lunes, 11 de agosto de 2025

UN ANÁLISIS ALTERNATIVO DE LA ACTUAL CRISIS ECONÓMICA GLOBAL Y DE SUS VÍAS DE SOLUCIÓN

 

UN ANÁLISIS ALTERNATIVO DE LA ACTUAL CRISIS ECONÓMICA GLOBAL Y DE SUS VÍAS DE SOLUCIÓN

 Luis Razeto

Resumen: Se examina en este artículo la actual crisis económica global, desde una óptica alternativa y distante de las visiones que predominan entre los analistas económicos convencionales, así como de aquellas interpretaciones que postulan algunos pensadores “alternativos”. El autor –basándose en la que denomina “teoría económica comprensiva”- sostiene que en lo esencial, esta crisis hunde sus raíces en una distorsión del sistema monetario imperante a nivel global, que está significando que el dinero ha perdido su capacidad de cumplir sus funciones esenciales. Argumenta en seguida que las políticas keynesianas por las que se busca actualmente enfrentar esta crisis, lejos de contribuir a superarla la acentuarán y prolongarán, hasta que se establezca un nuevo sistema monetario, en el contexto de una diversa estructuración del mercado, que no podrá ocurrir hasta que se cumplan grandes reformas culturales, institucionales, jurídicas y políticas.

 

Abstract: It is examined in this article the current global economic crisis, from an alternative point of view, and distant from the visions that dominate among conventional economic analysts, as well as of those interpretations that offer some “alternative” thinkers. The author –basing himself on what he calls “comprehensive economic theory”- argues that essentially this crisis is rooted in a distortion of the prevailing monetary system at global level, which is signifying that money has lost its capacity of complying its essential functions. He argues then that the Keynesian politics by which it is sought at present to face this crisis, far from contributing to surpass it will accentuate it and prolong it, until a new monetary system is established, in the context of structuring the market in a different way, which will not occur until large political, legal, institutional, and cultural reforms are fulfilled.

 

Crisis, mercado y “otra economía”

A menudo quienes aspiran o activamente se esfuerzan en construir “otra economía” –más justa, solidaria, no capitalista-, tienden a observar la economía dominante como experimentando una crisis profunda, y esperan que de algún modo sobrevenga un colapso, una demolición, una paralización del mercado, por efecto de su propio peso, de sus contradicciones internas, de sus crisis. Se piensa que cuando ocurra el colapso del mercado será el momento de la “otra economía”, que mientras tanto se estaría construyendo sólo en pequeña escala, como prefiguración o antecedente de lo que será, en gran escala, después de la catástrofe. En presencia de lo que parece ser hoy el comienzo de una “gran crisis” económica, muchos anuncian que está a punto de verificarse el fin del capitalismo y, por tanto, que se abre la oportunidad para que la “otra economía” se despliegue como la gran solución anhelada. Sobre las causas y profundidad de esta crisis económica actual, y sobre sus posibles soluciones y vías de salida, ofrecemos a continuación una serie de análisis y reflexiones -basadas en nuestra “teoría económica comprensiva”- que esperamos sirva a una mejor intelección de la cuestión enunciada.

Muchos se imaginan el colapso del “sistema” como un edificio que se derrumba entero; y en consecuencia, la construcción de la “otra economía”, como una edificación completamente nueva, que tal vez pueda aprovechar algunos trozos del edificio derrumbado, que pudieran ser reciclados e integrados al nuevo orden económico.

Más allá de que palabras como “derrumbe” o “colapso”, aplicadas a la economía son solamente metáforas, considero necesario precisar algunos conceptos, para adquirir una perspectiva más realista respecto del futuro y en relación a las condiciones que pueden esperarse para acelerar la construcción de “otra economía”. Esto es necesario particularmente hoy que el mundo está inmerso en una gran crisis financiera que hace pensar a muchos que el momento del colapso se aproxima o estaría ya por acaecer.

Primera precisión. El mercado no se detiene, no deja de funcionar, no se derrumba (a menos que sobrevenga una catástrofe que destruya la vida social, por causas exógenas al mercado como tal), por más que experimente crisis financieras y económicas de considerable envergadura. Porque el mercado es la interacción y la coordinación de las decisiones de producción, distribución y consumo que efectúan permanentemente los seres humanos y sus organizaciones. Desde que existen, y mientras existan seres humanos y organizaciones, ha habido y habrá intercambios entre ellos, y el mercado seguirá funcionando.

Segunda precisión. El mercado en su evolución histórica ha experimentado y experimentará transformaciones que pueden ser muy profundas, estructurales (como se acostumbra decir). Las transformaciones más importantes y profundas, las experimenta el mercado cuando ocurren en la sociedad fenómenos que impactan profundamente la vida colectiva, tales como guerras, devastaciones naturales, descubrimientos o conquistas de nuevos territorios, innovaciones tecnológicas de alto impacto, incorporación o agotamiento de importantes fuentes de energía, revoluciones sociales, instauración de un nuevo sistema político, etc. En tal sentido, es esencial comprender que el mercado se encuentra determinado, que no existe en sí mismo, que no funciona exclusivamente en base a sus propias dinámicas internas. El mercado es siempre un “mercado determinado”. En tal sentido, no puede descartarse que el mercado llegue a colapsar, hundiendo a las sociedades en un abismo de decadencia catastrófica; pero ello no puede ocurrir por causas inherentes al funcionamiento del mercado mismo, sino por impactos exógenos. Hoy, por ejemplo, pudiera ocurrir un colapso económico si las economías fueran afectadas por un drástico cambio climático, o por un acelerado agotamiento de las disponibilidades de petróleo y otras fuentes de energía.

Tercera precisión. No obstante lo anterior, debe reconocerse que el mercado es capaz de resistir impactos exógenos muy fuertes, frente a los cuales reacciona conforme a sus propias dinámicas internas. Una guerra mundial o una guerra civil pueden alterar drásticamente la conformación del mercado y la participación en él de los sujetos, pero el mercado sigue funcionando en esos contextos modificados. El mercado sigue funcionando y reacciona con sus propias racionalidades cuando se producen catástrofes naturales, cambios tecnológicos, disminución de los recursos y fuentes de energía, etc.

Cuarta precisión. Las dinámicas internas del mercado, en el sentido de sus ciclos, sus crisis y sus fases de expansión, los fenómenos de inflación y crecimiento, estancamiento o depresión, sus cambios a nivel de los sistemas e instituciones monetarias y financieras, sus procesos de concentración y distribución de la riqueza, son dinámicas que pueden impactar muy hondamente el funcionamiento de la producción, la distribución de la riqueza, los niveles de consumo y los ritmos de crecimiento. Pero por sí mismas, tales dinámicas no conducen a una interrupción del funcionamiento del mercado, no lo detienen, no lo hacen colapsar en el sentido de un edificio que se cae y del que sólo quedan escombros que recoger. Los cambios y las crisis más hondas que puede experimentar el mercado como efecto de sus propios desequilibrios y “contradicciones” no llevan a que el mercado como tal desaparezca ni deje de funcionar, aunque ciertamente podrán afectar muy seriamente los niveles riqueza y pobreza y condiciones de vida de las personas, las organizaciones y empresas, los pueblos, las naciones y los estados.

Quinta precisión. El mercado en su funcionamiento interno puede marginar e incluso expulsar a determinados sujetos que participan en él. De hecho, en el mercado las más grandes e importantes empresas pueden caer en bancarrota, los países más ricos pueden entrar en decadencia, otros pueden entrar en situaciones de gran pobreza y miseria, y muchísimas personas pueden perder todos sus bienes y recursos. Pero lo más seguro es que el mercado siga funcionando, con nuevos, con distintos, e incluso con menos integrantes; pero se ve menos afectado de lo que se cree, por lo que ocurra a tales o cuales individuos, a tales o cuales grandes empresas, a tales o cuales países.

Sexta precisión. En el mercado participan de hecho todos los sujetos, individuales y colectivos, todas las organizaciones e instituciones, todos los Estados y las comunidades, todos los países y las regiones. La participación de cada uno de estos sujetos, sin embargo, puede ser y de hecho es muy diferenciada, en cuanto unos participan más y otros menos, unos lo hacen de un modo y otros de otro, cada uno ofreciendo determinados factores, productos y servicios y demandando determinados productos, servicios y factores. En el mercado, cada sujeto individual o colectivo se encuentra más o menos inserto, ocupando un lugar más o menos central o marginal. Toda “otra economía” deberá participar en el mercado; todos los sujetos, las empresas y las organizaciones de “otra economía”, están condicionadas y necesitan hacerse un espacio de acción e intercambios en el mercado.

Séptima precisión. Alguien (un sujeto individual o colectivo de cualquier nivel que sea, incluido un país, o un grupo de países de una región del mundo) podría “salirse” del mercado y seguir subsistiendo, pero ello implica dos condiciones básicas. Una, que se haga totalmente autosuficiente en el sentido de ser capaz de proveerse de todos los bienes y servicios que necesita; y dos, que limite sus necesidades exclusivamente a aquellas respecto de las cuales puede proveerse autónomamente de lo indispensable para satisfacerlas. Condiciones éstas que, si bien se las examina, implican sacrificios extremos para quienes intenten cumplirlas. “Otra economía” que quiera hacerse independiente de las dinámicas del mercado, deberá asumir los costos que ello implica, y entre sus participantes deberá construir su propio mercado, acentuando las interacciones e intercambios entre quienes la integran. En tales intercambios entre sus integrantes, como también en los intercambios que estos establezcan con los del mercado general, podrá manifestarse la racionalidad diferente que las caracteriza, en cuanto actúen y se relacionen manteniendo sus principios, sus valores, su ética y sus modos propios de comportarse. Esto vale también para países completos que pretendan autonomizarse del mercado y de su crisis, e incluso para grupos de países de una entera región.

