MERCADO,
ESTADO Y SOLIDARIDAD CIVIL.(*)
Luis
Razeto
Ponencia
presentada en el Workshop "Mercado, estado y sociedad civil",
organizado por la Pontificia Academia de Ciencias Sociales del
Vaticano y ODUCAL, los días 19, 20 y 21 de octubre de 2017.
1.-
Pienso que estamos transitando hacia una nueva civilización. Lo que
hace posible este transito es la Internet y las nuevas Tecnologías
de la información y la Comunicación, que están transformando el
modo de comunicarnos y relacionarnos, de aprender y de conocer, de
comportarnos y de actuar, impactando fuertemente la educación y los
medios, el trabajo y la producción, el comercio, los servicios y las
finanzas, la cultura y la política, y que están expandiendo en gran
parte de la población la creatividad, la autonomía y la
solidaridad. Pero la Internet y las TICs no son la nueva
civilización; facilitan su creación y permiten iniciar el tránsito
hacia ella, pero los contenidos que tendrá esta Nueva
Civilización no los conocemos aún, no están
predeterminados, y dependen también de nosotros, y también de la
Iglesia. Y sobre todo, de quienes se planteen el tránsito a una
Nueva Civilización como proyecto consciente, y de la claridad y
decisión con que lo hagan.
Para
participar, e influir en cómo será, asumiéndola como proyecto, es
importante disponer de la necesaria claridad conceptual. Para
asumirla como proyecto hay que tener la capacidad de pensarla, de
concebirla, de proyectarla. Y para ello hay que tener los conceptos
necesarios. Y en ello el tema de las relaciones entre el mercado, el
estado y la sociedad civil es esencial. Esos tres conceptos los
tomamos de la vieja civilización moderna; pero debemos
reformularnos, pues están marcados por las características de esa
civilización. Sostendré en este trabajo que para superar esa
civilización hay que reformular esos conceptos.
2.-
La cuestión del tamaño del mercado, del estado y de la solidaridad
civil, y de sus proporciones y relaciones recíprocas, ha estado al
centro de los debates y conflictos ideológicos, económicos y
políticos a lo largo de la civilización moderna, y continuará
estándolo durante el proceso, actualmente iniciado, de transición
hacia una nueva civilización. Requiere, por lo tanto, ser
comprendido en perspectiva de los tiempos largos y de la sociedad
humana global.
En
la civilización moderna – de modo predominante aunque no
totalmente – el mercado asume la forma capitalista, la regulación
y planificación institucional adopta la forma estatista, y la
solidaridad civil la forma de la beneficencia y la filantropía.
Enmarcados teórica y prácticamente en esta civilización, tanto el
liberalismo como el socialismo identifican el mercado con el
capitalismo, la regulación institucional con el estado, y la
solidaridad civil con el altruismo y la beneficencia. Así, la
cuestión ha sido pensada dentro de límites teóricos que dificultan
su comprensión más amplia y más profunda, e impiden imaginar y
proyectar alternativas a lo existente.
En
esos términos y en los marcos de la moderna civilización, que es
capitalista y estatista a la vez, no es posible encontrar una
respuesta nueva – y una solución efectiva – a los
problemas que genera la lucha entre el capitalismo y el estatismo,
entre el liberalismo y el socialismo. Desde el momento que se
identifica el mercado con el capitalismo, y la regulación
institucional con el estatismo, a lo mejor que se puede llegar es a
concebir soluciones mixtas, respuestas intermedias. Porque,
obviamente, tanto el mercado como la regulación institucional son
necesarias e insustituibles. Pero si se los identifica con el
capitalismo y con el estatismo, lo que se asume como necesario e
insustituible son el capitalismo y el estatismo.
