencia, cognoscente, creativo, autónomo y solidario, responsable de sus acciones. De aquí derivan algunas precisiones sobre las necesidades en cuanto específicamente humanas.
Lo primero es que las necesidades las experimentamos en el plano de la conciencia. Incluso las necesidades corporales, como la de alimentarnos y abrigarnos, se viven subjetivamente. En el ser humano todo ocurre y todo se vive conscientemente, es decir, simultáneamente en el plano interior y en el plano corporal, y en ambos planos se busca encontrar la satisfacción de la necesidad, que será siempre alguna realización personal o social.
Asociado a lo anterior está el hecho que nuestras necesidades son energías que esperan ser desplegadas, son fuerzas que buscan manifestarse. Son vectores direccionados, en el sentido que están buscando activamente algún logro, algún resultado para el individuo o para el grupo. Son energías, pero energías creativas, capaces de producir aquello con lo que se satisfacen. Esto nos permite comprender la creatividad en el consumo.
Partiendo de que la necesidad no se satisface solamente mediante la cosa o la acción externa que se posee o a la cual se accede, sino por la acción del sujeto que emplea la cosa o el servicio externo, descubrimos que la verdadera satisfacción de la necesidad se obtiene mediante el despliegue de la energía que libera la necesidad misma. La necesidad de nutrirnos no la satisface el alimento sino nuestra actividad alimentaria y nutricional. La necesidad de conocimiento no se satisface a través de las informaciones que se presentan a la persona para que las memorice y las aprenda pasivamente, llenando así su ignorancia pensada como el vacío que llenar, sino mediante la construcción activa del conocimientos, construcción que utiliza como insumo o componente los conocimientos e informaciones que otros han elaborado anteriormente; pero no se produce ningún efecto en el sujeto, si éste no los reconstruye mediante su propia acción y proceso de aprendizaje.
Además, las necesidades experimentan un proceso, lo que implica que más que simplemente recurrentes, como se afirma habitualmente, se perfeccionan progresivamente. Por ejemplo, una persona tiene necesidad de lectura, de leer novelas, poesía, de escuchar música, etc. Esas necesidades las desarrollamos y perfeccionamos en la medida que leemos, que escuchamos música, que estudiamos.
Por esto, pensamos en un consumo que nos lleve a satisfacer autónoma y creativamente nuestras necesidades, perfeccionando nuestro ser. De hecho los seres humanos vivimos las necesidades como proyectos. La necesidad motiva, impulsa, mueve a ser más, a perfeccionarnos. Orientar nuestro consumo por el objetivo de la realización y el perfeccionamiento personal y social, nos encamina hacia una civilización superior, en la cual la experiencia humana podrá descubrir horizontes nuevos, incluso desconocidos hasta ahora.
Podemos todavía preguntarnos: ¿de qué modo utilizar los bienes y servicios para que su consumo nos proporcione el mayor y el mejor resultado para nuestra realización personal y social, para que alcancemos un buen vivir?
En este sentido podemos identificar un conjunto de 'cualidades del buen consumo', que nos conducen a una mejor calidad de vida empleando menos bienes y servicios, pero en parte diferentes a los que compramos en la actualidad.
Una primera cualidad del buen consumo es la 'moderación', que no significa austeridad ni privación y sacrificio. Moderación significa que se emplean los bienes y servicios en proporción a la necesidad. Un exceso de bienes y servicios, un empleo inmoderado, puede generar una insatisfacción de la necesidad tan fuerte como una escasez o una carencia de bienes y servicios.
Una segunda cualidad del buen consumo es la 'correspondencia', esto es, que para cada necesidad se escojan y empleen aquellos bienes y servicios que puedan satisfacerla de mejor forma. Por ejemplo, la necesidad de entretenerse puede ser satisfecha de distintos modos: a través de un juego grupal, de una convivencia, o mediante la lectura y la música, o una película, o ante la televisión. Cada necesidad tiene posibilidades múltiples para satisfacerse. El buen consumo busca satisfacerlas mediante aquel bien o servicio que mejor corresponda a cada necesidad y que favorezca el desarrollo humano.
Una tercera cualidad del buen consumo es la 'persistencia', o sea que la satisfacción de las necesidades sea tan lograda y cumplida que el efecto se prolongue en el tiempo, sin que vuelvan a presentarse prematuramente. Si uno se nutre adecuadamente, si uno lee un buen libro, si se divierte de modo sano y placentero, la satisfacción se prolonga en el tiempo, liberando tiempo, recursos y energías para otros aspectos de la realización personal.
Una cuarta cualidad del buen consumo la podemos identificar con las palabras 'integralidad', 'equilibrio' y 'armonía'. Teniendo en cuenta que somos sujetos que tenemos múltiples necesidades, la integralidad, el equilibrio y la armonía significan que no ponemos toda la actividad y la energía en una sola o en pocas dimensiones de la experiencia y de las necesidades, sino en atenderlas todas armónicamente.
Una quinta cualidad del buen consumo la podemos llamar 'jerarquización', y se refiere a las opciones que hacemos organizando las satisfacción de las necesidades en el tiempo, a poner el proceso de satisfacción de necesidades bajo control del sujeto. Ser gestor del propio desarrollo, hacer opciones, planificar el propio proceso de consumo. Obviamente hay necesidades básicas que no podemos descuidar sino prestarles atención prioritaria. Y hay necesidades que son fundamentales y superiores por el valor que tienen en orden al desarrollo y perfeccionamiento personal y grupal, por lo que también las enfatizamos y damos mayor importancia.
Una sexta cualidad del buen consumo que llamaremos 'potenciación', significa que la propia satisfacción de las necesidades las perfecciona, las eleva, las energiza. Si satisfacemos nuestras necesidades de cultura siempre en un nivel básico nos vamos estancando; si leemos siempre el mismo tipo de libros, si escuchamos siempre el mismo tipo de música, no vamos perfeccionando nuestra capacidad de apreciar las obras de arte, la literatura. Entonces nuestra necesidad se estanca. La potenciación significa buscar que el proceso de consumo desarrolle cualitativamente esas necesidades, haciendo que sean cada vez más propiamente humanas, más creativas, más autosuficientes.
Una séptima cualidad del buen consumo que llamaremos 'articulación e integración'. Contrariamente a la tendencia a consumir un producto para cada necesidad, podemos pensar que a través de una actividad compleja se pueden satisfacer simultáneamente distintas necesidades, especialmente si esa actividad compleja se realiza grupalmente. Por ejemplo en una actividad de convivencia comunitaria es posible satisfacer al mismo tiempo necesidades de relación, de convivencia, de información, de comunicación, de alimentación, de participación, de protección y muchas otras que se cumplen simultáneamente, generando una elevada satisfacción y felicidad.
La octava cualidad del buen consumo la identificaremos con la 'cooperación y reciprocidad'. Si aspiramos a un desarrollo humano integral, a una experiencia compleja, rica, diversificada, difícilmente lo lograremos de manera individual. El desarrollo integral requiere la participación en colectivos, ser parte de familias y de comunidades, convivir y compartir.
En ese sentido, si uno quiere desarrollar las necesidades espirituales o satisfacer las de conocimiento, conviene encontrar personas que quieran lo mismo; si uno quiere desplegar su talento musical o deportivo, tiene que vincularse a personas que compartan esas motivaciones. Y si nos articulamos en una organización, en una experiencia humana donde se encuentren personas que destacan en diferentes cualidades, nos enriquecemos todos al ser parte de un grupo donde podemos aprender muchas cosas unos de los otros.