Hechas estas precisiones iniciales que tal vez permitan corregir algunas confusiones teóricas bastante habituales entre quienes buscan construir “otra economía”, sigue abierta la interrogante clave respecto al sentido y la medida en que el mercado se altere en su funcionamiento, se trabe en sus dinámicas habituales, entre en crisis profunda, y que en tales contextos pueda cambiar y hacer posible que se abran espacios a la expansión de esa “otra economía”. Comprender estas posibilidades nos exige detenernos sobre algunos conceptos económicos fundamentales y aplicarlos a la situación presente.

Profundizando en las causas de la crisis financiera global

La actual crisis financiera está siendo entendida –en lo esencial- como efecto de una exagerada expansión del endeudamiento (especialmente de los mutuos hipotecarios, pero no sólo de estos), que ha dado lugar a un rápido incremento de la insolvencia y los incumplimientos de los deudores. Se acumulan de este modo en los bancos y entidades crediticias, títulos de deuda que carecen de valor, o que lo pierden en proporciones significativas. Se genera en consecuencia una pérdida de activos (o de valor) de los bancos y acreedores en general, que provoca la desconfianza de los inversionistas y tenedores de títulos, bonos y acciones, que se apresuran en deshacerse de estos papeles amenazados, y buscan refugio en activos que les proporcionen mayor seguridad. Con todo ello disminuye la capacidad de dar y de recibir créditos, lo cual se traduce en contracción económica y recesión.

Así entendida la crisis, se trata de un fenómeno “normal” y recurrente, que sucede periódicamente en los mercados. Lo que pudiera diferenciar la crisis presente de otras anteriores, sería solamente su profundidad y su extensión. En tal sentido, los números involucrados llevan a pensar que estaríamos ante una crisis cuya intensidad no se había visto desde la gran crisis de los años 1929-30.

El análisis de la actual situación de los mercados efectuado en base a los conceptos de la Teoría Económica Comprensiva, reconoce que lo expuesto (en los términos de las concepciones económicas convencionales) es correcto; pero va más allá y nos abre a otra dimensión de esta crisis, que la pone en una perspectiva histórica y económica que nos permite verla no solamente como más profunda y extendida sino como cualitativamente distinta. Más aún, nos pone en la perspectiva de comprender que las respuestas “normales” o habituales, aplicadas a esta crisis, no tendrán los efectos esperados, es decir, no conducirán en esta ocasión a una real superación y/o salida de la crisis.

La salida “normal” de una crisis financiera “normal” consiste en combinar en una adecuada (u óptima) proporción, tres elementos: a) la pérdida de valor de los activos de los acreedores; b) la pérdida que deben asumir los deudores; c) la pérdida que necesariamente ha de afectar al conjunto de los otros agentes económicos (consumidores, empresarios, trabajadores, etc.) vía inflación y/o vía contracción económica. De este modo se obtiene que la pérdida, el daño y el dolor que provoca la crisis se reparta (y diluya) entre los diferentes sectores involucrados. Estos procesos son cuidadosamente monitoreados por los Gobiernos (políticas fiscal, tributaria, regulatoria, subsidiaria y de incentivos, rescate de bancos, etc.) y por las autoridades monetarias o bancos centrales (tasas de interés, emisión monetaria, tipo de cambio, etc.).

Todo ello está de hecho ocurriendo. Pero desde el punto de observación que nos proporciona la Teoría Económica Comprensiva, podemos ver algo más, por debajo y más allá de todo lo indicado. (Como no podemos explicar aquí lo qué es y cómo procede la Teoría Económica Comprensiva, debemos limitarnos a exponer algunas conclusiones de un análisis que no podemos aquí explicitar. Baste por ahora decir que esta Teoría comprende los fenómenos y procesos económicos desde la intersubjetividad de las acciones, decisiones e intenciones de los sujetos privados y públicos que los producen, enmarcados en un determinado contexto institucional, jurídico y político).

Desde esta óptica apreciamos básicamente dos fenómenos de incalculables consecuencias:

El primer fenómeno es un cambio que se está cumpliendo en la naturaleza o “esencia “del dinero. Y como el dinero es –en el actual sistema económico- el elemento articulador de los mercados y de la economía en su conjunto, la presente crisis está significando una desarticulación estructural muy profunda de los determinantes del mercado, de modo que no podrá resolverse la crisis sino mediante una reforma institucional, jurídica y política. Entendamos: el mercado continuará funcionando, pero en crisis, que se prolongará hasta que se cumplan dichas reformas.

El segundo fenómeno, estrechamente conectado al anterior, es una mutación al nivel de las relaciones entre los agentes económicos privados y los agentes económicos públicos, tal que los equilibrios que han permanecido sin cambios sustanciales durante las últimas seis décadas ya no se sostienen, planteando la necesidad de redefinir las relaciones entre economía y política.

El valor del dinero y la crisis financiera global

El dinero (tan vilipendiado por algunos, tan amado por todos), es uno de los más importantes inventos y creaciones de la humanidad. En efecto, el dinero ha sido durante milenios y seguirá siéndolo hasta que inventemos una alternativa mejor, la solución a los más grandes problemas de la vida social.

Como ningún individuo, ni familia, ni grupo humano es autosuficiente, todos necesitamos intercambiar los bienes y servicios que necesitamos y que producimos. Los seres humanos nos necesitamos unos a otros, y trabajamos unos para otros. Esto da lugar al intercambio, al mercado, que cuando no existía el dinero se realizaba como trueque directo de unos bienes y servicios por otros bienes y servicios. Pero el trueque tiene dos problemas: es difícil de realizar (porque exige cada vez la coordinación empírica de las decisiones de cada oferente con las de cada demandante), y suele ser muy injusto (porque no hay un criterio ni mecanismo de medición del valor de los bienes y servicios que se intercambian).

El dinero resuelve estos dos problemas, al cumplir las siguientes funciones: 1. Servir como unidad de medida del valor de los factores, bienes y servicios económicos2. Servir de medio de cambio universal, coordinando las decisiones de todos los participantes en el mercado a través del sistema de precios.

Hay otros dos tremendos problemas económicos que el dinero resuelve. Los individuos y las sociedades necesitamos asegurar el futuro, lo que supone reservar y acumular la riqueza. Acumular los bienes físicos que constituyan riqueza (trigo, ladrillos, etc.) no siempre se puede y suele ser muy ineficiente, pues las cosas se dañan, pierden valor, se las roban. El dinero viene, entonces, a cumplir la función 3. Servir como medio de acumulación de riqueza, o servir para “reserva de valor” .

Otro problema y necesidad que no encuentra solución sin el dinero, y que éste resuelve cumpliendo su función 4, es la de coordinar en el tiempo (coordinación intertemporal) las decisiones de los distintos agentes económicos , de manera tal que los recursos productivos y los bienes producidos estén disponibles para cada sujeto en el momento en que los necesita, sin permanecer inactivos o desocupados durante largos períodos de tiempo, o sin que haya que esperar acopiar todos los recursos antes de iniciar una actividad. Esto se conecta con la función 5. El dinero permite que lo que unos ahorran hoy (para gastar mañana) esté disponible hoy (en la forma de crédito o préstamo) para quien lo necesita ahora pero que sólo podrá pagarlo después. 

Pues bien: ¿Qué pasa si el dinero deja de ser confiable como “unidad de medida” del valor? Imaginemos: ¿qué pasaría en la construcción de un edificio, de una catedral, de un castillo, si el metro que usamos para medir, un día mide 80 centímetros , el día siguiente mide 110 cm., luego sólo 90, y nadie sabe realmente ni puede confiar en el metro que utiliza cada día?

En la historia ha ocurrido varias veces –y cada vez ha sido ocasión de una “gran crisis” económica- que el dinero ha dejado de ser confiable como unidad de medida del valor. Pues, cuando ello ocurre, deja el dinero de servir para acumular riqueza y reservar valor; ya no sirve tampoco para la coordinación intertemporal de las decisiones (pues ahorrantes y endeudados no pueden saber lo que vale lo que tienen hoy y lo que podrán tener mañana). Y se entorpece seriamente incluso la función del dinero como medio de intercambio universal.

Sostenemos que es esto lo que está ocurriendo actualmente. Mi tesis es que la actual crisis financiera es una “grande crisis” económica, cuya causa fundamental reside en la distorsión y el cambio que ha ocurrido a nivel de la “esencia” y las funciones del dinero. Y que, si es así, la crisis no se superará hasta que el dinero recupere su capacidad de cumplir correctamente sus funciones esenciales. En tal sentido, los “rescates” financieros que están implementando actualmente los gobiernos de muchos países no hacen sino agravar la crisis y postergar su superación, toda vez que contribuyen –y de manera muy importante- a acentuar la distorsión del dinero y dificultar que cumpla sus funciones esenciales.

Para que el dinero cumpla sus cinco preciosas funciones, es necesario que satisfaga dos condiciones esenciales, estrechamente asociadas. La primera es que el dinero tenga valor, que represente valor realizable en el mercado. Para ello debe tener –como se dice- un “respaldo” adecuado y consistente. La segunda condición es que sea “confiable” para todos los agentes económicos.

Que el dinero tenga valor, que esté respaldado por riqueza real, es una necesidad obvia, toda vez que es el activo económico que se intercambia por bienes, servicios y factores reales. Nadie cambiaría algo que vale por algo que no vale.