En
tal contexto, el conflicto entre quienes quieren más mercado (más
capitalismo) y quienes aspiran a más estado (más estatismo) se hace
permanente, insoluble, sin que se alcance un equilibrio apropiado
porque cada una de esas dos grandes tendencias contrapuestas,
creyendo que son necesarias e insustituibles, buscan expandir sus
propios ámbitos, llevando a que las sociedades oscilen entre ambos
extremos. Consecuencia lógica de tal confrontación es la progresiva
reducción y marginalidad de los espacios de la solidaridad civil,
que han llegado a su minimización, sin que los actores de ésta
logren adecuada presencia y visibilidad.
Ahora
bien, pensando en perspectiva histórica, mirando hacia el pasado que
nos enseña que han existido formas del mercado distintas al
capitalismo, formas de la regulación institucional que no son
estatistas, y formas de la solidaridad civil que no son las
filantrópicas y de beneficencia; y mirando hacia el futuro donde
podemos entonces pensar en nuevas y mejores formas del mercado, de la
regulación intitucional y de la solidaridad civil, encontraremos
nuevos respuestas a la cuestión de las proporciones y relaciones que
articulen del mejor modo esos tres ‘sectores’ de la economía.
Ello
supone reformular los conceptos del mercado, de la regulación y
planificación institucional, y de la solidaridad civil, y comprender
que no debe confundirse el mercado con el capitalismo, la actividad
institucional con el Estado, y la solidaridad civil con el altruismo
y la beneficencia.
3.- ¿Qué
es el mercado? El mercado lo constituye el intercambio de bienes y
servicios entre las personas, las empresas y las organizaciones.
Relaciones de intercambio que han existido siempre, siendo el mercado
que resulta de ellas, la principal expresión del carácter social
del ser humano. En efecto, existe el mercado porque no somos – cada
uno, cada familia, cada comunidad y ni siquiera cada país –
autosuficientes. Existe el mercado porque nos necesitamos unos a
otros, y porque trabajamos unos para otros. Porque nos necesitamos
unos a otros, intercambiamos lo que tenemos y lo que producimos, para
satisfacer las necesidades propias y de los demás. En el mercado nos
motiva en primer término la necesidad y el impulso de sobrevivencia;
en segundo término, la necesidad de cooperarnos recíprocamente; y
sólo en tercer término, el deseo y el impulso de competir. Así
surgió el mercado casi en los comienzos de la historia, y así mismo
es que sigue existiendo.
Por
cierto, a lo largo de la historia el mercado ha asumido diferentes
formas, y ha sido más o menos cooperativo, competitivo y
conflictivo. Más o menos igualitario y equitativo; más o menos
concentrado y desigual; más o menos integrador o excluyente; más o
menos justo o injusto. Pero siempre, aún en sus formas más inicuas,
el mercado es necesario, pues sin él la especie humana no sobrevive.
Consecuencia
de lo anterior es que nadie puede estar razonablemente contra el
mercado; pero podemos luchar porque el mercado sea más equitativo,
menos concentrado, más democrático y más justo.
Cabe
advertir que la forma moderna del mercado, su organización
capitalista, no es la peor forma del mercado que haya existido o que
pudiera existir. Ella tiene cualidades y defectos. Es tal vez la
mejor organización del mercado que haya existido a nivel global,
mundial; pero se han observado en la historia, formas del mercado
mucho mejores, más justas, más integradoras y democráticas, a
escala local, en comunidades y espacios particulares de la vida
social. Esto nos lleva a pensar que es posible transformar el mercado
y perfeccionarlo también a nivel global, haciéndolo más
democrático y menos concentrado, más integrador y menos excluyente,
más cooperativo y menos competitivo, más solidario y menos
conflictivo. Es posible concebir, proyectar y organizar un mercado
no-capitalista, post-capitalista.
4.-
Algo similar podemos decir sobre la regulación y planificación
institucional, que se constituyen a través de las tributaciones que
los integrantes de la sociedad realizan en función de las
necesidades colectivas, y de las asignaciones jerárquicamente
distribuidas para atender esas necesidades.