Conclusión de todo lo dicho es que la mejor satisfacción de las necesidades, acceder a una superior calidad de vida, a un buen vivir, a la realización personal y grupal, no implican incrementar las compras y el consumo, ni requieren necesariamente una mayor producción. La consecuencia obvia de esto es que el buen consumo, el consumo realizador, conlleva una transformación radical de la producción, cambios profundos en dos aspectos estrechamente relacionados: en lo que se produce, y en cómo se produce.
Si se produce para la satisfacción de las necesidades y el desarrollo humano, gran parte de la actual producción, y en particular muchos bienes y servicios que satisfacen el consumismo y el consumo dependiente, imitativo y competitivo, dejarán de ser necesarios y útiles. Una nueva estructura de la producción se irá creando a medida que más personas y grupos vayan adoptando los criterios de moderación, correspondencia, persistencia, integralidad, equilibrio, jerarquización, potenciación, integración y cooperación que son propios del 'buen consumo' y del buen vivir.
En tal sentido y en líneas muy generales, podemos prever que se expandirán la agricultura y la producción de bienes y servicios básicos, junto con la educación y la cultura, las comunicaciones y los servicios de proximidad. Podrán disminuir en cambio la minería, la industria pesada, el transporte, la industria del petróleo y sus derivados, la industria química, los servicios financieros, y la extendida producción de baratijas. Como resultado de todo ello, mejorarán conjuntamente el medio ambiente y la calidad de vida, generándose un tipo de desarrollo muy diferente al insostenible crecimiento económico actual. La economía y el desarrollo en la nueva civilización serán social y ambientalmente sustentables.
Ahora bien, no se trata solamente de un cambio en lo que se produce, sino también en los modos y en las estructuras que adoptarán las actividades productivas. Transformaciones que serán consecuencia directa, por un lado de la expansión del consumo creativo, autónomo y solidario que hemos analizado, y por otro lado, de la implementación de los valores y criterios de la organización social de la nueva civilización.
Y es en este sentido que la economía solidaria encontrará su verdadero sentido, y podrá desplegar todas sus potencialidades, llegando a consolidarse como el principal sector de la economía.
Porque, en correspondencia con las nuevas formas del consumo, y paralelamente al decrecimiento de la economía capitalista y estatista, viviremos un proceso de potenciamiento de las capacidades de producción de las personas, de las familias, de las comunidades y de los grupos locales. Vimos, en efecto, que el 'buen consumo' conduce a las personas y a las comunidades desde la dependencia hacia la autonomía. Esto es un proceso, y en realidad la autonomía se hace posible una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo personal.
Lo podemos comprender mejor con un ejemplo. Si uno no ha leído nunca un libro, la motivación para hacerlo y el aprendizaje de la lectura deben llegarle desde fuera. Pero cuando uno se convierte en un lector, ya nadie tiene que motivarlo a que lea, y por sí mismo busca libros, necesita leer, e incluso puede llegar a escribir sus propias narraciones y pensamientos, ofreciéndolas a otros. Lo mismo pasa con cualquier actividad o trabajo: podemos pasar progresivamente desde la dependencia a la autonomía y desde la autonomía a la solidaridad, en la medida que desarrollamos las capacidades implicadas en la actividad o trabajo que realizamos.
Son la pobreza, la inseguridad, la carencia de capacidades, la falta de relaciones, la ausencia de convicciones, lo que hacen tan apreciada la adquisición de cosas y el recurso a servicios externos. Pero cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo personal nos hacemos más autosuficientes, menos necesitados de bienes y servicios exteriores. Si alguien tiene un buen desarrollo personal, una riqueza de personalidad, es muy probable que necesite comprar menos bienes y servicios, no porque haya apagado sus necesidades sino porque las satisface más autónomamente, y porque el sujeto pone mayor dedicación a aquellas dimensiones de la experiencia en las cuales es capaz de autogenerar proyectos y satisfactores por su cuenta.
En esta dirección podemos ver que en la nueva economía debieran experimentar un gran desarrollo el trabajo autónomo y asociativo, la autoproducción, los procesos de desarrollo local. Junto con ello se dará una más directa relación entre el consumo y la producción, incluyendo una mayor autonomía alimentaria y energética a nivel local y nacional. Todo esto es parte del crecimiento en autonomía, en creatividad y en solidaridad de las personas, las familias, las organizaciones y las comunidades. Esa es, y será en adelante, la perspectiva más profunda de la economía solidaria.
Si en la economía moderna son pocos los empresarios y muchos los trabajadores dependientes, en la nueva economía nos orientaremos todos a ser emprendedores, creativos, autónomos y solidarios. En tales condiciones, muchas empresas serán creadas mediante la libre asociación entre personas que poseen distintos y complementarios recursos y capacidades, que cooperan en la realización de los objetivos económicos que comparten. Cuando las empresas se constituyen de este modo, no es posible que en ellas se instauren la explotación y el dominio, ni el enriquecimiento de unos pocos a costa del esfuerzo y el sacrificio de muchos. Esas nuevas unidades productivas se forman, organizan y operan con los criterios de justicia y equidad que caracterizan a la economía solidaria, que llamamos también economía de solidaridad, de trabajo y de comunidad.
La producción así concebida y realizada, orientada al 'buen consumo', y organizada de estos modos creativos, autónomos y solidarios, requiere sostenerse en el tiempo, reproducirse. Esto nos lleva a plantearnos otras importantes cuestiones: ¿existirán el mercado, el dinero y las ganancias en la nueva economía?
Al constatar las injusticias e inequidades que se producen en el mercado, la excesiva importancia que ha adquirido el dinero, y la exacerbación de la búsqueda de las ganancias en las empresas y por las personas, muchos han imaginado la posibilidad y la conveniencia de una economía que funcione sin dinero, sin mercado y sin fines de ganancia. ¿Será acaso que el mercado, el dinero y la ganancia no debieran quedar en la Nueva Civilización?
El análisis de las causas de las injusticias, inequidades y distorsiones morales de la economía moderna, y la reflexión sobre los modos de organizar la distribución de la riqueza, la producción y el consumo en una sociedad justa y solidaria, nos llevan en otra dirección, que no es la de pensar y postular una economía sin mercado, sin dinero y sin ganancias. Comencemos pensando en el mercado.
Ante todo hay que asumir que el mercado no es una invención del capitalismo ni se identifica con éste, sino que existe prácticamente desde los comienzos de la historia, estando presente en todas las grandes civilizaciones. La verdad es que el mercado existe porque nadie, ninguna persona, familia, comunidad ni país, es autosuficiente para proveerse de todo lo que necesita; y porque las capacidades y recursos se encuentran distribuidos social y geográficamente, razones por las cuales se hace necesario intercambiar recursos, bienes y servicios entre las distintas personas, familias, organizaciones, comunidades y países. En realidad, el mercado es una expresión del hecho que nos necesitamos unos a otros y que trabajamos unos para otros.