Que el dinero sea confiable es una consecuencia del respaldo que lo sostiene, y además, de que esté vigente jurídica e institucionalmente el “contrato social” o la convención intersubjetiva según la cual se fija la “unidad de medida” del dinero que se emplea en las transacciones, que garantiza la genuinidad del dinero circulante, y que castiga los incumplimientos de los contratos comerciales. En la época moderna esta garantía de confiabilidad está dada por el Estado y su ente financiero central, que emite dinero de curso legal.

Es de la esencia del dinero que “tenga valor”, que esté respaldado.

Antiguamente el dinero que se empleada en las transacciones tenía valor en sí mismo: se trataba de porciones de oro, plata y metales preciosos.

Posteriormente se colocó el oro en la bóveda de los bancos, que emitían billetes de papel “convertibles” en oro o plata.

Después se descubrió que no era necesario que el dinero tuviese respaldo en oro, pues podía respaldarse directamente en los bienes y servicios por los cuales se intercambiaba en el mercado. El que emitía el dinero garantizaba que tenía activos económicos suficientes para respaldar la emisión monetaria y responder por el valor del dinero.

Más adelante se pensó que no necesariamente fuera el emisor quien debía disponer de valores equivalentes al dinero emitido, pues bastaba que el conjunto del dinero estuviera respaldado por el conjunto de bienes y activos económicos existentes en un mercado determinado.

Pero, para que ello generara la indispensable confianza, fue necesario que el Estado tuviera el monopolio de la emisión del dinero, garantizando que no emitía dinero nuevo sino en proporción al crecimiento de la producción. (Si no cumplía con parsimonia con este requisito, esto es, si realizaba emisiones “inorgánicas”, el dinero se desvalorizaba en el mercado produciendo inflación que reducía el valor de la unidad monetaria).

En fin, recientemente, se inventó que podía emitirse dinero sin respaldo actual en activos económicos existentes en el mercado, siendo suficiente que el respaldo lo otorgara el conjunto de los compromisos de pago futuro asumidos por los sujetos económicos que recibían el dinero en forma de préstamo o crédito. El respaldo consiste, actualmente, solo en creer que los deudores pagarán el dinero que ha sido emitido expresamente como crédito.

Es así que, hoy, el dinero se emite como deuda, y esto lo realizan los bancos privados, las empresas, e incluso los supermercados y todos los negocios que emiten dinero al aceptar pagos diferidos en el tiempo.

Este dinero, pues, está respaldado exclusivamente por deudas: así, el dinero “es” deuda. El respaldo del dinero no está en activos económicos actuales, sino en producción y riqueza futura. El banco emisor de dinero –el banco privado o la empresa comercial que crea dinero en el momento que concede crédito a sus clientes– puede exigir que el cliente le garantice el pago, por ejemplo, mediante la hipoteca de un bien inmobiliario cuyo valor sea equivalente al crédito. Pero puede también concederle el crédito sin obtener del deudor una garantía suficiente.

Es en este último sentido que se dice, para explicar la actual crisis financiera, que ella se origina en la burbuja de los precios de los bienes inmobiliarios hipotecados como garantía de los créditos, que no han mantenido su valor.

Dejemos a parte, por ahora, el hecho que la Reserva Federal de Estados Unidos ha sido autorizada para emitir mucho dinero (700.000.000.000 de dólares) respaldados por papeles, bonos y otros documentos de pago que se sabe que no tienen valor, que son deuda morosa, incobrable, casi sin valor real. Este es, en los hechos, el último paso en el proceso de pérdida de valor del dinero.

Lo que se intenta con este “rescate” es que “los mercados” (o sea los agentes económicos) recuperen la confianza en los bancos y se evite el temido pánico con que se recuerda la grande crisis de 1929.

Sí, todos hoy hablan que el sistema financiero se basa en la confianza, que el dinero está sustentado en la confianza, en la credibilidad.

Pero esto es solamente una parte de la verdadera esencia del dinero, como hemos visto. Nuestro análisis nos permite comprender que la cosa es muy diferente, y que el problema es mucho más profundo, y que afecta al conjunto del dinero emitido, y no solamente a las deudas morosas.

El cambio sustancial que ocurre a nivel de la naturaleza del dinero, cuando se lo emite en base a deuda y se lo respalda en función de sus pagos futuros, deriva del hecho que toda deuda implica un compromiso de pago por una cantidad mayor de dinero que la recibida en préstamo. En efecto, debe pagarse el interés. Y como casi todo el dinero emitido y circulante ha sido emitido contra deuda, ocurre inevitablemente que el monto total de los compromisos de pago es mayor al monto del dinero real circulante. Por definición, los billetes puestos en circulación no alcanzan para amortizar los créditos y además pagar el interés convenido. Así, gran parte de la deuda no puede ser nunca pagada.

Esto puede sostenerse en el tiempo solamente mediante la inflación (que diluye el valor del dinero en el tiempo) y en base al incremento permanente de la producción, que permite respaldar una parte de los intereses por pagar.

Pero la inflación hace que el dinero pierda credibilidad y confiabilidad. Y el crecimiento permanente sería posible solamente si el incremento de las deudas (dinero creado en el mercado) fuera proporcional al incremento de la producción.

Esto último es lo que ha fallado, en proporciones gigantescas, en las últimas décadas. A través de los derivados de crédito, contratos a futuro, etc., el monto total de las deudas se ha incrementado exponencialmente. Sólo un dato para ilustrarlo: el total de las deudas (dinero) vigentes en la economía de los Estados Unidos (incluidas las deudas públicas y privadas, los bonos, hipotecas, déficit público, etc.) es actualmente 300 veces el Producto Interno Bruto de USA. Trescientas veces es demasiado para que se pueda seguir confiando en que el dinero “vale”. El respaldo del dinero creado como crédito es una porción ínfima del valor atribuido al dinero.

De ahí la actual crisis, que sin duda ninguna, será grande. El crédito está disminuyendo aceleradamente, porque no hay confianza en que lo que se preste será recuperado. Por eso, el dinero “contante y sonante”, los billetes de curso legal, adquieren un enorme valor. Esta grande crisis será muy profunda, y durará hasta que no se cree un nuevo sistema monetario: un dinero de nuevo tipo, que valga, que esté respaldado, y que suscite la confianza. Ello requiere, a su vez, un nuevo orden político, institucional y jurídico.

¿Puede una política keynesiana servir para superar la gran crisis actual?

Se está dando actualmente un renacer del keynesianismo. Muchos recuerdan que el New Deal tanto en América como en Europa produjo decenios de bienestar: ocupación y elevación del nivel de vida de la población, junto con la superación de la gran crisis de los años treinta. Tal es una creencia actualmente muy difundida, que explica también por qué casi todos tienden hoy a pensar que para salir de esta crisis se requieren políticas keynesianas: más Estado, más crédito, más emisión monetaria, más regulaciones.

Es sabido que la historia la interpretan los vencedores; pero no por ello la interpretación resulta científicamente rigurosa y verdadera. Pero a las creencias sobre el keynesianismo difundidas y proclamadas durante las seis últimas décadas del siglo pasado hay que hacerles algunas correcciones importantes:

1. El New Deal aplicado por Roosevelt entre 1933 y 1937 (consistente básicamente en un gran intervencionismo del Estado en el mercado, y un consistente fomento del consumo mediante la emisión monetaria), lejos de salvar al mundo de la gran depresión como se cree, en realidad hizo que la crisis se prolongara durante una década completa, prácticamente en todo el mundo, hasta el comienzo de la guerra.

2. El impresionante auge económico que se observa después de la segunda guerra mundial ¿es explicable por el keynesianismo? La respuesta que podemos dar desde la Teoría Económica Comprensiva –que comprende los procesos económicos en su contexto histórico, político y cultural- es negativa. El llamado keynesianismo fue causa de la notable distribución de la riqueza, que generó un mercado más equitativo y en cierto modo más democrático; pero no fue causa relevante del crecimiento económico ni de la generación de riqueza.

Hay un hecho de dimensiones gigantescas pero que permanece bastante oculto por razones ideológicas: la guerra y la economía de guerra están al origen del impresionante auge económico de la postguerra. En efecto, la guerra puso las bases tecnológicas, sociales, institucionales, políticas y demográficas que explican el gran impulso que experimentó la economía durante los treinta años siguientes.

Destacan, en particular, los siguientes 7 impactos de la guerra, cada uno de ellos condicionantes del auge económico posterior:

a) La guerra generó innovaciones tecnológicas impresionantes (en los rubros energético, de las comunicaciones, el transporte marítimo y terrestre, la aviación, la ingeniería de obras civiles, la ingeniería industrial, la automatización, la electrónica, la industria química, la medicina, la producción de alimentos, etc.) que, después, aplicadas en la producción y la economía civil, impulsaron la innovación productiva y una increíble expansión de la productividad.

b) Produjo una gran acumulación de capital, concentrado en gran medida en manos del Estado, que permitió que éste fuese un actor decisivo en la industrialización, la urbanización, la tecnología, la educación, la salud, etc. durante los siguientes 30 años de la postguerra.

c) Dio lugar a una clase trabajadora disciplinada y eficiente, que era necesaria para el desarrollo industrial.

d) Permitió que se alcanzara una sorprendente disciplina social, que facilitó el establecimiento de instituciones fundamentales para el desarrollo.

e) Dio legitimidad al Estado para implementar políticas fiscales (elevados impuestos) y distributivas (estado de bienestar) que le permitieron mantener al Estado como agente económico principal durante décadas.

f) Generó condiciones para la movilización de recursos naturales, sociales y demográficos en vistas de la realización de proyectos nacionales de envergadura.

g) Estableció y consolidó una división internacional del mercado (con términos de intercambio extremadamente desiguales), que generó una sistemática transferencia de recursos hacia Estados Unidos y Europa, desde América Latina, Asia, África y todo el resto del mundo que permanecieron en el subdesarrollo (no obstante que también allí se aplicaron las políticas keynesianas). A lo anterior hay que agregar otro condicionante, que no fue efecto de la guerra pero que incidió notablemente en el crecimiento económico durante la segunda mitad del siglo pasado: la impresionante expansión de la disponibilidad de energía de bajo costo, especialmente proveniente de los hidrocarburos.