La
regulación y planificación institucional, igual que el mercado, no
es un fenómeno moderno, pues siempre ha existido, por ser una
necesidad, una expresión eminente de la naturaleza social del ser
humano. Existe regulación y planificación porque es necesario que
contribuyamos y que nos demos un ordenamiento institucional para que
puedan ser atendidas las necesidades comunes a todos y a la sociedad
en su conjunto. En tal sentido, nadie puede razonablemente estar
contra la regulación y la planificación institucional.
En
lo económico la acción de las instituciones se basa principalmente
en las transferencias y tributaciones que las personas,
organizaciones y empresas realizan a un ente recolector central, y en
las asignaciones jerárquicas y planificadas que el organismo central
realiza para atender las distintas necesidades y aspiraciones
sociales de las que se hace cargo.
La
forma estatal-nacional de la regulación y planificación
institucional no es la peor ni la mejor que haya existido en la
historia. Presenta cualidades y defectos. Entre sus cualidades se
cuenta el haber proporcionado ciertos niveles de bienestar económico
a sectores importantes de la sociedad, que no han estado bien
insertados en el mercado capitalista. Entre sus defectos cabe
mencionar la concentración del poder en una clase política y
burocrática de alto costo y baja eficiencia; la escasa participación
de la población en las decisiones que afectan a todos; la formación
de grupos corporativos que imponen sus intereses a través de la
presión y el chantaje social; la conflictualidad entre los estados,
que ha dado lugar a guerras sangrientas y a un ‘orden
internacional’ que sólo se sostiene en un precario equilibrio
entre fuerzas militares en constante expansión.
Han
existido históricamente, y se están actualmente experimentando,
formas de regulación y planificación institucional no estatalistas,
sino generadas desde instancias territoriales locales, comunitarias y
comunales. Es posible concebir, proyectar y organizar un
orden institucional construido desde la base hacia arriba, conforme
al principio de que todo lo que puede ser realizado por entidades
pequeñas y más próximas a las personas y las familias, debe ser
dejado en manos de esas entidades menores; y que a través de escalas
ascendentes de subsidiaridad, se organicen las instancias
institucionales que se hagan cargo de aquello que las entidades
inferiores no puedan por sí mismas realizar. Esto daría lugar a una
regulación y planificacion institucional no-estatista,
post-estatista, que genere niveles muy superiores de bienestar, de
integración social, de participación política y de empoderamiento
comunitario.
5.-
Y llegamos así al tercer término de la ecuación, lo que llamamos
solidaridad civil (o economia solidaria). Al respecto, igual como es
erróneo identificar el mercado con el capitalismo y la regulación
institucional con el estado, lo es identificar la solidaridad social
con las donaciones y la gratuidad, la beneficencia y la filantropía.
Las
personas y las entidades que hacen donaciones operando sin fines de
lucro, que ofrecen gratuitamente bienes y servicios a personas y
grupos afectados por la pobreza, la enfermedad, la ignorancia u otras
limitaciones y problemas, constituyen sin duda formas de solidaridad
social. Pero constituyen solamente una de las expresiones de ésta, y
respecto de ellas es preciso reconocer, igual que del capitalismo y
de la regulación estatal, que presenta cualidades y defectos,
valores y limitaciones.
Las
personas expresamos nuestra generosidad y nuestro efectivo compromiso
con personas, organizaciones, procesos y dinámicas sociales,
realizando donaciones, o sea, aportándoles dinero, recursos,
trabajos y conocimientos, de manera gratuita, sin cobrar por ello ni
esperar una retribución o recompensa. Un indicador efectivo de
nuestro nivel de generosidad y compromiso, es el porcentaje de
nuestros ingresos, recursos y tiempos de trabajo eficaz, que
regalamos a aquellas personas o causas que afirmamos que cuentan con
nuestro apoyo y valoración. Si nada ofrecemos gratuitamente,
nuestras declaraciones de amor y compromiso son ‘pura música’,
como se dice.