Las familias, las comunidades y los países, no somos islas independientes ni desconectadas. El mercado es una de las formas en que nos relacionamos los individuos y los grupos humanos en función de satisfacer nuestras necesidades, y de hacer más eficiente el uso de las capacidades y de los recursos disponibles, que se encuentran diseminados socialmente y dispersos en distintas regiones del mundo,
En tal sentido, el mercado es integrador de la sociedad. Y en el marco de los intercambios, operando en el mercado, cada persona, comunidad, organización y país, cada uno con sus recursos y capacidades, y produciendo bienes y servicios para satisfacer las necesidades de otros, los individuos, las organizaciones y las comunidades desplegamos y acrecentamos nuestra creatividad, autonomía y solidaridad
Entonces el problema, lo que genera las inequidades y explotaciones, no es el mercado en cuanto tal, sino, en la actualidad, su configuración capitalista y estatista. En especial la especulación financiera, donde se generan y reproducen procesos de enriquecimiento por fuera de toda actividad económica útil.
Así como nos planteamos el buen consumo, en una nueva economía debemos plantearnos la tarea de crear y desarrollar un buen mercado, un mercado solidario, no capitalista.
Aparece entonces la interrogante por el dinero. ¿Estará el dinero en el origen de los males? ¿Será que las distorsiones que llevan a la concentración de la riqueza y a la expansión de la pobreza derivan del empleo del dinero en el mercado? De hecho, hay quienes creen en la necesidad de volver al trueque, a la reciprocidad y al intercambio sin dinero, como formas de llegar a una economía humana y socialmente justa.
Pero no es el dinero la causa de las injusticias sociales, aunque podemos identificar en su modo de circulación capitalista y estatista el origen de muchísimos problemas e inequidades. En realidad el dinero es uno de los más grandes inventos de la humanidad, que ha estado siendo perfeccionado durante siglos, y que tiene una utilidad inmensa.
Si bien los actuales movimientos que propician el trueque y la reciprocidad sin dinero realizan experiencias valiosas por la solidaridad, creatividad y autonomía que enseñan, lo cierto es que el trueque presenta serios problemas de eficiencia y de justicia: es difícil de realizar, porque exige cada vez la coordinación empírica de las decisiones de cada oferente con las de cada demandante; no permite intercambiar bienes físicos más allá de ciertos espacios reducidos; y suele ser injusto, porque no tiene un mecanismo de medición del valor de los bienes y servicios que se intercambian.
El dinero resuelve estos problemas al cumplir funciones socialmente necesarias: Sirve como unidad de medida del valor de los factores, bienes y servicios económicos. Es un medio de cambio universal, que facilita la coordinación de las decisiones de los participantes en el mercado. Y entrega información importante para tomar decisiones a través del sistema de precios.
Y hay otros problemas que el dinero resuelve. Los individuos y las sociedades necesitamos asegurar el futuro y hacer reservas de recursos y bienes para cuando los necesitemos. Pero acumular recursos y bienes físicos (trigo, ladrillos, etc.) sería muy ineficiente, pues las cosas se dañan, pierden valor, se las roban. El dinero viene, entonces, a cumplir la función de servir como medio de reserva y acumulación de valor, a través del ahorro, que nos permitirá acceder a bienes que necesitemos en el futuro en base a la riqueza producida en el pasado y en el presente. Y además, mediante el préstamo y el crédito, permite coordinar en el tiempo las decisiones de los distintos agentes económicos, haciendo que lo que unos ahorran hoy (para gastar mañana) esté disponible para quienes lo necesitan hoy pero que sólo podrán pagarlo después.
Ahora bien, de manera similar a lo que ocurre con el mercado, la organización y el funcionamiento capitalista del dinero lo distorsiona, afectando negativamente todas y cada una de sus funciones, con la consecuencia de gravísimas injusticias y desequilibrios. Habrá que crear también, en el contexto del desarrollo del mercado solidario, del buen mercado, también formas de buen dinero, dineros comunitarios, solidarios, dineros organizados de modo tal que contribuyan a la buena vida para todos.
Cuestión que nos conduce al tema de las ganancias. En efecto, la obtención de utilidades o ganancias, conocida también como lucro, ha sido cuestionada por quienes quieren una economía justa y equitativa, proponiendo como solución una economía, empresas y actividades económicas 'sin fines de lucro' o ganancia. Pues se observa que es en la ganancia que obtienen los empresarios, los especuladores y otros agentes económicos, el origen del enriquecimiento de algunos y del empobrecimiento y marginación de muchos.
Pero también sobre la ganancia debemos decir que no es, por sí misma, la causa de los desequilibrios e inequidades económicas y sociales. Generar utilidades y ganancias consiste en que a través de la actividad económica se genera valor, esto es, que el producto de la actividad, o sea los bienes y servicios producidos, valen más que los recursos y factores empleados en su producción. En otras palabras, los outputs de la actividad económica son mayores que los inputs, o más sencillamente, los beneficios son mayores que los sacrificios.
La actividad económica crea valor, siendo la utilidad o ganancia la diferencia entre el valor de los insumos y el valor de los productos. Si no hubiera beneficio y creación de valor, la actividad económica sería simple reproducción de lo existente, no habría razón para la creatividad y la innovación, y la vida se desplegaría en el estancamiento. Nuevamente, el problema no es la ganancia, sino el modo capitalista en que se produce y en que se distribuye el valor económico generado.
Entonces, tenemos que identificar exactamente dónde está el origen de las distorsiones que han experimentado el mercado, el dinero y la ganancia en la economía moderna, y luego descubrir los modos nuevos en que puedan organizarse - el mercado, el dinero y las ganancias - en la economía de la nueva civilización. No podemos desarrollarlo en esta ocasión. Pero dejo planteado el asunto, y quiero invitar a profundizar estos temas que son muy importantes y cruciales para un buen vivir y un buen convivir en sociedad.
Sobre todo ello, me limito a señalar que cuando se ha postulado que una buena economía ha de ser una economía sin mercado y sin dinero, se ha equivocado la meta, o el tipo de economía por construir. Ello ha sido causado por no haberse accedido a la autonomía en la crítica del presente y en la concepción del cambio necesario, que se han mantenido en el plano subordinado del antagonismo respecto del capitalismo y del estatismo, sin superarlos realmente. Desde una nueva estructura del conocimiento, desde una teoría económica comprensiva, tendremos que elaborar un nuevo proyecto para la economía buena, propia de una nueva y superior civilización.
Son temas que quedan abiertos a la reflexión, y es bueno que queden abiertos, pues sobre ellos debemos realizar todavía muchas experiencias y búsquedas, con autonomía, con creatividad, con solidaridad. Sobre todo esto tendremos que intercambir ideas, experiencias y búsquedas, y dialogar abiertamente, sin pensar que ya tenemos las respuestas.
Muchas gracias.
Luis Razeto M.
(Texto de la conferencia ofrecida en el VI Encuentro Nacional de RENAFIPSE denominado "Retos y Estrategias para la Consolidación de la Economía Popular y Solidaria y del Sector Financiero Popular y Solidario", realizado del 22 al 24 de noviembre de 2012 en la Escuela Politécnica Nacional de la ciudad de Quito .)
Para quienes quieran profundizar en todo esto recomendamos el libro VIVIR LA ECONOMÍA CON SENTIDO 