3. De este modo -como efecto inmediato de la guerra y como actor capaz de aprovechar las oportunidades creadas durante aquella- el Estado pudo ser y de hecho fue, en los países desarrollados, un gran impulsor del auge económico durante la posguerra.

El keynesianismo fue la concepción económica que acompañó durante treinta años dicho auge económico, y su principal mérito fue hacer que la riqueza se distribuyera de manera más equitativa en la sociedad, a través de políticas sociales y de bienestar. Pero políticas neo-keynesianas irresponsables en el plano monetario, un exceso de regulaciones estatales, impuestos demasiado elevados, y una gran presión social y política para que el Estado se hiciera cargo de cuanta necesidad colectiva y/o demanda corporativa alcanzara cierta notoriedad, condujeron a que en sólo 30 a 35 años, el impulso económico se debilitara, la moneda se envileciera, y la crisis volviera a producirse a fines de la década de los setenta y comienzos de los ochenta.

¿Qué queda hoy de los 7 condicionantes del auge de la posguerra? En verdad, el Estado parece haberlos dilapidado.

4. Las políticas keynesianas no pueden ya ser útiles para enfrentar la actual crisis. Ello, en el corto plazo, porque no podrían tener siquiera los reducidos efectos positivos que tuvo el New Deal en los años treinta frente a la crisis. En efecto, si hubiera que reconocer que en las condiciones de entonces las medidas aplicadas por el New Deal eran razonables, ya no lo son actualmente. En efecto, las condiciones en que se aplicó el New Deal eran muy diferentes a las actuales. Había entonces un evidente subconsumo, hoy venimos de un notable consumismo. Escaseaba el dinero, por las elevadas tasas de interés; hoy abunda la emisión monetaria, con tasas de interés muy bajas durante períodos muy prolongados. Regía el patrón oro y la convertibilidad en oro que daban un excesivo respaldo al dinero; actualmente el dinero se crea “ ex nulla ”, o su respaldo es solamente el “crédito”. En ese tiempo era altamente premiado el ahorro; actualmente y desde hace mucho tiempo el ahorro es castigado por la inflación y las bajas tasas de interés.

En cuanto al mediano y largo plazo, no vemos al Estado como actor que pueda encabezar la recuperación y un nuevo auge económico, porque:

a) No parece capaz de generar dinámicas de innovación tecnológica consistentes.

b) Lejos de disponer de abundante capital acumulado, la mayoría de los Estados experimenta déficit elevados.

c) No parece capaz de disciplinar y motivar a la clase trabajadora en un gran esfuerzo de trabajo con fines de desarrollo nacional.

d) Las instituciones públicas se encuentran debilitadas, incluso a menudo éticamente corrompidas, y cuentan con escasa capacidad de entusiasmar en torno a proyectos nacionales.

e) La sobreexplotación de muchos recursos naturales pone límites (incluso culturales) al crecimiento por su incidencia en el medio ambiente y la ecología.

f) La emergencia de grandes sociedades que estaban sumidas en el subdesarrollo pone límites a la transferencia fácil de recursos hacia los países avanzados.

g) La disponibilidad de energías de bajo costo se encuentra seriamente amenazada.

Ninguna de estas condiciones que en la posguerra hicieron posible que el Estado se alzara como el gran agente del desarrollo pueden, hoy, ser activadas mediante un nuevo conflicto bélico. Al contrario, por razones que no es del caso exponer en esta ocasión, de la guerra no puede hoy esperarse sino la aceleración de la descomposición y la decadencia económica, social y cultural.

Si es así, ¿cómo podremos salir de esta crisis? Si no es el keynesianismo, ¿qué otra alternativa de respuesta puede formularse?

¿Qué otras opciones y escenarios son actualmente posibles?

En una primera instancia de análisis y búsqueda de alternativas, se presenta una cuestión fundamental, de la cual dependen muchas otras, por lo que conviene referirse a ella en primer lugar. Es la cuestión de las “dimensiones” geo-económico-políticas del posible nuevo ordenamiento mundial.

Una primera opción la podemos llamar “mundialización económico-política”, que supone avanzar en la dirección de una globalización acentuada, que pudiera manifestarse en una serie de procesos entre los que destacarían:

a) La creación de una moneda única mundial (sustitutiva del dólar, el euro, el yen y todas las monedas nacionales).

b) El establecimiento de una institucionalidad económica que fije regulaciones financieras, comerciales, fiscales, energéticas, ambientales, laborales, jurídicas e incluso militares, que deban regir y aplicarse en todas las naciones del mundo (con la sola exclusión de aquellos países que soberanamente quieran sustraerse del sistema y que quedarían política y económicamente aislados).

c) Se implica en este escenario una dramática reducción del poder de los Estados nacionales, que entre otras muchas atribuciones que posee actualmente perdería la capacidad de poner restricciones al libre comercio.

Una segunda opción la podemos llamar “regionalización económico-política”, que implicaría el surgimiento de tres grandes regiones económicas que competirían entre ellas por el control de los mercados (y de los principales recursos) mundiales, y por el dominio y/o la hegemonía política internacional.

En este escenario podemos visualizar la formación y consiguiente confrontación entre grandes regiones geográfica, económica y políticamente configuradas, que serían América del Norte, la Unión Europea y un Bloque Asiático.

Cada una de estas potencias tendría su propia moneda y sistema financiero, fijaría sus propias regulaciones, inclusivas de un fuerte proteccionismo de sus mercados y fronteras económicas, y compitiendo por los recursos y los mercados de las zonas que permanecerían probablemente sin integrarse a dichas regiones, tales como América Latina, Rusia, los países petroleros, etc.

Una tercera opción sería el prevalecer de los estatismos nacionalistas, con la mantención de las monedas nacionales, el incremento de las políticas proteccionistas, el aumento de las restricciones al libre comercio, el Estado nacional asumiendo crecientes funciones, y probablemente dándose lugar al recrudecimiento de los conflictos y guerras entre países.

Formular estos tres escenarios posibles es en realidad un ejercicio intelectual menor. También es fácil imaginar que las tres opciones tendrán sus promotores e impulsores, de modo que durante un cierto período de tiempo veremos y podremos seguir el debate y la confrontación entre estas tres opciones. Lo verdaderamente complejo y que plantea desafíos intelectuales mayores, lo podemos diferenciar en dos aspectos.

El primero es prever el curso de los acontecimientos, identificar a los actores (incluidas las naciones) que se pondrán a favor de cada opción, visualizar la relación de fuerzas que se manifestará entre ellos, y adelantar el resultado histórico-político de la confrontación (que será, obviamente, teórica y práctica).

El segundo, por cierto distinto del anterior aunque el pensamiento ideológico tiende a menudo a confundirlos, es identificar cuál de las opciones señaladas es la mejor, o la más conveniente y adecuada en términos de superar la crisis actual y de alcanzarse un mejor futuro para la humanidad.

¿Por cuál de estas opciones, y con qué otros componentes, pudiera vislumbrarse una salida de esta gran crisis?

Antes de abordar esta pregunta volvamos la mirada sobre la magnitud e intensidad de esta gran crisis. Pues se habla y escribe con demasiada facilidad sobre “la salida de la crisis”. Se anuncia que ella durará dos o tres semestres, o un año, incluso algunos dicen que hasta dos años completos. Este último es el escenario que la describe como una crisis en forma de U, imagen con la cual se indica que a la caída acelerada seguirá una relativamente prolongada situación depresiva, luego de la cual inevitablemente vendrá la subida, que se espera será tan acelerada como fuera la caída. Nadie, en efecto, duda que de esta crisis se sale, y que la economía recuperará el crecimiento, volviendo a la normalidad, e iniciándose un nuevo ciclo de expansión y crecimiento.

Se piensa y razona de este modo, porque se concibe que esta crisis es una más entre las crisis cíclicas que acostumbra experimentar el mercado.

Yo no lo creo. Cuando sostengo que esta crisis será prolongada, no pienso en dos o tres años, sino en tantos cuantos se requieran para que se cumplan las condiciones de salida de esta crisis, a los que me he referido en post anteriores y que podemos resumir así: Una nueva moneda internacional, un nuevo orden financiero, un nuevo ordenamiento institucional, jurídico y político de dimensiones globales, y una nueva cultura que implique una transformación profunda de los comportamientos económicos de las personas, grupos y sociedades. Así, la crisis podrá durar tres años, cinco años, diez años, veinte años, o más. Menos o más, dependiendo de lo que nos demoremos en crear estas nuevas condiciones.

Cuando afirmo que esta crisis será profunda, no pienso en uno, dos o hasta tres puntos (como creen los más pesimistas) de decrecimiento, sino en una caída generalizada de la producción y del consumo, tanto o más grande como la que ocurriera con la crisis del 1929-30, y cuya efectiva superación empezó solamente al término de la Segunda Guerra. Obviamente, en este juicio está contenido un cierto concepto de la crisis, que comprende las dimensiones económica, social, política y cultural.

Observemos algunos hechos.