La
gratuidad y las donaciones son muy importantes, y puede fácilmente
demostrarse que las más grandes obras de progreso de la humanidad, y
muy relevantes creaciones y transformaciones positivas que
experimenta la sociedad, son el resultado de la acción generosa de
personas, organizaciones y grupos que han aportado gratuitamente
dinero, recursos, trabajos y conocimientos para que esas obras,
creaciones y procesos pudieran realizarse.
Pero
hay que hacer una aclaración importante, porque actualmente se habla
de gratuidad para referirse a todo lo que, sin pagar por ello,
reciben las personas del Estado, en salud, educación, pensiones y
otros servicios. En este sentido, donación sería lo que se recibe
sin que se pague por ello alguna retribución. Pero ¿de dónde
proceden los recursos con que el Estado provee esos beneficios a las
personas que los necesitan? En gran parte los obtiene de
transferencias que las personas y las empresas le hacen al pagar
impuestos, tributaciones y multas, por las cuáles esos
contribuyentes no reciben una retribución o un pago por ellas. Pues
bien, si por gratuidad entendiéramos todo lo que es transferido y
recibido por un sujeto económico sin efectuar por ello un pago de su
valor equivalente, podríamos concluir que el Estado es el gran
receptor y el gran dador de donaciones; pero no es así. En realidad,
lo exacto es decir que el Estado es una especie de intermediario
entre los recursos que obliga que le entreguen las personas y las
empresas, y las asignaciones y subsidios que transfiere a otros
miembros de la sociedad. Pero eso no es gratuidad ni donación, ni
por parte de los que pagan impuestos y contribuciones, ni de los que
reciben subsidios y beneficios.
Ese
falso concepto de la gratuidad ha sido difundido por la clase
política y las burocracias del Estado, porque les
conviene y les gusta hacer creer que son ellos quienes actúan con
generosidad cuando asignan recursos para resolver problemas de
sectores de la población. Pero en verdad, no hay generosidad
especial en quienes hacen aquello, que no es más que cumplir con sus
deberes, por lo cual son debidamente remunerados. Ocurre más bien al
revés, que los políticos ven acrecentarse su poder, y lo buscan
conscientemente, al realizar esas asignaciones y subsidios, toda vez
que gran parte de la población elige como sus representantes a
quienes les ofrezcan más cosas gratuitamente, y que pongan más
elevados tributos e impuestos a otros.
Para
evitar confusiones como esas hay que distinguir entre lo que son las
donaciones que se hacen de manera voluntaria entre personas, empresas
y organizaciones privadas, y los circuitos de ‘tributaciones y
asignaciones’, que corresponden al ámbito de la regulación
estatal.
También
hay que distinguir, en la actividad que realizan las fundaciones,
corporaciones y ONGs que operan ‘sin fines de lucro’, lo que
constituye donación efectiva de lo que es solamente la actividad
profesional remunerada de sus funcionarios. Los verdaderos donantes
son, en estas organizaciones, quienes les aportan los recursos, y no
las instituciones que se limitan a transferirlos a los beneficiarios
mediante actividades profesionales remuneradas.
Otra
precisión que hacer es que donaciones las hay de diferentes tipos, y
se realizan por distintas motivaciones. Se puede donar, por ejemplo,
para obtener reconocimiento social, o la fidelidad e incluso la
sumisión del beneficiado. Pero aquí me referiré solamente a la
gratuidad como acción benevolente y generosa.
6.-
¿Qué es donar? Donar no es regalar cualquier cosa, sino algo que
tenga un valor tanto para el donante como para quienes son
beneficiarios. Podemos donar dinero, cosas, trabajo y conocimientos,
que tengan un valor real y verdadero. El valor de lo que donamos
dependerá de la utilidad de esas cosas que regalamos, de la
productividad de nuestro trabajo, de la calidad de los conocimientos
que entreguemos, y de la cantidad y valor del dinero que aportamos.