martes, 10 de septiembre de 2019

¿QUÉ SE ENTIENDE POR SOBREPRODUCCIÓN, POR QUÉ SE GENERA, Y CÓMO PUEDE SUPERARSE?

"Podemos comparar la Producción con una muchacha a la que persigue un amante apático, el Consumo; la distancia entre ellos es la Acumulación: el ritmo de aumento de las existencias; si este margen es demasiado grande, la Producción debe reducir el paso esperando que el Consumo la alcance; pero cuando ella acorta el paso, él lo acorta aún más, es decir, que la distancia no se reduce en la proporción que ella desea; ella reduce más el paso y él igual, hasta que finalmente los dos se arrastrarán a un paso tan lento que no le quedará otro remedio a él que ganar un poco de terreno". (Kenneth E. Boulding. Principios de Política Económica. Madrid, Aguilar, 1963, página 67.)


El tema de la 'sobreproducción' reaparece cada cierto tiempo en los debates económicos. Ello ocurre especialmente en los períodos de crisis, porque las crisis son procesos directamente asociados al fenómeno de la sobreproducción. Es así que la cuestión ha vuelto a estar de actualidad. Con nuestra Teoría Económica Comprensiva podemos contribuir a un mejor, más amplio y más profundo conocimiento del fenómeno, y descubrir modos nuevos de enfrentarlo. Naturalmente, debemos comenzar el análisis del tema con lo que ya han establecido las concepciones económicas convencionales.

La 'sobreproducción' parece ser el más grande de los problemas en la economía contemporánea. Significa, en concreto, que se producen más bienes y servicios que los que son demandados o que pueden ser vendidos en el mercado a precios que cubran los costos y generen alguna utilidad. La sobreproducción -entendida a menudo como un fenómeno coyuntural en cuanto se la reduce a un exceso de stock de mercancías que no se venden- se verifica asociada a un fenómeno mucho más amplio y general, estructural y permanente, que es el verdadero asunto implicado en la sobreproducción: una parte de la capacidad productiva instalada (de los recursos y factores productivos existentes, incluidas la capacidad de trabajo, la disponibilidad de financiamientos, de tecnologías, de recursos naturales, de las capacidades empresariales y gestionarias, etc.) permanece desocupada, inactiva.

La otra cara de la sobreproducción es la pobreza (relativa). Pues es lo mismo decir que hay exceso de oferta y de capacidades productivas (sobreproducción), que afirmar que hay escasez de demanda y de capacidad de compra (subconsumo). En efecto, existiendo capacidad de producir abundantes bienes y servicios, la demanda de ellos no se verifica, y los bienes y servicios no se producen ni llegan a quienes los necesitan. Una porción significativa de la fuerza de trabajo permanece desocupada porque no hay suficiente demanda de los bienes y servicios que pudieran producirse con tal fuerza de trabajo. La desocupación y la pobreza, en efecto, se manifiestan acentuadas cuando existen abundantes recursos inactivos, desaprovechados, y muchos bienes y servicios que pudiendo ser producidos no son demandados por una población que carece del indispensable poder de compra.

Cuado se acentúa el fenómeno de la sobreproducción se detiene el crecimiento económico, pues no tiene sentido continuar incrementando la producción, invirtiendo en nuevas empresas, contratando fuerza de trabajo, etc. si no habrá demanda para esa producción aumentada. La sobreproducción, que se acentúa y agudiza periódicamente, conlleva crisis, recesión, desempleo, sub-inversión.

Para explicar el fenómeno de la sobreproducción, los economistas neo-clásicos afirman que los mercados tienden espontáneamente al equilibrio entre la oferta y la demanda, cuando operan en libre competencia y no existen interferencias que distorsionen el sistema de precios. Según ellos, entonces, la sobreproducción sería una manifestación de imperfecciones en el mecanismo regulador automático del mercado, esto es, en el sistema de precios. Imperfecciones que en gran parte serían consecuencia de las intervenciones de la autoridad política y de regulaciones jurídicas que distorsionan la libre asignación y movilidad de los factores. Las crisis de sobreproducción ocurrirían simplemente porque, cuando se instala el desequilibrio entre oferta y demanda, el propio mercado tiende a corregirlo, haciendo disminuir la demanda y/o contrayendo la inversión y la oferta. Pero esta contracción económica seria transitoria, pues restablecido el equilibrio la economía continuaría con su ritmo ascendente. El mecanismo regulador principal sería la tasa de interés del dinero, que operaría de manera perfecta si ella fuera establecida exclusivamente por el funcionamiento del mercado mismo.

Esta concepción neo-clásica no corresponde a lo que realmente ocurre, en cuanto se basa en un supuesto erróneo fácil de identificar. La economía del equilibrio neo-clásico se basa en el supuesto de que el mercado opera con 'recursos dados'. Si los recursos, o mejor, los factores productivos permanecen constantes, el sistema de precios hará que todos ellos sean ocupados con eficiencia, en niveles de precios tales que todos los bienes y servicios producidos serán demandados oportunamente. Operando en esas condiciones, el único incremento de la oferta y de la demanda sería consecuencia del aumento de la eficiencia y de la productividad, que impactarán simultáneamente a la oferta y a la demanda, que se mantendrían en un equilibro dinámico.

Pero es necesario asumir el hecho esencial de que permanentemente se están creando nuevos y más abundantes recursos y factores productivos. Es cierto que, al mismo tiempo que aumentan los recursos se incrementan también las necesidades humanas. ¿Por qué entonces no se mantiene dinámicamente el equilibrio entre la oferta y la demanda, mediante el operar espontáneo del mercado y su mecanismo regulador que son los precios? Pues, porque la competencia entre los productores y la consiguiente innovación tecnológica (que permite producir con menor dotación de fuerza laboral) van desplazando y sacando del mercado a los productores y a los recursos menos eficientes, quedando en el mercado los más dinámicos y eficientes, que junto con su propio crecimiento dan lugar a una progresiva concentración de los ingresos. En esta dinámica concentradora y excluyente, los productores aumentan sus capacidades de inversión a un ritmo que supera la capacidad de los consumidores de incrementar su demanda de bienes y servicios.

Es así que, contrariamente a lo que sostienen los neo-clásicos, la intervención del Estado en la economía - expandiendo el gasto público, incrementando la emisión monetaria, reduciendo la tasa de interés, estableciendo impuestos, fijando salarios mínimos, generando inflación de precios, redistribuyendo la riqueza mediante subsidios, y con cualquier otro mecanismo que fortalezca la demanda -, contribuye a disminuir la sobreproducción.

Conviene detenernos a examinar con algún detalle todo lo que se ha hecho, desde la 'gran crisis' de 1930 hasya hoy, para enfrentar el problema de la sobreproducción.