Primer hecho. Hace apenas 4 meses (mediados de Julio 2008) el petróleo alcanzaba casi 150 dólares el barril, y los analistas anunciaban que llegaría rápidamente a 200 dólares, y algunos planteaban cifras mayores. ¿Se equivocaron los analistas? Obviamente, en cierto sentido, pero ello no tiene mayor importancia. El hecho es que el petróleo llegó a costar 150 dólares, y que “el mercado” prospectaba que el precio seguiría subiendo aceleradamente. Todo ello estuvo acompañado de otros dos hechos: a) Una sorpresiva difusión de la teoría del “ peak oil ” de Hubbert, según la cual se avecina una catástrofe como consecuencia de que no existen capacidades productivas ni reservas de petróleo capaces de mantener en el tiempo los niveles actuales de producción de esta fundamental fuente de energía. b) Los gobiernos de todo el mundo realizaron una campaña coordinada tendiente a reducir el consumo energético y a buscar fuentes alternativas; una campaña que tuvo escasos resultados.

Segundo hecho. En el momento en que el precio del petróleo llegó a su máximo histórico, se inició una brutal contracción del dinero disponible en la economía, que generó una “sequía” del crédito, no solamente al consumo y a las hipotecas inmobiliarias, sino también a las más grandes empresas. Los índices de las Bolsas de valores caen entre un 40 y un 70 % en todos los países del mundo. Al mismo tiempo se derrumban entre un 25 y un 60 % los precios de las viviendas y de las principales materias primas.

Tercer hecho. Los Bancos Centrales y los gobiernos en todas partes salen simultáneamente “al rescate” selectivo de los principales bancos y empresas que se tornan insolventes, evitando así que entren definitivamente en bancarrota.

¿Hay alguna lógica detrás de todo esto?

He leído muchas explicaciones que dan los analistas, respecto a cada uno de estos hechos considerados aisladamente. Una explicación distinta para cada hecho. Todos, hechos que se explican por “el mercado”, afectado por desequilibrios, que motivan acciones especulativas, pánicos, comportamientos esquizoides, en fin, “volatilidad” extrema. Detrás de ello, por cierto, burbujas que se inflan y desinflan. ¿Es eso todo?

Con nuestra Teoría Económica Comprensiva tratamos de comprender los procesos, aplicando una estructura conceptual compleja. Resumimos las hipótesis a las que hemos llegado.

1. El mercado determinado, actualmente no está funcionando como un mecanismo automático que responde a decisiones independientes de sujetos en competencia. El mercado determinado tiene un nivel de extrema concentración, y responde en gran medida a las decisiones de pocos gigantescos y muy poderosos grandes grupos económicos, y se encuentra comandado y articulado por pocos y muy determinados grandes poderes públicos nacionales y supranacionales. (Para entendernos, grandes fondos de inversión, la Reserva Federal , el Tesoro de los EE.UU, el BCE, el G8, el FMI y poco más).

2. Existe, efectivamente, un gravísimo problema de escasez de petróleo, cuya producción no alcanza a sostener ya el crecimiento de la economía a nivel global, y cuyas disponibilidades (reservas no explotadas) no permitirán mantener durante las próximas décadas ni siquiera los niveles de producción actuales. (Ver y leer cuidadosamente –incluso entre líneas- el Informe reciente de la World Energy Outlook en www.worldenergyoutlook.org ). Desde este punto de vista, y hasta que no se resuelva el problema energético con nuevos descubrimientos, nuevas tecnologías, nuevas soluciones, el mundo se verá enfrentado a una inevitable contracción económica.

3. Si el mercado estuviese operando en libre, espontánea y automática competencia, el escenario más probable sería catastrófico. Pero el mercado determinado se encuentra controlado y comandado, como sostiene nuestra hipótesis 1. Y quienes comandan el mercado, han decidido asumir el problema de la doble crisis (energética y financiera) en su real magnitud, y evitar la catástrofe, imponiendo una profunda y prolongada depresión económica.

4. Lo que han hecho para evitar la catástrofe, puede sintetizarse en los siguientes movimientos:

Primero, con el petróleo a 150 dólares estuvimos (nos llevaron) al borde del abismo de una posible crisis energética. Ello nos hace comprender a todos, que el crecimiento económico sostenido no es ya posible.

Segundo, con la contracción monetaria y la consiguiente inevitable depresión, se espera evitar el colapso energético (con una fuerte contracción de la demanda de petróleo), pero ello nos pone al borde de otro abismo, el del colapso financiero global. Así comprendemos que será necesario adaptarse a una economía no sólo sin crecimiento sino en depresión, por un largo tiempo.

Tercero, con los “rescates”, las nuevas regulaciones, el control de los grandes bancos y de las grandes empresas automotoras, aerolíneas y otras, los grandes poderes se aprontan a tomar el control de la situación y así manejar una prolongadísima y profunda gran crisis. Comprendemos que bajo tales comandos una crisis profunda y prolongada no sería la peor alternativa. Este tercer momento no será sin conflicto entre muchos grandes intereses involucrados, pero terminará por establecerse (con el predominio de alguno de los tres escenarios que expusimos en el punto anterior).

En los próximos años y tal vez durante décadas, viviremos en depresión económica, oscilando entre dos abismos mucho peores: el abismo de la crisis energética y el abismo de la interrupción de la cadena de pagos. El avance por tan estrecho sendero será dramático, pues para evitar caer en el abismo energético será necesario reducir el crecimiento económico (la producción y el consumo). Pero al reducir el crecimiento se hace insostenible el funcionamiento del sistema financiero, que solamente puede operar con cierta normalidad si hay crecimiento de la producción y del consumo. Así caminaremos por el estrecho sendero de una crisis prolongada y profunda, entre dos abismos catastróficos: intentando evitar el primero nos asomaremos al segundo, y evitando caer en el segundo nos asomaremos al primero. Nos mantendremos en la grande crisis sólo si logramos evitar caer en cualquiera de los abismos.

¿La salida?

En el supuesto de que evitamos el abismo y la catástrofe, podremos decir que se ha iniciado la superación de la gran crisis cuando avancemos simultáneamente en la construcción de las siguientes cuatro condiciones:

1. Disponer de un nuevo sistema monetario y financiero, que no requiera elevado crecimiento de la producción y del consumo para sostenerse. Ello supone que el dinero deja de crearse como crédito, y que recupere credibilidad y sus cinco importantes funciones.

2. Disponer de una nueva matriz energética, ambientalmente sustentable.

3. Una gran reforma intelectual y moral, que sustente un nuevo modo de vida, una nueva economía, una nueva cultura, orientadas hacia el levantamiento de una nueva civilización, más justa y solidaria.

4. La creación de un nuevo orden institucional, jurídico y político, que de estabilidad y garantice la permanencia de las tres condiciones anteriores.

Bibliografía

Academia Nacional de Ciencias Económicas de Venezuela (2006), Revista Nueva Economía, Año XV, N° 26, Diciembre 2006, Caracas.

Arango Jaramillo, Mario (1997), La Economia Solidaria. Una Alternativa económica y Social, Ediciones CORSEVA, Medellín.

Catan, Antonio David (org.) (2004), La Otra Economía, Fundación OSDE, Universidad Nacional General Sarmiento, Editorial Altamira, Buenos Aires.

Internacional Energy Agence (2008), World Energy Outlook 2008 Edition, OECD-IEA.

Razeto Migliaro, Luis (1994), Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva. Ediciones, PET, Santiago.

Idem (2001), Desarrollo, Transformación y Perfeccionamiento de la economía en el Tiempo, Ediciones Universidad Bolivariana, Santiago.

 

 

viernes, 13 de marzo de 2020

EL CONOCIMIENTO COMO VALOR CREADOR DE VALOR Y EL TRÁNSITO A UNA NUEVA CIVILIZACIÓN


EL CONOCIMIENTO COMO ‘VALOR CREADOR DE VALOR’ Y EL TRÁNSITO A LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO.
  

                                                                           Luis Razeto Migliaro.

¿Qué podemos entender por ‘sociedad del conocimiento’?

Cuando se habla de ‘la sociedad del conocimiento’, lo que se quiere habitualmente destacar es básicamente que el ‘valor’ y la productividad de las empresas, de los trabajadores, de los técnicos, de los administradores, de las comunidades, etc. está dado principalmente, y cada vez más, por la capacidad que tengan de aprender, generar y desarrollar conocimientos, de difundirlos y distribuirlos, y de aplicar esos conocimientos a la solución de problemas reales y actuales, innovando, perfeccionando y transformando las actividades, procesos, estructuras y sistemas. Pero el cambio que está implicando actualmente el desarrollo del conocimiento, sus nuevas estructuras y sus inéditas formas de difusión, es más profundo y más importante que esto.

Es efectivo que el aprendizaje, el desarrollo y la difusión de conocimientos dan lugar, en cualquier persona y en toda empresa, a un incremento de su ‘valor’ y de su productividad, eficiencia y creatividad. En realidad, lo que hace el conocimiento es potenciar el valor y la creatividad de todos los factores económicos: fuerzas de trabajo, medios materiales de producción, tecnologías, aptitudes de gestión, capacidades de obtener crédito, energías unificadoras de conciencias, voluntades y emociones tras objetivos compartidos (el Factor C). Cada una de estos seis factores incrementa su productividad y su ‘valor’ en cuanto contenga en sí una mayor y mejor provisión de informaciones y conocimientos útiles.

Un trabajador con más conocimientos ‘vale’ y produce más que uno que sepa menos; un medio material en cuya estructura estén integrados más conocimientos, tiene una productividad superior. Un tecnólogo más informado y conocedor de los conocimientos pertinentes a su tecnología, encuentra mejores soluciones y tiene mayor capacidad innovadora que si tuviera menos información y conocimiento. Lo mismo vale para un gerente, administrador o ejecutivo. Sin duda, también el mayor y mejor conocimiento que se adquiere, crea y reparte en un grupo social, permite desplegar más ampliamente todas las energías sociales del grupo.