Pero
es importante comprender que el valor de aquello que donamos no lo
establece el donante, sino el receptor o beneficiario de la donación,
que es a quien lo recibido le podrá ser más o menos útil. Esta es
una diferencia importante respecto al valor que tienen esas mismas
cosas, trabajo, conocimientos y dinero en el mercado, donde el ‘valor
de cambio’ es el precio en que vendedor y comprador acuerdan hacer
la compra-venta.
En
el caso de las donaciones, es bastante probable y común, que el
valor que los donantes atribuyen a lo que regalan, sea muy distinto
al valor que le asignan quienes lo reciben. Y no se trata de una
relación simétrica, porque normalmente en las donaciones, donante
es el que posee más, y receptor o beneficiario es el que posee
menos. Por eso, en el caso de una donación en dinero, es probable
que el receptor, siendo pobre, le atribuya más valor que el donante,
porque ese dinero le servirá para adquirir bienes que considera de
alto valor porque lo usará para satisfacer necesidades básicas.
Pero, al revés, en la donación de conocimientos, el receptor, si es
más ignorante que el donante, probablemente atribuirá menos valor
al conocimiento que recibe, que el valor que le asigna el donante,
porque mientras éste sabe bien lo que vale el conocimiento, el
receptor lo captará solo parcialmente e incluso no sabrá bien como
aplicarlo. Además, la recepción de conocimientos implica de parte
del receptor un esfuerzo de aprendizaje, que no siempre está
dispuesto a realizar. Es por esto que personas muy sabias que pasan
su vida regalando valiosos conocimientos, suelen tener escaso
reconocimiento, mientras que personas que solamente regalan una
pequeña porción de su dinero, son considerados grandes benefactores
y filántropos.
Por
eso es importante abordar otra pregunta: ¿a quiénes donar? Una
primera respuesta obvia es que sólo hay que realizar donaciones a
quienes las necesitan y que estén dispuestos a recibirlas. Pero no
es tan sencillo seleccionar bien a quienes donar, que merecen
nuestras donaciones y que las aprovecharán convenientemente. Esto,
por muchas razones.
A
menudo quienes necesitarían y harían muy buen uso de donaciones que
reciban, no las solicitan. Y no siempre quienes piden donaciones son
las que más las necesitan. Y muchas veces los receptores no hacen
con lo que reciben aquello para lo cual lo solicitaron.
Ocurre
que muchos pedigüeños de donaciones se especializan en conocer
cuáles son las motivaciones de los potenciales donantes, con el
propósito de formularles sus peticiones no según las efectivas
necesidades y proyectos que tengan, sino en función de motivar e
incentivar la donación. El mundo de las donaciones está, en efecto,
plagado de engaños y de mentiras. Y aunque el hacer donaciones es
considerado como expresión de generosidad, tanto por quienes las
hacen como por quienes saben de ellas, demasiado a menudo las
donaciones resultan nocivas y dañinas, porque en los hechos
promueven actividades inapropiadas, favorecen a quienes no se debiera
favorecer, generan dependencias, fomentan el engaño y la
ineficiencia. Por eso, si somos personas generosas, destinaremos
tiempo y reflexión para seleccionar bien a quienes destinaremos
nuestras donaciones, a quiénes beneficiaremos con nuestros dones.
Esto
nos lleva a una tercera pregunta. ¿Cuánto donar? Al respecto,
pareciera que fuera conveniente donar lo más posible, sea porque
ello implica mayor generosidad del donante, y más beneficios para
los receptores. Pero las cosas no son tan sencillas.