  1. Políticas de economía estatal y gasto público.
    1. Las guerras y las carreras armamentistas, que generan una enorme expansión de la demanda de bienes y servicios (aunque sean males y prejuicios, pero que movilizan muchos recursos y activan la producción y las inversiones).
    1. El Estado de bienestar, esto es, la impresionante expansión de los servicios públicos, de educación, salud, seguridad, protección social, viviendas sociales, empleos de emergencia, jpensiones de varios tipos, etc. financiados por el Estado.
    2. La expansión de las burocracias, que hacen del Estado y de las instituciones públicas de todo nivel, gigantescos demandantes de bienes y servicios (aunque muchos de ellos no sean necesarios), y que dan lugar a una enorme cantidad de empleados fiscales, municipales, etc. con poder de compra.
    3. Numerosos incentivos y subsidios al consumo y la demanda de bienes y servicios determinados, que en tal modo resultan más económicos y a menor precio para los consumidores. Cuando estos incentivos y subsidios se amplifican y extienden en el tiempo, se las considera políticas económicas 'populistas'.
    4. Corrupción, despilfarro, ineficiencia, que tienen el efecto de reducir la sobreproducción al desviar y destruir recursos productivos y aumentar la demanda de bienes y servicios tanto en el propio Estado como en el mercado.
  1. Políticas de mercado y gasto privado.

    1. Incremento del crédito de consumo, tanto por bancos, casas comerciales y tarjetas de crédito. Los niveles de endeudamiento de los consumidores vienen siendo crecientes y llegan a muy elevados niveles, adelantando en varios meses e incluso años los ingresos esperados por los consumidores.
    2. Créditos hipotecarios y con garantías en activos de todo tipo, que permiten generar flujos de dinero y poder de compra a las empresas y a todos los agentes económicos, por un monto prácticamente equivalente al valor de la riqueza y/o patrimonio acumulado por ellos. La hipoteca de una propiedad o la garantía de créditos mediante un paquete de acciones, o cualquier otro activo, genera a su propietario un monto de ingresos disponibles para comprar, que es equivalente al valor de esa propiedad o de esas acciones.
    3. Incentivos al crédito, mediante la reducción de la tasa de interés de política monetaria (Bancos Centrales).
    4. Exacerbación de la demanda a través de la publicidad, a la cual se destina un porcentaje enorme de los recursos de las empresas. Mediante el mismo medio, se crean artificialmente nuevas necesidades en los consumidores (el fenómeno conocido como 'consumismo').
    5. Reducción de la 'vida útil' de los bienes y servicios, de modo que los consumidores se vean ante la necesidad de recomprar para reponer los bienes y servicios que han adquirido poco antes y que ya no les sirven.
    6. Acortamiento de la jornada laboral, así como de la vida laboral de las personas, mediante el aumento de los años de escolaridad obligatoria y la disminución de la edad de pensionamiento.

  1. Políticas nacionalistas de mercado internacional.
    1. Fijación de aranceles y de otros gravámenes y exigencias (comerciales, ambientales, laborales, etc.) que gravan las importaciones, de modo de defender la producción nacional restringiendo las importaciones de productos extranjeros y orientando la demanda interna hacia la producción nacional.
    2. Ampliación de los mercados externos para la producción nacional, incluyendo políticas de promoción, tratados de libre comercio entre países, acuerdos de complementación, etc.
    3. Devaluación de la moneda local respecto de la divisa internacional, con lo que se espera reducir las importaciones e incrementar las exportaciones.
    4. Guerras comerciales y de monedas, que son el resultado de la exacerbación de las mencionadas políticas nacionales, ejecutadas simultáneamente por los distintos países o grupos de países.

Como puede apreciarse por esta impresionante lista de acciones y de políticas tendientes a enfrentar la sobreproducción, es enorme la importancia que tiene y que ha adquirido este problema en la época moderna. Prácticamente todas las políticas económicas están dedicadas a enfrentarlo. Y es decisivo comprender como, después de la aplicación tan amplia y sistemática de estas políticas, que han permitido con bastante éxito incrementar la demanda y favorecer el crecimiento económico durante décadas, en la actualidad -en la actual 'gran crisis' que estamos viviendo a nivel global- las mismas políticas y acciones ya no sirven, o han perdido gran parte de su eficacia, dado que el fenómeno de la sobreproducción (y de la escasez relativa de la demanda) ha continuado creciendo y acentuándose incluso en el contexto de esas políticas con las que se ha pretendido controlarla.

En efecto, en los últimos episodios de crisis y sobre todo en la actual crisis económica global, se ha acentuado la aplicación de prácticamente todas las mencionadas políticas tendientes a estimular el gasto público y privado; pero ya la demanda apenas reacciona débilmente y por tiempos cada vez más cortos, sin que pueda observarse una verdadera recuperación del consumo, de la producción y del empleo. Con la excepción de algunos pocos países que mantienen sus finanzas públicas en equilibrio y sin déficits estructurales acentuados, pareciera que se han agotado los recursos disponibles para impulsar el gasto y el consumo.

Pues estas políticas que incentivan la demanda -llamadas genéricamente keynesianas aunque no todas se funden en esa corriente económica-, no pueden terminar con el fenómeno estructural de la sobreabundancia de capacidades y fuerzas productivas, aunque la reducen y en períodos breves de tiempo pueden dar la sensación de que el fenómeno quede superado. Ello porque, en definitiva, el déficit público que pueden sostener las economías nacionales es limitado, como limitada es la capacidad de endeudamiento de las empresas, de los consumidosres y de cualquier otro agente económico. En particular, los impuestos no pueden incrementarse hasta el punto que terminen con el incentivo de las utilidades y tornen no competitivas a las nuevas inversiones; el gasto público no puede aumentarse hasta el punto que genere un déficit fiscal que obligará a contraer la economía en el futuro; las políticas de estímulo monetario no pueden llevarse a un nivel que produzcan una inflación que termine reduciendo el poder de compra de las remuneraciones, que castiguen el ahorro y que entorpezcan que el dinero cumpla sus importantes funciones.

En síntesis, el límite en la acción del Estado contra la sobreproducción está dado por el hecho que las mencionadas políticas no pueden acentuarse demasiado ni por períodos muy prolongados de tiempo, pues ello tendría como efecto una reducción de la producción en el mediano y largo plazo, con la secuela de consecuencias negativas que ello conllevaría.

Pero a la base de ello y más allá de ello, lo que explica este debilitamiento de la eficacia de todas estas políticas tendientes a incrementar la demanda para paliar la crisis de sobreproducción, es el hecho que el incremento de las capacidades productivas durante las últimas décadas ha sido tan elevado y acelerado, que ha sobrepasado el ritmo también elevado y acelerado de incremento de la demanda que se ha podido alcanzar mediante los incentivos y estímulos que se han aplicado sistemáticamente durante décadas. Y es que, en definitiva y en último término, también la demanda inducida, artificialmente o no, por las políticas de gasto público, monetarias, comerciales y de créditos, deben finalmente ser solventadas con ingresos reales, por más diluidos en el tiempo y socializados por la inflación que se haya logrado. Y cuando ya los déficit del sector público son excesivos, y cuando también se han exagerado los créditos y las emisiones monetarias, todos esos instrumentos para aumentar la demanda terminan agotándose y/o perdiendo eficacia.

Pero esto no es lo más grave. Hay dimensiones o aspectos nuevos del problema actual de la sobreproducción, que no tienen antecedentes históricos, y que lo convierten en el más grande desafío que deberá enfrentar la humanidad en los próximos tiempos.