Todo esto lo hemos explicado y desarrollado detalladamente en nuestra teoría de los ‘recursos, factores y categorías económicas’. (Ver Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva, Primera sección, Capítulos II y III).

El conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’. 

Ahora bien, es importante darse cuenta de que el ‘valor’ que crea y potencia el conocimiento, no se manifiesta sólo en las empresas y en las actividades productivas directas. El conocimiento que se expande en un individuo, lo hace crecer, lo perfecciona, lo hace ‘ser’ y ‘valer’ más, en las distintas áreas de la actividad humana. El conocimiento que se desarrolla y difunde en una sociedad, aumenta el ‘valor’ (en el más amplio sentido) de esa sociedad. El conocimiento que crece y se despliega en una comunidad, en una organización política, en una entidad deportiva, en un movimiento social, o en cualquier tipo de organización, potencia a dicha organización, la hace más capaz, más fuerte, más creadora.

Por todo eso, en la disputa y el conflicto cultural, social y económico que se da entre los distintos tipos de economía y entre los diferentes ‘sectores’ que compiten en el mercado, y también entre las diferentes racionalidades y opciones políticas y entre los diversos proyectos de sociedad, un factor decisivo del resultado será la capacidad y la aplicación que manifiesten sus respectivos participantes, en las actividades y procesos de aprender, desarrollar, difundir y distribuir el conocimiento. Así, por ejemplo, la expansión y el perfeccionamiento de la economía solidaria dependerá, en gran medida y principalmente, del conocimiento pertinente que aprendan, difundan y apliquen las personas interesadas y comprometidas en su desarrollo. La viabilidad de un proyecto político de transformación histórica será proporcional al nivel y a la calidad de los conocimientos que en su realización desplieguen sus impulsores.

Pensar en este sentido el conocimiento como ‘valor’ creador de ‘valor’, nos lleva a postular que la economía del futuro, la política del futuro, y la sociedad del futuro, serán construidas en gran medida y fundamentalmente, desde el conocimiento. Por consiguiente, la economía, la política y la sociedad del futuro asumirán –podrán asumir- formas y contenidos diferentes y diversos, según cuáles sean las formas y contenidos del conocimiento que será desplegado, y de los modos que asuma su producción y difusión.

En realidad, esto que afirmamos es algo que viene ocurriendo desde hace tiempo en la historia. El paso de la civilización medieval a la civilización moderna, fue presidido por el surgimiento de aquellas nuevas formas del conocimiento –el empirismo, el positivismo, las ciencias sociales, las ciencias exactas de la naturaleza-, que vinieron a reemplazar al conocimiento religioso, ético y filosófico que predominaban hasta entonces. En particular el conocimiento de las ciencias positivas, interesado en desentrañar el cómo de los fenómenos empíricos en vistas de instrumentalizarlo en provecho de la producción, dio lugar al impresionante desarrollo tecnológico, que hoy caracteriza toda la economía y la vida social.

Pero el impacto del conocimiento y de sus formas sobre los modos de organizarse y realizarse de la economía, la política y la sociedad está aumentando de manera impresionante, pues ya no hay actividad humana que no se encuentre sujeta a una enorme cantidad y variedad de conocimientos que la condicionan, y sin los cuales pueda realizarse con éxito. Podemos afirmar que, como nunca antes en la historia de la humanidad, el desarrollo del conocimiento es una necesidad, del cual depende no solamente el progreso sino la sobrevivencia misma de la sociedad. Es este hecho, que hemos comenzado a reconocer, lo que ha llevado a afirmar que estamos pasando desde la sociedad industrial y estatal, a la que conoceremos como la ‘sociedad del conocimiento’. Pero ¿en qué consiste exactamente el cambio, y cuál es en este sentido la real novedad de la situación presente?

Al respecto, me parece que podemos sostener que la novedad y el cambio son tan profundos que implican un cambio de época, la apertura de una nueva época histórica que comporta nada menos que el surgimiento de una nueva civilización. Lo que nos lleva a afirmarlo es que estamos ante un cambio radical en la función que cumple el conocimiento en la sociedad y para los individuos. Para comprenderlo es preciso hacer, aunque sea brevemente, unas importantes referencias históricas.

Las formas del conocimiento en la civilización medieval.

En la civilización medieval el conocimiento proporcionaba las certezas que los individuos requerían para orientarse en la vida, y que las sociedades necesitaban para establecer y garantizar el orden social. Dicho conocimiento estaba constituido por creencias religiosas, normas éticas, y destrezas propias de cada oficio o actividad laboral. Dichas creencias religiosas, normativas éticas y saberes prácticos se presentaban ante todos como ‘dados’, incluso como ‘revelados’ y en todo caso como indiscutibles, aunque en realidad hubiesen sido elaborados por muy pocos individuos en posiciones de poder y autoridad. Esos conocimientos necesarios, eran trasmitidos de sacerdotes a fieles, de padres a hijos y de maestros a aprendices, constituyendo un saber aceptado por fe y tradición. Aceptados por las multitudes y también por los dirigentes, eran suficientes para proporcionar aquellas certezas necesarias para que cada uno desempeñara las funciones, ejecutara las actividades y se comportara socialmente, conforme a lo que se esperaba de cada sujeto.

Las fuentes del conocimiento estaban encriptadas, escritas y difundidas en una lengua conocida como ‘culta’ (el caso del latín en Europa occidental), de modo que solamente unos pocos iniciados tenían acceso a ellas y podían generar y difundir algún tipo de conocimientos nuevos. Incluso los saberes prácticos propios de los oficios se reservaban para pequeños grupos ‘agremiados’ y organizados, que defendían el monopolio de sus competencias. La relación entre los ‘cultos’ y los ‘simples’, entre los dirigentes y los dirigidos, entre los maestros y los aprendices, se establecía en base a vínculos de autoridad y obediencia.

Estas formas del conocimiento entraron en crisis cuando los conocimientos empezaron a difundirse mediante su publicación en lenguas vernáculas o ‘vulgares’ Así ocurrió con la Biblia, con algunos escritos filosóficos, y con los estudios sobre la mecánica, la astronomía, la botánica y la zoología, que en seguida dieron lugar a la física y la biología como nuevas disciplinas científicas. Primero fue el movimiento de Reforma religiosa que puso la Biblia al alcance de muchos y que desacralizó diferentes aspectos de la vida religiosa. Luego Descartes fijó el inicio de una nueva forma de conocimiento cuando formuló su famosa ‘duda metódica’, según la cual no podía darse por seguro ningún conocimiento adquirido por tradición. Los empiristas y el positivismo establecieron las bases del conocimiento emergente cuando afirmaron que la única autoridad que podía aceptarse en el conocimiento eran los datos empíricos sobre las realidades ‘objetivas’ que cada individuo pudiera verificar con los sentidos y la experiencia. De ahí el cuestionamiento del saber tradicional y la emergencia de las nuevas formas del conocimiento, que alcanzaron el dominio de la ética, de la política y de las instituciones, con el positivismo jurídico y la teoría del ‘pacto social’(Rousseau) como fundamento del orden político.

Las formas del conocimiento en la civilización moderna.

Surgió y se estableció, así, la moderna civilización de las ciencias positivas, de la industria y del Estado. La Industria y el Estado en sus formas modernas, eran resultado de la aplicación de las nuevas formas del conocimiento, a la economía y a la política, a la producción y al orden social. El conocimiento adquirió nuevas formas, que reemplazaron la autoridad por la verificación empírica, al mismo tiempo que se multiplicaron los sujetos productores de conocimientos. Los científicos, los intelectuales y los ideólogos fueron puestos al servicio de la industria y del Estado, y el conocimiento y las informaciones se desarrollaron como saberes instrumentales, como herramientas útiles para establecer y hacer crecer la economía y la vida política.

En esa civilización moderna de la industria y del Estado, el conocimiento se institucionalizó y se profesionalizó, adquiriendo las características disciplinarias y burocráticas que caracterizan toda aquella civilización. Como escribió Max Weber, la ciencia se organizó como profesión, del mismo modo y al mismo tiempo que la política se constituía como profesión. Era el conocimiento organizado en disciplinas (la mecánica, la óptica, la biología, la sociología, la economía, etc.), fraccionado en función de campos y temas específicos dependientes de los diferentes rubros de producción y de las distintas problemáticas de la vida social. Un conocimiento fraccionado disciplariamente, que se difundía y reproducía a través de las ‘profesiones’ que se formaban en las universidades modernas. La Universidad se convirtió en un instrumento esencial del fraccionamiento disciplinario de las ciencias y de la formación de profesionales especializados, tal como eran requeridos por la civilización industrialista y estatista. Ellas fueron las promotoras y ejecutoras de aquellas estructuras que asumieron –en los albores de la época moderna- la racionalidad instrumental, el conocimiento disciplinario y la multiplicación de las profesiones, todo orientado preferentemente a encontrar aplicaciones tecnológicas y políticas del saber. Es el conocimiento puesto al servicio de la industria en todas sus ramas, y del Estado en sus variadas problemáticas. En ese contexto, las relaciones entre dirigentes y dirigidos se basan en una combinación de criterios de competencia técnica y de control burocrático, según los cuales se distinguen los competentes que deciden y controlan los procesos, y los subordinados que ejecutan las decisiones y cumplen las instrucciones que reciben.

Nuevas condiciones para la generación y la difusión de nuevas formas del conocimiento.

Lo que está comenzando a surgir es algo completamente distinto y nuevo. Los medios de comunicación, la Internet y las redes sociales, han cambiado completamente la relación de los individuos con las informaciones y el conocimiento. Tres son las novedades y transformaciones más significativas.