Si,
como dije al comienzo, el valor de las donaciones lo establece el
receptor y no el donante, es importante que éste – el donante –
conozca el valor que le atribuirá el beneficiario a lo que le
regala, y lo que realmente hará con ello. Un primer aspecto a
considerar es que si el receptor recibe, por ejemplo, más dinero del
que le es estrictamente necesario para lo que necesita hacer, él
‘descanse’ en el donante, y en vez de aplicar sus propias
capacidades y recursos a lo que desea o necesita, se ahorre el
esfuerzo, con lo cual perderá su propia energía, se desarrollará
menos de lo que puede, e incluso puede caer en la dependencia
respecto del donante. Así ocurre también con la donación de
trabajo. Si el donante realiza todo el trabajo, o gran parte de éste,
sin exigir que el beneficiaro ponga su parte, éste perderá la
oportunidad de desarrollarse.
En
la donación de conocimientos sucede también algo peculiar. Como
señalé al comienzo, el conocimiento no se puede recibir sin
realizar un esfuerzo de aprendizaje. La transferencia gratuita de
conocimientos requiere la participación activa tanto del donante
como del receptor. Muchísimas personas no están conscientes de
esto. Un ejemplo de la desvalorización de las donaciones y la
gratuidad, cuando son abundantes, lo encontramos en los libros y los
cursos disponibles en internet para ‘descargar’. Muchos son los
que ‘descargan’, pero pocos los que leen y estudian. Y esto
genera un problema, porque es sabido que lo que mucho abunda y
fácilmente se obtiene, es poco apreciado y valorado. Asi, cuando un
autor coloca sus obras a libre disposición en internet, debe estar
consciente de que asume el riesgo de que su trabajos sean escasamente
valorados.
Esto
plantea un dilema a quienes quisieran contribuir con conocimientos
rigurosos y profundos al desarrollo de alguna causa o proceso
cultural, social o espiritual. Porque en un contexto en que se
difunden gratuitamente tantas informaciones de escaso valor y
profundidad, y en que por consiguiente todo lo que se ofrece adquiere
un valor muy bajo a causa de la abundancia, agregar a esa inmensa
corriente, en forma igualmente gratuita, una obra que se considere
especialmente valiosa, implica desvalorizarla, en alguna importante
medida. No obstante esto, probablemente el máximo beneficio social
se logre mediante la libre circulación de los conocimientos,
esperándose que lleguen a quienes sepan hacer un buen uso de ellos.
Ahora
bien, las donaciones, la beneficencia y la filantropía son solamente
una de las formas de la solidaridad social y de la economía
solidaria. Es la que llamamos ‘economía de donaciones’. Pero la
economía solidaria se encuentra constituida también por aquellas
actividades y organizaciones que proceden en base a relaciones de
reciprocidad, de comensalidad, de cooperación. Se configuran, así,
como parte de la solidaridad civil, la ‘economía de reciprocidad’,
la ‘economía de comunidades’, la ‘economía de redes’, la
‘economía de cooperación y de mutualismo’.
Expresiones
de solidaridad civil son, entre otras, el cooperativismo, el comercio
justo, el consumo responsable, las finanzas éticas, las redes
informáticas, las aplicaciones que facilitan la coordinación
horizontal de las decisiones, y muchas otras formas de solidaridad
activa que se están experimentando en todo el mundo.
7.-
Hechas estas precisiones conceptuales sobre el mercado, la regulación
institucional y la solidaridad civil, estamos en condiciones de
concebir nuevas respuestas a la pregunta sobre las proporciones en
que los tres ‘sectores’ pueden desarrollarse y combinarse para
proporcionar conjuntamente el mayor y mejor beneficio humano y
social.
Desde
el momento que comprendemos que cada ‘sector’ puede estar
constituido de modos más o menos integradores e incluyentes, más o
menos concentrados o descentralizados, más o menos oligárquicos o
democráticos, más o menos justos o injustos, nos damos cuenta de
que son posibles distintas combinaciones óptimas entre ellos. Dicho
en síntesis: No hay un tamaño óptimo para cada sector, sino que
eso depende de su grado de perfección interna.