Un primer aspecto que hace hoy del problema de la sobreproducción algo inédito y de dificilísima superación, consiste en que en todos estos años en que se acentuaron las políticas de estímulo a la demanda y en que se exacerbó la competencia entre las grandes empresas y los distintos países y regiones del mundo por colocar los productos en el mercado, la producción experimentó un crecimiento impresionante. Un crecimiento tal que está encontrando sus límites ya no sólo económicos sino incluso físicos, en el agotamiento del petróleo y otros recursos fundamentales, en el deterioro del medio ambiente y de los equilibrios ecológicos, en el cambio climático y el calentamiento global, por mencionar los más relevantes. Así, por ejemplo, si el petróleo se agota o experimenta un incremento acelerado de su precio, quedarán innumerables actividades productivas paralizadas. Lo mismo ocurrirá si los deterioros ambientales obligan a las sociedades y los Estados a establecer efectivas exigencias de control de emisiones contaminantes y a fijar nuevos estándares de impacto ambiental a las inversiones.

Un segundo aspecto que tiende a agravar el problema consiste en que parece haberse llegado, respecto a numeros tipos de bienes y servicios y para una porción importante de la población, a un nivel de consumo tal que en vez de satisfacer las necesidades, generar bienestar y mejorar la calidad de vida, se está dando lugar a una saturación del consumo, de modo que su incremento tiene efectos indeseados. Algunos ejemplos: es tanta la cantidad de automóviles que su incremento dificulta el transporte en vez de mejorarlo. Es tanta la producción de informaciones que su recepción obstaculiza la adecuada toma de decisiones en vez de facilitarla. Son tantas las atenciones médicas que su incremento termina creando enfermedades nuevas y aumentando la cantidad de días en que las personas son declaradas enfermas. Es tanta la cantidad de artefactos del hogar que agregar otros implica un deterioro de la vida doméstica. Y así en muchos otros casos. Puede decirse, además, que buscándose incrementar la demanda de bienes y servicios para dar cabida al crecimiento de la producción, se ha generado el fenómeno del consumismo, en que muchos bienes y servicios ya no corresponden a una real satisfacción de necesidades. Se dirá que tal consumismo y tal saturación del consumo no afecta a toda la población. Es cierto, pero lo que importa en términos del mercado no es la satisfacción de las necesidades humanas sino la satisfacción de la demanda solvente, aquella que puede pagar por los bienes y servicios que se le ofrecen.

Tan serios son estos problemas y se difunden tan rápidamente, que se están fortaleciendo los movimientos ciudadanos y las propuestas académicas que plantean la necesidad de detener el crecimiento económico y de reducir los niveles de consumo, promoviendo formas de vida más sencillas. Pudiéndose por cierto discutir que tales sean caminos apropiados para enfrentar los problemas, lo cierto es que el dilema que se plantea actualmente pareciera tornar imposible enfrentar el fenómeno del sobreconsumo en los niveles que ha alcanzado actualmente. Y es o será pronto en realidad imposible, en el contexto de los modos de producir, de distribuir, de consumir y de acumular, propios de la economía imperante.

¿Es, entonces, que se ha llegado al final, a una crisis sin retorno y sin salida, y que no queda ya nada por hacer? Para responder debemos ir al fondo del problema, a sus raíces, y desentrañar sus 'causas últimas'.

Para acceder a tal nivel de comprensión volvamos a la definición inicial que nos llevó a poner la sobreproducción y la pobreza (relativa) como las dos caras de un mismo fenómeno. Observamos que la sobreproducción es el fenómeno visto desde el lado de los productores, que afirman: “No podemos vender todo lo que producimos”. La pobreza es el mismo fenómeno, pero visto desde el lado de los consumidores: “No podemos comprar todo lo que necesitamos”. Desde ambos lados, el punto crucial es el precio de los bienes y servicios que se compran y venden: si para aumentar las ventas se reduce el precio de los bienes, los productores no cubren los costos de producción ni obtienen las utilidades esperadas de su inversión. Y si los precios no se reducen, o aún peor, aumentan con el objeto de mantener las utilidades de los productores, los ingresos de los consumidores no alcanzan para sostener la demanda en sus niveles actuales.

Así planteado el problema, se presenta como una cuestión propia del mercado de intercambios, donde todos los factores, bienes y servicios se intercambian por dinero, asumiendo un determinado precio. En este contexto, lo que explica en último término la sobreproducción es lo mismo que explica sus causas inmediatas: la competencia, la innovación tecnológica, el incremento de los recursos y capacidades productivas. Y es el hecho que, en el mercado de intercambios la actividad productiva, la creación de valor económico, está siempre supeditada a la obtención de ganancias monetarias (lo que en cierto lenguaje crítico suele llamarse el 'afán de lucro'), lo cual implica que el empresario (el organizador de la actividad productiva) debe pagar a los aportadores de factores que contrata, y en especial a la fuerza de trabajo, menos de lo que ellos producen. Al obtener menos ingresos destinados al consumo, que los que se destinan a la acumulación, el equilibrio entre oferta y demanda no puede alcanzarse.

En efecto, la sumatoria de los ingresos de los aportadores de factores, más los impuestos obtenidos por el Estado, constituyen el total de los dineros disponibles para el consumo; pero los ingresos del productor son mayores a dicho monto global destinado al consumo, lo que permite a los productores acumular e invertir, haciendo crecer las capacidades productivas a un ritmo mayor que el crecimiento de las capacidades de consumo. Esta es la disparidad que, después, las dinámicas de redistribución de la riqueza actuados por el Estado morigeran y reducen; pero nunca podrán disminuir la disparidad hasta el punto de anular las ganancias de los productores, pues en tal caso éstos simplemente dejarían de producir al carecer de incentivos para hacerlo.

Si es así, la única forma de terminar con la sobreproducción (agotados los medios 'convencionales' mencionados), sería que un determinado porcentaje de los productores renunciara a las ganancias, instaurando en consecuencia la gratuidad en la producción. En realidad, para que el fenómeno de la sobreproducción desaparezca, sería necesario que la capacidad productiva excedentaria, esto es, los factores productivos que permanecen actualmente desocupados por carecer de la demanda en el mercado que los ponga en operación, decidan autoconsumir y donar la producción que ellos puedan realizar, para satisfacer las necesidades propias y las de consumidores que no tienen capacidad de pagar los bienes y servicios en cuestión.

Obviamente, esto parece ser y en realidad es una utopía. Sin embargo, no lo es completamente, pues autoconsumo, donaciones y gratuidad en la economía existen. De hecho, existen en mayor proporción de lo que se cree habitualmente. ¿Dónde? Pues, en la economía doméstica, en la economía de comunidades, en la economía institucional de donaciones, en la economía de cooperación, mutualismo y ayuda mutua, en la economía de redes, en la economía de voluntariado, en síntesis, en la economía solidaria.