La primera es que prácticamente todos los individuos tienen ahora la posibilidad de acceder a todo tipo de informaciones, ideas y conocimientos, provenientes de cualquier parte del mundo. Este es un cambio de enorme trascendencia. En efecto, hasta hace poco las personas adquirían su acerbo de conocimientos en base a lo que les trasmitían la propia familia, la escuela, el Estado, los partidos políticos, las iglesias y los medios de prensa masivos. Las informaciones y conocimientos que recibían estaban organizadas, estructuradas y programadas por los emisores. Ahora, en cambio, cada uno es receptor y público de todos los discursos, de todos los emisores, teniendo la posibilidad e incluso la necesidad de seleccionar por sí mismo lo que recibe y asimila, escogiendo entre la multitud inmensa de informaciones y conocimientos, aquellos que les interesan y que desean asumir. De este modo se han expandido enormemente los espacios de libertad e independencia de cada uno, y al mismo tiempo se ha debilitado el poder que anteriormente ejercían sobre las conciencias, sobre las ideas y los modos de pensar y de sentir de las multitudes, los pocos sujetos que decidían lo que debía ser conocido y aprendido. Esta expansión de la libertad respecto al conocimiento conlleva al mismo tiempo un aumento de la responsabilidad de cada uno, pues al decidir cada uno lo que conoce y escoger sus fuentes de información, cada individuo es responsable de los efectos que dichos conocimientos tendrán sobre sí mismo y sobre la sociedad.

La segunda novedad importante es que cada individuo se convierte en emisor potencial de informaciones y conocimientos. Las personas que hasta ahora eran solamente público, receptores pasivos de las informaciones y conocimientos organizados por otros, tienen ahora la posibilidad de ser productores y emisores de informaciones, creadores de nuevos conocimientos, que pueden fácilmente poner en circulación y por tanto hacerlos accesibles a todos quienes se interesen en ellos. Esta es la adquisición de una libertad nueva, o mejor dicho, la generalización a todos los individuos, de aquella libertad de pensamiento que en la sociedad moderna ha sido prerrogativa efectiva de pocos. Esta libertad expendida conlleva también una nueva responsabilidad que han de asumir los individuos; pero sobre todo, implica el establecimiento de relaciones horizontales entre sujetos que son todos ellos, al menos potencialmente, emisores y receptores de informaciones y conocimientos.

La tercera novedad aportada por las nuevas tecnologías informáticas es el establecimiento de redes de comunicación, libremente formadas por las personas, y con prácticamente plena libertad tanto de entrada como de salida respecto a las redes que se constituyen. Lo que está implicado en la conformación de las redes sociales, es un hecho de la máxima trascendencia, que viene a modificar y reestructurar completamente la organización social y las relaciones entre los individuos y entre los grupos. Es el hecho que cada uno está en condiciones de seleccionar y escoger con quienes se relaciona y a qué grupos y comunidades pertenece. Se transita desde una situación en que el ámbito de las relaciones sociales se encontraba determinado por la familia y el lugar en que se nace y crece, por las relaciones dadas por el barrio, la escuela, la Iglesia y el trabajo, a una situación inédita en que cada uno puede escoger libremente con quienes se conecta y comunica, a qué grupos, organizaciones y comunidades pertenece, en que iniciativas culturales, sociales, políticas y económicas participa. Se trata, nuevamente, de una expansión inmensa de los espacios de libertad de las personas, que conlleva a su vez la correspondiente expansión de las responsabilidades de cada uno.

Podemos afirmar, en síntesis, que el tránsito a la sociedad del conocimiento nos da la oportunidad de ser más libres, de autodeterminarnos en cuanto a nuestra conciencia y a nuestras relaciones sociales, así como a desplegar nuestras propias iniciativas sociales, económicas, políticas y culturales, no debiendo ya limitarnos a escoger participar o no participar en aquellas existentes. La sociedad y la historia podrán en el futuro ser construidas desde los individuos y desde las redes y comunidades que ellos libremente vayan conformando, con los contenidos intelectuales y morales que pongamos en tales iniciativas. Como hemos dicho, junto con expandir enormemente los espacios de libertad, se incrementan correspondientemente las responsabilidades de cada uno, que ya no podremos justificar nuestras limitaciones y comportamientos atribuyéndolas a las condiciones, estructuras y contextos sociales y culturales en que nos ha tocado vivir.

¿Cómo orientarnos en este nuevo contexto del conocimiento, o cómo medir el valor de los conocimientos?

Ahora bien, en este nuevo contexto de libertades y responsabilidades expandidas, se nos presenta un problema nuevo, cual es el de orientarnos en el maremagnum de informaciones y conocimientos que están a nuestro alcance, y en la prácticamente infinita cantidad y variedad de sujetos individuales y colectivos con los cuales podemos establecer relaciones e interactuar. ¿Cómo, con qué criterios, con cuáles informaciones podemos orientarnos para tomar las decisiones, en el marco de las nuevas libertades y responsabilidades adquiridas?

Un concepto importante del que podemos servirnos en este sentido es el de ‘valor’, con el que comenzamos este análisis. Dijimos que el conocimiento es ‘valor’ creador de ‘valor’, En la moderna economía capitalista y en la sociedad de la industria y del Estado, las principales opciones que tomamos las personas pasan por el mercado, donde los bienes y servicios, los satisfactores de la mayor parte de nuestras necesidades adquieren un ‘valor de cambio’, un precio. El valor de las mercancías se expresa principalmente en los precios, y son éstos los que orientan a los individuos y a las organizaciones en gran parte de sus decisiones. Pero en la sociedad del conocimiento y de las redes, si bien muchas informaciones y conocimientos se procesan aún en el mercado donde adquieren un valor monetario, existe una cantidad enorme de informaciones y conocimientos que están disponibles gratuitamente, y/o que circulan fuera del mercado, no adoptando por tanto un valor de cambio, un precio. En la sociedad del conocimiento y de las redes, sirven otros criterios de medición del valor, no monetarios, o al menos, no directamente expresables en unidades monetarias.

El valor de las informaciones y conocimientos, y el valor de las relaciones y de las redes de comunicación e interacción, debe encontrar nuevos modos de evaluación y medición. Porque, obviamente, no podemos tener una experiencia directa de todos los conocimientos disponibles ni de todas las relaciones y redes a las que podemos acceder. Estamos enfrentados a la necesidad de decidir y de optar entre una enorme cantidad y variedad de posibilidades, contando con una información limitada e insuficiente. ¿Qué sistemas de información, equivalentes a los del sistema de precios en la sociedad del mercado, pueden estar disponibles, o pueden implementarse y desarrollarse, para orientarnos en la sociedad del conocimiento? ¿Existen formas de medir y de informarnos sobre el valor que los conocimientos y las relaciones sociales pueden tener para nosotros?

Cuando hablamos en este sentido del ‘valor’ del conocimiento y del ‘valor’ de las relaciones estamos indicando la utilidad que puedan aportarnos esos conocimientos y esas relaciones en orden a la satisfacción de nuestras necesidades, aspiraciones y deseos, y más ampliamente, en función de la realización de nuestros propósitos, objetivos y fines. Podemos expresarlo de otro modo a partir de la fórmula “ valor creador de valor”. ¿Cuál es el ‘valor’ (realización y potenciamiento de nuestras capacidades, creatividad, eficiencia, productividad, etc.) que puede crear en nosotros –como individuos, como grupo, como comunidad, como empresa o como organización- un determinado conocimiento o proceso cognitivo, o en el caso, una determinada relación o pertenencia y participación en una comunidad o red social?

En la actualidad, careciendo de otros criterios mejores y realmente calificantes del valor de las opciones disponibles, se da la tendencia a operar con el criterio simple de seguir las opciones de los demás, de las mayorías, de los grandes números. Es el llamado ‘efecto manada’, según el cual tendemos a optar conforme vemos que optan los demás. Detrás de esta forma de decidir y evaluar las opciones está implícita la idea que, puesto que no conocemos las distintas opciones estamos inciertos sin poder decidir, y puesto que vemos que otros han decidido, suponemos que lo hayan hecho en base a algún conocimiento que ellos disponen y del cual nosotros carecemos.

Pero el criterio de los grandes números es engañoso y decididamente poco confiable, especialmente cuando se trata de ejercer realmente la libertad y responsabilidad recientemente adquiridas, y de generar iniciativas nuevas orientadas hacia nuestra propia realización y el logro de nuestros objetivos. En efecto, actualmente las mayorías, o más exactamente los ‘grandes números’, están decidiendo conforme a los criterios de la sociedad que decae y perece, todavía como público subordinado y sumiso, que adopta los criterios que les fijan externamente el Estado, la industria, las modas, las convenciones sociales. Las mayorías aún no ejercitan efectivamente los espacios de libertad que corresponden a las nuevas condiciones creadas por las transformaciones y novedades que aporta la transición a la sociedad del conocimiento. En tal sentido, incluso podríamos sostener, o al menor argumentar con seriedad, que los ‘grandes números’, en la actual sociedad de masas y de consumismo exacerbado, deciden y se comportan conforme a la sociedad del mercado, evidenciando con ello que no se ha accedido a las libertades propias de la sociedad del conocimiento. Habría entonces que, en vez de seguir a los ‘grandes números’, más bien desconfiar de sus decisiones y distanciarse de ellas.

La medición del ‘valor’ del conocimiento en la investigación académico-científica.