Mientras
más coherente, integrador y genuinamente solidario sea el sector de
la solidaridad civil, más importante podrá ser su aporte, y menos
necesarios serán el mercado y la regulación institucional. Mientras
más el mercado sea democrático e incluyente, más amplio podrá ser
su espacio y sus dimensiones relativas, siendo menos importante la
regulación institucional. Mientras más democrática y
desconcentrada sea la regulación institucional, más amplia podrá
ser su presencia y aportación al bien común.
Siendo
así, más que ocuparse en organizar alguna determinada estructura
que armonice y combine los tres ‘sectores’, lo que cabe hacer es
buscar el perfeccionamiento de cada uno de ellos. Hacer que la
solidaridad civil sea más genuinamente solidaria e integradora; que
el mercado sea más democrático; que la regulación institucional
sea más descentralizada: son los desafíos y tareas para promover la
mejor economía y el bien común. Y cada ‘sector’ encontrará por
sí mismo su tamaño óptimo relativo, atendiendo a sus propios
criterios de eficiencia y perfeccionamiento interno, en conformidad
con sus propias racionalidades.
8.
Concluyendo: La cuestión de fondo que nos interesa y que está en la
base del tema de las relaciones entre mercado, estado y solidaridad
civil, es ¿cómo construimos sociedad? ¿cómo la transformamos y
perfeccionamos? Y ¿cómo damos comienzo a la creación de una nueva
civilización?
A
través de las actividades y relaciones de intercambio, en las que
todos participamos con algún pequeño grado de influencia,
construimos el mercado: la sociedad como mercado. A través de las
relaciones de tributación y asignaciones jerárquicas, que son
establecidas por el poder y a la que los ciudadanos nos subordinamos,
con algún mayor o menor nivel de participación activa, construimos
el orden institucional: la sociedad como organización política. Y a
través de las relaciones de donación, reciprocidad, comensalidad y
cooperación, construimos la solidaridad civil, que es constitutiva
de la sociedad como comunidad o comunidad de comunidades.
Transformar
el mercado haciéndolo más democrático, equitativo y justo; crear
un orden institucional más representativo, participativo y libre; y
desarrollar una solidaridad civil más extendida, diversificada e
integrada, constituyen los procesos principales de la creación y
transición hacia una nueva civilización. Para ser protagonistas más
activos e incidentes en tales procesos, necesitamos desarrollar
nuestra creatividad, autonomía y solidaridad, y proveernos de una
nueva estructura del conocimiento; o sea, de una nueva epistemología
y concepción del mundo, y de nuevas ciencias de la economía, de la
historia y de la política, de la educación y las ciencias, que sean
comprensivas de la complejidad de lo real y de las potencialidades
del ser humano.
Los
conceptos expuestos en este texto se encuentran amplia y
profundamente desplegados en el libro TEORÍA ECONÓMICA COMPRENSIVA,
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(*) Empleo
aquí la expresión ‘solidaridad civil’ y no ‘sociedad civil’
porque el concepto de ‘sociedad civil’ empleado en relación con
los conceptos de mercado y de estado se presta a confusión. Por un
lado, la distinción habitual que se hace es entre ‘sociedad
civil’ y ‘sociedad política’, de modo que la sociedad civil
incluye al mercado, mientras que la sociedad política incluye al
estado. Por otro lado, si lo que se quiere comprender es la relación
y articulación entre los ‘sectores’ económicos del mercado, el
estado y un ‘tercer sector’, conviene identificarlos por los
tipos de relaciones y transferencias que los constituyen y que les
determinan sus respectivas ’racionalidades’. Ellas son,
efectivamente, las relaciones de intercambio (racionalidad de
mercado), las tributaciones y asignaciones jerárquicas
(racionalidad de regulación y planificación institucional), y los
varios tipos de relaciones solidarias: donaciones, reciprocidad,
comensalidad, cooperación (racionalidad de la solidaridad civil).
En otros trabajos he propuesto la distinción entre economía de
mercado, economía regulada y economía solidaria, que considero aún
más rigurosa. Volveré sobre esto más adelante.