Lo que importa en relación con el análisis teórico que estamos desplegando, es ante todo comprender por qué existen donaciones y gratuidad en la economía. Una primera respuesta puede ser: porque en los seres humanos, en los grupos y comunidades, en la sociedad en general, existe solidaridad, esto es, capacidad de asumir como propias las necesidades de otras personas y grupos; o dicho al revés, porque las necesidades insatisfechas de otras personas motivan la actividad económica (trabajo, donaciones, etc.) de quienes tienen excedentes y pueden contribuir a satisfacerlas. Pero si vamos aún más al fondo en la comprensión de las donaciones y de la gratuidad, y accedemos a lo que podamos entender como sus 'causas últimas', nos encontraremos con el fenómeno de la sobreproducción, o más exactamente, con aquello que en último término da lugar al fenómeno de la sobreproducción.

En efecto, el fenómeno de la sobreproducción no es solamente un problema del mercado, y descubrir sus causas más profundas nos lleva a una cuestión antropológica que abarca todas las dimensiones de la vida humana y que recorre la historia entera de la humanidad.. En efecto, la sobreproducción es un hecho, una tendencia, una realidad permanente, que se ha dado a lo largo de toda la historia de la sociedad y del mercado. Siempre ha habido más capacidad de producir que de vender lo que se produce; siempre ha habido capacidades productivas que permanecen involuntariamente ociosas; y siempre en consecuencia ha habido motivación para donar alguna parte de lo que se puede producir de modo de satisfacer necesidades que no quedan satisfechas por el mercado.

Es que, en la raíz de la sobreproducción está el hecho que los seres humanos, tanto como individuos y como grupos y comunidades, somos intrínsecamente creativos, productivos, innovadores, volcados a ampliar nuestro radio de acción, orientados a siempre nuevas, mayores y mejores realizaciones y logros. En los circuitos económicos de mercado, pero también más allá de ellos, en los ámbitos de las actividades comunitarias, culturales, religiosas, científicas, asociativas, recreativas, los individuos y las sociedades somos fuente permanente de nuevos recursos, de factores productivos potencialmente empleables en la economía, que buscan activamente ser aprovechados.

Los seres humanos somos también sujetos de necesidades, aspiraciones y deseos crecientes, tanto a nivel individual como comunitario y colectivo; necesidades, aspiraciones y deseos que se expanden a medida que se avanza en su realización y satisfacción. En todo momento queremos ser más que lo que somos, buscamos ampliar nuestras experiencias. Así, creamos y empleamos siempre más recursos, más bienes y servicios útiles para la satisfacción de estas necesidades, aspiraciones y proyectos. Desarrollo de capacidades y recursos, y satisfacción de las necesidades, son procesos que interaccionan y se potencian recíprocamente.

Pero en tal proceso de realización humana, a la vez productivo y consumidor, la dimensión productiva se expande más rápidamente que la dimensión del consumo. Dicho de otro modo, nuestras capacidades creativas y productivas son más potentes que nuestras necesidades y capacidades de consumo. Esta es la causa última de aquello que los economistas, restringiendo el análisis a los circuitos de mercado, han llamado 'sobreproducción' y 'subconsumo'. El fenómeno que atraviesa al conjunto de la economía, la trasciende y abarca todas las dimensiones de la experiencia humana.

Lo podemos apreciar, por ejemplo, en las actividades cognitivas, en la producción de conocimientos, en las actividades artísticas. La cantidad de investigaciones científicas, de análisis sociales, de ensayos filosóficos, de obras literarias, de obras pictóricas, musicales, audiovisuales, etc., es muchísimo mayor que la disposición que existe en la sociedad, no solamente a publicarlos y exponerlos al público que pudiera interesarse en conocerlos, sino que incluso pareciera ser mayor que la disposición que pueda existir en toda la sociedad para leerlos, verlos y obtener de ellos los aprendizajes y la gratificación que esas obras pudieran proporcionar.

Por ello, siempre habrá sobreproducción y subconsumo, en un proceso de crecimiento de ambas: capacidades creativas y productivas por un lado, necesidades y deseos por el otro. Es por esto que no son convincentes ni apropiadas las propuestas del decrecimiento ni de volver a formas más primitivas de vida y consumo. Y es por eso que existen, han existido siempre y existirán en la sociedad, mecanismos de mercado y de competencia entre los productores para acceder a una demanda que inevitablemente tienen que estar permanentemente conquistando, convenciendo, seduciendo.

Pero si, como vimos, se ha llegado a un punto de saturación del consumo de numerosos bienes y servicios, y al mismo tiempo se está verificando el agotamiento de ciertos recursos y energías indispensables para continuar el crecimiento, ¿qué significado tiene ello respecto al desarrollo de la experiencia humana, en las dos dimensiones esenciales de la creación y de la utilización de lo creado? Y ¿qué ha de ocurrir tendencialmente? Y sobre todo ¿qué se puede hacer?

Un decrecimiento económico causado simultáneamente por una saturación de la demanda y por el agotamiento de importantes recursos es, en realidad, el más grave de los problemas que pudieran afectar a la sociedad. Las manifestaciones más evidentes e inmediatas serían, un grande y creciente desempleo de la fuerza de trabajo, y una fuerte y progresiva disminución de la satisfacción de las necesidades de la población. Estaríamos ante una gran depresión económica, que se prolongaría en el tiempo hasta que se encontrara un nuevo punto de equilibrio entre las disminuidas capacidades produtivas y las también reducidas necesidades posibles de satisfacer. Antes de que tal equilibrio se restableciera, es probable que la población humana se hubiera tenido que contraer dramáticamente. Es el panorama desolador que pronostican quienes temen que estamos ya iniciando el declive en la capacidad de producción de petróleo antes que las nuevas fuentes de energía se desarrollen suficientemente para sustituirlo.

No es ése un destino inevitable. En realidad, tal perspectiva catastrófica es inevitable -aunque no sabemos si a corto, mediano o largo plazo- en el caso que se mantengan los actuales modos de producción, de distribución y de consumo. Pero, provistos de la Teoría Económica Comprensiva y en base a las experiencias de la economía solidaria, podemos afirmar que otras formas de desarrollo económico son posibles, en las que se desplieguen formas nuevas de enfrentar los problemas de la sobreproducción y del subconsumo.

En base a las experiencias de la economía solidaria podemos concebir y proyectar diferentes maneras de ampliar el consumo de bienes y servicios para satisfacer importantes necesidades individuales, comunitarias y sociales, sin que tales necesidades sean monetariamente 'solventes'. Así también es posible desplegar diferentes maneras de activar recursos y factores productivos desocupados, sin que para ello se requiera que la producción resultante sea vendida a precios que cubran los costos y generen utilidades monetarias a los productores. Entre tales iniciativas que amplían el consumo y satifacción de las necesidades, y que dan empleo productivo a recursos y factores desocupados, están todas aquellas formas de producción que se basan en la asociación de las personas poseedoras de recursos y factores productivos, dando lugar a la creación de unidades económicas autónomas y asociativas. Muchas de ellas crean su propia demanda, y se orientan a la satisfacción de necesidades insatisfechas de sus propios integrantes y de las comunidades locales circundantes.

La Teoría Económica Comprensiva nos indica que existen y son posibles modalidades de coordinación y articulación entre las ofertas y las demandas, que proceden con lógicas distintas a las del mercado de intercambios. Entre ellas, las más importantes son las que se establecen en base a relaciones de donación, de reciprocidad, de comensalidad y de cooperación. Examinemos brevemente de qué modos ellas permiten enfrentar de modos nuevos el problema de la sobreproducción y subconsumo.