En el ámbito del conocimiento académico y científico hay interesantes experiencias que es oportuno considerar. Desde hace algún tiempo se vienen implementando algunos modos de evaluación del ‘valor’ de los conocimientos e informaciones que producen y comunican los investigadores y los centros de investigación, con criterios selectivos generados desde los ‘pares’, esto es, desde otros productores de  conocimientos cuya calidad se estima garantizada. Por ejemplo, el ‘valor’ cognitivo de un paper que comunica los resultados de una investigación científica, queda determinado por la revista en que se publica y por la cantidad de veces que dicho escrito es citado por otros investigadores en sus respectivas investigaciones. Las revistas que recogen y difunden estudios e investigaciones sobre determinados temas, son evaluadas en base a las opciones de publicar en ellas, que hacen los investigadores cuyo ‘valor’ es reconocido por las revistas donde se publican papers sobre temas similares. Los centros de investigación son evaluados y ‘rankeados’ por la cantidad de citaciones que obtienen sus investigadores, reconocidos de este modo por sus ‘pares’ y divulgados por las revistas de mayor nivel.

En todos estos casos, se trata de sistemas de indexación y acreditación de la calidad científica, generados desde los mismos productores de ciencia, de modo que resultan decididamente más confiables que el simple criterio de los ‘grandes números’. Sin embargo, también estos sistemas tienen evidentes limitaciones, toda vez que al ‘medir’ la calidad por la acumulación previa de citaciones y referencias, resultan sub-evaluados los innovadores, los creadores de nuevos enfoques, los aportadores de ‘rupturas’ epistemológicas, y en general todos aquellos que contribuyen precisamente a generar los conocimientos nuevos que se necesitan para hacer frente a los grandes y complejos problemas que enfrenta la humanidad. Esto ocurre no solamente por efecto de la simple acumulación cuantitativa que resulta de estar más años escribiendo y publicando y siendo citado, sino también por efectos del propio sistema de indexación y acreditación. En efecto, el sistema tiende a reproducir y retroalimentar la cantidad de publicaciones y de citaciones que obtienen los autores previamente prestigiados, pues las revistas tienen en cuenta al seleccionar los papers que publican, la cantidad de papers que haya publicado anteriormente el investigador, en qué revistas ha sido publicado, y en qué centros de investigación trabaja. Y quienes quieran publicar en una revista, deberán estar atentos a citar abundantemente a los escritos y autores que hayan aparecido en la revista en cuestión.

El sistema de indexación y certificación al que nos referimos presenta otros dos problemas muy serios, cuando se trata en particular de aquello que aquí más nos interesa, esto es, de la generación y difusión de conocimientos nuevos, del acceso a nuevas ideas y enfoques teóricos, de la innovación y transformación cultural, intelectual y moral, orientados hacia una nueva civilización. Lo que se requiere es conocimientos que transgredan, por decirlo de algún modo, o dicho más exactamente, que superen las ideas y conocimientos dados, aquellos provistos por las disciplinas y las instituciones académicas enmarcadas en la civilización que perece, esto es, fragmentados disciplinariamente, funcionalizados a los requerimientos de la industria y del Estado, subordinados a razones y lógicas económicas y a políticas convencionales.

El primer problema es que los mecanismos de indexación y certificación prevalecientes tienden a reproducir las orientaciones teóricas y científicas consolidadas. Quienes seleccionan lo que ha de publicarse en las revistas indexadas son generalmente investigadores de trayectoria reconocida, que han alcanzado prestigio en las disciplinas que practican, por sus aportes a las disciplinas académicas formalizadas, y es normal que ellos privilegien aquellas contribuciones que aporten al desarrollo de sus propias líneas de investigación y sus ideas en ellas. Pocos se atreven a seleccionar una contribución que se presente como ‘alternativa’ o que parezca ‘revolucionaria’ en un campo del conocimiento consolidado. Es así que el problema que antes indicamos que afecta a los ‘grandes números’, se reproduce al nivel de los ‘números’ que se generan en las escalas propias de las disciplinas científicas.

El otro problema es que la lógica de la indexación tiende inevitablemente a favorecer la fragmentación del conocimiento y la creciente especialización en temas y asuntos cada vez más reducidos. Ello por dos razones diferentes. Por un lado, la necesidad de publicar papers por parte de los investigadores académicos, da lugar a una verdadera proliferación de revistas, las que para abrirse espacios y validarse académicamente requieren diferenciarse, lo que hacen adoptando temáticas cada vez más especializadas y particulares. Y obviamente, la existencia de las revistas fomenta la elaboración de papers correspondientes a dichas temáticas particularísimas. Por otro lado, los propios investigadores, presionados por la necesidad de publicar cantidades de papers, tienden a dividir los resultados de sus estudios en un mayor número de artículos, en vez de unificar sus aportes en una sola obra que integre todas las ideas y resultados obtenidos por la investigación, permitiendo tener sobre ella una visión de conjunto.

Así, los actuales modos de cuantificar el ‘valor’ de los conocimientos científicos, dificulta en vez de favorecer la generación y el acceso a los tipos de conocimientos necesarios para avanzar hacia la sociedad del conocimiento. En efecto, lo que se requiere son enfoques teóricos nuevos, y teorías comprensivas, y aún más, nuevas estructuras del conocimiento, capaces de asumir la complejidad de los problemas y realidades presentes y de orientar las soluciones y respuestas en la dirección de una nueva y superior civilización. Pero este es un asunto que hemos examinado en otras ocasiones, y no es el caso de abordarlo aquí.

La valoración del conocimiento como ‘valor creador de valor.

La cuestión de la evaluación del ‘valor’ de los conocimientos y de las comunidades y redes que en base a ellos se establecen, a los efectos de orientarnos en el contexto de las nuevas y cambiadas condiciones en que se despliega la vida humana, permanece abierta. Por ahora nos limitaremos a formular algunas ideas preliminares, partiendo de nuestro concepto del conocimiento como ‘valor creador de valor’.

Lo que hacen los sistemas de indexación y certificación en el ámbito de las investigaciones científicas, es un intento serio de evaluar el valor de cada investigación, de cada investigador, de cada revista y de cada centro de investigación. Se intenta medir el ‘valor’, entendido como algo intrínseco a la investigación misma, o al investigador, la revista o el centro de investigación. Dicho ‘valor’ es lo que se intenta objetivar y medir. Cuando en cambio nosotros hablamos de ‘valor creador de valor’, estamos indicando que el ‘valor’ de un determinado conocimiento, revista, investigador, no es algo inherente al mismo, sino que incluye y se refiere principalmente a la ‘creación de valor’ que potencialmente adquieren quienes leen y asimilan el conocimiento en cuestión. Lo que importa es la productividad del conocimiento en cuanto inserto en el trabajo cognitivo del cognoscente. Pero si es así, será solamente éste el que estará en condiciones de valorar cuanto le sirve el conocimiento recibido desde otro, para realizar sus propios fines y objetivos cognitivos.

La pregunta que cada sujeto ha de hacerse, entonces, no es cuanto ‘valor’ tiene en sí la investigación que me llega, sino cuánto ‘valor puedo crear’ a partir de ese conocimiento e investigación. De este modo, cada uno tendrá que aprender a valorar (a evaluar el valor) de los conocimientos.

En la metodología de indexación, el que mide el valor del conocimiento es siempre otro, que no puede considerarlo como valor creador de valor, sino solamente como el valor supuestamente objetivo del conocimiento dado. Los conocimientos son valorados antes de ser comunicados a todos quienes podrían extraer y crear valor con ellos. Así, quedan fuera numerosos emisores de conocimientos, y muchos conocimientos generados no llegan a difundirse. La valoración es externa y extraña al proceso en que los conocimientos crean valor.

Cuando pensamos en el conocimiento como ‘valor creador de valor’, el creador de valor es el único que puede valorar el valor del conocimiento dado, en cuanto es solamente él mismo el que puede crear valor con el conocimiento que recibe.

Al decir esto, no se nos escapa el hecho que en este modo de valoración no se resuelve el problema de cómo orientarnos en la multitud de conocimientos disponibles que circulan sobreabundantemente en los medios de comunicación y en todas las fuentes que los emiten actualmente. Frente a este problema, tenemos solamente una respuesta provisoria, que por cierto no es completa ni suficiente, pero es la que tenemos. Se trata de las redes, esto es, de la conformación de redes y de la participación en ellas; de redes que tienen la capacidad de comunicar a otros, y de recibir de ellos, las valoraciones que cada uno y todos van haciendo sobre las informaciones y conocimientos que circulan. De este modo, si bien cada sujeto ha de valorar cada conocimiento que recibe por el valor que puede crear a partir de aquél, las redes de sujetos cognoscentes que se orientan al logro de fines y objetivos similares, pueden multiplicar la información disponible para todos los participantes en la red, sobre el valor de numerosos conocimientos, autores, revistas y centros de investigación, en la medida que todos comuniquen a los demás integrantes de la red sus propias valoraciones de lo que estudian y leen. Hay en este sentido la posibilidad de un gran potenciamiento del proceso de valoración subjetiva, al convertirla en ‘intersubjetiva’.

Las redes informáticas tienen otra ventaja importante respecto a los sistemas de indexación y valoración basado en la opinión de los ‘pares’ autorizados, y es la consistente disminución del tiempo que transcurre entre la elaboración y la difusión del conocimiento, y entre la difusión y la valoración del mismo. Incluso la Internet hace posible que la difusión se realice en el acto mismo de la elaboración, no siendo indispensable el largo proceso que media entre la elaboración y su publicación, mediado por la evaluación de terceros. Y a través de las redes, el investigador puede obtener rápidamente una retroalimentación sobre el valor de lo que ha creado, del conocimiento que ha producido, en cuanto otros le dirán si han creado nuevo valor con el conocimiento en cuestión.

Como hemos dicho, el tema queda abierto a nuevas elaboraciones. Y lo que hemos expuesto aquí, queda sujeto a la valoración que cualquiera que lo lea pueda hacerle, y ojalá comunicarnos.

 (Diciembre 2010)