Las donaciones tienen el efecto inmediato de incrementar la demanda de bienes y servicios, en cuanto orientadas a satisfacer las necesidades de personas y grupos que no están en condiciones de solventarlas con sus propios ingresos. Ocurre así aún cuando las donaciones se realizan con dinero ya existente y disponible en el mercado, por la sencilla razón de que las personas de menores ingresos, receptoras de las donaciones, destinan una mayor parte de sus ingresos al consumo, mientras que los donantes, normalmente personas de elevados ingresos, inmovilizan parte de sus ingresos mediante el ahorro y/o la inversión.

Que las donaciones constituyen un eficaz modo de incrementar el consumo y en consecuencia reducir la sobreproducción relativa, es algo que demostramos analíticamente en el libro Crítica de la Economía, Mercado Democrático y Crecimiento, Capítulo 4, parágrafo 31, en que examinamos “La contribución de las donaciones al crecimiento, por su impacto sobre la demanda agregada y sobre la oferta agregada.

Tal como expuesto, este efecto de las donaciones se mantiene en el marco del mercado de intercambios, y será más o menos significativo según el volumen del desplazamiento de dineros y recursos desde los que obtienen mayores ingresos hacia quienes los obtienen menores. Pero el impacto de las donaciones y de la economía solidaria en general en la superación del problema de la sobreproducción puede ser muy superior e impactar la raíz o causa última del problema.

Pues, en definitiva el problema es: ¿qué hacer con los recursos productivos excedentarios? ¿Cómo canalizar las capacidades creativas de las personas, los grupos, las comunidades, etc. que quieren trabajar, producir, realizar obras que los expresen y desarrollen? ¿Pueden estos recursos y capacidades, activarse y producir bienes y servicios, cuando se prevé realistamente que no encontrarán las correspondientes demandas solventes en el mercado?

Para responder esta pregunta conviene observar y reflexionar sobre lo que efectivamente hacen muchos individuos y grupos de personas, cuando despliegan actividades creativas en las que buscan expresarse y encontrar realización personal y comunitaria. Pensemos, por ejemplo, en los artistas que componen canciones y las cantan ante sus familiares y amigos; o en quienes comunican sus ideas a través de las redes sociales; o en los orientadores espirituales que ofrecen sus consejos a quienes en su entorno inmediato estén dispuestos a escucharlos; y en los investigadores científicos y los escritores que elaboran sus investigaciones y no encontrando acogida en las revistas que las canalicen académicamente, las difunden a través de medios informales que ellos mismos organizan.

Lo primero que resalta en todos estos casos, es el hecho mismo de la sobreabundancia de la producción artística, literaria, cultural, religiosa y científica, relativamente a la limitada demanda de tal producción de servicios y obras en los mercados, que llegan en proporciones menores a través de los medios formales que las difunden entre quienes están dispuestos a pagar los costos implicados en tales actividades. Tantos poetas, artistas, escritores, pensadores, científicos, religiosos, trabajan y realizan sus mejores producciones cubriendo ellos mismos los costos implicados en su actividad, y debiendo obtener el sustento que les permite vivir y realizar aquellas obras, trabajando en otro tipo de actividades rentables. La gratuidad con que se opera en estos ámbitos es un fenómeno tan amplio y extendido que incluso a menudo se cuestiona el hecho de que tales acciones y obras culturales sean procesadas a través del mercado, y se pide para ellas una compensación que permita cubrir los costos que ha significado su elaboración y su difusión.

La sociedad debiera preocuparse de favorecer la producción y distribución de tales obras y servicios culturales y conviviales. También pudiera favorecerse su demanda, aún cuando la exigencia de gratuidad por parte de los interesados en recibir dichas obras y servicios no siempre sea justificada. Pero lo más importante es reconocer que la oferta generosa de esas obras y servicios por parte de quienes están dispuestos a entregarlas gratuitamente, es la expresión de que los seres humanos - especialmente los más creativos y capaces de grandes obras -, tienen y sienten intensamente la necesidad de realizarlas y de ofrecerlas a los demás, como expresión de su propia vocación a ser más, a realizar sus propias potencialidades, a proyectarse.

Cabe observar que detrás de la reducida y a menudo distorsonada demanda de muchos bienes y servicios culturales y conviviales, se hace patente una verdadera atrofia de ciertas necesidades humanas fundamentales, tanto de carácter cultural y espiritual como relacional y comunitario, por parte de muchos; atrofia causada por el excesivo énfasis puesto en la época moderna en el consumo de bienes y servicios estandarizados, producidos industrialmente de modo masivo, y promocionados con todos los medios disponibles, precisamente con la intención de enfrentar el problema de la sobreproducción.

Considerando todo lo que hemos examinado hasta aquí, podemos concluir que enfrentar el problema de la sobreproducción tal como se presenta en la actualidad, requiere una consistente reorientación de la producción, en cuanto a los tipos de bienes y servicios que se han de producir, así como cambios profundos en las pautas de consumo y en cuanto a las necesidades, aspiraciones y deseos de los consumidores. Pues hay que hacer frente, también, a la cuestión de los recursos no renovables y de las fuentes de energía que se agotan, por un lado, y a la saturación del consumo de diversos tipos de bienes y servicios que está afectando la calidad de vida.

El enfrentaniento de estas situaciones críticas, que exigen una perspectiva de desarrollo humano sustentable, es también algo inherente y coherente con la economía solidaria. En efecto, ella presenta particulares 'ventajas comparativas' en relación a la satisfacción de necesidades, aspiraciones y deseos de carácter relacional y cultural, que se satisfacen preferentemente mediante servicios de proximidad y con actividades que involucran a los propios sujetos de las necesidades, requiriendo menos bienes producidos industrialmente, menos 'cosas y artefactos', y menor consumo de energías materiales.

El tema lo hemos abordado en profundidad en otras ocasiones, y no podemos extendernos aquí en su análisis- Lo importante es, en todo caso, comprender que el desarrollo de la experiencia humana en las dos dimensiones involucradas en el problema de la sobreproducción, a saber, la expansión de las necesidades, aspiraciones y deseos de las personas y comunidades, y el despliegue de las capacidades creativas de los seres humanos, forman parte esencial del proceso de desarrollo sustentable tal como puede visualizarse desde la perspectiva de la economía solidaria. En nuestra Teoría Económica Comprensiva hemos elaborado, en particular, una nueva concepción teórica del consumo, orientado hacia la mejor e integral satisfacción de las necesidades humanas, con énfasis en las necesidades relacionales y conviviales, así como en aquellas culturales y espirituales. Y hemos elaborado también una teoría del desarrollo humano sustentable, que enfatiza la creación y uso de los recursos y factores humanos, intersubjetivos, comunitarios y sociales.

Parecen ser estos que hemos aquí apenas esbozado, los principales caminos que las condiciones actuales en que se presenta el problema de la sobreproducción y el subconsumo, abren para el desarrollo de la humanidad, en busca de nuevas y superiores realizaciones tanto a nivel individual como comunitario y colectivo. Ello, es evidente, nos orienta hacia la construcción de una nueva y superior civilización, cuestión que podemos considerar como la gran tarea histórica, epocal, del presente.

Luis Razeto M.

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